Ante el ocaso progresista en las Américas, la lucha indígena sigue

"Salvo excepciones, los Estados latinoamericanos se muestran incapaces de articular algo más que discursos por el reconocimiento de la multiculturalidad y contra el calentamiento global, la destrucción de la naturaleza, el despojo a los pueblos de tierras y recursos, la migración desesperada. Los pueblos indígenas son reprimidos y calumniados por todos los Estados."

Ante el ocaso de los gobiernos llamados progresistas en América Latina, cuyo ciclo se cierra inexorablemente, es oportuno preguntarse si, desde la experiencia de los pueblos indígenas, el ciclo en declive fue justo, comprensivo, favorable, o bien trajo más de lo mismo. Con el aggiornamento de Cuba como telón de fondo, y negado por muchos, ya nos alcanzó el fin de este periodo que ciertamente favoreció a las clases subalternas, abonó una relativa independencia regional, confrontó a las burguesías locales y al imperialismo. Tras los comicios en Argentina y Venezuela, donde la derecha se impuso claramente, si no se volteó ya la tortilla, está en un tris de hacerlo.

Veamos los retrocesos en Paraguay y Uruguay, la crisis política en Brasil, el escandaloso fiasco de la Nicaragua dizque sandinista.¿Qué queda? Un Ecuador donde el gobierno es cada día más autoritario y dócil al extractivismo capitalista; un El Salvador con pobre margen de maniobra para revertir la delincuencia y la desigualdad. Y en fin, Bolivia, que mal se libra del extractivismo y un estatismo bastante cómodo con el capital aún estando un dirigente aymara socialista al frente del gobierno. De los falsos “progres” Chile y Perú no se puede hablar en serio. El resto, encabezados por México y Colombia, siguen y seguirán como entusiastas lacayos de Washington y de quien les menee el monedero.

El progresismo de la región rasgará vestiduras, repartirá culpas, mirará hacia otro lado. O hará las autocríticas que sea capaz. Lo más seguro es que, como lo ha venido haciendo, dejará en segundo o tercer plano la problemática real de los pueblos originarios. Pocos gobiernos progresistas pueden entregar mejores cuentas que los del bloque de Washington en cuanto al reconocimiento efectivo de los derechos culturales y territoriales indígenas.

Cuántas veces hemos oído a los voceros del socialismo del siglo XXI acusar a los movimientos indígenas, por lo demás legítimos y de izquierda, de hacerle el juego a la derecha, oponerse al progreso general, acaparar recursos que son “de la Humanidad” y sambenitos así, apuntalados en robocops y tropas de asalto. Como si las revoluciones ciudadanas hubieran asumido efectivamente sus compromisos con los pueblos que ocupan territorios ancestrales y crean civilización alternativa en nuestros países.

La sordera autoritaria, o falta de consistencia en el mejor de los casos, reprueban en la materia a los gobiernos del hemisferio con presunta o real vocación igualitaria (“populista” para las derechas que vienen por su revancha). Las luchas indígenas pueblan el corazón de la resistencia trascendente, más allá de las urnas, los partidos, los congresos y las promesas.

Salvo excepciones, los Estados latinoamericanos se muestran incapaces de articular algo más que discursos por el reconocimiento de la multiculturalidad y contra el calentamiento global, la destrucción de la naturaleza, el despojo a los pueblos de tierras y recursos, la migración desesperada. Los pueblos indígenas son reprimidos y calumniados por todos los Estados; sí, en mucho mayor y criminal grado en México, Guatemala o Colombia, o bajo el peso de leyes “antiterroristas” como en Chile, mas un velo de excepcionalismo vergonzante encubre acciones graves y hasta genocidas en países gobernados por fuerzas socialistas, o lo hacían hasta hace poco.

A las pueblos originarios el fin del ciclo progresista los encuentra en resistencia y emergencia. La lucha sigue, pues.

En memoria de Eugenio Bermejillo

Fuente: Suplemento Ojarasca, La Jornada

Temas: Pueblos indígenas

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