Cancún, paredón y después, por Silvia Ribeiro

La Organización Mundial de Comercio recibió una herida profunda en Cancún que surcó el planeta, partiendo del corazón de Lee Kyung Hae, el campesino coreano que se inmoló en protesta, y del de todos los indígenas, campesinos, jóvenes, mujeres y organizaciones sociales que lo acompañaron, alcanzando los más diversos lugares del mundo donde la gente se manifestó a su propia manera y cultura contra la OMC

Cancún es un espejo del mundo. Dentro de una zona hotelera de lujo extremo, donde las maravillas de un ecosistema de manglares, selvas y playas de aguas turquesas han sido domesticadas y cercadas para crear un mundo artificial, pero "seguro" para los pocos que puedan pagarlo, se reunían los gobiernos, a espaldas de la gente, acordonados por fuertes contingentes policiales para dejar fuera cualquier protesta que viniera del mundo real.

A pocos kilómetros, la ciudad de Cancún aloja a los verdaderos habitantes de la ciudad, la mayoría indígenas mayas, que son quienes sostienen con su trabajo este mundo irreal: lavan su ropa, sirven sus comidas, limpian sus cuartos, sacan sus desechos, y al amparo de la noche sueñan con el mundo como era cuando los pájaros cantaban libres en los árboles de su selva.

Allí, en medio de la ciudad de Cancún, se inició la semana con un Campamento y Foro Campesino e Indígena, convocado por Vía Campesina, que lejos de las comodidades de las conferencias oficiales, reunió a miles de participantes de todo México y muchas otras partes del mundo. Se izaron las banderas de la soberanía alimentaria y el digno trabajo campesino, contra la explotación de gente y naturaleza, contra los transgénicos y las patentes sobre la vida, por la defensa de las semillas y la diversidad cultural. Allí llegó el Congreso Nacional Indígena de México a levantar la voz de los wirárrikas, mixes, zapotecos, tzeltales, tzotziles, mayas y muchos más para unirse desde sus propias identidades a la protesta y más tarde al dolor de los campesinos coreanos, latinoamericanos, africanos, asiáticos, europeos, estadunidenses exigiendo que no sólo la agricultura y la biodiversidad tenían que salir de la OMC, sino la OMC fuera del mundo. Y como en un bordado colectivo de identidades llegó también allí la palabra de los zapatistas, expresando en las voces de la comandanta Esther, el comandante David y el sup Marcos el sentir de todos y todas, nombrando desde adentro de los corazones y anhelos de los allí reunidos que la resistencia y la autonomía son las claves para que nazca un mundo donde quepan muchos mundos.

Todo esto que enmarcó la decisión de Lee -llamado ahora hermano del mundo- de inmolarse en una manifestación el día 10 de septiembre subido a las barricadas policiales de la OMC, tiñó la semana no sólo de sangre campesina, sino de múltiples colores, rostros y voces que días más tarde abrieron juntos una brecha en el cerco que había alzado la OMC para aislarse del mundo y que resultó ser su propio paredón. Se sumaron jóvenes y estudiantes, organizaciones sociales, de trabajadores y de mujeres. En un acto pocas veces visto, los estudiantes y los jóvenes anarquistas (el black block)garantizaron la seguridad de esta nueva marcha contra los provocadores que antes habían impedido con sus piedras que avanzaran los campesinos luego de derribar el cerco policial, piedras que la prensa había imputado a "los jóvenes". Así el esfuerzo coordinado por los coreanos, jóvenes y campesinos, y apoyado por todos, logró abrirse paso en el cerco.

Lejanos, pero no inmunes a la brecha abierta en el cerco policial y en el corazón de Lee, los gobiernos de Estados Unidos y Europa se encontraron con que tampoco podían franquear dentro de la reunión la resistencia de los países del sur, que sintiendo la presencia de las protestas dentro y fuera de los muros, decidieron no aceptar las condiciones que se les querían imponer. Bob Zoellick, el negociador de Estados Unidos, culpó tanto a los países del sur como a los del norte - es decir, todos menos ellos- por lo que denominó el fracaso de la reunión -o sea, que no obedecieron sus deseos-, y Pascal Lamy, el representante de la Unión Europea, llamó a la OMC "una organización medieval". Exactamente: una organización basada en que los señores feudales acumulan privilegios a costa del trabajo esclavo de la gente. Pero como en Fuenteovejuna, los campesinos no lo toleran más.

Si la OMC no murió en Cancún, tendrá que sobrevivir desplegando una fuerza de imposición aún más salvaje y un Estado policial que le garantice el "libre" comercio. O quizá los más poderosos harán algunas concesiones a los gobiernos del sur para que el sistema pueda seguir funcionando. Sea como fuere, Fuenteovejuna, señores, ya abrió una brecha en el muro y no va a dar marcha atrás.

Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.

Fuente: La Jornada, México

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