El telón de fondo: comunidad, globalización, resistencia

El diálogo colectivo que presentamos es el resumen apretadísimo de una discusión que convocaron a principios de abril de 2004 GRAIN, el Grupo etc y el Centro de Análisis Social Información y Formación Popular, ac (Casifop), en la ciudad de México. La reunión tuvo por título el telón de fondo, porque la idea era “mirar detrás” de los procesos en los que estamos inmersos. Asistieron personas en lo individual, representantes de comunidades indígenas, de organizaciones sociales y de la sociedad civil (osc) de todo el continente americano y algunas de Europa: personas, todas, inmersas en procesos diversos (desde lo práctico y cotidiano), vividos y reflexionados desde abajo, en el terreno de los acontecimientos y los embates, que crean o reconfiguran resistencias, rebeldías, autonomías, autogestión

En el documento no incluimos la palabra de todos los participantes. No obstante, lo dicho por todos contribuyó a la visión que presentamos. Pedimos disculpas a quienes no incluimos por razones de espacio y flujo de la edición.

Podría parecer obsoleta la reflexión, a casi tres años de distancia, pero nos parece que ahora es más pertinente que entonces. Asumiendo explícitamente una postura más allá de las coyunturas y los datos (pero sin renunciar a la crítica de los sistemas, los procesos económicos y las devastaciones producidas por el capitalismo), quienes participamos buscamos un fondo que pudiera acuerpar las diferentes luchas. Era buscar modos nuevos y más profundos de una resistencia creativa, cuidando una mirada integral. No describimos lo terrible de los transgénicos. Ni del robo de la biodiversidad. Ni de la truculenta manera de coptación de algunos programas y acciones de gobiernos y “sociedad civil”. No buscamos nuevas legislaciones ni derechos universales plasmados de mejor manera. Tampoco queríamos revisar el porqué del fracaso de revoluciones anteriores o de la democracia partidista.

Quisimos indagar en el fondo de nuestra historia común y atisbar problemas que, ocultos, desarticulan las posibilidades de acción conjunta. No obstante, es incipiente el diagnóstico que presentamos.

Vivimos tiempos oscuros. Un velo parece haberse tendido entre las palabras y las acciones, entre los actos y las consecuencias. Los controles y las fronteras se multiplican. Las imposiciones se extienden a más rincones del planeta. La dislocación disparata tiempos y espacios. Las decisiones están muy lejos. Las toman otros. La educación institucional cosifica el conocimiento. La ciencia entregó sus búsquedas al mercado y traicionó a la humanidad. La globalidad nociva no es sino la expansión de esa torre de babel de procesos decididos a distancia. La modernidad es dispersión, homogenidad creciente, explotación como siempre y erosión de los fundamentos mismos de la vida, del trabajo, del saber, de la creatividad, de las decisiones, de la tradición, de la posibilidad de alimentarnos, del valor de las personas.

Es la guerra como estabilidad, productora y acompañante de una miseria indispensable para producir acumulación, de poder y dinero. Es el gasto perpetuo, el consumo de todo lo imaginable.

Las opciones políticas del comunismo, del socialismo, de la democracia parlamentaria y electoral e incluso de la revolución como toma del poder, parecen gastarse también. El capitalismo se apropia de todo y cava su propia destrucción como suicidio de la humanidad, mientras concentra en menos manos todo el empeño de millones y millones. Nos agotan el agua, nos pudren el ambiente, nos contaminan el aire y la intimidad. La gente está sola ante la ley. No parece haber horizonte. Los valores más sagrados son hoy objeto de comercio, la vida misma tiene rotas sus fronteras y podemos estar ante una ruptura definitiva de la vida como la conocemos.

Parecería que los pueblos, que la gente común, no tienen opción sino obedecer, esclavizarse para sobrevivir. Exiliarse para sobrevivir. Hoy la humanidad es peregrina y su hogar es cada uno de nosotros. Los sistemas que conforman esa globalidad impuesta crean enclaves de abandono u opciones de sojuzgamiento o de traición propia. Los talleres de maquila, los campos de labor, las cárceles y los manicomios están llenos de disidentes o desesperados.

Sin embargo, uno de los hallazgos de la reflexión fue que lo comunitario es uno de los grandes centros desde donde mirar los sistemas y su ataque frontal a la vida, y las posibilidades de resistencia y de creatividad a largo plazo. En principio es la comunidad indígena, campesina o barrial, con su anclaje a un territorio que le da sentido a lo comunitario pero, ante la migración y la precarización, hoy atestiguamos la reconstrucción de identidades y nace la idea de comunidades desterritorializadas, o en flujo perpetuo, fruto de los diferentes trabajos que desarrollamos, por fuerza o entereza, o de los enclaves a donde nos tocó volver a vivir.

Hablar de comunidad es reivindicar la mutualidad, la decisión en corto, la autogestión, el cargo como servicio. Es también una forma de la organización social, un espacio de reflexión y trabajo compartido, un completarnos un poco unos a otros. Es la reivindicación del nosotros ante el individualismo capitalista, sin aplastar al individuo, porque hay que potenciar lo que cada quién puede compartir con los demás. Es entonces reconstituirnos como sujetos de nuestra propia historia. Es apostarle al autogobierno, a que la asamblea sea el centro de la vida, la máxima autoridad, la posibilidad de trabajar integralmente los problemas.

Sin embargo, si no asumimos esas comunidades desterritorializadas que están en perpetua retransformación, corremos el peligro de fijarnos sólo en las comunidades campesinas o indígenas cuando el mundo se reconfigura en las ciudades y el campo se vacía.

Hoy la gente entiende más la ligazón entre los diferentes ataques de empresas y gobiernos. Estamos en el proceso de adquirir horizonte. Pensábamos que las luchas eran únicas y todas las luchas estaban relacionadas, que la historia era única o que la historia propia era la única historia que teníamos y resulta que todas las historias están relacionadas.

Ese horizonte común hace surgir una comunidad de comunidades , o varias, que relacionen las luchas en diferentes niveles, incluido el ámbito de una o muchas localidades.

Hoy revaloramos la necesidad de mirar “detrás” pero con la urgencia de no entramparnos en las formas de las agresiones, amenazas, engaños, presiones y represiones que sufren los pueblos, sino comprender el sentido y función que esas formas tienen. Las agresiones cambian de forma cada día y seguirán cambiando, con una tendencia clara a ser cada vez más certeras, abarcantes y efectivas. Luchamos contra la situación actual del mundo, y por tanto buscamos qué podemos hacer. Requerimos contrarrestar e impedir los procesos que desatan las agresiones, y no meramente impedir o atacar ciertas formas. Entender juntos las dinámicas que nos abren posibilidades —ubicar dónde estamos y descubrir lo que deberíamos impulsar, privilegiar, fortalecer y proteger.

Camila Montecinos, Silvia Ribeiro, Carlos Vicente, Andrés Barreda, Ramón Vera Herrera

Formas de resistencia, que no implican una mera reacción, ocurren por todo el mundo. Nos angustia la necesidad de sólo responder y reaccionar ante lo que el imperio ya tiene previsto.

Dónde radica la lucha, desde dónde luchamos, para qué: ¿para recuperar lo local, para destruir lo global, para incorporar lo local en lo global, para que lo local se someta o pueda resistirse a lo global? Dónde va la lucha ¿a lo local, a lo regional, a lo global? ¿Luchamos para imaginar o construir un nuevo modelo, uno alternativo?, qué significa lo alternativo. Si sabemos que el paradigma impuesto es la refuncionalización de algunos modelos, entonces para qué peleamos por uno. El desarrollo sustentable es el ejemplo más patético: una esperanza que de pronto se convierte en una arma del imperio.

La perversidad del modelo se volvió integral y estamos aprendiendo a leerla. La biodiversidad se halla encadenada a los transgénicos y éstos se encadenan a la concentración de empresas, a las patentes. En un mapa mental, las transnacionales tienen un modelo a largo plazo y estrategias para que no se desvíe demasiado. ¿Tenemos los andinos una previsión de eso? ¿Tenemos capacidad de reaccionar frente a ese futuro? ¿Nos obliga la cotidianidad a vivir creando resistencia? Pensarnos en la cotidianidad, idear cómo encontrarnos en ella, cómo construir la utopía y reconstruir el pensamiento critico significa reapropiarnos del conocimiento. Suponemos no tener pensamiento ni saberes propios (y no les damos valor). Pero los saberes que los andinos manejan, que practican, y que están ahí, tal vez no abordan la nanotecnología pero son actuales pese a ser ancestrales, porque siguen siendo pertinentes. Ángel Bonilla

Somos gente que decidió no renunciar, no acomodarse, seguir buscando. Provenimos de movimientos distintos, si bien hay un eje común. Provenimos de distintas realidades y durante mucho tiempo nos atormentó ver nuestro trabajo y la realidad fragmentada. Juntándonos podemos construir puentes y entre todos enfrentar los ataques. Antes, a nosotros en Oilwatch (que investiga las condiciones de explotación y exploración del petróleo en el mundo, con los problemas que conlleva) nos parecía ajeno el que trabajaba en asuntos relacionados con bosques. Nos parecían casi dos temas distintos. Ahora ya no. Hay gente que trabaja en biodiversidad y es lo mismo, ahora existen actividades petroleras en áreas naturales protegidas. En esas áreas ocurren también contratos de bioprospección, hay transnacionales de conservación que administran y unas sacan petróleo, otras hacen biopiratería. En los hechos la realidad se va integrando.

Paralelamente, nuestras luchas se integran en esta suerte de globalización del trabajo.

Pero necesitamos un punto de partida esencial: ponernos de acuerdo en ciertos paradigmas. La gente quiere un discurso fuerte, un discurso claro. En la intención de sumar gente y buscar consensos, a veces nuestros discursos son un tanto conciliadores. Esperanza Martínez

 

El desorden institucional globalizante ha generado rupturas en nuestras resistencias, en nuestros procesos. Hay dispersión, división, dislocación, distorsión de nuestros sueños, desarticulación, despersonalización, desencantos.

A veces lo permanente no nos deja revisar el cómo hacemos, el cómo abordamos, y al final muchos se identifican en lo lustroso de un modelo, en lo terrible de un modelo, en lo perverso y en lo deshumano. Podemos llegar fácilmente a desubicar qué tan grandes son la resistencia y la diversidad.

Las respuestas que a veces construimos no son lo suficiente eficaces y el modelo, como un monstruo, avanza, nos arrastra y nos genera sentimientos que no nos permiten tener la suficiente tranquilidad y serenidad para ubicar respuestas desde lo local, sectorial, parroquial y cotidiano. Gilma Benítez

Hoy los problemas son comunes, podemos construir alianzas. Pero, cómo entendernos. El mundo está tan lleno de conceptos, que no sabemos cuáles son nuestros sueños, nuestros principios. Nos arrebatan mu­chas cosas entre tanto concepto.

Revalorar lo que hacen nuestras comunidades, nuestras culturas, es revalorarnos. Nuestra experiencia es local, pero nuestra comunicación es real: conversamos tanto y nos traspasamos tantas experiencias que aquél que ayer se sentía mal de su conocimiento, hoy se siente orgulloso de su saber. Sabe que vale como persona. ¿Puede haber soberanía alimentaria cuando no hay soberanía de las personas?, ¿cuando no somos capaces de construir la soberanía de nuestras comunidades?

Pareciera que la comunidad y lo local son muy pequeñitos, pero la fuerza está ahí.

Ahí está la creación. Esos son los espacios importantes para hacer alianza, y traspasarnos conocimientos, experiencia. Francisca Rodríguez

El trabajo de base es muy importante. Las comunidades nos dan la fuerza para pensar: No importa qué, haremos lo mejor que se pueda siempre pensando en que nunca será suficiente. Lo que hacemos irá siempre creando contradicciones que iremos superando sobre la marcha. Silvia Rodríguez

Atentamos contra el Estado, contra el orden, si planteamos que el individuo —con ser muy importante— no lo abarca todo. Hay que ubicar el rol de las comunidades como sujeto más allá del reduccionismo en que se cae cuando hablar de lo local significa lo poco, lo mínimo, lo marginal, lo intrascendente, lo inviable. Cómo ubicamos, desde las comunidades, la construcción de una alternativa para todos y todas en lo personal y lo comunitario. Cómo pensamos, desde su lógica, la globalización. Magda Gómez

En las comunidades tenemos tradiciones, principios y valores que hoy la escuela intenta negar. La escuela es uno de los mecanismos con que nos cambian la forma de pensar de los niños. También la radio y la televisión. Aunque es restringido nuestro acceso a los medio masivos de comunicación, sentimos sus estragos.

Nuestras comunidades tienen un gran acervo de saberes y prácticas que nos hacen diferentes, que nos dan identidad. Esa identidad existe en la medida en que la construimos entre muchos. No es que me vaya a encajonar en un determinado tipo de identidad, construida por mí, solo. Las identidades se construyen de manera colectiva, al menos en nuestras comunidades. Por desgracia esa situación está cambiando muy rápido. En los que se van al Norte vemos rasgos distintivos de su “nueva” identidad: se visten diferente, comen sopas instantáneas, ya no quieren comer maíz, ni sembrarlo.

Lo que sufren nuestros paisanos del otro lado permea el pensamiento de los más jóvenes. A los 12 o 13 años ya piensan en irse a Estados Unidos porque uno de los problemas más graves que tenemos es cómo obtener ingresos económicos —cuando antes ése no era el asunto central. Lo central era cómo vivir la vida. Hoy nos cambian la vida por dinero y eso altera nuestra identidad.

Y cómo interpretar, desde nuestras comunidades, el mundo que se configura a partir de las nuevas tecnologías. No es fácil entender los nuevos conceptos. Mientras, muchos saberes que existen en nuestras comunidades están en proceso de desaparición o ya no existen.

Vivimos una etapa de transición muy difícil. La disyuntiva es: cómo tener nuestro propio lenguaje y cómo interpretar el lenguaje que viene del exterior. Eso nos mete en una trampa de interpretaciones, pero tenemos que saber salvarla en el sentido positivo.

Cómo hacer que nuestras comunidades conozcan el exterior —con todos esos conceptos enredados— para saber manejarse y establecer relaciones sin tanta desigualdad. No es fácil. Hay un abismo que no se vence con medios de comunicación que no comunican, al contrario: nos aíslan, nos enredan y confunden.

Estamos en un limbo, en medio de dos mundos tratando de entender desde nuestras comunidades lo que hacen los otros. Pero también queremos identificar nuestros conceptos y valores, y reafirmarlos.

Valoramos por eso el trabajo de las organizaciones que caminan hacia construir una autonomía, hacia lo que queremos hacer y ser, desde una visión propia, nuestra, mientras nos bombardean permanentemente con ideas y mecanismos de control diseñados desde fuera, para atraparnos y deshacernos. El gobierno nos dice que los tantos programas que hoy nos invaden son para nuestro desarrollo cuando vemos que son para confundir y confrontar a nuestras comunidades. Nos quieren aislar aún más.No podemos entender eso como desarrollo sino como destrucción de nuestra cultura. Aldo González

Deberíamos reclamar la cultura como forma de lucha, entendida como la forma de relacionarnos entre los humanos, con las otras formas de vida y con aquello que no es una forma de vida. Esto debería ser central en nuestras actividades.

Cómo podríamos reclamar y redefinir el término cultura y convertirlo de concepto a principio fundamental. Cómo lo defendemos y lo incorporamos a nuestras luchas y a nuestra manera de pensar. Henk Hobbelink

El mundo ideal es demasiado ordenado. Nos pusieron a todos en filas, en cajitas, homogenizados, y eso es parte del problema. Tenemos que desordenarnos.

En términos históricos, cada vez se nos aleja el mundo en todas sus dimensiones.

También nos alejaron la palabra. Los procesos actuales (permanentes) que vivimos implican alejamientos múltiples. Por eso to­dos buscamos. El aprendizaje imprescindible es movernos, sabiendo que nos vamos a equivocar, cuestionando si lo que hacemos nos lleva a procesos de acercamiento o de alejamiento. Camila Montecinos

Los movimientos ambientalistas y sociales deben cambiar radicalmente el lenguaje, los paradigmas, las premisas, los principios fundamentales, los referentes prioritarios de nuestro accionar, desde el punto de vista ético —cultural. En este caos muchos pueblos indígenas o campesinos perdieron un poco su direccional y se han adaptado al modelo que nos imponen. La gran escala se replica en pequeña escala en los agricultores. El modelo orgánico o alternativo —que se quiso zafar de la dependencia de los agroquimicos— se vuelve dependiente de los agrocertificadores. Hay que cuestionar, repensar, redefinir las alternativas.

La lucha contra los transgénicos nos muestra que vamos de tumbo en tumbo intentando responder con las mismas premisas o paradigmas que nos ofrece el sistema dominante. El problema de fondo no es tecnológico ni únicamente político. Va más allá, a las respuestas culturales y sociales que debemos dar a este tipo de tecnologías impuestas, y a partir de ahí crear referentes.

Es muy sano todo el replanteamiento que se hizo en México en torno al maíz.

La respuesta no es ir tras la tecnología con más tecnología, con más pruebas en los mismos términos, sino buscar en lo local cómo empezamos a responder en defensa del maíz, con estrategias integrales, más coherentes con la realidad de la gente. Germán Vélez

La famosa autonomía no es un postulado ideológico, es una necesidad. La “modernización”, vino atrabiliariamente a tergiversar todo: entre otras cosas que el dinero sea más importante que las semillas. Ésa es una de las causas de la migración, justamente esa: la idea de que las cosas valen porque se compran.

Pero estos pueblos, por caminos diferentes, andan buscando caminos de organización diferentes al centralismo proletario y a otros paradigmas que tal vez fallaron. Tenemos que encontrar salidas.

La migración es una de las claves que más me sorprende. Hace diez años en la Sierra Norte de Veracruz nadie sabía dónde quedaba Nueva York y ahora conocen todas las agencias de viajes, las líneas de avión, todos los coyotes desde Phoenix, Arizona a Los Ángeles; cómo funciona eso de los dineros que vuelan por las computadoras y dónde están los trabajos en Manhattan y cómo vivir y sobrevivir en el Bronx.

La gente va encontrando las maneras de enfrentarse a esta bronca de la modernidad. Sí es una transición. No todo se pierde y algo se ha de guardar, algo se ha de adquirir. Alfredo Zepeda

La migración es un rasgo de la nueva humanidad. Toda migración es forzada. Las empresas nos mueven para controlarnos. Hay 2 mil millones de personas moviéndose. Al moverse, generan nuevas identidades. El flujo va a hacer que nos preguntemos de nuevo quiénes somos, qué buscamos, cómo enfrentamos el ataque. Ana Alicia Peña

Cinco imágenes de hoy: Países de nómadas, pero no de desarraigo: fuera y dentro se recrean formas culturales de identidad. Precarización acelerada de la economía y la sociedad: la ruptura de los antiguos contratos entre trabajo y capital: degradación de la cultura del trabajo. Trabajadores laborando en las noche iluminados con lámparas de aceite instalan cables de fibra óptica: trasladar empleos calificados al tercer mundo no atenúa la diferenciación social: sigue habiendo millones de personas debajo de la línea de pobreza. La guerra es el nuevo poder constituyente. Expande a áreas claves del planeta la lucha por los recursos naturales y por el control territorial: el instrumento ordenador del nuevo desorden implica una época caracterizada por la producción social del miedo. Hay un proceso de concentración de los medios de comunicación, muy similar al vivido en las industrias automotriz o petrolera. Luis Hernández Navarro

Comunidad. Futuro. Guerra. Quizás el punto de partida de la historia fue la comunidad, la primera humanidad que supo transmitir su experiencia. El punto de llegada también es la comunidad. Quizá todo termine con esa construcción de la historia programada del capitalismo, una historia que tenía que ir hacia la forma más perfecta, más industrial, la máquina perfecta o el grado máximo de bienestar. Pero el grado máximo es la comunidad. Álvaro Salgado

Cómo va a ocurrir el fin del capitalismo, ¿como mutación a otra sociedad que no sea capitalista y que sea humana? o como el fin de la especie humana. Ésta es una gran duda. Fácilmente y en un lapso no muy largo el capitalismo podría terminar con todo —y no tiene elementos para garantizar que no va a ser así.

En un balance realista de dónde estamos, de cómo nos vamos acercando a ese futuro, hay que conocer la correlación de fuerzas: hasta dónde nos están golpeando; hasta dónde y cómo —realmente— estamos resistiendo y nos evadimos de este golpeteo.

No es solamente el problema de cuánto se moviliza la gente por sus derechos y sus esperanzas. Es la radicalidad, la complejidad y la claridad con que los individuos, los colectivos estén rebasando al capitalismo y no sólo pensándolo. La correlación de fuerzas pasa por evaluar hasta dónde los procesos de resistencia están acumulando una fuerza capaz de contrarrestar las entropías que generan las dinámicas destructivas del capitalismo (todas).

Hoy, en esta oleada de luchas globales contra el capitalismo, está sonando la hora de la tierra, porque son las luchas indígenas, campesinas y ecologistas las que muestran un discurso más claro, más valiente, más convocante, más activo y despierto. Es la hora de la economía. Es la hora de la política, la hora de la cultura, de la sexualidad, del afecto. Estamos menos inclinados a dejarnos encerrar en la disyuntiva de una sola lucha porque todas y cada una son diversas. Es necesario que toda lucha tenga todas las dimensiones. Es la hora de todo y no lo era antes.

Es la hora de los despojados en el campo, de los hacinados en las ciudades, de aquéllos sin empleo, movilizados pero sin papeles, pero sin casa, pero sin tierra. Es también la hora de la automatización extrema y de las multitudes súper explotadas aún sin identidad, que se entienden al globalizarse los flujos y los movimientos. Hay una diversidad de orígenes y de flujos —de capital, de población, de guerras.

Es la hora de todo y de la lucha simultánea en todo —y no por voluntad propia. Objetivamente el camino del capital —en su destructividad— ha sido confundirlo y amasijarlo todo. Es la hora de las comunidades, en toda su diversidad. Sólo ahí, en la vida cotidiana de lo comunitario, es donde se articulan de manera natural todas las formas de pelea: la económica, la política, la cultural, la sexual, la afectiva, en todos los sentidos. La hora de las comunidades no es la hora de una figura determinada de la comunidad. Es muy diferente la forma en que se organizan las comunidades en el campo a cómo se organizan o se pueden organizar en las ciudades aunque en su diversidad haya unidad. Andrés Barreda

El problema no es sólo ese proyecto sanguinario que vivimos en carne propia en Colombia.Hemos permitido que se tergiversen muchas de nuestras banderas. El camino no es tan claro o tan sencillo como antes.

Las necesidades son hoy mucho más fuertes y profundas, y dizque se resuelven mediante proyectos. Si hoy alguien quiere exigir una reivindicación, el requisito es presentar uno. Esto es muy peligroso: así nuestra lucha, nuestra dimensión, se convierten en un proyecto (y para nuestro proceso político un proyecto es sólo un instrumento, no el fin). Así se venden las necesidades a cualquier precio y a cualquier costo, porque el gobierno se aprovecha de la situación de sobrevivencia de la gente.

Hay que salir de confusiones y entender si lo que podemos hoy es sobrevivir en condiciones indignas o mantenernos en el reto difícil de una vida digna, en resistencia, solucionando los problemas estructurales del país.

El gobierno con sus paramilitares, su ejército, con los terratenientes que están junto al Estado, hoy nos arrebatan a sangre y fuego las tierras que conquistamos con luchas de muchos años. El gobierno se lava las manos diciendo que quienes desplazan son los insurgentes. Los mayores desplazamientos los produce el ejército en combinación con los paramilitares.

El campo se vacía lenta y silenciosamente. El terror se apodera. Y el gobierno legitima el terror, legitima el autoritarismo, legitima las fuerzas armadas para que pisoteen con mucha fuerza, legitima la fiscalía y la injusticia para que la impunidad sea legal.

Con esta estrategia violenta de despojo, hoy tenemos más de 3 millones de desplazados —85 por ciento niñas y mujeres, muchas de ellas viudas. Madres que tuvieron que salir con dolor, con duelo, a enfrentar en las ciudades a una sociedad a la que prepararon para estigmatizar a los desplazados como generadores de violencia y no como vitales en la construcción del país —campesinos, indígenas, comunidades negras, maestros y sindicalistas que han pagado una cuota altísima en este derramamiento de sangre.

Al desplazado lo vuelven un ser sin identidad, un mendigo que anda en la calle pidiendo limosna. Ése es un sector que es destruido. Frente a eso, nuestro discurso debe ser claro y radical, exigiendo condiciones políticas de retorno en sus tierras, con sus productos y su naturaleza. Para nuestro movimiento campesino la tierra es fundamental, pero si no hay vida para qué la tierra.

Si creemos que un desplazado o una desplazada salieron del campo porque algo debían, porque fueron colaboradores de la guerrilla, hoy del “terrorismo”, es muy difícil que peleen por la tierra. Pero si entendemos que los sacaron de ahí porque hay intereses con la tierra, nuestra forma de actuar es distinta. Mirando un mapa, los sitios de mayor desplazamiento y barbarie son los sitios donde hay megaproyectos.

Si a las comunidades llegaran a decirles, ustedes se van de aquí porque esa tierra se las vamos a quitar porque hay petróleo, porque hay recursos, mucha gente se organizaba y peleaba. Pero no fue así que sacaron a la gente y la despojaron de las tierras. Por eso me parece vital devolverle el nombre a las cosas.

La soberanía alimentaria también va pero si no está la vida primero y su defensa, hoy como bandera, no vamos a poder hacer nada si cuando consigamos la soberanía y la tierra ya no hay campesinos ni campesinas.

Construir lo propio en resistencia empieza por no retomar la palabra desarrollo. Eso no era la lógica de las comunidades. El desarrollo es algo enmarcado en el capitalismo. Tiene ritmos y tiempos que rompen con la lógica de armonía y equilibrio propio de nuestras comunidades. En éstas los ritmos y los tiempos tienen otra dimensión, otra dinámica. Es importante retomar el proceso que hemos construido las mujeres: dimensionar lo cotidiano como algo político. Lo político no es solamente lo que hacemos hacia fuera en las grandes movilizaciones: lo político está en lo que hacemos, en la transformación de lo personal, lo familiar y lo cotidiano. Gilma Benítez

Recuperar la subjetividad, el afecto, el cariño, el amor, la alegría, el baile, decimos. Pero resulta que todo eso no es posible si no tenemos las condiciones materiales que hagan posible esa voluntad, esa subjetividad, esa imaginación. Hay una serie de luchas que lo demuestran fehacientemente: la lucha por los territorios de los diferentes pueblos nuestros no es solamente por mantener la vinculación con la tierra.

Deberíamos estar conscientes de que hay condiciones materiales que nos merman la posibilidad de ser espirituales. El horror del que habla Gilma Benítez es que se eliminen, sistemáticamente, las condiciones materiales que le permiten a un pueblo ser pueblo. Ahora, mediante la eliminación física de las condiciones de la espiritualidad nos están cercando. Camila Montecinos

Qué modos, qué caminos no violentos, de desobediencia civil, tenemos para construir nuestras propias alternativas sin ser parte de los sistemas y los modos de producción, de vida, que nos imponen: está el trabajo, las semillas, los sistemas de intercambio paralelos. Hay que profundizar en la posibilidad real de desarrollar sistemas paralelos, alternativos reales. Henk Hobbelink

La comunidad es una forma de resistencia, pero también es la posibilidad real de construir alternativas frente al monstruo que nos ataca. Si el capitalismo ha manoseado todo, creo que aun en cosas que ya tocó, que están manoseadas, pervertidas, existe la capacidad de transformación y lucha contra ese capitalismo. Un ejemplo es la comunidad. La comunidad indígena no está exenta de manoseo. Desde la Colonia, por lo menos, fue profundamente reconfigurada por el poder, y sin embargo se ha ido rearmando a sí misma en la resistencia. La comunidad es la alternativa frente al capitalismo.

Una alternativa, ahora. No es pensar en una caída futura del capitalismo y en construir una sociedad nueva. Tenemos que ir pensando en este momento, alternativas efectivas, desde abajo. La comunidad es un espacio desde donde podemos avanzar con la esperanza como principio. Alguna vez Bloch dijo—la literatura marxista lo enterró en los sótanos— que la imaginación es la herramienta principal de la resistencia. La esperanza es el principio y la imaginación es la herramienta de la resistencia. Carlos González

El individualismo es un gran problema. Es el curso de la civilización occidental. El individualismo de su cultura acompaña el reduccionismo de la ciencia y tecnología. Entonces qué entendemos por autonomía. ¿Es el autogobierno ejercido por la comunidad? Porque en la ética del Norte, autonomía significa la autonomía del individuo y se piensa como bien supremo, algo que, por supuesto, es el mayor obstáculo para el pensamiento y la responsabilidad sociales.

Usamos el término capitalismo pero no el de corporación. La corporación no es legalmente una persona, pero sí obstruye los derechos personales.

La corporación juega un papel muy extraño en el capitalismo. Se dice que el individuo está contra el Estado. Pero las corporaciones pretenden ser contempladas como individuos, es decir, lo contrario al Estado. Eso crea confusión. En esa cultura, el Estado se convierte en el enemigo del individuo pero santifica derechos para proteger al individuo de las incursiones y la dominación del Estado. El manipulador tras este aparato es la corporación, que crea un escenario y usa al Estado y sus estructuras legales para su propio poder.

Las corporaciones aprovechan esto para impulsar una ideología que afirma que el fin de la economía, de toda la sociedad, es la ventaja y la ganancia personal, lo que reduce las relaciones a lo comercial, con la competencia que conlleva. Esto culmina en una sociedad totalmente atomizada en lo individual y cada quién busca su ganancia personal. Brewster Kneen

Lo comunitario, su resignificación, tiene que ver con contenidos profundos, permanentes. Pero es muy fácil idealizar lo comunitario. Es tentador también. Es casi un anestésico. Insistiría mucho en mantener un pensamiento crítico permanente.

Si por la presión enorme de distintos frentes sucumbimos ante la necesidad de rebelarnos, no vamos a tener la posibilidad de hacer mucho. Hay que tener la paciencia y la conciencia de trabajar de a poco. Eso también tiene que ser radical, y no excluye el pensamiento crítico y autocrítico de lo que pasa. Ese pensamiento y esa construcción permanentes impiden la pérdida de los contenidos de la resistencia. María Fernanda Vallejo

Qué es una comunidad. La mayor parte de la población mundial vive en ciudades, y una comunidad se piensa generalmente en términos campesinos o indígenas. Pero también en la ciudad hay comunidad, aunque sea diferente. Cuando era niño vivía en una comunidad urbana. Todos nos conocíamos, jugábamos en la calle, sabíamos todos los chismes de cada familia, qué pasaba, qué no pasaba. Nos prestábamos herramientas, cuidaba a los niños la familia de los otros. Eso fue cambiando por las condiciones urbanas, pero todavía existen esas condiciones en algunos barrios que siguen siendo barrios.

Montevideo tuvo años atrás cortes de luz justo a la hora de la televisión. Había escasez de energía. Eso permitió que la familia asumiera su rol de familia y que los barrios asumieran su rol de barrios. La comunidad no estaba para entretenernos o adormecernos. Empezábamos a conversar entre nosotros, a jugar cartas, a cosas viejas que hacía años no se hacían y se volvieron a hacer.

En términos más dramáticos está la experiencia de Buenos Aires. Gente que había vivido veinte años con un vecino del que no sabía el nombre y que a raíz de una crisis que cambió totalmente las condiciones, se organizaron asambleas, una cosa impensable en Buenos Aires. Impensable y ocurrió.

Un sistema que desaparece puede significar —co­mo cosa positiva— la recreación de las condiciones que hacen posible una comunidad en el medio urbano. Creo que desde ya podemos empezar a crear las condiciones para hacerlo posible.

A partir de una crisis ha surgido en el medio urbano de Buenos Aires la necesidad de siembras orgánicas, no por cuestión ecológica o ambientalista, sino simplemente por hambre, por comida, como salida de sustento propio. Ahí hay un germen de soberanía alimentaria posible, viable, y que requiere apoyos. Esas experiencias existen y podríamos potenciarlas para crear condiciones que nos permitan decir: esto no es utópico, es posible y ya ocurre. El capitalismo no es imprescindible. Ricardo Carrere

Pienso que las comunidades no se improvisan. Me pregunto por qué se dice comunidad de esto o aquello. Tal vez, como decían los griegos, la comunidad no es posesiva. Es difusiva. Tal vez por eso se inventaron las redes, y dan fuerza.

En la izquierda de los setenta, algunos decían que la base de la relación política tenía que ser la desconfianza porque las condiciones eran tan peligrosas que confiar en otros era poner en peligro nuestra propia vida. Ahora, con el millón de “sapos” de los que hablaba Gilma Benítez que hay en Colombia, tal vez hay condiciones parecidas. Pero insistiría que la comunidad es difusiva, es de confianza.

Me parece que arribamos a la parábola de la comunidad. En la comunidad indígena hay borrachos irreversibles y la gente los tolera, son libres de morirse, pero al borracho no lo confunden con un líder político. Y la gente es lo que es. Cada quien tiene su individualidad pero se siente débil. La comunidad completa un poco. Los otomíes se dicen: somos podridos. Cada uno está podrido pero con todos hace comunidad. No se necesita una terapia de autoestima, lo que se ocupa es su propio reconocimiento en la verdad.

El problema viene cuando alguien en la comunidad decide hacerse rico o aceptar la oportunidad de hacerse rico. Entonces sale de la comunidad. O cuando acepta un poder individual, y se pone al servicio de otro cayendo en un engaño irremisible. Ahí esta el quiebre.

Sí es importante reafirmar la comunidad en el sentido amplio y sin mitificaciones, porque desde allí es donde podemos decir que no podemos hacer nada o que podemos hacerlo todo. Alfredo Zepeda

Nosotros somos una comunidad. Y tenemos nuestras propias autoridades tradicionales, que se encargan de aconsejar a la gente. Nosotros somos los que entendemos mejor porque somos quienes lo vivimos, quienes reclamamos lo que queremos y nos encargamos de nuestra vida. Aunque estemos abajo en las comunidades nos damos cuenta de lo que pasa en el mundo.

Queremos que nos respeten. Hasta ahí. No queremos puestos que nos den. No queremos dinero. No necesitamos de tantos proyectos transnacionales, no necesitamos que nos den programas de gobierno que ni siquiera solicitamos. Tenemos nuestros propios curanderos, son médicos tradicionales, y los reconocemos aunque el gobierno no los reconoce.

La política que se maneja arriba a nosotros no nos interesa. Muchos políticos indígenas se venden a los partidos políticos, porque no saben lo que pasa en la comunidad.

Salen a estudiar a la ciudad, se hacen licenciados o abogados y toman puestos que según son indígenas, aunque realmente no saben lo que es la comunidad y cómo está la organización.

No necesitamos partidos aunque en los municipios entren. La gente que está con ellos es que ya no sabe trabajar en el campo, de allí es donde ganan, nada más. Si nosotros en el campo trabajamos es porque sabemos cómo mantenernos. Aunque el gobierno diga que estamos muy desnutridos, que no sabemos, cuando andan en su campaña lo que les importa es qué tantos votos les damos. Se ponen muy arriba pero a la mera hora nos piden.

Hagamos unión entre nosotros. Pedimos que la sociedad civil se encargue de informarnos de lo que pasa en el mundo, no más. Que todos nos demos cuenta lo que cada país hace o no hace por su gente. Saber cómo se organizan los indígenas en otros países nos sirve mucho como comunidades.

Aquí en México nosotros sabemos cómo estamos viviendo. Antes no estábamos organizados. Cada comunidad o cada pueblo indígena hacía lo que quería o podía hacer, pero con el Congreso Nacional Indígena estamos más organizados, más al contacto de lo que pasa.

Los huicholes de Jalisco no estamos al lado del gobierno. Nosotros, con nuestra autonomía, ahí estamos y seguiremos con nuestras propias autoridades y asambleas, aunque haya reformas de leyes o más programas de gobierno, porque a nosotros eso no nos conviene. Lo que queremos es que se nos respete. Y seguiremos con nuestra autonomía. Eutimio Díaz

Negamos implícitamente las formas de gobierno indígena, o autogestionario,la asamblea comunitaria, al decir democracia y suponer la democracia representativa.

Hay que repensar los conceptos con los que analizamos la realidad. Se ha hablado del tránsito de los conceptos a los principios. Hoy no podemos plan­tear­nos el riesgo de asumir los principios como discurso antes que como práctica.

Hay también que suscribir la visión de los indios como sujetos políticos y jurídicos frente a los individuos —también como sujetos políticos y jurídicos. No está de más insistir en el asunto de los sujetos. Una de las claves es que somos sujetos en la medida en que logramos contravenir los criterios y modalidades que los dominantes o el discurso dominante imponen. Ser sujetos no significa estar sujetos. Magda Gómez

El punto de encuentro de varios pueblos indígenas de México es el espacio que conocemos como Congreso Nacional Indígena. Ahí hemos buscado que no haya una representación de una persona o dos, sino que sea la gente de las comunidades de los diferentes pueblos quienes representen a sus comunidades. Desde que el gobierno pasó una ley contraria, una ley que no recoge lo esencial que fue consenso al interior de las comunidades, y se ve amenazada su existencia como comunidades y pueblos indígenas, se tomó la decisión de tomar en nuestras manos el rumbo propio. Dentro del cni se acordó que los pueblos indígenas han existido con ley o sin ley y que no es necesaria una ley para que puedan caminar juntos.

Vimos juntos cómo íbamos a tomar el rumbo de nuestras comunidades, a practicar en concreto los Acuerdos de San Andrés, que tomamos como referencia, y a hacer la autonomía en los hechos.

Este proceso de reconstitución cuesta mucho trabajo. Que nos juntemos y pensemos juntos ya es un gran logro del cni, porque hay luchas, pero están aisladas y los esfuerzos cada quien los hace de manera oportuna, pero estamos pensando caminar a nivel más amplio, juntos. María de Jesús Patricio

¿Un espacio de diálogo libre?: el cni. Ahí no nos juzgamos con los ojos del opresor sino que realmente es un espacio de reflexión y, al menos en la Región Centro-Pacífico, se discute con pensamiento propio, se hace presencia, y se ejerce solidaridad. Nos juzgamos con base en los resultados, y la solidaridad que se manifiesta en esa experiencia se va volviendo muy profunda y se asoma a los ojos de quien la vive y la comparte. José Godoy

Hay indicios del avance de lo comunitario como señal de reconstrucción, de insubordinación, en todos lados. No son sólo las comunidades indígenas en su localidad. Hay en la ciudad, en el barrio. Es algo todavía más complejo que sólo la localidad. Quienes viven en comunidad saben que es primero en la familia y después en la relación entre familias, y luego en la localidad y fuera, en la vecindad de localidades y regiones. Qué vincula a todas, de lo local a lo global. Cómo transitamos de unas a otras.

La forma elemental de la comunidad es el individuo. El individuo es quien es comunitario. El desa­fío es hacer comunidad en lo rural, en lo urbano y en todo ámbito, en los despojos que escupe por todos lados el capitalismo. Otro desafío es reconciliar al individuo con la comunidad, a la comunidad con el individuo. Si la historia produjo la comunidad y después al individuo, no podemos hacer de lado ninguno. Ya hemos vivido muchas eras y proyectos donde la comunidad es todo y el individuo no es nada y nadie quiere esto, por eso se disuelven las comunidades. Hemos vivido muchas épocas en que el individuo lo es todo y la comunidad no es nada.

Pero la comunidad tiene un lado oscuro: el capital, el dinero en proceso de producción de más dinero (el dinero es lo social), es la comunidad (podríamos decir) vuelta metal y colocada en el bolsillo. Eso es el dinero. El capital no es una entelequia que esta allá afuera. Todos estamos produciendo capital, todos somos el capital, todos lo estamos creando en tanto que nos atomizamos. Andrés Barreda

La clave de todo está en la comunidad. Hay que entender cómo se relaciona la comunidad, y ese nivel local que conlleva, con lo global. Vemos el asunto de las corporaciones y el sistema financiero que tenemos, los poderes imperiales, y nos damos cuenta que esto se encamina en la dirección incorrecta, pero influye en todas las pequeñas comunidades de todo el mundo. Cómo entonces podemos impulsar —en estas comunidades— la diversidad, la autonomía.

Cómo hallamos formas de regular, controlar, frenar estas fuerzas globales —digamos que de manera global. No es fácil escapar de las compañías. Ten­dría­mos que contar con un régimen diferente. Esto es sin duda muy problemático pero le tenemos que hallar una salida. ¿Y dónde encaja el Estado en todo esto? Por supuesto en medio. Niklas Hällström

No solamente hay muchas versiones, niveles y dimensiones de la comunidad, las comunidades, lo comunitario. Hoy la globalidad nos impone distintas identidades y distintas comunidades. Queramos o no, formamos parte de varias —o al menos distintos colectivos. Se nos imponen de tal modo que no tenemos oportunidad de decidir si queremos formar parte de ellas o no. O cómo queremos ser parte. Debemos comenzar a aceptarlo.

La tragedia de millones y millones de personas es tener que migrar de toda América Latina. Esas personas todavía pertenecen a la comunidad de donde salieron por distintos vínculos que tienen, y de repente se ven incorporadas a la fuerza a otra comunidad y adquieren, quieran o no, otra identidad: asalariados, o peor, asalariados explotados, maltratados, desarraigados.

Cómo ligar lo local con lo global: no sé si tengo una respuesta. Mi tendencia así intuitiva sería decir: nada por lo global. Pero claramente es una respuesta que tampoco nos da soluciones. Cuando nos de­sarraigan (o nos obligan a tomar otras identidades y a formar parte de otras comunidades), a lo mejor podríamos ver si tenemos otra comunidad u otros co­lectivos donde podamos convertirnos en comunidad.

Me parece importante remirar el concepto de clase. Nuestra pertenencia a una clase social no nos define totalmente. Eso lo aprendimos toda una década: la definición de una clase social no define ni identifica totalmente a una persona, ni la mueve.

Pero cuando una persona sale de su comunidad y se va a trabajar a una maquila en México o Estados Unidos, o se va a trabajar a un lugar donde se produce fruta, en Chile, o a una plantación en otros países, esa persona pasa a ser parte de una comunidad explotada que proviene de distintos lugares. Si reconoces esa colectividad ahí, eso que es un lugar de explotación puede convertirse en un lugar de construcción. Pero tenemos que entender cómo transitar de lo local a lo global. Reconocer que cada uno de no­so­tros se mueve en distintas identidades y comunidades que puede convertir en fuerza de movilización. Reconocernos como trabajadores, como asalariados y convertir eso en una comunidad también. Con ese punto de vista hay que remirar el concepto de clase y ver qué podemos sacar de bueno. Estoy diciendo que volvamos a la comprensión tradicional que en algún momento hubo de lo que era una clase social. Camila Montecinos

Si reducimos la resistencia a la lucha de clases estamos olvidando otra vez la identidad y ésta es necesaria para la correlación de fuerzas pero también para entrar en relación con los otros. Quedamos envueltos en la hegemonía de una sociedad occidental —el idioma, la ideología, la ciencia que está envolviendo todo—, pero existen todavía vigentes otras formas de hacer vida, de hacer gobierno, de hacer medicina, de hacer cultura. Álvaro Salgado

Esta discusión de la comunidad a mí me tiene un poco atravesada por cómo hoy se identifican diversos movimientos y acciones de “comunidades”. Tengo confusión entre comunidades originarias, comunidades indígenas, campesinas, y las “comunidades” tipo presidente Uribe o la Comunidad Económica Europea. Todo pasa a ser comunidad y de verdad tenemos una gran confusión.

No se olvide que dejamos de ser masa, ya no somos pueblo, somos “sociedad civil”, y nos perdimos en ella. Pero me rebelo ante la sociedad civil. Busco nuestra identidad perdida en todos estos conceptos sin contenido y que en el fondo tratan de desaparecernos, omitirnos y negarnos. Francisca Rodríguez

Las luchas sociales deben reivindicar la idea del territorio. Hablar de cultura material y espiritual implica el territorio, la territorialidad indígena y campesina. Sistemáticamente, desde la época de la Colonia, se fue eliminado el concepto de que los campesinos tienen una cultura ligada a un territorio.

Se considera a los campesinos más como trabajadores del campo o co­mo dueños de parcelas in­dividuales sin la idea de un territorio, y eso tiene una gran actualidad con el asunto de la migración y el desplazamiento en Colombia. Se alega que es diferente cuando se desplaza una comunidad indígena que tiene una apropiación territorial muy fuerte, ligada a la cultura, a cuando se desplaza alguna comunidad campesina donde hay mucha debilidad en la apropiación cultural-territorial. Germán Vélez

Toda lucha por la calidad de la vida es una lucha territorial. La lucha en las ciudades por la calidad del aire, del agua, del alimento, de la vivienda, es una lucha territorial.

México, este monstruo, es una ciudad autoconstruida por la gente. No se la construyó nadie. Hubo experiencias comunitarias de autoconstrucción. Es tan profunda y tan resistente la raíz comunitaria en México, en Lima, en Quito o en la Paz, que los mundos mesoamericano y andino tienen la fuerza de colarse en las ciudades, y entonces hay experiencias de gestión de territorios. Pero hay otras formas de lucha territorial. Las tenemos en todos lados. Es cosa de saberlo reconocer y profundizar. Algunas organizaciones barriales se encierran en acciones que no necesariamente alimentan acciones comunitarias. Es decir, hay acciones conjuntas que progresivamente cancelan la acción de lo comunitario, hay acciones que se abren a más acciones de lo comunitario.

El referente que tenemos todos es la comunidad y creo que se está imponiendo con la lógica de las luchas. Avanza más hacia donde originalmente se había formulado. En el siglo xix los movimientos obreros, los movimientos contestatarios, cuando hablaban de comunidad no invocaban un deber ser, describían un ser. Era muy vivo en las experiencias de todas las izquierdas que había. Estamos recuperando el hecho de que la comunidad es nuestra experiencia y nuestro referente. Andrés Barreda

Los pueblos debemos ser autónomos. Ya no debemos pedirle nada a los gobiernos. Para eso tenemos tierras que nos dan el alimento. Ya con tierra, con que llueva. El problema es vivir tranquilos.

La unificación es vital para defender lo nuestro, pero a todos los pueblos los han desbaratado con dinero, con cada funcionario corrupto que les dice, cállense la boca ai’ les va un dinero. Muchas representaciones agrarias se vendían e hicieron pedazos a los indígenas vendiendo los bienes comunales que tenían.

Tenemos muchas necesidades, pero el pueblo, las comunidades, deben organizarse de fe, de valor. Lo primero es unirse todos los pueblos y de la unión buscar la economía, propia. La autonomía que necesitamos puede conseguirse. Cuánta gente hace la lucha por dondequiera, pero llega la compañía transnacional y nos ofrece carretadas de dinero —ahí está el detalle. Los líderes se venden y ése es el mal. Negarnos a eso que nos exige el poder es lo principal para conseguir la autonomía que estamos pe­lean­do. Pedro de Haro

Hoy sembrar maíz nativo es un asunto político, una acción directa contra el modelo neoliberal que intenta destruirnos. La defensa del maíz debe ser en nuestras comunidades. Tal vez poca gente la note porque no será estridente, pero es seguro que será contundente, si habemos quienes estemos dispuestos a ser guardianes del maíz. Aldo González

Es importantísimo que los campesinos sigan con la práctica de la siembra del maíz y que se cuide el maíz originario aunque nosotros no necesariamente lo sembremos y no somos quienes lo hemos cuidado a través de los siglos, pero sí somos —junto con ellos— defensores de este maíz (y estamos dispuestos a serlo). Su fortaleza de sembrarlo cada año es la fortaleza que también nosotros necesitamos de ellos: que lo sigan haciendo, que lo sigan cuidando. Entonces nos hacemos comunidad, tenemos en común, y se va formando una comunidad de comunidades. De esta manera podríamos ir pensando en el poder de la comunidad sobre lo global. Carlos Chávez

Poner en el centro la comunidad es un gran avance. Otro avance es que las comunidades asumen muchas formas, múltiples dimensiones. Me resulta terriblemente esclarecedor que, quizás producto de la globalización, hoy nos vemos obligados a pertenecer a múltiples comunidades. De repente somos parte de una, de repente somos parte de otra. Ése es un aprendizaje importante. En realidad están apareciendo nuevamente, posiblemente producto de la globalización, comunidades fuertemente desterritorializadas.

Hay comunidades que para continuar existiendo, viviendo y evolucionando necesitan territorio, y una de sus luchas fundamentales es mantenerlo y pelearlo. Pero cómo construimos comunidades desterritorializadas. Ya que reconocimos que las comunidades son múltiples y multidimensionales, tal vez en lugar de decir “solamente tenemos comunidad si tenemos territorio” a lo mejor debiéramos darle la vuelta y pensar cómo construir comunidades sin territorio, lo que no significa que aquellas comunidades que sí requieren un territorio para continuar existiendo, viviendo y evolucionando, para tener sentido, dejen de pelear por él. Camila Montecinos

Es vital resaltar la multiplicidad de comunidades sin territorio y la pertenencia a diferentes co­mu­ni­dades, fortalecer esa comunidad de comunidades de la que hablamos, pero igualmente vital es comprender, sin restarle peso a lo anterior, que es inescapable defender a aquellas comunidades que viven a flor de tierra, que cuentan o pugnan por su propio territorio y que hoy en día no le piden permiso a nadie para ser, pues cultivan su propio alimento, encarnan en sí mismas la idea de la autonomía y la resistencia y alimentan al resto de la humanidad. Ramón Vera Herrera

Hay que mantener la posibilidad de reinstituir el espíritu de lo que queríamos. Tal vez hay que cambiar lo que fue absorbido de algún modo. Así el término comunidad. Si la comunidad está aislada, sea cual sea —el barrio, la comunidad indígena, o la que sea—, ocurre lo mismo que con el Estado y el individuo. Ahora las comunidades y lo global se relacionan sin un control real, y algunas cumplen la misma función de los individuos solos. El momento es muy fuerte. Una estrategia es la articulación: se habla de Oilwatch, de Vía Campesina, del cni. Quizá hay articulaciones que sirven como comunidad de comunidades.

El tema de las leyes es realmente problemático. Se usa la legalidad reabsorbiendo los conceptos contra nosotros mismos, contra lo que queríamos al principio.

Deberíamos tender a pensar en cosas permanentemente instituyentes. En esas comunidades o en la complejidad de comunidades hay que ver cuál es la norma de respeto pero que siempre la podamos revocar o rehacerla juntos. Un ejemplo son los derechos de los agricultores. Éste es un proceso que tomó veinte o veinticinco años en Naciones Unidas. La Carta de Derechos de los Agricultores muchos la hemos usado como defensa, pero al mismo tiempo significó que pareciera que los agricultores son conservadores de semillas cuando son seres humanos que viven, crean, hacen de todo. No son semilleros, lo de las semillas es nomás una parte muy importante, pero sólo una parte. No creo que los campesinos piensen que su función fundamental es conservar semillas. La idea estaba bien pero apenas la entregamos al poder se pervirtió, entonces hay que volver para atrás. Y siempre volver a retomarla. Además, hay mecanismos de intervención global, simultánea, y son devastadores. Por eso hay que estar alerta. Silvia Ribeiro

Enfrentar esta política que se mete en nuestras comunidades, en nuestras casas, en nuestras familias, en lo local, lo regional, nacional y global, implica ubicar un equilibrio. Si nos quedamos solamente en la lucha focalizada en la comunidad suelta y aislada, la lucha no tiene la dimensión y el impacto que necesita. Las acciones allá globales sueltas, frente a la omc, tampoco van a tenerlo.

Hoy en nuestro país es estratégico, es fundamental, sentir en la acción que juntas el miedo no nos come, que juntas podemos romperlo, que podemos ser más poderosas que el miedo y el terror. Es importante entonces tener en cuenta la combinación de los diferentes niveles de lucha y movilización. Son muchas las estrategias. La movilización y la resistencia finalmente le devuelven la vida a la gente, le devuelven la capacidad, las posibilidades, la razón.

Cómo fortalecemos las dinámicas local, nacional, internacional, continental y global. A Monsanto tenemos que sacarla de todos los países, de todas las comunidades. Si solamente la sacan de aquí pues igual, dirán, me sacan de aquí pero voy allá. Si la sacamos de todas partes del mundo no sólo van a ganar las comunidades de México o Colombia: vamos a ganar todas las comunidades del mundo que hoy nos sentimos agredidas por Monsanto. Gilma Benítez

Se cree que en la globalización no estamos incluidos. Y sí estamos. Las comunidades también tienen una ideal de lo global. Los mixtecos no se piensan mixtecos sólo internamente. Tienen una idea más allá.

Me imagino el mundo como un queso gruyere. Precisamente esos puntitos que tiene somos los que resistimos. Sea que estemos o no en comunidades. Estamos en todas partes. Ése problema de la globalización es un problema de ellos, no de nosotros. Deberíamos buscar que los agujeritos se junten y se hagan más grandes. Pensemos otro tipo de globalización. Pero lo urgente es modificar el tipo de relaciones que tenemos. Francisco López Bárcenas

El poder, los Estados actúan con sus reglas y se organizan, se ponen de acuerdo y autorizan a transnacionales sin nacionalidad que se muevan impunemente por todos lados. Nos golpean en la medida en que hay un suprapoder por encima de los pueblos que define sus reglas e intenta imponerlas al conjunto de la gente en todos los países. Esto nos lleva a plantear una comunidad de comunidades, a la necesidad de definir una suerte de agenda de esa comunidad de comunidades —que no necesariamente incluya la totalidad de la agenda propia de cada comunidad ni la sustituya. Es necesario que incluya aquellos puntos que a cada comunidad la unen en esta red-comunidad de comunidades. Magda Gómez

 

El capitalismo cae y después qué: las comunidades de todo tipo juegan un papel en esa caída, pero también tienen que jugar un papel en cómo sustituirlo. Hoy no tenemos la certeza que teníamos en los sesenta. Afortunadamente ahora todavía tenemos grandes dudas sobre qué tipo de sociedad queremos. En parte debido a los fracasos en los experimentos de organización social.

Lo que importa hoy son los procesos hacia la construcción de algo: cómo vamos creando comunidades en el campo y en la ciudad —en lo local, nacional y global—, que se vayan edificando en torno a principios de democracia de verdad, justicia e igualdad real, y no la democracia formal que tenemos hoy. Ricardo Carrere

La historia nos muestra que las luchas, avances, conquistas, derechos, son luego convertidos en la negación de lo que inicialmente se planteó. ¿Será ése nuestro destino y entonces cerramos los ojos al futuro y nos dedicamos a vivir nuestro pequeño instante de felicidad local aislada con su autonomía y su resistencia, pero que luego acabará como parte de las fuerzas que alimentaron algo que no habíamos querido hacer?

En el caso de Bolivia estamos en un momento excepcional: los indios han cercado ciudades, obligando a las élites a irse del país. Este comunitarismo muy fuerte, del campo, ha avanzado a las urbes en los barrios, ha tumbado un gobierno, ha obligado a la renuncia de otro, tiene cercada la parte silente. Es un momento muy fuerte del indianismo en Bolivia, y no sería raro que de acá a un par de años tuviéramos el primer gobierno indio de América Latina.

¿Será suficiente eso, habrá contribuido a superar las estructuras de dominación colonial y dominación capitalista y de imposición?, ¿cómo se enfrentará ese gobierno de indios en Bolivia con las transnacionales, con el capitalismo de la globalización?, ¿será suficiente, tendrá la fuerza, quedará ahogado?, ¿serán estos indios insurgentes los nuevos Lulas del Cono Sur? La comunidad es también una potencia de la socialidad que niega a la comunidad.

¿Cómo escapar de esta trampa? Cómo, a partir de localidades fragmentadas, heredadas, reinventadas, logran construir una civilización, una socialidad capaz de sustituir los principios de orden que han dirigido la sociedad contemporánea.

¿Es posible tener una ambición general de comunidad, y a partir de rendijas, de esfuerzos fragmentados y locales construir una socialidad total, una civilización constitutiva?, o nos contentamos con replegarnos para no embarrarnos tanto y atrincherarnos en lugares, en segmentos, en espacios, en pequeñas cuevas, en pequeñas rendijas donde no nos toque brutalmente el capitalismo. Álvaro García

No es suficiente llegar al poder o al gobierno. Qué pasó en Brasil. ¿Fueron los principios que en realidad no existían tanto o nos usaron?, ¿fuimos usados por el sistema para tener elecciones que en realidad no son verdaderas para el cambio que quería­mos nosotros?

Algo muy positivo es que se cayó la máscara. Si no logramos, realmente, una sociedad, unas comunidades, fuertes, y movimientos sociales muy activos, el cambio no va a venir. María José Guazzelli

Las luchas se globalizan. Hoy las comunidades indígenas tienen una agenda global como nunca antes y empiezan a conocerse comunidades que pertenecen a un mismo pueblo, a una misma región y que habían estado totalmente aisladas, separadas, confrontadas.

Tales comunidades no proponen apelar al pasado. Eso no significa olvido. Las comunidades que han confluido en el cni, las comunidades base del zapatismo, no proponen recrear la comunidad antigua. Intentan construir, moldear nuevos espacios, reconstituirse mediante autonomía y autogobierno. Con estos dos conceptos en el centro, se insertan en un proceso de liberación. Carlos González

La experiencia ecuatoriana es una lección de lo que no hay que hacer y de lo que es necesario que pase para hacer mejor las cosas. Nuestros compañeros dijeron: a ver, sentémonos un ratito en la silla del poder a ver qué pasa, a ver si aprendemos a sabiendas de que hace daño. Finalmente, salieron medio corriendo de ahí. Les dio una descarga eléctrica. No les funcionó, pero se sentaron. Les picó la cosa de sentarse a ver qué se siente. María Fernanda Vallejo

Hay una capacidad represiva, una capacidad destructora en algunas fuentes de financiamiento en la medida que crean dependencia, división, e imponen agenda. El financiamiento es una fuente de represión y de coacción muy fuerte. El mensaje de Aldo González es muy fuerte: se debería gritar: no es papel de las ong o de las osc negociar con los gobiernos ni en nombre propio ni en nombre ajeno. Esto no solamente le haría bien a los movimientos sociales; también le haría bien a las ong y a las osc. Hoy día los aspectos más represivos y más dañinos del neoliberalismo los van a instrumentar de manera violenta a través de algunas ong.

Es algo que tenemos que empezar a conversar de manera sumamente clara, con nombres y apellidos, aunque cuando comencemos a hacerlo nos cause problemas bastante serios.

Sigue ahí la cuestión del Estado y el poder. Es algo tan obvio que pareciera que no se alcanza a decir. Cada vez más, los Estados son rebasados. El capitalismo va cada vez más hacia allá. Más agresivamente. El único poder que se le está dejando al Estado es el poder represivo. Cada vez menos el poder económico. Nuestros países, justamente, son Estados donde el poder económico salió totalmente de sus manos. Nunca lo tuvieron centralmente, pero algo tenían. No tienen la capacidad administrativa porque se tiene que administrar lo que el capital les dice —cómo y qué administrar. Ni siquiera tienen el poder legislativo porque tienen que legislar como correa de transmisión de lo que el capital necesita. Repito: el único poder que va quedando en manos del Estado es el poder represivo. ¿Nos queremos hacer cargo de un poder represivo? Ésa es la tragedia de Ecuador. Camila Montecinos

La destrucción, la privatización, la apropiación de todo lo que es la base de nuestro sustento ha llegado a una escala tan grande que nos quedamos sin la tierra. Esto empezó hace unos 12 años. Ahora, sin la biodiversidad, sin las semillas, sin el agua, se aten­ta directamente contra la posibilidad de sustento de las comunidades y de toda la humanidad. El tejido que estamos haciendo requiere que iniciemos acciones frente a este gran poder. No sólo desde lo local. Tenemos que indagar cómo nos articulamos y cómo enfrentamos lo global desde otra formas de concebir la articulación, desde otras formas de concebir el poder. Desenmascarar a todos los que, supuestamente de este lado, quieren hacer negocio.

Quienes tenemos un firme compromiso con la vida debemos buscar cómo seguir tejiendo entre todos y cómo pensar que la acción no es sólo local. Debe haber una resistencia en lo local pero hay mucho por articular en todos los niveles.

No somos pocos —el descontento es de miles de millones en este momento en el mundo— pero es cierto que hay muchos que sienten el descontento pero todavía no tienen la conciencia crítica, la visión de lo que ocurre.

El desafío es comunicar, informar, llegar a más personas. En la medida en que seamos muchas más las personas que tengamos conciencia se podrá provocar que esto realmente gire y deje de ser un camino de destrucción.

Estoy convencido de que la lucha no violenta es un camino. La lucha no violenta no es pacifismo, no es quedarse quieto. La lucha no violenta es resistencia, es desobediencia civil, es decir no y plantarse en el no, es ocupar tierras y es todo aquello que los pueblos sienten por la necesidad de preservar sus medios de subsistencia. Ésa es la mayor violencia: quitarnos las posibilidades de subsistir. Al resistir a eso, al decir no, nos tacharán de subversivos. Pero ése tiene que ser el camino para lograr que en el centro estén los pueblos, esté la comunidad. Carlos Vicente

Vivimos en un mundo donde la comprensión de los datos es tan dura, la velocidad aumenta tanto, que no existe pasado ni futuro. Sólo existe presente, y a un ritmo vertiginoso de cantidad de datos y de cosas. Esto provoca que uno quede paralizado en medio de la velocidad. Porque es demasiado.

Entonces me acuerdo que hay tantos tiempos, tiempos que vivimos diferentes, tiempos que ni siquiera son lineales. Hay tiempos de profundidad, tiempos para sentir, para pensar. No es que esté pensando en los próximos 3 mil años: es que siempre estuvieron ahí los próximos 3 mil años y los anteriores también.

Tenemos la comunidad, pero la comunidad son tantas cosas y hay tantas comunidades. No es sólo una comunidad de comunidades, es un flujo, de todas esas relaciones.

Está también el problema del poder. Qué es el poder, a dónde va. Lo importante es que logremos una conversación abierta —mas que una vinculación orgánica, o una red. Como un caracol, enredando y desenredando para que la gente vea cómo nos vinculamos, cómo le seguimos. Tenemos algo en común además de todas las diversidades, las sensibilidades distintas, las situaciones que si urbanos, que si ciudadanos, que si caracoles y tiempos. En la velocidad vertiginosa en la que vivimos algunos somos los “teloneros”, los que “talachan”, los que “laburan”, los que hacen “minga” para que haya función. Silvia Ribeiro

Andrés Barreda es director del Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular (Casifop), con sede en México. Es parte de la red Oilwatch.

Gilma Benítez, integrante de la Asociación Nacional de Usuarios del Campo-Unidad y Reconstrucción/Vía Campesina en Colombia.

Ángel Bonilla es investigador, asesor de diversos proyectos autogestionarios en el campo ecuatoriano.

Ricardo Carrere es miembro del Movimiento Mundial de Bosques Tropicales, con sede en Uruguay.

Carlos Chávez es presidente de AJAGI, ac, en Jalisco, México.

Eutimio Díaz es comunero wixárika de la comunidad de Huat+a, en Jalisco, México.

Álvaro García fue activista en la lucha boliviana del agua y ahora es vicepresidente de Bolivia.

José Godoy es parte del equipo de Coa, ac, Jalisco, México.

Magda Gómez es abogada especialista en derechos indígenas e investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional, con sede en México.

Aldo González, zapoteco, es comisariado de Bienes Comunales de Guelatao de Juárez, Oaxaca, México.

Carlos González es asesor de la Región Centro Pacífico del Congreso Nacional Indígena, en México.

María José Guazzelli es directora del Centro Ecológico Ipé, del sur de Brasil.

Niklas Hällström es director asociado de la Fundación Dag Hammarskjöld, de Suecia, uno de los patrocinadores de El Telón de Fondo.

Pedro de Haro fue uno de los sabios del pueblo wixárika, y uno de los que recuperaron en los años cincuenta gran parte de los territorios de los wixaritari de Huat+a, en Jalisco, México. Murió dos años después del Telón de fondo.

Luis Hernández Navarro es coordinador de Opinión del periódico La Jornada.

Henk Hobbelink es coordinador de GRAIN.

Brewster Kneen es editor de la revista mensual de análisis sobre sistemas alimentarios Ram’s Horn y autor del famoso libro El gigante invisible: Cargill y sus estrategias transnacionales.

Francisco López Bárcenas es abogado mixteco y brinda asesoría a varias comunidades mixtecas y triquis de Oaxaca, México.

Esperanza Martínez es investigadora de Acción Ecológica y parte de la red mundial Oilwatch, en Ecuador.

Camila Montecinos es integrante de grain y es parte del equipo del Centro de Educación y Tecnología-Sur en Temuco, Chile.

María de Jesús Patricio pertenece a la Organización de Médicos Tradicionales de Tuxpan, Jalisco e integrante del Congreso Nacional Indígena en México.

Ana Alicia Peña es investigadora de la facultad de Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.

Francisca Rodríquez forma parte de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, y coordina la Campaña de Semillas de Vía Campesina en Chile.

Silvia Rodríguez, académica en Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional de Costa Rica.

Álvaro Salgado vincula a las comunidades indígenas de México desde el Centro Nacional de Misiones Indígenas.

María Fernanda Vallejo trabaja con la Fundación Heifer en proyectos de base en el Altiplano ecuatoriano.

Germán Vélez es integrante del Grupo Semillas, de Colombia

Carlos Vicente es parte del equipo de grain y editor del sitio Biodiversidad en América Latina, con sede en Argentina.

Alfredo Zepeda es parte del equipo del Comité de Derechos Humanos de la Sierra Norte de Veracruz y de la radio comunitaria Radio Huayacocotla, La voz de los campesinos, que da servicio a las comunidades nahuas, tepehuas y otomíes de esa región mexicana.

Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas

Comentarios

17/06/2010
busqueda , por virginia
que es balance de fuerza en una comunidad