El “Vivir Bien” y la alimentación desde el sentimiento de Unidad

Aportes para la construcción de un nuevo-viejo modelo de existencia del alimento.

Por: Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos

 

La cancillería del gobierno ha elaborado una propuesta de “vivir bien” basada en lo que los pueblos ancestrales del Abya Yala ofrecen ante la crisis de vida y desastre ambiental que el modelo de desarrollo occidental está causando [1]. El texto elaborado por la cancillería: “Vivir Bien como respuesta a la Crisis Global [2] invitó a reflexionar sobre el tema y hacer el esfuerzo de trabajar una propuesta alternativa al capitalismo desde la cultura indígena. Aquí tropezamos con un primer bache, pues lo indígena no está claramente delimitado en términos conceptuales. ¿Qué es lo indígena? ¿Quién es indígena? Es difícil responder, en tanto el mestizaje con lo no indígena, a nivel cultural y genético, imposibilita hacer separaciones. Como dice Mazorco (2011):

 

… el discurso indígena es portador del bagaje colonial, neocolonial y recolonial que impone una convivencia difusa de códigos originarios con los propios de la civilización occidental, tal que coexisten sin demarcar territorios, entretejidos y superpuestos, volviendo difícil identificar cuánto de la denominada cosmovisión ancestral está formateada por categorías eurocéntricas [3].

 

Realizar esta dicotomía (indígena-blanco) es especialidad precisamente de la filosofía occidental que parte de una primera separación sustancial: la escisión ser-realidad que posibilita separar la mente del cuerpo, el espíritu de la materia, el sujeto del objeto y así sucesivamente.

 

Vale la pena, entonces, tener cautela con los códigos y conceptos que se manejan en el marco de la propuesta del “vivir bien” para no refuncionalizar el sistema que se propone cambiar, tal como sucede con el discurso de interculturalidad que no ha hecho más que proponer el respeto a las identidades diferentes, cuando éstas ya han sido trasminadas, en su gran mayoría, por los valores de la filosofía occidental. El discurso intercultural ha llamado a limar las asperezas que el discurso de la colonialidad del poder representa para el sistema vigente, y pasar, directamente, a respetar las diferencias mediante el diálogo en el ámbito cultural, sin haber superado las asimetrías sociales, económicas, educacionales y civilizacionales que caracterizan al mundo actual en el que la civilización occidental continúa siendo la dominante.

 

Por este motivo, en el transcurso de este artículo proponemos reflexionar acerca de los códigos generales que propone el “vivir bien” sin olvidar que el lenguaje que utilizamos es producto de la colonialidad del poder que vivimos desde hace cientos de años.

 

En cuanto a la superación del etnocentrismo

 

Vale la pena, entonces, negarse a aceptar cualquier tipo de etnocentrismo que haga de un paradigma un medio propio de un grupo de personas, sean estos indígenas o no, para colonizar a otro, tal cual sucede desde la colonia. Y el devenir del planteamiento del “Vivir Bien como respuesta a la Crisis Global” tiende a caer en este tipo de peligro al posicionar a los “indígenas” como los únicos portadores del paradigma del “vivir bien” y, por lo tanto, como los únicos que pueden cambiar el sistema vigente, figura muy parecida a la de la colonia en la que los colonizadores se consideraron los portadores de la verdad y asumieron que debían imponerla a los pobladores de América para salvarlos de la barbarie [4].

 

Entonces, proponemos resistirnos a aceptar la partición indígena-blanco que tanto nos ha marcado como sociedad boliviana y asumir que todos somos seres diferentes-semejantes no separados. A diferencia de la NO UNIDAD que propone la filosofía occidental, todos aquellos sentimientos que, en el mundo entero, proponen valorizar la complementación con la Tierra asumiéndola como un ser vivo (una madre), corresponden a un sentimiento de UNIDAD que parte de una “filosofía” que todo lo unifica. De este modo, ya no podemos pensar en etnias por su color de piel, sino en seres humanos de unidad y seres humanos de no unidad, sin importar sus rasgos biofísicos, su pertenencia territorial o su idioma. El sentimiento de unidad con la madre-padre Tierra no es privativo de los aymaras, mojeños o dakotas, sino que es un sentimiento de todos los seres que así la-lo sienten.

 

En consecuencia, si el “vivir bien” se plantea como un paradigma alternativo al modelo de desarrollo vigente, debe superar el etnocentrismo y romper con la dicotomía indígena-occidental.

 

Las dicotomías vivo-no vivo, bien-mal

 

Del mismo modo, las palabras que componen el lema de esta propuesta presentan una tendencia recicladora del modelo de desarrollo que pretenden cambiar. “Vivir” adquiere su significado a partir de la oposición vivo-no vivo. Como ya apuntamos, Occidente se fundamenta filosóficamente en la separación o NO UNIDAD a través de separar al ser de la realidad y, de allí, a los seres humanos de los no humanos y a los seres vivos de los no vivos. Por su parte, la propuesta del “vivir bien” plantea el respeto a la madre tierra. Encontramos aquí otro punto neural: si se sostiene que la Tierra es una madre, entonces, ¿se está diciendo y defendiendo que todos los seres que la habitan, incluyendo las rocas, aire, montañas, agua y otros son también “madres” (o seres vivos)?

 

Pareciera que, a través de la concepción de que la Tierra es una madre, se rompe con la dicotomía vivo-no vivo. Si la Tierra, en sí, es un ser vivo, todos los seres que la habitan son vivos, incluyendo aquellos seres que Occidente cataloga como no vivos. Sin embargo, a través del lema “vivir bien” se mantiene la posibilidad de funcionalizar el discurso. Desde el sentimiento de UNIDAD, no existen seres vivos y seres no vivos y, por ende, no existe el vivir y el morir, pues ambos son realidades complementarias y unificadas que suceden de modo combinado e intracombinado. Por ejemplo, si pensamos en un campo fértil lleno de vegetación que crea vida constantemente, también debemos pensar en un campo fértil en el que células están muriendo continuamente. Los procesos de nacimiento se dan de modo complementario y combinado con los procesos de fallecimiento. Vale decir que la simple alusión a la Tierra como madre, sin un trasfondo de sentimiento y filosofía de UNIDAD, corre el riesgo de caer en un simple enunciado folclórico que no asume la real dimensión de la misma, y perpetuar el antropocentrismo que destruye a la naturaleza, en tanto no concibe que todo ser que habita la tierra es realmente una madre del ser humano, así como es una hermana-hermano y, en general, es un familiar o un ser diferente-semejante al ser humano.

 

Por otro lado, tenemos que los seres denominados vivos por Occidente están constituidos por los mismos componentes físicos y químicos que los seres denominados no vivos (o cosas) por el mismo y, además, obedecen a las mismas leyes físicas y químicas. Todos los seres estamos compuestos de átomos [5]. De allí que no podemos considerarnos totalmente diferentes, pero tampoco iguales; simplemente diferentes-semejantes.

 

Y es más profunda la dicotomía vivo-no vivo al estar acompañada del calificativo “bien”. El bien adquiere su significado a partir de su oposición con el mal, con lo que no se hace más que dar vigencia al cristianismo como pilar religioso que sustenta la colonización. No olvidemos que la colonización y la evangelización son dos realidades inseparables.

 

Recordemos a muchos de los cronistas que fueron sujetos directos de la proceso colonizador de los siglos XV, XVI y XVII. Por ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas, a los 91 años cumplidos –cuando ya no temía a la muerte– escribió su obra más crítica denominada “De thesaurius in Perú”, la que refleja una fuerte crítica a la extirpación de las idolatrías que fue la primera y primordial actividad evangelizadora que se llevó a cabo en los inicios de la conquista española en América Latina. Bartolomé de las Casas hace énfasis en la cruda y desalmada forma en que esta política se llevó a cabo, mostrando su total desacuerdo con la falta de respeto a la identidad “religiosa” de los pueblos latinoamericanos [6].

 

Desde el sentimiento de UNIDAD como fundamento filosófico y como modo de existencia, los juicios de valor no existen. Además que las valoraciones sobre el bien y el mal son relativas y normalmente las define el grupo dominante de acuerdo a su conveniencia. No es por nada que los valores religiosos de las culturas no occidentales han sido relegados, por la religión cristiana, al ámbito del “mal” asociado con lo oscuro, el demonio y el inframundo. Contrariamente, lo que se posiciona en un ámbito del “bien” es caracterizado por la luz, dios y el cielo, afianzando las dicotomías que identifican a la civilización occidental y que permiten profundizar su proyecto de NO UNIDAD. Mientras que en la UNIDAD, más allá del bien y el mal, lo que existen son los equilibrios que se dan en complementación. De este modo, la luz y la oscuridad son dos realidades unificadas que se complementan en equilibrio, de igual modo el cielo y la tierra, y el día y la noche.

 

El bien y el mal son dos conceptos no reales pues no permiten comprender que no se puede vivir bien o mal, sino que se da un proceso de existencia con equilibrios. Por ejemplo, en tanto el ser humano ha dejado de sentirse uno con la Tierra y ha optado por explotarla para la producción masiva de alimentos a través de la agroindustria, entonces la Tierra en complementación y equilibrio con esa realidad, desencadena procesos de erosión de suelos, pérdida de la biodiversidad y cambio climático. Por el otro lado, si el ser humano retoma su sentimiento de unidad con la Tierra y un modo de existencia dirigido a no explotarla, a respetar sus ritmos, a escucharla y consensuar con ella, entonces el equilibrio devendrá en tierras fértiles, recuperación de la biodiversidad y también en otra modalidad del cambio climático. De semejante manera, podemos decir que un maremoto no es la expresión de maldad de la Tierra, sino un proceso de autodeterminación de la misma para equilibrarse.

 

Finalmente, no podemos posicionar a una propuesta como buena y a otra como mala. No podemos calificar a un modo de existencia (o de “vivir”) como el bueno que debe reemplazar al malo. Esto es reproducir la lógica que Occidente ha utilizado para imponer su propia filosofía y modo de existencia. En este sentido, el “vivir bien” puede interpretarse de modo equivocado.

 

Redefinición de la alimentación y el alimento, y la superación de la dicotomía naturaleza-cultura

 

En este contexto, la definición del alimento y la concepción de la alimentación, ligadas al “vivir bien”, tienden a preservar las bases filosóficas de Occidente y, por lo tanto, reciclan el sistema vigente. El alimento es concebido como un compuesto de nutrientes programado para mantener la lógica de monocultivo y monocultura. La agricultura desde la concepción de NO UNIDAD separa al ser humano del alimento. El ser humano no produce su propio alimento; son cada vez menos empresas las que deciden con qué y cómo alimentar a la mayoría de la población. El ser humano y el alimento son dos extraños, dos desconocidos. El modelo agroindustrial responde a la lógica de mercado. El alimento es una mercancía destinada a acumular ganancias, no a alimentar al ser humano. Los alimentos son desbiologizados y programados para responder a la voracidad del sistema capitalista en el que la enfermedad es un negocio y no así la salud. El ser humano des-biologizado, des-socializado, des-culturizado y des-totalizado es el producto que permite al sistema vigente subsistir.

 

Así, el alimento, desbiologizado a través de los aditivos petroquímicos con los que se le produce, privado de su relación complementaria con otros seres en la chacra a partir del mono cultivo, y despojado de su relación complementaria con el ser humano, la cual ha sido reemplazada por la máquina, llega a la mesa de un ser humano que privado de su autodeterminación biológica, consume alimentos de su misma condición y, de ese modo, el círculo vicioso crece.

 

Desde la NO UNIDAD, la revolución verde ha acelerado el proceso que estamos describiendo a partir de los siguientes criterios: 1) ir de la heterogeneidad a la homogeneidad; 2) ir de la pequeña escala a la gran escala; 3) ir de la dependencia de la naturaleza a la dominación de la naturaleza; 4) de la superstición a la ciencia; 5) de la producción de alimentos a la producción de mercancías [7] y, además, 6) ir del ser humano integral que se siente unido a la naturaleza y a la realidad, a un ser humano mutilado destinado a ser mercancía y capital.

 

No es casual, entonces, que “una empresa destinada en su origen a la producción de alimentos para sustentar la ´vida` se ha convertido en una de las peores amenazas para la salud individual, social y ecológica” [8], y también para lo poco que queda de la sabiduría de producción ligada a la unidad con la tierra. La destrucción de las sabidurías denominadas supersticiosas por Occidente ha sido acompañada por un proceso de apropiación de una parte de ellas a través de la propiedad intelectual. Al respecto, podemos afirmar que:

 

1) A pesar de que se desvaloriza el conocimiento originario, denominándolo como saber local y bajoneándolo ante la supremacía de la ciencia occidental, el sistema capitalista se alimenta de él utilizando sus productos para venderlos, 2) al obtener la propiedad del mismo, le quita a los productores locales la posibilidad de producir y vender con sus propias lógicas, y 3) no respeta otras lógicas que no conciben que la vida pueda patentarse [9].

 

Es imposible que desde un paradigma cargado de conceptos que asumen que el ser humano está escindido de la naturaleza, se logre edificar una alternativa al modelo filosófico y de vida occidental. Es importante hacer una redefinición y reconstrucción ideológica, acompañada de un cambio en el modo de existencia, que supere la dicotomía cultura-naturaleza que caracteriza de modo importante al modelo de desarrollo vigente. A partir de esta escisión se diferencia al ser humano de la naturaleza a nivel ideológico hasta convertirlo en un total extraño para sí mismo, pues, en realidad, el ser humano es un ser de la naturaleza, es naturaleza misma por más que quiera escapar a los designios biológicos y naturales, y diferenciarse de los animales y los vegetales otorgándose a sí mismo la capacidad de hacer cultura y quitándole esta potencia a los seres animales, vegetales y minerales. Es a partir de esta dicotomía que el ser humano de NO UNIDAD se ha autoasignado con exclusividad la potencia de autodeterminación, “concepto que se refuerza con la idea de que la potencia de la racionalidad, y la habilidad de usar el lenguaje para la autorreflexión, es privativa de la especie homo sapiens” [10].

 

En este sentido, el alimento es un ser de la naturaleza y es la naturaleza misma, así como lo es el ser humano. La unidad ser humano-naturaleza se da a partir de la diferencia-semejanza que, desde la unidad o combinación-intracombinación de todos los seres, hace que el ser humano sea sí mismo (diferente) al mismo de ser el otro (semejante).

 

“Y esto es muy fácil de percibir, por ejemplo, en la semejanza genotípica que compartimos los humanos con los chimpancés y ratones, aunque no le caiga bien a nuestro antropocentrismo. Efectivamente, nuestros genes son 99% semejantes a los de un chimpancé y 70% a los de un ratón; con lo cual estamos marcando más semejanzas que diferencias” [11].

 

Desde el sentimiento de UNIDAD la cultura no es privativa del ser humano y sería, en todo caso, lo que hacemos todos los seres de la realidad junto a todos los seres de la realidad, sintiendo que el estar juntos es en realidad el estar unidos o el ser uno.

 

Rompiendo la dicotomía naturaleza/cultura, el alimento y el ser humano vuelven a su relación complementaria entre dos seres diferentes-semejantes. El alimento deja de ser una mercancía programada con cantidades específicas de nutrientes y aditivos, y se convierte en un ser que desde la preparación del suelo agrícola, pasando por la siembra, la cosecha y la preparación del alimento, se complementa con el ser humano a través de una relación íntima en la que el alimento es criado por el ser humano, y al mismo tiempo cría al ser humano en una relación familiar. En la intimidad de esa relación no existen jerarquías; existen diferencias-semejanzas, se da una relación de comunicación en la que el alimento se autodetermina en equilibrio con la autodeterminación del ser humano. Por eso es que cada proceso agrícola es distinto, al mismo tiempo de ser semejante, pero nunca es igual.

 

Así, el alimento, desde la UNIDAD, no se circunscribe ni a la dicotomía vivo-no vivo, ni a la del bien-mal, y tampoco lo hace el ser humano, quien, bajo los preceptos capitalistas, no deja de ser una mercancía, ni tampoco deja de ser capital. Más que antropocentrista, el modelo de desarrollo es capitalcentrista; por ello no interesa producir alimentos sanos y naturales, lo que vendría en salud humana, cosa que no beneficia a las grandes corporaciones farmacéuticas que acumulan capital a costa de la enfermedad. Así como la industria petroquímica influye en la agricultura y ganadería, la industria farmaceútica influye en la práctica de la medicina. Mientras la primera ha hecho creer a los agricultores que necesitan de productos químicos para producir bajo la supervisión de científicos y expertos en agricultura, la segunda ha logrado que médicos y enfermos crean que el cuerpo humano necesita de continuos tratamientos con fármacos para mantenerse sano. Es más, la industria farmacéutica, por lo menos hasta los ochentas, había superado a las otras industrias de modo significativo en términos de sus beneficios (económicos) [12].

 

En consecuencia, no es de extrañar que Francis Moore Lappé y Joeph Collins, fundadores del Instituto para la Alimentación y el Desarrollo con sede en San Francisco, en una de sus investigaciones referidas a la relación entre las empresas agrícolas y el hambre en el mundo, hayan llegado a la conclusión de que la escasez de alimentos es un mito, en tanto lo que sucede en realidad es que las empresas agravan y perpetuán el problema del hambre [13]. Desde la NO UNIDAD no interesa preservar la salud del medio ambiente-ser humano. La agricultura y la salud son un negocio y el único fin es acumular capital. Si no, cómo se explica el hecho de que después de la época en la que comenzó el uso masivo de los pesticidas (Segunda Guerra Mundial), las pérdidas agrícolas causadas por los insectos se habían duplicado hasta los ochentas [14], hecho que demuestra que la industria petroquímica en la agricultura, aparte de ser perjudicial para la salud, ni siquiera es garantía para mejorar rendimientos de producción.

 

La unidad alimento-ser humano es una realidad, por ello es que, como ya apuntamos, la condición de existencia del alimento es la misma que la del ser humano. Si el primero es fruto del monocultivo, el otro lo es de la mono-cultura. Si el uno se produce a base de químicos, el otro se alimenta de los mismos químicos a través del alimento y del medio ambiente que le rodea; si el uno se produce masivamente y en serie, el otro puebla la Tierra como un cáncer en metástasis.

 

El ser humano mismo se constituye en alimento a través de las emociones que derivan de las relaciones humanas, las que se constituyen en alimentos que metaboliza el ser humano y las cuales son importantes para lograr equilibrios de salud.

 

Asimismo, las piedras, el agua, el viento y el fuego son alimentos. Las altiplanicies rocosas, de vientos fríos y aguas cargadas de minerales, brindan un ambiente de alimentación muy diferente que el de zonas bajas con exuberante vegetación y vientos húmedos, que representa un escenario familiar de alimentación con otras potencialidades [15].

 

El fuego es un ser; el aire y el agua, también. Los seres humanos de UNIDAD así lo sintieron y lo sienten. Las relaciones con estos seres, catalogados como “no vivos” por Occidente, se convierten en relaciones de crianza-alimentación mutua cuando se logra la capacidad de ver-escuchar-sentir la unidad. El agua es una madre-padre, al igual que el fuego y el aire [16].

 

El cosmos es también alimento; es un ser. La Tierra recibe del cosmos una sobrecarga de electromagnetismo que se equilibra con una sobrecarga de electromagnetismo que expulsa la Tierra. Esta relación complementaria –concéntrica y excéntrica– mantiene “el consenso, el equilibrio, la complementariedad, la complementación y la identidad de la Tierra con el Sistema Planetario Solar, con el Cosmos-Caosmos y con toda la Totalidad Unificada” [2]. En otra palabras, se da una relación alimenticia entre el cosmos y la Tierra, hecho que convierte a ambos en alimentos que se combinan e intracombinan.

 

La alimentación es, así, un proceso de complementación en inter-intracombinación de todos los seres de la realidad, los que son, a su vez, alimentos. En este sentido, el lema “vivir bien” nos frena, debido a los significados de las dos palabras que lo componen, pues potencializan la filosofía dicotómica del modelo de desarrollo vigente. Esto nos obliga a hacer el esfuerzo de profundizar la propuesta ontológica, gnoseológica y epistemológica que asume la unidad del ser con la realidad, con todas las concepciones unitarias que la caracterizan, como la unidad ser humano-naturaleza, para, a partir de allí, construir propuestas respetuosas de la Tierra y de la totalidad y cambiar la práctica actual que es devastadora y destructora. Con ello se constituye en una propuesta de modo de existencia que recupera la sabiduría de todas aquellas y aquellos que han sentido y sienten su unidad con la realidad y toda la sabiduría que de ese sentimiento surge, pero sin caer en dicotomías que la posicionen como la verdadera, o la buena o la mejor.

 

Vale la pena recalcar que nos encontramos en un momento en el que la misma ciencia comienza a abrirse a la sabiduría de UNIDAD. Si bien la ciencia basada en la visión mecanicista del mundo intenta defender las diferencias y separaciones (vivo-no vivo, ser humano-naturaleza, sujeto-objeto) enarbolando la existencia de jerarquías (el ser vivo es superior al no vivo y el ser humano es superior a la naturaleza, el bien es superior al mal) que justifican las imposiciones, han sido varias las revoluciones que en el siglo XX han puesto de manifiesto las limitaciones de la ciencia. Esto ha sucedido específicamente en el campo de la física, la cual, a través de sus investigaciones, ha llegado a una visión holística del mundo que coincide en gran manera con aquellas concepciones que Occidente y la ciencia occidental consideraron y catalogaron como inferiores, “no científicas” y místicas [17].

 

En tanto uno es lo que come, es crucial cambiar el modelo de existencia del alimento para cambiar el modelo de existencia del ser humano y viceversa, sin dejar de sentir que ser el ser humano y el alimento son una unidad. Estamos en un momento crucial en el que tanto sentimientos de individuos y grupos campesinos, profesionales, políticos y otros, como la apertura de la misma ciencia (en un modo muy reducido obviamente), abren el camino para despertar los códigos que las culturas antiguas han guardado en la piedra y en los genes, y a, partir de ellos, deconstruir-reconstruir-construir un viejo-nuevo modo de existencia.

 

El blog de Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos es: http://thunhupha.blogspot.com/

 

 

[1] Graciela Mazorco. “El vivir bien: ¿Paradigma ancestral o aymaracentrismo? 11/04/2011..

 

[2][2] CANCILLERÍA BOLIVIANA (2009). Vivir Bien como respuesta a la Crisis Global. Texto digital. La Paz.

 

[3] Graciela Mazorco. “El vivir bien: ¿Paradigma ancestral o aymaracentrismo? 11/04/2011.

 

[4] Ver: Graciela Mazorco. “El vivir bien: ¿Paradigma ancestral o aymaracentrismo? 11/04/2011.

 

[5] Elena Curtis. “Invitación a la Biología”. 4ta edición. Editorial Médica Panamericana. Madrid. 1992.

 

[6] Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos. “Re-colonización y re-evangelización, dos caras de la misma moneda”. Bolpress.

 

[7] Levins Richard. Una Visión Holística de la Agricultura, las Personas y el Resto de la Naturaleza. Yale School of Forestry & Environmental Studies. http://enviroment.yale.edu/documents/downloads/0-9/17.1_Levins.pdf.

 

[8] Fritiof Capra. “El Punto Crucial: Ciencia, Sociedad y Cultura Naciente”. Editorial Troquel S.A. 1992. Pp 302. (Nosotros hemos puesto la palabra “vivir” entre comillas en tanto a lo largo de texto hacemos la crítica a la dicotomía vivo-no vivo).

 

[9] Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos. “En busca de soberanía alimentaria: apuntes para un cambio paradigmático en el modelo de producción, comercialización y consumo alimentario”. Bolpress.

 

[10] Íbid.

 

[11] Graciela Mazorco. “Inter e intra-culturalidad y descolonización en el nuevo texto constitucional”. PROMEC-UMSS. Cochabamba-Bolivia. No 60, octubre 2008.Pp5.

 

[12]Ver: Fritiof Capra. “El Punto Crucial: Ciencia, Sociedad y Cultura Naciente”. Editorial Troquel S.A. 1992. (El paréntesis es nuestro)

 

[13] Íbid.

 

[14] Íbid.

 

[15] Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos. Reconstruyendo el concepto de alimentación. Bolpress.

 

[16] Íbid.

 

[17] Fritjof Capra. “El Punto Crucial: Ciencia, Sociedad y Cultura Naciente”. Editorial Troquel S.A. 1992.

Temas: Pueblos indígenas

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