La descolonización del feminismo: tejiendo el género desde los Andes

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El feminismo contemporáneo se difundió a nivel mundial con teorías europeas y norteamericanas, las cuales se convirtieron en la base de la práctica política y los discursos del movimiento para diversos países.

Tras décadas de expansión, la crítica apareció desde sus propias filas: feministas como la hindú Chandra Talpade Mohanty cuestionaron estos orígenes europeos por desconocer las experiencias y los conocimientos de las mujeres de contextos no occidentales.

Ellas sostienen que este feminismo occidental o feminismo hegemónico de Occidente universaliza el género, el modelo de poder y su lucha, y los exporta a otros contextos para aplicarlos de forma homogénea a todas las culturas, incluso a los mundos indígenas.

Izquierda: Chandra Mohanty, gracias a su célebre trabajo titulado Bajo los ojos de Occidente: academia feminista y discursos coloniales, es un referente académico. Derecha: Mujeres, raza, clase de Angela Davis suele considerarse un antecedente importante en el Black Feminism, el cual critica el feminismo europeo u occidental desde la experiencia de las mujeres negras.

Es decir, debido a su marca colonizadora, no toma en cuenta las realidades históricas que viven otras mujeres en tiempos y espacios singulares, así como tampoco sus contradicciones étnicas y de clase social.

Sobre esta crítica, la investigadora de culturas andinas, Ana María Pino Jordán, explica cómo la categoría género debe entenderse desde las diferencias culturales, abordando el caso andino, y detalla en qué consiste la descolonización del feminismo.

El género y su mirada occidental

En diálogo con Servindi, Pino Jordán indica que la perspectiva de género nace en oposición a la cultura antropocéntrica —que también es hegemónica y masculina—, debido a que mantiene un poder jerárquico sobre las mujeres.

En esa realidad, para la investigadora, las medidas feministas de lucha resultan justas. "Para mí son legítimas las cuotas de género en una cultura, comunidad o sociedad calificada de antropocéntrica, en donde el varón es el privilegiado, el que tiene el poder”, observa.

"Porque a su igual, que es la mujer, el hombre la mantiene discriminada e inferiorizada. En ese panorama sí entiendo la cuota de género. Es positiva”, agrega.

El conflicto con este concepto ocurre cuando se aplica a otras culturas no occidentales como la andina. El feminismo occidental, al crearse en una cultura excluyente como la hegemónica, impone un «modo correcto» de entender la variable de género.

"En la cultura andina, la construcción de roles y funciones de ambos sexos sigue un diferente sentido. Un hombre y una mujer son opuestos complementarios”, detalla.  

- Ana Pino Jordán. Fuente: Servindi.

"Así que estas cuotas (de género) en otras culturas, donde las relaciones de género son distintas, se convierten en una forma de colonialidad, una imposición”, alerta.

Para Pino Jordán se ha universalizado este concepto en "la arrogancia de pensar que todas las culturas han desarrollado sus roles y funciones de género" de la misma forma a lo largo de la historia.

El caso de la cultura aymara

El pensamiento aymara, según la especialista, es una muestra de cómo influyen los sentidos de vida en el concepto género, al punto de cambiar su significado.

Por ejemplo, el chacha-warmi ("chacha" significa varón, mientras que "warmi" es mujer) representa el principio de complementariedad que rige las relaciones entre sus hombres y mujeres.

Este binomio, a diferencia de la relación jerárquica hombre-mujer de la cultura occidental, no fomenta la superioridad ni la inferioridad entre ambos.

Y evita este conflicto a partir de pensar a los hombres y las mujeres como “dos mitades imprescindibles, recíprocas y autónomas una de la otra”.

"Por ejemplo, en el mundo aymara, hace quince o veinte años —cuando todavía no se había introducido tanto la cuestión de género— las que decidían eran las mujeres”, relata.

"Ellas no levantaban su voz en la asamblea. No porque no pudieran hacerlo o porque les estuviera prohibido, sino porque el rol de representación lo tenía el hombre”, adiciona la investigadora.

Por ello, el chacha-warmi es considerado imprescindible para una vida equilibrada en el mundo aymara. “El hombre, en esta complementariedad, se relaciona con lo que estaba fuera de la comunidad, la mujer con todo lo que está dentro”.

Repensar el feminismo y su descolonización

Para quitarse el sesgo hegemónico, el movimiento feminista debería apostar por producir un conocimiento descolonizador a través de la interculturalidad.

- En La máscara de piedra: simbolismo y personalidad aymaras en la historia, Fernando Montes Ruiz también sostiene que "la pareja humana es en los Andes 'el microcosmos de la sociedad y el mundo' … 'todo es hombre y mujer'". Fuente de las pinturas: José Alnaldo Sabogal Diéguez.

Esta herramienta toma en cuenta una cuestión ignorada por el feminismo occidental: las subjetividades, conocimientos altamente ricos en culturas diversas y socialmente complejas.

"La cultura occidental, así como es antropocéntrica, también es logocéntrica, o sea, racional al 99 por ciento”, expone Pino Jordán.

"Pero el sentido de vida tiene dos partes: el logos, la razón; y el mitos, como la palabra griega. Este último es tu sentimiento, tu alegría, tu sexto sentido”, añade.

Así, con la interculturalidad se espera traspasar esa mirada racionalista y puramente objetivista de las culturas, para incluir la subjetividad, la cual es dejada de lado por la cultura predominante de Occidente.

"Las culturas no occidentales —no solamente hablo de las andinas— privilegian el mitos; el logos es el 0.1 por ciento”.

"Entonces a través de sus mitos, de su vida diaria, de su quehacer permanente, toma decisiones. En cambio, en la cultura occidental es la razón lo que los mueve”, concluye.  

Fuente: Servindi

Temas: Pueblos indígenas

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