La incorporación de nuevas tecnologías y algunos de sus componentes problemáticos en el modelo agrícola argentino del siglo XXI

Idioma Español
País Argentina

El esquema productivo sustentado en variedades transgénicas y agroquímicos e integrado a la siembra directa está sujeto a la producción de commodities de bajo costo y a gran escala, con fuerte reducción de mano de obra y tendencia a la concentración de la producción, donde la agricultura de precisión juega un papel relevante. El uso de tecnologías de avanzada en la maquinaria agrícola, asociadas con el empleo de los eventos transgénicos, implican un alto nivel de exigencias de manejo y de requerimientos de capital que tiende a la exclusión de un número creciente de productores agrícolas y a la intervención significativa de otros agentes económicos en la dirección y orientación de los procesos productivos, como las grandes empresas transnacionales proveedoras de insumos y las corporaciones agroindustriales

Introducción

Este trabajo se propone destacar aspectos vinculados entre la cuestión tecnológica y los nuevos procesos productivos en el agro argentino en una situación en el que las mayores potencialidades productivas para la agricultura pasan por las tecnologías transgénicas asociadas con nuevos avances tecnológicos en la maquinaria agrícola.

En esta etapa de la vida social que se ha denominado la “sociedad del conocimiento” los productos de la biotecnología en estrecha relación con los avances de la ingeniería genética y la biología molecular, constituyen un tema relevante en tanto definen un nuevo perfil tecnológico que incide tanto en la actual organización productiva y social de la agricultura como en el aceleramiento de la tendencia a una agricultura industrial. En este contexto, la intensificación en la utilización de insumos extraprediales (semillas, agroquímicos), si bien incorpora el progreso técnico contenido en los mismos genera, asimismo, nuevas problemáticas de índole social, ambiental y económica.

Este trabajo tiene un carácter exploratorio con el fin de elaborar algunas hipótesis para su posterior desarrollo considerando, de manera principal, algunos aspectos relacionados con la incorporación de innovaciones tecnológicas vinculados a las transformaciones más recientes del modelo agrícola argentino. Para ello, se presentan los principales rasgos de su evolución en la última década del siglo pasado, al tiempo que se destacan las relaciones del agro con el capital industrial proveedor de insumos, cuya importancia se ha acrecentado con los nuevos desarrollos de la biotecnología agropecuaria.

Cabe recordar que el cambio tecnológico alcanza, en los años setenta, un papel preponderante en el sector agrícola a partir de la incorporación de las semillas mejoradas de maíz, sorgo granífero, trigo, girasol y el desarrollo del paquete tecnológico y difusión del cultivo de la soja. Estos elementos pasan a configurar un modelo de producción agrícola que dará lugar a procesos de modernización tecnológica y de expansión agrícola. Estos cambios, producto de la llamada “revolución verde”, mediante la difusión de semillas mejoradas, tuvieron un significativo impacto en la productividad agrícola. Si bien los aumentos en los rendimientos no se debieron exclusivamente al uso de las semillas híbridas sino que incluyó otros aspectos tales como la inversión en maquinaria e insumos (fertilizantes y plaguicidas) y el manejo agronómico, es indudable que la extensión de los híbridos y de las variedades de trigo alcanza un lugar central en la transformación productiva del sector. (Obschatko:1997)

La incorporación tecnológica tuvo como principal escenario la región pampeana donde cobra mayor importancia la producción de oleaginosos y estuvo impulsado, en gran medida, por la difusión de la soja común. La masiva adopción de la misma, por parte de los agricultores pampeanos, fue motivada por el mejor precio que se pagaba en el mercado mundial. Ello implicó la sustitución del maíz por la soja dado que competían por las mismas tierras en la región durante el período estival. Cabe señalar que el maíz fue el primer cultivo para el que se produjeron semillas mejoradas, desde el inicio de los años cincuenta, sin embargo, su máxima difusión se alcanza veinte años después. (Gutiérrez:1988)

La expansión del cultivo de la soja fue relativamente tardía pero excepcional en cuantos a los niveles de producción alcanzados como resultado de los incrementos registrados tanto en sus rendimientos como en la superficie cultivada. Este crecimiento se debió a varias razones: a) el tratamiento genético de las variedades importadas permitió su utilización en diferentes condiciones ecológicas; b) la posibilidad de ser un cultivo de segunda en combinación con otros productos, como el trigo, y tener dos cosechas por año. El doble cultivo fue resultado, a su vez, del tratamiento de las variedades de trigo con germoplasma exótico que permitió la reducción del ciclo de producción y la obtención de trigos cortos. En su etapa inicial, la soja sustituyó al girasol como cultivo de segunda que se implantaba luego del trigo y, con posterioridad, su mayor expansión se realizó en detrimento de la superficie destinada al sorgo y al maíz. La introducción de híbridos adaptados a distintas condiciones agroecológicas permitió que el maíz fuera desplazado a zonas “no tradicionalmente” maiceras debido a la importante difusión del doble cultivo trigo-soja, principalmente, en la zona norte de la región pampeana.

La interrelación de los factores indicados, que se afianza en la década de los años ochenta, confluyeron en un proceso de “agriculturización” basado en importantes incoporaciones de capital y tecnología, que incidió en la estructura productiva agropecuaria reflejada en la participación creciente de la actividad agrícola como contrapartida a la declinación de la actividad ganadera. Esta etapa indica el tránsito, según Pizarro, de una agricultura artesanal donde el productor tradicional, hasta mediados del siglo XX, tomaba las decisiones sobre gran parte de sus recursos productivos a la situación de una agricultura industrial que, basada en cultivares de mayores rendimientos (híbridos y variedades), implicó un mayor empleo de insumos industriales, como las semillas y agroquímicos, y la adopción de nuevas de prácticas de manejo. (Pizarro:2003)

En el marco de este modelo tecnológico cabe señalar que los avances tanto en la tractorización y mecanización de las labores agrícolas como en el empleo de agroquímicos, si bien aumentaron la productividad y rentabilidad de los principales cultivos, disminuyeron en forma considerable la utilización de mano de obra.

Breve crónica de la década de los años noventa

La política económica transitó, entre los años setenta y los ochenta, entre el modelo de sustitución de importaciones y el de apertura, y a lo largo de una década media se crearon las condiciones para las medidas económicas que definirían los profundos cambios de los años noventa. Estas medidas, a saber: privatizaciones, desregulación, apertura irrestricta del mercado, fuerte reducción de la capacidad regulatoria del estado nacional y régimen de convertibilidad, desencadenaron un profundo proceso de reconversión en el agro, por parte de los sectores más capitalizados, que redefine tanto la estructura socio-económica de la producción agropecuaria como el papel que tuviera el sector durante la vigencia del modelo sustitutivo.

A partir de la desregulación del mercado agropecuario se disolvieron todos los organismos reguladores de las actividades agropecuarias. Se adoptaron, asimismo, medidas dirigidas a la liberación de cupos de siembra y cosecha, elaboración y comercialización de caña de azúcar y azúcar, yerba mate, viñedos, uva y vino. Se eliminaron, además, impuestos y retenciones a las exportaciones agropecuarias.

Los avances de la agricultura se sustentan sobre un uso más intensivo de los suelos asociado con importantes inversiones de capital dentro de un esquema de cambio tecnológico y elevada demanda de bienes e insumos industriales (tractores, equipos, combustibles, fertilizantes, herbicidas, plaguicidas, vacunas) con marcada tendencia al aumento de explotaciones de gran escala con manejo empresarial. Estos aspectos implicaron cambios significativos de la organización agrícola y agroindustrial, además de procesos de concentración del capital.

El cambio en la escala no implica en forma necesaria la compraventa de predios sino que suele darse por la explotación unificada de la superficie bajo cultivo, sea por contratistas o por asociaciones de hecho como los “pools de siembra”, que arriendan y manejan grandes extensiones de superficie cultivable. A principios de los noventa tuvieron importancia, también, los “fondos de inversión agrícola”.

La adaptación a las nuevas condiciones macroeconómicas tuvo una significación diferente para los distintos tipos de productores. En este sentido, no puede soslayarse el hecho que la modernización agrícola tuvo un costo social elevado reflejado en la marginalización o desplazamiento de miles de pequeños y/o medianos productores como resultado de las políticas de ajuste estructural, la descapitalización y/o el endeudamiento por quienes no lograron incorporar el progreso técnico ni tuvieron las posibilidades de acceder a un adecuado financiamiento.

Algunos resultados provisionales del último Censo Nacional Agropecuario, son ilustrativos de algunas de estas situaciones al dar cuenta que, entre los años 1988 y 2002, desaparecieron 103.405 explotaciones y que la superficie promedio de las unidades productivas pasó de 421 a 538 hectáreas. (Indec:2003)

La mayor dependencia de insumos, bienes y tecnologías para la modernizada actividad agropecuaria implica mayores requerimientos de capital. Esta situación –según Giberti- amplió la brecha entre los que adoptaron el cambio tecnológico y los que no pudieron incorporarlo y, modificó de manera importante la estructura de costos de los primeros, lo cual explica en buena medida la presencia de la gran empresa. En efecto, la compra de maquinaria, tractores y alto empleo de insumos significa un aumento del costo por hectárea donde sólo el incremento de la productividad impide el aumento del costo por unidad producida. En este contexto, las grandes empresas cuentan con la solvencia financiera suficiente para afrontar estas condiciones, lo cual no suele ocurrir con las de menor tamaño, por su mayor vulnerabilidad ante los riegos económicos y financieros. (Giberti:2003). Basta señalar que, a fines de los años noventa, el agro registraba 14 millones de hectáreas hipotecadas, 6000 millones de dólares de deuda del endeudamiento bancario y 3000 millones de dólares de deuda con las empresas proveedoras de insumos. (Pizarro:2003)

Un dato no menor refiere a las estrategias empleadas por las grandes proveedoras de insumos y empresas semilleras que no sólo se orientan de manera preferente a los grandes productores sino que suelen asociarse con los mismos con el fin de asegurar su retribución. (Pizarro:2003)

Las tendencias que se marcan en la mayor parte de la década son la expansión de la agricultura sobre la ganadería; la especialización en muy pocos granos: trigo, maíz, sorgo, girasol y, en particular, la soja. Si bien esta especialización se da de manera principal en la zona núcleo pampeana, se advierte un desplazamiento de la frontera agrícola hacia áreas extrapampeanas dada la mejor relación precio de la tierra y productividad por hectárea.

Las innovaciones se produjeron en todas las áreas de la tecnología agrícola: semillas, maquinaria, fitosanitarios, fertilizantes y manejo. Estos cambios incrementaron en forma notable la producción de granos, sin embargo, la utilización más intensiva de los suelos - debido a la incorporación masiva de maquinaria de alta potencia y/o el monocultivo – representaba un riesgo creciente de degradación y erosión de las tierras. Por ello, es destacable la difusión de la siembra directa que, iniciada en los años ochenta, abarca hacia finales de los noventa una superficie de ocho millones de hectáreas.

La inversión en maquinaria creció en la década de los noventa hasta 1996 cuando alcanza los 1.350 millones de dólares y se reduce en los años siguientes, de manera más acentuada en el período 1998-99, debido a la caída de los precios internacionales aunada a los peores niveles de rentabilidad que se registran en la década. Las mayores inversiones correspondían a los tractores por lo que a la pérdida de ventas se sumó la pérdida de competitividad de la producción nacional y la de su participación en el mercado.

Transgénicos

La innovación más importante en los últimos años del siglo XX fue la incorporación de variedades genéticamente modificadas o transgénicas. Los cultivos genéticamente modificados disponibles desde al año 1996 fueron la soja tolerante al herbicida glifosato (conocido con Roundup Ready como marca registrada de la multinacional Monsanto) y variedades transgénicas de maíz y de algodón con tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos. La incorporación de variedades transgénicas integrada a la siembra directa y los cambios en la oferta de maquinaria agrícola constituyeron las últimas innovaciones en tecnología agrícola. Esos cultivares cambiaron el esquema productivo al permitir un control de malezas menos costoso y sencillo con un solo herbicida y menos mano de obra. Su rápida adopción obedeció tanto a la disminución de labores y tiempo de trabajo que redujeron los costos de producción como a la disminución de los precios de los principales insumos (semillas y glifosato) que favorecieron su difusión. (Díaz Rönner:2003)

Como resultado de la sucesiva incorporación de tecnologías el crecimiento de la actividad agrícola ha sido sostenido. Según datos de la Dirección de Economía Agrícola (SAGP y A: 2003)) el Valor Bruto de la Producción -a precios de 1993- se incrementó para la rama de cultivos agrícolas en un 40 por ciento, entre las campañas 1993/ 1994 y 2001/2002, y su valor agregado creció un 28 % en el mismo período. Otro dato de interés que aporta la misma fuente refiere a la evolución del consumo intermedio de la rama cultivos agrícolas en función de su participación en el Valor Bruto de la Producción (VBP). El consumo intermedio crece desde un 45 % hasta casi el 54 % del VBP, lo cual evidencia la creciente importancia del empleo de insumos en la actividad agrícola. En consecuencia, la adopción de nuevos paquetes tecnológicos ha acrecentado el uso de insumos industriales por parte de los agricultores, por lo que este período es conocido como de “intensificación” productiva. (Pizarro: 2003)

Otro punto a destacar acerca del crecimiento agrícola refiere a la superficie total operada que muestra, por un lado, su importancia en la zona núcleo pampeana y, por otro, los avances de la frontera agrícola mediante la incorporación de áreas marginales sea por el desplazamiento de otras actividades como la ganadería, sea por desmonte o tala de bosques nativos. Los datos aportados por el INDEC son ilustrativos en cuanto a la variación intercensal por grupos de cultivos y los cambios en el uso de la tierra, los que señalan: un aumento del 65 % de la superficie ocupada con oleaginosas, y un incremento del 35 % para la superficie con cereales en primera ocupación, en tanto los cultivos industriales se redujeron en un 41 por ciento. (INDEC: 2003)

Algunas características de la soja como principal cultivo de la actividad agrícola

La soja RR - resistente al herbicida glifosato- es un producto relativamente barato, con escaso valor agregado, orientado a la exportación sea como grano, alimento para ganado o aceite, y de manejo sencillo que, al permitir manejar grandes extensiones de tierra, tiende a realizarse en planteos extensivos con aumento de la escala de producción y continua incorporación de tecnología para aumentar la eficiencia y reducir los costos operativos.

Los importantes aumentos alcanzados por la producción sojera van ligados a la creciente incorporación de superficie sembrada que, para la campaña 2003-2004, fue de 14,2 millones de hectáreas, según la SAGP y A, la que representa un incremento del 12,9 por ciento respecto al ciclo agrícola precedente. La superficie sembrada en la presente campaña está considerada como la más importante en la historia del país con esta oleaginosa. La mayor superficie destinada a la soja se debió, por un lado, al acrecentamiento de siembras en zonas marginales del sur pampeano y, por el otro, a su expansión en el norte del país. Este proceso expansivo da cuenta, también, del aumento de las explotaciones agrícolas de gran escala con gestión empresarial, que llegan a sumar varios miles de hectáreas- desde 20 mil a 80 mil hectáreas- entre tierras propias y alquiladas, y con dimensión regional al incorporar tierras cultivables en Bolivia, Brasil y Uruguay, lo cual permite a los grandes productores o grupos de productores asociados, mediante distintos tipos de relaciones entre los agentes productivos, mejorar los ingresos, diversificar cultivos y disminuir los riesgos económicos y financieros, además de los de índole climática. (Pizarro: 2003)

En este proceso de la “sojización” surgen algunas cuestiones de interés relacionadas con el uso a gran escala de un esquema tecnológico basado en la conjunción de variedades transgénicas y siembra directa que conlleva la sustitución de gasoil y mano de obra por agroquímicos. En su etapa inicial, el cultivo de la soja GM no mostraba restricciones para los pequeños y medianos productores en tanto no aparecía necesariamente asociado con un aumento determinado en el tamaño de la explotación ni con inversiones en bienes de capital, hecho que, sin lugar a dudas, contribuyó a su rápida difusión en una situación de fuerte caída de los precios agrícolas en el período 1997-98. En estos términos, las ventajas de sembrar esta oleaginosa resultaban indiscutibles: una baja inversión para su implantación y un retorno del capital invertido relativamente alto. No se soslaya el hecho que la presencia del contratista, los planes de canje de granos y/ o la financiación a corto plazo por parte de las empresas proveedoras atenuaron, asimismo, las limitaciones existentes. Estos aspectos tienen particular importancia si se considera que los factores que favorecieron la excepcional ubicación del cultivo de soja GM en la agricultura argentina, relacionados con los costos operativos y muy buenos precios de la soja, difícilmente se reiteren, situación que otorgará ventajas al sector de productores más capitalizado y con menores restricciones financieras.

En estas circunstancias, la maquinaria más moderna asociada con otras innovaciones tecnológicas refuerza la competitividad en el mercado internacional, aún en escenarios de bajos precios de las commodities, y pasa a constituir un elemento destacado en el actual modelo agrícola argentino.

Maquinaria agrícola

La oferta de maquinaria agrícola ha adaptado sus modelos a los nuevos requerimientos productivos presentando máquinas que han incorporado tecnología de última generación, tales como: las sembradoras para siembra directa con sistema de dosificación neumática y calidad de equipamiento para asegurar mayor precisión en la entrega de semilla y fertilizante; las cosechadoras con mayor capacidad trabajo, eficiencia de cosecha y tamaño vinculadas al aumento de escala de las explotaciones agrícolas y cosechas de mayor volumen; a las que se suman los tractores, como parte imprescindible de la siembra y la cosecha, cuyos nuevos modelos han incorporado el sistema hidráulico y la doble tracción con neumáticos de grandes dimensiones, debido a las condiciones de la siembra directa y al control sobre la compactación del suelo. En algunos casos, el tractor puede tener piloto automático. En el mercado existe, además, equipamiento de alta complejidad como: monitores de siembra, de rendimiento, banderilleros satelitales o GPS. Se advierte, más recientemente, un crecimiento de la demanda para las pulverizadoras autopropulsadas debido al avance de la roya de la soja. La mayor inversión registrada, por otro lado, en equipos de riego, como el de pivot central, se debe al alto costo de la tierra en relación a este equipamiento, por lo que se otorga preferencia al incremento de la productividad por unidad de superficie que al crecimiento por ampliación de la superficie. (INTA Manfredi:2004)

Es indudable que la posibilidad de incorporar maquinaria moderna y tener acceso a los desarrollos de la agricultura de precisión, no está al alcance de todos ni es para cualquiera. Para ello, es preciso contar con capacidad financiera y/o con el financiamiento indispensable, sea público o privado, a tasas razonables, para la compra de cualquier bien de capital, que se presenta todavía limitado.

La inversión en maquinaria, realizada en gran medida por contratistas y grandes productores comprende cuatro grandes grupos de maquinaria: sembradoras de siembra directa, tractores, implementos y cosechadoras de mayor potencia, con nuevas prestaciones como: sensores, dispositivos de precisión, comandos electrónicos y sistemas de posicionamiento geográfico satelital.

Un informe reciente de la coyuntura sectorial elaborado por el INDEC, en base al Estimador Mensual Industrial (EMI), señala que las ventas de maquinarias aumentaron, respecto el primer trimestre del 2003, un 117 por ciento y, contra igual período del 2002, un excepcional 1.300 por ciento, el que debe ser relativazado por las condiciones imperantes en esa época. El interés en destacar esta reactivación, observada desde 2002, reside en el hecho que las ganancias obtenidas por el “boom” de la soja, en particular, se trasladaron a la inversión en maquinaria. (INDEC:2004)

En cuanto a las unidades vendidas en el primer trimestre del 2004 el número total fue de 5955 máquinas agrícolas de las que el mayor número correspondió a: implementos (3061) seguidos por cosechadoras y tractores (1146 y 1120 respectivamente) y, finalmente, sembradoras con 628 unidades.

Un dato relevante refiere al origen de las máquinas agrícolas vendidas. En el primer trimestre 2004, el 75 por ciento correspondió a máquinas importadas, con lo cual se afirma una tendencia iniciada desde el año 2003. En el año 2002, el 63 por ciento de las ventas correspondía a máquinas fabricadas en el país, básicamente por empresas nacionales, pero en el año 2003 esa proporción tuvo una fuerte caída y bajó al 42 por ciento. Con excepción de las sembradoras que son fabricadas en el país por empresas nacionales, la mayoría pymes, y los implementos en cuya fabricación predominan las empresas locales aunque se registra una mayor proporción de productos importados, especialmente de Brasil. Las cosechadoras son las máquinas más caras y tanto éstas como los tractores son importados, predominando en ambos casos los de origen brasileño, aunque se evidencia un repunte de la participación de la industria nacional en el mercado de cosechadoras y tractores. (INDEC:2004)

Cabe señalar que en la recuperación del sector de maquinaria y equipos para el agro juega un papel preponderante la posibilidad de recurrir al canje de equipos por granos o los pagos de maquinaria con cereal a cosecha. Sin lugar a dudas que en estas opciones las semilleras multinacionales tienen una participación significativa. Por otra parte, no siempre cuenta la disponibilidad de capital dado que una parte importante de los productores realiza sus labores con maquinaria contratada, además de la difusión de la maquinaria autopropulsada.

Consideraciones finales

Las sucesivas transformaciones del modelo de acumulación capitalista en la Argentina, desde mediados de los años setenta hasta principios del siglo XXI, han consolidado a la actividad agraria como la actividad dominante en la economía del país debido a la drástica reducción del sector industrial.

La agricultura argentina ha incorporado, desde la revolución verde hasta el presente, aunque no de manera uniforme, insumos y procesos tecnológicos originados en los países centrales, situación que se afianza con el masivo empleo de los productos biotecnológicos, en particular, la soja transgénica. Ello ha dado como resultado la “intensificación” del proceso de agriculturización, caracterizada por la creciente utilización de insumos industriales, que han sido decisivos en la reorganización social y productiva del agro pampeano y de otras regiones del país. Entre los cambios ocurridos se constatan, por una parte, la reducción en el número de las explotaciones agropecuarias y el consiguiente aumento de la superficie promedio y el de la concentración productiva. Estas modificaciones han generado, asimismo, la disminución en la ocupación de trabajadores rurales en las actividades agropecuarias y expulsión de mano de obra del campo hacia los centros urbanos de mediana importancia.

Por otra parte, los mayores requerimientos de insumos (semillas, fertilizantes, plaguicidas) y de bienes de capital (maquinaria moderna y equipos), sumados a la contratación y pago de servicios varios, han acrecentado la necesidad del capital como factor decisivo del proceso productivo a partir de las últimas transformaciones. Estas circunstancias han limitado las posibilidades de continuar en la producción agrícola a miles de pequeños y medianos productores sin capital forzados a dar en arrendamiento sus tierras cuando no excluidos. Esta situación ha favorecido los procesos de concentración productiva y de capital.

Las modificaciones de las condiciones productivas no solamente han reducido la autonomía relativa del productor familiar tradicional en el manejo de sus recursos sino que tienden a afectar el consumo básico de la población, y poner en riesgo la autosuficiencia alimentaria, dado que el actual modelo agrícola está centrado en un reducido número de cereales (maíz, trigo y sorgo granífero) y de oleaginosas, con predominio del cultivo de la soja transgénica para la exportación. Esta cuestión puede agudizarse ante los avances de los desarrollos biotecnológicos en la elaboración de alimentos que implicarían la sustitución creciente de productos de origen agropecuario por productos sintéticos.

En este contexto, resulta importante destacar el retroceso de los cultivos industriales, principal sostén de las economías regionales, como resultado de procesos de sustitución de cultivos tradicionales y de avances sobre la frontera agrícola que alteran, en muchos casos, los ecosistemas.

A diferencia del período en el que se produjo la revolución verde cuando las mejoras genéticas se difundían, en forma principal, desde los centros de investigación nacionales con apoyo del sector público, el actual mercado de transgénicos evidencia no sólo la alta incidencia de las grandes empresas transnacionales proveedoras de insumos agrobiotecnológicos sino también una marcada “privatización” del conocimiento generado en las actividades de investigación y generación de las nuevas tecnologías. (Díaz Rönner: 2003)

El actual modelo agropecuario basado en tecnología importada profundiza la dependencia tecnológica del país y afecta el desarrollo de la capacidad de innovación alternativa local ante la insuficiencia de los recursos presupuestarios destinados a la ciencia. La inversión pública debería constituir una herramienta indispensable del desarrollo tecnológico para eludir el riesgo que los países centrales intervengan en la especialización productiva del país a través de su liderazgo en la oferta tecnológica concentrada en un reducido número de empresas.

En definitiva, el esquema productivo sustentado en variedades transgénicas y agroquímicos e integrado a la siembra directa está sujeto a la producción de commodities de bajo costo y a gran escala, con fuerte reducción de mano de obra y tendencia a la concentración de la producción, donde la agricultura de precisión juega un papel relevante. El uso de tecnologías de avanzada en la maquinaria agrícola, asociadas con el empleo de los eventos transgénicos, implican un alto nivel de exigencias de manejo y de requerimientos de capital que tiende a la exclusión de un número creciente de productores agrícolas y a la intervención significativa de otros agentes económicos en la dirección y orientación de los procesos productivos, como las grandes empresas transnacionales proveedoras de insumos y las corporaciones agroindustriales.

Bibliografia

DÍAZ RÖNNER, Lucila: “ La incorporación de nuevas tecnologías: el caso de la soja” en Documentos del Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios, Buenos Aires, CIEA-IIHES-FCE-UBA, Diciembre 2003, número 1.
GIBERTI, Horacio: “ Modernizado e insatisfactorio sector agropecuario” en Realidad Económica, Buenos Aires, IADE, 16 de noviembre al 31 de diciembre del 2003, número 200.
GUTIERREZ, Marta: “Semillas mejoradas: desarrollo industrial e impacto sobre la producción agrícola” en La Agricultura Pampeana. Transformaciones productivas y sociales, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, IICA, CISEA,1988.
INDEC, Informe de coyuntura de la industria de maquinaria agrícola. Primer trimestre 2004 , Información de prensa, Buenos Aires, 14 de julio del 2004.
INDEC, R esultados provisionales Censo Nacional Agropecuario 2002, Informción de prensa, Buenos Aires, 25 de marzo del 2003.
INTA Manfredi, Balance sobre el mercado de la maquinaria agrícola 2004, Buenos Aires, noviembre del 2004.
OBSCHATKO E de, “ Articulaciones productivas a partir de los recursos naturales. El caso del complejo oleaginoso argentino”, Buenos Aires, CEPAL, 1997, Documento de Trabajo número 74.
PIZARRO, José B., “ La evolución de la producción agropecuaria pampeana en la segunda mitad del siglo XX” en Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios, Buenos Aires, CIEA- IIHES-FCE-UBA, 1er. Semestre 2003, número 18.
SAGPyA, Dirección de Economía Agrícola- Grupo de Análisis Económico, Informe de productos regionales. Insumos y maquinaria agrícola. Buenos Aires, septiembre del 2003.

Lucila Díaz Rönner
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires

Fuente: Revista Theomai

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