La revolución es el freno de emergencia: actualidad político-ecológica de Walter Benjamin

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Reproducimos un fragmento de la obra de Michael Löwy Ecosocialismo, la alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, sobre el pensamiento político-ecológico de Walter Benjamin.

24 de septiembre, 2016

Walter Benjamin fue uno de los pocos marxistas que, antes de 1945, propuso una crítica radical del concepto de “explotación de la naturaleza” y de la relación “asesina” de la civilización capitalista con esta.

 

En 1928, en su libro Dirección única (Einbahnstraße), denuncia la idea de dominación de la naturaleza como un discurso “imperialista” y propone una nueva definición de la técnica coma “control de las relaciones entre la naturaleza y la humanidad”. En sus escritos de los años 1930, se refiere a las prácticas de las culturas premodernas para criticar la “avidez” destructiva de la sociedad burguesa en su relación con la naturaleza. “Los más viejos usos de los pueblos parecen dirigirnos como una advertencia: cuidarnos del gesto de avidez cuando se trata de aceptar lo que recibimos tan abundantemente de la naturaleza”. Habría que “manifestar un profundo respeto” por la “tierra nutricia”; si, un día, “la sociedad, bajo el efecto del desamparo y la avidez, es desnaturalizada al punto de recibir solo a través del robo los dones de la naturaleza [...], su suelo se empobrecerá y la tierra dará malas cosechas”, escribe. Parecería que ese día ha llegado.

 

En uno de los textos que constituyen Dirección única, leemos bajo el título Aviso de incendio una premonición histórica de las amenazas del progreso, íntimamente asociadas al desarrollo tecnológico impulsado por el capital: si el derrocamiento de la burguesía por parte del proletariado “no es consumado antes de un momento casi calculable de la evolución técnica y científica (indicado por la inflación y la guerra química), todo está perdido. Hay que cortar la mecha que arde antes de que la chispa alcance la dinamita”, escribe Benjamin. Se equivocó en lo que concierne a la inflación, pero no en relación con la guerra; no obstante, no podía prever que el arma química, es decir, los gases letales, ya no sería usada en los campos de batalla, como en la Primera Guerra Mundial, sino en las cámaras para el exterminio industrial de los judíos y de los gitanos. Contrariamente al marxismo evolucionista vulgar, Benjamin no concibe la revolución como el resultado “natural” o “inevitable” del proceso económico y técnico (o de la “contradicción entre fuerzas y relaciones de producción”), sino coma la interrupción de una evolución histórica que conduce a la catástrofe. La alegoría de la revolución como “freno de emergencia” ya es sugerida en este pasaje.

 

Debido al hecho de que percibe la catástrofe, Benjamin reivindica, en su artículo sobre el surrealismo que data de 1929, un pesimismo -un pesimismo revolucionario que no tiene nada que ver con la resignación fatalista, y aún menos con el Kulturpessimismus alemán, conservador, reaccionario y prefascista, que sería el de un Carl Schmitt, de un Oswald Spengler o de un Moeller van der Bruck-. El pesimismo está aquí al servicio de la emancipación de las clases oprimidas. Su preocupación no es la “decadencia” de las élites, o de la nación, sino la amenaza que hace pesar sobre la humanidad el progreso técnico y económico promovido par el capitalismo.

 

La filosofía pesimista de la Historia de Benjamin se manifiesta de manera particularmente aguda en su visión del futuro europeo.

 

“Pesimismo en general. Sí, sin duda, y totalmente. Desconfianza en cuanto al destino de la literatura, desconfianza en cuanto al destino de la libertad, desconfianza en cuanto al destino del hombre europeo, pero, sobre todo, tres veces desconfianza frente a cualquier acomodamiento: entre las clases, entre los pueblos, entre los individuos. Y confianza ilimitada en I. G. Farben y en el perfeccionamiento pacífico de la Luftwaffe”.

 

La mirada lúcida permite a Benjamin percibir -intuitivamente, pero con una extraña agudeza- la aplicación metódica que pondría el complejo militar-industrial alemán en destruir Europa, perfectamente resumida en la expresión irónica “confianza ilimitada”. Por supuesto, no podía prever los bombardeos de la Luftwaffe sobre Londres y las otras ciudades europeas y sobre las poblaciones civiles; y aún menos podía imaginar que el industrial I. G. Farben iba a destacarse, apenas una docena de años más tarde, por la producción del Ziklon B, gas utilizado para “racionalizar” el genocidio, ni que sus fábricas iban a emplear, por centenares de miles, la mano de obra concentracionaria. No obstante, único entre todos los pensadores y dirigentes marxistas de esos años treinta, Benjamin tuvo la premonición de los monstruosos desastres que podía engendrar la civilización industrial-burguesa en crisis.

 

Si bien rechaza las doctrinas del progreso inevitable, propone, no obstante, una alternativa radical al desastre inminente: la utopía revolucionaria. Las utopías, los sueños de un futuro diferente nacen -escribe en Paris, capital del siglo XIX- en íntima asociación con elementos llegados desde una historia arcaica (Urgeschichte), “es decir, una sociedad sin clases” primitiva. Depositadas en el inconsciente colectivo, estas experiencias del pasado, “en relación reciproca con lo nuevo, dan nacimiento a la utopía”.

 

En su ensayo de 1935 sobre Johan Jacob Bachofen, antropólogo suizo del siglo XIX, conocido por sus investigaciones sobre el matriarcado, Benjamin desarrolla de manera más concreta ésta referencia a la prehistoria. Si la obra de Bachofen fascinó tanto a los marxistas, principalmente a Friedrich Engels y a los anarquistas, entre los que está Elisee Reclus, se debe a su “evocación de una sociedad comunista en los albores de la historia”, una sociedad sin clases, democrática e igualitaria, con formas de comunismo primitivo que significaban una verdadera “conmoción del concepto de autoridad”.

 

Las sociedades arcaicas también son aquellas de una mayor armonía entre los seres humanos y la naturaleza. En su libro inconcluso sobre los pasajes parisinos, Libro de los pasajes (Passagenwerk), se opone nuevamente, de la manera más enérgica, a las prácticas de “dominación” o de “explotación” de la naturaleza por parte de las sociedades modernas. Rinde homenaje una vez más a Bachofen por haber mostrado que la “concepción asesina (mörderisch) de la explotación de la naturaleza”, concepción capitalista-moderna, predominante a partir del siglo XIX, no existía en las sociedades matriarcales del pasado, en las que la naturaleza era percibida como una madre generosa (schenkende Mutter).

 

No se trata, para Benjamin -como tampoco, por lo demás, para Engels o Eliseé Reclus-, de volver al pasado prehistórico, sino de proponer la perspectiva de una nueva armonía entre la sociedad y el medioambiente natural. El pensador que, a sus ojos, encarna esta promesa de una reconciliación futura con la naturaleza es el socialista utópico Charles Fourier. Solo en una sociedad socialista, en la que la producción dejará de estar basada en la explotación del trabajo humano,

 

“el trabajo perderá su carácter de explotación de la naturaleza por el hombre. Seguirá entonces el modelo del juego infantil, que en Fourier está en la base del “trabajo apasionado” de los “armonianos”, [...] Un trabajo como este, efectuado en el espíritu del juego, no apunta a la producción de valores, sino a la mejora de la naturaleza. [...] Una tierra cultivada de acuerdo con esta imagen [...] sería un lugar en el que la acción es la hermana del sueño”.

 

En las Tesis sobre la filosofía de la historia, su testamento filosófico redactado en 1940, Benjamin vuelve una vez más a Fourier. Desea

 

“una forma de trabajo que, lejos de explotar la naturaleza, esté en condiciones de hacer que produzca creaciones virtuales que están adormecidas en su seno -ensoñaciones cuya expresión poética son sus "fantásticas imaginaciones”, en realidad plenas de un “sorprendente buen sentido”.

 

Esto no quiere decir que el autor de las Tesis quiera reemplazar el marxismo por el socialismo utópico: considera a Fourier como complemento de Marx. En la misma tesis XI pone en evidencia la discordancia entre las observaciones de Marx sobre la naturaleza del trabajo y el conformismo del programa socialdemócrata de Gotha. En el programa de Gotha (que es una traducción del positivismo socialdemócrata), así como en los escritos del ideólogo Joseph Dietzgen, observa Benjamin, “el trabajo apunta a la explotación de la naturaleza, explotación que se opone con una ingenua satisfacción a la del proletariado”. Se trata, de acuerdo con esta ideología, de un “abordaje de la naturaleza que rompe siniestramente con las utopías anteriores a 1848” -aquí, Benjamin hace una alusión evidente a Fourier-. Aún peor, por su culto del progreso técnico y su desprecio de la naturaleza- “ofrecida gratuitamente” -de acuerdo con Dietzgen-, este discurso positivista “ya presenta los rasgos tecnocráticos que se volverán a encontrar más adelante en el fascismo”.

 

En las Tesis de 1940, Benjamin establece una correspondencia -en el sentido dado por Baudelaire a este término en su poema “Les correspondances”- entre teología y política: entre el paraíso perdido del que nos aleja la tormenta que se llama “progreso”, y la sociedad sin clases en la aurora de la historia; entre el ser mesiánico del futuro y la nueva sociedad sin clases del socialismo. ¿Cómo interrumpir la catástrofe permanente, la acumulación de ruinas “hasta el cielo”, que se deriva del “progreso” (tesis IX)? Una vez más, la respuesta de Benjamin es a la vez religiosa y profana: es la tarea del Mesías, cuyo “correspondiente” profano, no es otro que la Revolución. La interrupción mesiánico-revolucionaria del Progreso es la respuesta de Benjamin a las amenazas que hacen pesar sobre la humanidad la continuación de la tormenta maléfica y la inminencia de nuevas catástrofes. Estamos en 1940, dos años antes de que sea formulada la Solución final.

 

En las Tesis sobre la filosofía de la historia, Benjamin se refiere a menudo a Marx, pero, sobre un punto importante, toma una distancia crítica del autor de El capital: “Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Tal vez las cosas se presenten de otra manera. Puede ocurrir que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en el tren tira del freno de emergencia”. Implícitamente, la imagen sugiere que, si la humanidad permite que el tren siga su camino -ya marcado por la estructura de acero de los rieles- y si nada retiene su progresión, entonces nos precipitaremos directamente en el abismo.

 

No obstante, incluso Walter Benjamin, el más pesimista de los marxistas, no podía prever hasta qué punto el proceso de explotación y de dominación capitalista de la naturaleza estaba avanzado, ni que su copia burocrática en la Unión Soviética conduciría a consecuencias desastrosas para el conjunto de la humanidad.

 

* Este artículo ha sido tomado de un fragmento de la obra Ecosocialismo, la alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista de Michael Löwy, publicado al español por Ediciones Herramienta y Editorial El Colectivo en 2011.

Fuente: La Izquierda Diario

Temas: Ecología política

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