Maíz, transgénesis, agronegocio y ciencia: con el investigador mexicano Emmanuel González-Ortega

Idioma Español
País México

Llegó a Uruguay para participar en varios seminarios, invitado por el equipo del Laboratorio de Trazabilidad Molecular Alimentaria de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y con la idea de “tender puentes” que permitan “saltar el sesgo y los impedimentos económicos”. Pertenece al Instituto de Ciencias de la Complejidad y al Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lo entrevistamos para pensar con él acerca de maíz, transgénesis, agronegocio y ciencia.

Emmanuel González Ortega. Foto: s/d de autor

¿Qué implica que un maíz nativo presente trazas transgénicas?

-Las implicancias que tiene son muchas y en diferentes ámbitos. Desde el punto de vista genómico, no hay investigación concluyente acerca de cuáles son los efectos potenciales que pueda generar la inserción transgénica. Pero se sabe que los propios mecanismos de inserción de transgenes ya tienen efectos tanto a nivel genético como fisiológico y hasta metabólico en las plantas que fueron sometidas a ese procedimiento. La intención de poner un transgén -secuencia de información genética diseñada y manipulada en un laboratorio- es que esa planta exprese un producto que antes no expresaba de manera natural y que, de una manera no natural, se le introduce. Una planta o cualquier organismo no va a obtener transgenes sintetizados in vitro de manera natural.

Sin embargo, las empresas productoras de organismos modificados genéticamente (OMG) dicen que la presencia accidental formaría parte del orden natural...

-Decirlo así es un error. El flujo de transgenes no ocurre de manera natural. La propia definición de transgén lo señala. Han sido producidos por medio de ingeniería genética y combinan elementos procedentes de diferentes organismos evolutivamente muy separados, como por ejemplo virus y bacterias. Esto no ocurre en la naturaleza. La dispersión de transgenes hacia otras plantas mediante mecanismos como la fertilización entre plantas ocurre, sí, de manera natural, pero porque alguna de las plantas ya contenía ese transgén previamente. No es que ese transgén de pronto le apareció y se lo pasó a otra planta.

¿Puede haber una intención de las empresas de contaminar el maíz? ¿Ganan con esto?

-Habría que analizar el potencial beneficio económico que tendrían. Pensando en que las variedades transgénicas que ellos han producido están sometidas a patentes, uno puede pensar que sí. Que las compañías tendrán beneficio adjudicándose ellos mismos el derecho potencial de demandar a los productores. Todavía no han sido liberadas las tecnologías transgénicas llamadas “terminator”, que hacen a las siguientes generaciones estériles. Pero si un agricultor desea sembrar variedades híbridas de las compañías tiene que firmar un contrato en el que una de las cláusulas indica que no puede guardar semillas para las siembras venideras. Cada año tendrá que comprar de nuevo la variedad que corresponda, sea esta o no transgénica.

¿Cuál es el papel que juega la ciencia en el modelo global del agronegocio?

-Uno de los conflictos que viven la ciencia y los centros universitarios es que ante las agendas económicas que pautan el mercado global, en ocasiones se privilegia el cumplimiento de esas agendas y se deja de lado la investigación pública e independiente de la agroindustria y los intereses de las grandes empresas. Lamentablemente, la tendencia parece que va en ese sentido, de que cada vez más compañías privadas -no solamente semilleras- incidan con mayor fuerza en los centros de educación públicos universitarios y, por lo tanto, orienten investigación hacia la obtención de beneficios para los inversores. La ciencia es un campo de debate abierto todo el tiempo. Y eso la mueve: las posturas encontradas. Pero desde la construcción y sin conflicto de intereses. Como se ha evidenciado muchas veces, en la agrobiotecnología transgénica hay conflictos de interés de científicos que trabajan en compañías, después ocupan puestos de gobierno, después en universidades, y eso pasa en todo el mundo, en el fenómeno conocido como “puerta giratoria”.

¿Cuáles son los riesgos de quedarse sin maíz nativo? ¿Eso puede llegar a pasar?

-México es centro de origen y diversidad del maíz. Hay un acompañamiento mutuo entre las comunidades campesinas e indígenas y el maíz; se han adaptado de tal manera, que el maíz es la base de la alimentación en nuestro país. Un mexicano puede consumir anualmente más de 100 kilos de maíz. Ante este hecho, y en el contexto del calentamiento global y el cambio climático, es importantísimo conservar el maíz como reservorio genético para la generación de variedades que puedan ser adaptadas a cambios climáticos como sequía o condiciones de mayor humedad. Otro aspecto es a nivel económico y de seguridad y soberanía alimentaria. Hasta hoy la mayoría de las variedades que se plantan para comer son no transgénicas, y si se llena de transgénicos, las comunidades estarían en riesgo de no poder mantenerse y proporcionar ese alimento. Otro riesgo central es a nivel de salud pública. Aunque faltan estudios epidemiológicos, hay evidencias que señalan riesgos potenciales a la salud por el consumo de maíces transgénicos.

¿El maíz transgénico que llega a México es importado?

-México importa aproximadente una tercera parte del maíz que utiliza, no solamente para fines alimentarios, sino también para fines industriales, como producción de etanol y producción de almidones. Lo importa principalmente desde Estados Unidos, donde entre 90% y 95% del maíz que se siembra es transgénico. Por las mismas condiciones geoecológicas y geoambientales en México, que son altamente diversas, la presencia de maíces transgénicos podría causar una disminución en la siembra, presencia y supervivencia de variedades nativas.

Homogeneizaría...

-Exactamente. A nivel genético, homogeneizaría las variedades nativas; a nivel agronómico, bajarían los rendimientos si llegara a aumentar la siembra de maíces híbridos transgénicos.

La base de la agricultura es la diversidad, y este modelo se rige por patrones unificantes...

-Efectivamente, la agricultura está basada en la diversidad. Los cultivos que son base de la alimentación mundial se originaron a partir de ella. Esa diversidad se generó con diferentes situaciones ambientales o geográficas que permitieron que las comunidades humanas que había en ese momento se asentaran y, progresivamente, fueran realizando un mejoramiento de esas variedades para cubrir sus necesidades alimentarias. Este modelo, en cambio, está orientado a que los beneficios económicos sean los máximos. A que el productor utilice la menor cantidad posible de mano de obra, con la menor cantidad de insumos, y obtenga un rendimiento mayor. No toma en cuenta la diversidad mundial, y las situaciones particulares de las regiones.

¿Es posible separar la discusión sobre los transgénicos de otros costos que tiene el modelo, como las poblaciones fumigadas o la contaminación del agua y el ambiente?

-Después de 20 años de presencia de cultivos transgénicos, volver a intentar responder la pregunta únicamente desde la ingeniería genética, la biotecnología o la biología molecular implicaría que estamos atrasados. Debemos preguntarnos de manera crítica qué es lo que está pasando y cuáles son los efectos en la salud y en la ecología en regiones de países como Argentina, que han adoptado desde hace años ya este modelo de producción a gran escala.

En el caso de México te escuché hablar de “doble despojo”, en la medida en que las empresas están contaminando el maíz criollo, pero al mismo tiempo se están llevando el maíz limpio.

-Sí. Partamos de que indudablemente hay presencia de maíz transgénico en campos de zonas donde no hay permisos específicos para esto, hecho reconocido hasta por organismos oficiales mexicanos. Cada vez hay menor acceso a semillas nativas propias de los campesinos. Y hemos detectado empresas de reciente salida al mercado que tienen como misión buscar maíces nativos libres de transgénicos para venderlos en el mercado de Estados Unidos a restaurantes gourmets, a precio de delicatessen. Hay investigaciones que documentan que las moléculas que les dan el color a los maíces pigmentados tienen propiedades bioactivas, anticancerígenas y antioxidantes, y hoy están buscando llevarse este maíz sano y dejarnos el contaminado con transgenes y con agroquímicos. Esto es, claramente, un doble despojo.

¿Cómo se instala el debate sobre comer transgénicos en la sociedad, si no es posible explicar cabalmente qué implica que un producto tan consumido tenga transgénicos?

-Es que no se sabe qué implica, pero hay preguntas para hacerse. De dónde viene la comida, quién la produce y cómo es que llega a la mesa. Hemos asumido que la comida está allí y ya, que uno va al centro comercial y ahí compra lo que va a comer. Lo que estamos observando en este tipo de investigaciones es que hay necesidad de reavivar esas preguntas y que debemos, todos juntos, explorar las posibles soluciones, y buscar quién produzca alimentos de otra manera, no gente que produzca veneno.

Ahí, en el veneno, quizás haya una pista...

-Sí. Claro. Pero precisamente, quienes nacimos y vivimos en las grandes ciudades no tenemos demasiada opción, porque no podemos acceder a un terreno donde plantar nuestros propios alimentos. Sin embargo, al día de hoy la producción de alimentos sanos está en manos de pequeños productores con la menor cantidad de recursos y la menor cantidad de tierra, con la menor cantidad disponible de agua, pero con sus propias semillas.

¿Una alternativa sería potenciar eso?

-Sí, porque ante lo que se está viviendo -no solamente en México, sino a nivel mundial-, la gente eventualmente buscará tener acceso a esos alimentos, y para que haya disponibilidad y acceso se debe mantener la agricultura campesina, que a su vez es la que está siendo más afectada por la agricultura industrial y los transgénicos.

Por Marcelo Aguilar

Fuente: La Diaria

Temas: Transgénicos

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