Territorios decapitados por el orden extractivo-minero. Una aproximación desde el metabolismo social y falla metabólica del Capital

Toda producción social que tienda hacia el mantenimiento de las condiciones de vida sobre la tierra, desarrolla un tipo de relacionamiento que hace posible la existencia humana a través del trabajo que, junto con la naturaleza, crean la riqueza. Marx lo explicó de la siguiente forma “el trabajo es, antes que nada, un proceso que tiene lugar entre el hombre (ser humano) y la naturaleza, un proceso por el que el hombre, por medio de sus propias acciones, media, regula y controla el metabolismo que se produce entre él y la naturaleza” (Marx 2011, 326). En ese sentido, el intercambio material y energético entre el trabajo humano y la tierra es constitutivo de la sostenibilidad de los diferentes pueblos con sus técnicas y modos de crear su propio régimen de vida, es decir, su propio metabolismo social y comunitario.

Tomada de Lucas Hallel ASCOM/FUNAI. Indigenas Pataxó Hã-hãhãe viven em la aldeã Não Xonhâ en el margen del Río Paraopeba, afectado por el colapso del relave em Brumadinho em Brasil. Estado Minas Gerais

La categoría de metabolismo social es fundamental para entender la relación humana con la naturaleza, porque la vida humana es una manifestación del movimiento y de la interacción entre trabajo y tierra. Dice Marx que “el hombre vive de la naturaleza que constituye su cuerpo y que para poder existir tiene que establecer un dialogo con ella, si no quiere perecer” (1968, 111). Obsérvese que cuando se refiere a la naturaleza con el pronombre de ella, se la entiende como sujeto y no como objeto, es decir, que se la concibe en términos de respeto.

Esta conceptualización sobre el metabolismo social fue introducida por Marx en un contexto marcado por la creciente preocupación ante la disminución de la fertilidad de la tierra en Inglaterra en el siglo XIX, teniendo como sustento los estudios de Liebig sobre “la química orgánica en su aplicación a la agricultura y fisiología”. Marx se da cuenta de que los métodos empleados para el desarrollo agrícola profundizan la división entre ciudad y campo. También toma conciencia de la relación entre la destrucción ecológica de la tierra en el campo con el avance de la urbanización propiciado por el capitalismo.  

La “relación extractiva” de la ciudad sobre el campo, ha configurado históricamente una división entre dos geografías donde una es propiciadora de la destrucción y el aplastamiento de las fuentes de vida. Sentencia Bellamy Foster (2000) que el comercio a larga distancia es el responsable de la enajenación no solamente del suelo, sus nutrientes, sus minerales, sino del trabajo humano. Esta enajenación no es otra cosa más la captura de los flujos vitales establecida entre la tierra y el trabajo que son usados por el capital para producir plusvalía no solamente en términos de dinero sino también en términos de plusvalía ecológica (Machado 2015) en los grandes centros urbanos globales.

El mercado capitalista sólo funciona si una geografía es sometida por otra, la del consumo y la del uso, la que en última instancia se apropia de los elementos constitutivos de la vida del lugar de la extracción. Por eso es que es inevitable un retorno o una medida reparativa, porque la economía de la sociedad moderna se basa en poder transferir y/o “exportar el suelo” de los pueblos no modernos. Marx le llamo a esto “fractura irreparable” porque el progreso camina hacia el arruinamiento de los pueblos y hacia el empobrecimiento de los ecosistemas. En esto se basa el extractivismo-minero que circula por toda América Latina y en particular por la cordillera de los Andes que le ha dado al mundo una “experiencia mineral” jamás vista en la historia del planeta.

Fractura metabólica como proceso constitutivo del extractivismo-minero

A nuestro entender, cuando Marx hablaba del “robo de suelo” en el siglo XIX por Inglaterra a los demás países para mantener su producción industrial, entendía que el capitalismo y la sociedad moderna naturalizó ciertas jerarquías geográficas a escala global donde unos se especializan en la producción de materias primas y otros en la producción de base industrial. Cabe resaltar que ser global viene precisamente del proceso de expropiación de las energías provenientes de los múltiples lugares del planeta, haciendo expirar la diversidad de modos de vida al implantar regímenes extractivistas (Machado 2015). De allí, el carácter globalizador de la economía moderna capitalista. De esta manera, nuestras economías son normalizadas como proveedoras de materias y energía para el desarrollo industrial de Europa y Estados Unidos.

Lo anterior significó para nuestros pueblos del Abya Yala una parálisis cultural (Huguet 2016), pues la historia introducida por los europeos no correspondió con los metabolismos históricos de los mismos. Es decir, la introducción de su historia económica en este continente, significó la ruptura del espacio-tiempo por un colonialismo que se hizo acosta de la historia de los pueblos abyayalenses, o sea su subdesarrollo, en aras de la aceleración del desarrollo histórico de los modernos (Cabral 1970). Y esto se hizo gracias al “robo del suelo”, es decir, de los minerales contenidos en las tierras de nuestros ancestros.

Es fundamental subrayar que la fractura o falla metabólica de la que habla Marx, no debe agotarse en un asunto de expropiación de la economía capitalista, sino de la parálisis del desarrollo de las diversas comunidades que aun r-existentes en América Latina (Golçalves 2006), paralelamente con el grado de destrucción que, por fortuna, no fue completa porque aún sobreviven los saberes, los alimentos y espacios reproductivos que nos dan la oportunidad de pensar en otros horizontes utópicos. En ese sentido, la fractura metabólica es constitutiva de la economía moderna que intentará decapitar los territorios aun restantes para nutrir con el combustible mineral la experiencia moderna.   

Un ejemplo de esta fractura la encontramos cuando el extractivismo-minero toca o se relaciona con el agua, cuyo resultado es la acumulación y expropiación de grandes cantidades de agua y la contaminación de este líquido vital (Restrepo 2019), que impide la resiliencia ecosistema bajo la cual puede reproducirse tanto el ser humano como la naturaleza.

El último caso en la historia que registra los desastres mineros en América Latina sucedió en Brasil. La ruptura del relave en Brumadinho en el Estado de Minas Gerais el día 25 de enero del presente año, es un ejemplo de la monstruosidad con la cual el extractivismo va fracturando la relación entre el ser humano y la tierra. Dicho desastre ocasionó la muerte, a la fecha del 21 de febrero, de 176 muertes y un saldo aun de 134 de desaparecidos (Vale 2019). Los 12 millones de metros cúbicos de tóxicos acabaron con la vida del Rio Paraopeba que tiene un recorrido de 220 kilómetros hasta la represa de Retiro Baixo. A 22 kilómetros del lugar del desastre minero está la aldea y reserva indígena de Nao Xohã. Para la comunidad indígena localizada en la rivera del Rio Paraopeba era el medio de sobrevivencia. Cito textualmente lo sentires de esta comunidad: “nosotros lavábamos nuestras ropas, pescábamos y ahora ver el rio muerto. Él murió a las 9 horas de la mañana y se llevó todos nuestros sueños que estábamos conquistando. Cuando nosotros entramos no había producción de pescado, ahora que nosotros estábamos había “peixe”. El rio era blanquito, usted veía las piedras en el fondo del agua. De ese rio dependíamos 18 familias… Siempre tomábamos tres sacos de pescado… Nosotros estamos es para preservar la tierra. Esto acabó con nuestras vidas, con nuestros alimentos, con nuestro saber. Es por eso que estamos derrotados, nosotros sobrevivimos del bosque, sobrevivimos de la madre tierra... Queremos vivir con base a nuestro origen. Tenemos el corazón herido porque ya no tenemos como sobrevivir. Lo que nos queda es seguir luchando” (Paulo 2019).

Cito el anterior párrafo a modo de ejemplificar el escenario de irreparabilidad de aquel metabolismo social donde se da la reproducción de la vida a través de la pesca. A nuestro entender, estos procesos son constitutivos del extractivismo-minero que reordena los territorios por vía del desastre y de la degradación de la naturaleza. Jamás en esta región se podrá generar las condiciones necesarias para que del Rio y del suelo emerja la vida, por tanto, la cultura y la comunidad en tanto que ya no se puede trabajar. Según Marx “la vida física y mental del hombre (ser humano) está vinculada a la naturaleza, puesto que el hombre es parte de la naturaleza”. Lo que vemos con el Rio Paraopeba es que el “capitalismo del desastre” ha imposibilitado la reproducción humana en este espacio, precisamente por la interrupción y violación del intercambio material y energético que motiva un tipo de existencia no moderna. 

Cabe recordar que gran parte de los minerales extraídos del Estado en Minas Gerais son enviados a los países industrializados del norte. En este Estado se evidencia con mucha fuerza la constitución de las geografías desiguales, puesto que en el 2015 se presentó otro desastre minero, el mayor de la historia extractiva-minera, por el rompimiento de la represa de Bento Rodrígues que contenía aproximadamente 62 millones de metros cúbicos de lodo tóxico. Además de las más de 400 piscinas mineras existentes.

Hacia la recuperación del metabolismo social y comunitario

Ahora bien, ¿Dónde está el cambio civilizatorio que nos ubiquen a la altura del presente siglo? Considero que es fundamental detener la mirada en aquellos pueblos que se gestionan ya no desde la falla metabólica como lo hace la sociedad moderna capitalista, sino de aquellos que han resistido al colonialismo y a la desaparición de sus regímenes de vida, organizados desde el trabajo-tierra para entender otro tipo de metabolismo desde la cual sea posible hacer tránsitos civilizatorios. Si bien es cierto que la discusión para realizar esta transición es epistémica, también es cierto que dicha discusión y necesidad pasa por una visión material de encontrar metabolismos-otros, como aquellos que aún se mantienen y que son propuestos por los pueblos andino-amazónicos (Bautista 2015). En realidad, la discusión tiene que ser epistémica-política-material porque la descolonización del saber no solamente se da en el plano de las ideas sino con el trabajo en la tierra. A través de una conversación con un integrante de la comunidad mapuche en Argentina, en la ciudad de Esquel, me dice que la verdadera descolonización es cuando nos devuelvan las tierras porque en ella están contenidos los ancestros.

Siguiente este parecer, considero fundamental volver al Marx comunal para pensar el tema del metabolismo social pero pensado desde nuestros pueblos como lo ha planteado el filósofo Juan José Bautista (2015), porque de esa manera podemos avanzar hacia la racionalidad de la vida contenida en los metabolismos sociales y comunitarios que r-existen en América latina.

Referencias

Bautista, Juan José. 2015. Qué significa pensar desde América Latina. Hacia una racionalidad transmoderna y postoccidental. Madrid: Akal.

Cabral, Amilcar. 1970. “Towards Final Victory”. En Revolution in Guinea: An African People'sRe. ed.. London: Monthly Review Press.

Foster, Jhon Bellamy. 2000. La ecologia de Marx. Materialismo y Naturaleza. España: Edidones de Intervención Cultural; El Viejo Topo.

Golçalves, Carlos Walter Porto. 2006. “A Reinvenção dos Territórios: a experiência latino-americana e caribenha”. En Ana Esther Ceceña (comp.) Los desafíos de las emancipaciones en un contexto militarizado. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO.

Huguet, Montserrat Galceran. 2016. La barbará Europa. Una mirada desde el postcolonialismo y la descolonialidad. Madrid: Trafiantes de Sueños.

Machado, Horacio. 2015. “Ecología política de los regímenes extractivistas. De reconfiguraciones imperiales y re-exsistencias decoloniales en nuestra América”. Bajo el Volcán 15 (23): 11 - 51.

Marx, Karl. 1968. Manuscritos filosóficos y económicos. Madrid: Alianza Editorial S. A.

Marx, Karl. 2011. O capital. Rio de Janeiro: Boitempo.

Paulo, Paula Paiva.  2019. 'Nosso rio está morto', lamenta cacique de aldeia indígena a 22 km de Brumadinho. G1, 29 de enero, sección Minas Gerais. https://g1.globo.com/ (último acceso: 24 de 02 de 24).

Restrepo, Cristian. 2019. La Modernidad contra la vida: El orden ‘extractivo-minero’ como el desorden ecológico de los pueblos. Blog nuestrAmérica, 25 de enero, sección Columnas. http://blog.revistanuestramerica.cl/

Vale, João Henrique do. 2019.  Chega a 176 o número de mortes na tragédia de Brumadinho. Jornal Estado de Minas, 21 de Febrero, sección Gerais. https://www.em.com.br/ (último acceso: 02 de 24 de 2019).

* Doctor en Geografía. Universidad Federal de Paraná, Brasil. Profesor de Historia de América Latina y educación ambiental y procesos comunitarios. Correo moc.liamg@opertserdabac.

Fuente: Nuestramérica

Temas: Extractivismo, Tierra, territorio y bienes comunes

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