Un desastre denominado Cumbre Climática

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"Infelizmente, los países del Tercer Mundo –cuya salvación no está en sus manos– seguirán sufriendo los embates del agravamiento climático, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar para conjurar los permanentes peligros que padecen y atentan contra sus habitantes, medioambiente y economía".

Por Gustavo Portocarrero Valda.

No arrojó el resultado ansiado, ni satisfizo mínimas expectativas, la Conferencia de las Naciones Unidas de diciembre pasado, en París, sobre el Cambio climático. No obstante el forzado optimismo de los países ricos –responsables por la quema de combustibles fósiles– y las declaraciones de sus delegados a los medios de comunicación, no hubo nada que merezca comentario trascendental de aquella reunión. Se sumaron a la concertación –y amañado júbilo sobre tal vacío– el propio Secretario General de la ONU Ban Ki Moon, su séquito de primera línea, algunas ONGs (beneficiarias de donaciones) más algún delegado adulón perteneciente al Tercer Mundo.

Apagadas las artísticas sonrisas, aquí no pasó nada en favor del planeta Tierra, excepto un encuentro social de burócratas del mundo, con pasajes y estadía pagados, precedido de una innoble prohibición gubernamental francesa para efectuar manifestaciones ecologistas. Esto último como sugestivo recurso mal intencionado que, a la vez, habría de dar tranquilidad y paz al evento, aprovechando la emergencia del sangriento acto terrorista –semanas antes– en aquella misma ciudad.

La prensa internacional no registra un solo artículo posterior que exhiba bases racionales y científicas de las conclusiones, ni que el peligro mundial haya sido conjurado o que desaparezca –no la “amenaza” climática– sino la ya actual realidad de riesgo climático permanente. Contrariando su propio optimismo, el Presidente de los EE.UU. se quedó en el silencio aceptando, de su parte, que los acuerdos emitidos no sean vinculantes (obligatorios). Sus anteriores palabras de seguridad y esperanza, se desvanecieron como pompa de jabón.

Importó más, para la opinión pública, lo que se dijo después Como reguero de pólvora, no han cesado las publicaciones de ecologistas y entendidos en la materia, denunciando que el citado evento fue absolutamente inútil.

De todos los materiales producidos, el más claro y concreto para el público, corresponde al escritor español Xavier Caño Tamayo. Se lo extracta con toda su crudeza:

1. No se ha tomado ninguna medida concreta para frenar el calentamiento global. No hubo plan ni propuestas. Solo hubo “parloteos inútiles” frente a una realidad de riesgo mundial que burla la urgencia de acelerar medidas sin prolongaciones de tiempo.

2. El único resultado perceptible consiste en que los causantes reducirán las emisiones de gases del efecto invernadero… si les da la gana, porque los pretendidos acuerdos de París son humo, no obligan a nadie ni establecen sanciones por incumplimiento. Menos se establecen plazos para reducir hasta eliminar el uso de aquellos combustibles, ni propone transición energética alguna del petróleo a energías limpias y renovables.

3. La reunión ha ignorado los crecientes fenómenos meteorológicos extremos, responsables de la cuasi desaparición de pequeños estados insulares por tempestades, inundación y subida del nivel del mar; la destrucción por esos fenómenos de infraestructuras y servicios (electricidad, agua, atención a emergencias…); la pérdida de ecosistemas marinos y costeros y de medios de vida para muchas poblaciones por esa destrucción; la muy preocupante reducción de la superficie forestal, agua más escasa y la destrucción de la diversidad biológica…

4. Aunque el cambio climático amenaza a todos, son los pobres quienes pagan la mayor factura por sequías, incendios, violentas tormentas, huracanes destructores, inundaciones nunca vistas, malas cosechas, subidas del nivel del mar. Aquello significa que siguen prevaleciendo los intereses económicos de una minoría por encima de la vida de la gente y la conservación de la Tierra.

Como un castigo del Destino contra la ceguera de la Cumbre Climática, los recientes informes meteorológicos sostienen que precisamente el mes de diciembre pasado ha sido el más caluroso de toda la historia. Así lo acaba de sostener NOAA, la Agencia Estadounidense Oceánica y Atmosférica. De otro lado la agencia del espacio, NASA (del mismo país) reafirmó que el año 2015 se ha roto con los récords de calor de todos los tiempos. Su director, Charles Bolden, a tiempo de exigir que los legisladores tomen debida nota porque ya es hora de actuar, sostuvo finalmente: “El cambio climático es el desafío de nuestra generación”.

Los largos plazos que se han fijado los gobiernos causantes del problema, para la reducción de sus emanaciones tóxicas, revelan cuán fuerte es la presión del empresariado bancario, industrial, comercial y particularmente petrolero y del carbón. Para aquellos parece no existir la crisis ecológico-ambiental, porque están más interesados en el goce de sus privilegios aunque se llegue al mismo borde del abismo, tanto para la Tierra como de la humanidad.

Pese a los esfuerzos negadores del cambio climático, la amplia inquietud mundial por tan insoluble problema sabe que la única solución integral consiste en detener el consumo de aquellos productos y, naturalmente, paralizar la explotación del petróleo, carbón y fuentes de otros elementos menores. El triste cuoteo de reducir emanaciones de humo hacia la atmósfera es un vergonzante como humillante embrollo de la solución.

Infelizmente para los causantes del atentado ecocida, las contradicciones de la propia sociedad de consumo –que pretende volver sumisa a la humanidad­– están determinando que las cosas pueden y deban cambiar. La gigantesca baja internacional en los precios del petróleo afectó y va afectando los costos de producción. Parece haber sepultado la posibilidad de retornar a los tiempos de oro especulativos en favor de las grandes compañías explotadoras y monarquías árabes, propietarias de yacimientos.

Todo aquello ya apunta directamente, y con cierto grado de fuerza, contra la producción y el consumo de la gasolina para todo tipo de transporte (vehicular, aéreo, marítimo y motores) cuyos variados sustitutos –que ya existen– es cuestión de racionalizarlos, asegurar su producción y darle el costo y precio adecuados. Esta medida –con toda seguridad– haría bajar aún más el precio del petróleo, mandando a aquél en picada y convirtiéndolo virtualmente en inexplotable.

Infelizmente no se puede hacer lo mismo con el carbón de piedra, lo cual dejaría un gran vacío o suspenso; pero, en todo caso, como el segundo problema ambiental internacional.

Infelizmente, los países del Tercer Mundo –cuya salvación no está en sus manos– seguirán sufriendo los embates del agravamiento climático, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar para conjurar los permanentes peligros que padecen y atentan contra sus habitantes, medioambiente y economía.

Por lo menos en Bolivia acaba de secarse el Poopó, segundo e inmenso lago del país, localizado en el frío altiplano andino, a 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, asentado sobre más de cuatro mil quinientos kilómetros cuadrados de superficie. Se han extinguido la totalidad de peces, fauna acuática, pájaros, aves zancudas y vegetación, dejando a los aborígenes milenarios indígenas en la más miserable ruina. Para quien no lo sepa, ya veremos cómo próximamente los vientos removerán millones de toneladas de la arena, formando tornados o trombas, para ser transportada a lejanas regiones, sepultando cultivos agrícolas. Es más, la sequía o calor extremo está destruyendo las plantaciones de quinua, excelente alimento nutritivo que ya comenzó a abrirse mercado para el consumo mundial.

En Chile acaba de reaccionar el Océano Pacífico con gigantescas olas, de cinco metros de altura, sobre las playas de la ciudad de Viña del Mar, destruyendo todo a su paso e inundando la tierra firme con un metro de altura.

También toda la costa este de los EE.UU. ha sido atacada por gigantescas tormentas de nevada. Particularmente en Nueva York, la gente fue prohibida de circular hasta que los mecanismos técnicos municipales habiliten las vías principales. Claro está que para el Presidente Obama, aquello es una desgracia que no asocia con el cambio climático.

Con solo las referencias anteriores, de las muchas que hay, ya podemos anticipar lo que vendrá después, cuando empeore la situación.

Desconocemos si los propietarios del poder económico mundial habrán reflexionado con plena consciencia, –y no es ironía, mofa ni broma– si van a poder llevarse sus riquezas al otro mundo.

Fuente: Gustavo Portocarrero Valda

Temas: Crisis climática

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