El negocio de la biotecnología. Moratoria a favor de la biodiversidad

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En el mundo resisten 1.400 millones de campesinos pobres que dependen de las semillas de la cosecha, que ellos conservan e intercambian. Durante milenios, las familias campesinas han garantizado la agrobiodiversidad y su seguridad alimentaria adaptando y mejorando semillas y plantas

Moratoria a favor de la biodiversidad

Es el primer paso para evitar aquellas semillas transgénicas que no se reproducen tras el primer cultivo

Apenas nos han llegado buenas noticias desde Curitiba, Brasil. La reunión del Convenio sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, finalizada el pasado 31 de marzo, ha dado muy pocos pasos en favor de la biodiversidad. Pero seamos positivos y destaquemos un logro fruto del sentido común y la persistencia de una amplia coalición de colectivos de campesinos, pueblos indígenas y organizaciones de la sociedad civil. La reunión ha decidido mantener la moratoria sobre la tecnología Terminator. Este nombre tan pavoroso no corresponde a una película del gobernador de las penas de muerte,sino que define una nueva tecnología para las semillas transgénicas, que les impide reproducirse después del primer cultivo. Así, las empresas comercializadoras se aseguran de que los agricultores no vuelvan a plantar las semillas de su propia cosecha.

Quizás a nuestros campesinos y campesinas, que ya están acostumbrados a trabajar con semillas híbridas (semillas mejoradas) que a la cuarta o quinta siembra ya han perdido mucho de su vigor (propiedades de la semilla que determinan su potencial de desarrollo), este asunto no les cause mucha preocupación.

Pero en el mundo resisten 1.400 millones de campesinos pobres que dependen de las semillas de la cosecha, que ellos conservan e intercambian. Durante milenios, las familias campesinas han garantizado la agrobiodiversidad y su seguridad alimentaria adaptando y mejorando semillas y plantas. Disponen de muchísimas variedades de semilla para cada cultivo que les permite escoger aquellas que resisten mejor diferentes condiciones climáticas y se adaptan a diferentes nichos ecológicos. Pueden utilizar variedades que maduran en distinto momento o que pueden almacenarse para asegurar su sustento a lo largo del año. Las comunidades agrícolas de los Andes, por ejemplo, utilizan 3.000 variedades de papa.

Como dice Geoffrey C. Hawtin, director general del Instituto Internacional de Recursos Fitogenéticos, "no respetar la diversidad biológica puede costar muy caro: en el siglo XVIII, en Irlanda, donde la papa era el principal alimento de un tercio de la población, los agricultores cultivaban casi exclusivamente una variedad muy productiva; cuando ésta sucumbió a una plaga de hongos, la hambruna resultante provocó la muerte o la emigración de más del 20% de la población".

Los transgénicos ya han conseguido implantarse en muchos lugares; pero, al contrario de lo que defienden sus partidarios, las modificaciones genéticas introducidas hasta ahora no han ayudado en nada a los pequeños campesinos ni en la lucha contra el hambre. Un caso paradigmático lo tenemos en los resultados provocados desde la aprobación en el 2003 en India de la comercialización de un algodón genéticamente modificado vendido por la compañía líder del sector, Monsanto. La publicidad de esta compañía prometía a los campesinos una producción 15 veces superior a la de sus cultivos con semillas autóctonas. Pero el experimento ha comportado desde la pérdida de cosechas enteras hasta cosechas de una quinta parte de lo prometido. Y aun en estos casos, los costes añadidos (el precio de la semilla más los precios de los pesticidas exclusivos que éstas necesitan) han representado pérdidas económicas a los campesinos de un país que, abierto a la globalización, ha dejado de apoyar al medio rural.

La moratoria es un primer paso para acabar con esta tecnología que atenta contra la biodiversidad: una de las pocas armas de las que disponen las familias rurales para su supervivencia.

Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras

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