La turbiedad de las aguas del río Choya, la turbiedad de los procedimientos mineros

Idioma Español
País Argentina
Foto de Susi Maresca

Choya es un pueblo rural de Andalgalá. El 3 de mayo sufrió una feroz represión policial por el de hecho de defender el agua, el cerro y rechazar la megaminería. El jueves 19 volvieron a ser reprimidos. Crónica de cómo se organizan y qué piensan los y las habitantes del lugar. “Queremos una Patria, no una dictadura minera”, destacan los Vecinos Autoconvocados.

Choyanos patas sucias”, nos han dicho… Sí, con los pies sucios por laburar la tierra, ¿o qué creían? ¿Qué las fincas que florecen en primavera y dan cosecha en la crudeza del invierno y la calidez del verano lo hacen por arte de magia? Estas tierras valen cada gota de sudor de nuestro cuerpo, valen cada pie lleno de tierra y el dolor intenso de las manos callosas que la trabajan. Valen cada amanecer y cada ocaso dedicado.”

Carta de Vecinos de Choya Autoconvocados, 5 de mayo de 2022

Desde Choya, Catamarca

Choya es un pequeño poblado rural al pie del Aconquija, departamento Andalgalá (Catamarca). De casitas dispersas, entremezcladas entre chacras y fincas de membrillos, duraznos y otros frutales, e hilvanadas por acequias y canales que reparten las aguas del río homónimo que baja del cerro. A fines de marzo, días después de su última crecida, la vida cotidiana de sus habitantes se vio misteriosamente perturbada por generalizadas molestias estomacales. No había terminado de arrancar la rutina escolar cuando niñas y niños debieron abandonar la escuela, algunos con dolores y náuseas, otros con diarreas. En sus casas, un panorama similar. Las descomposturas se extendieron también a jóvenes y adultos. La visita al hospital no fue de mucho remedio. ¿O sí? Sólo les dijeron que se trataba de una gastroenteritis; que “algo les habrá hecho mal; probablemente el agua”; que “por las dudas, compren y tomen agua mineral”. Al parecer —una conjetura que nunca podremos comprobar por la ausencia o negligencia manifiesta de las autoridades de Salud—, fueron demasiados minerales en el agua lo que les ocasionó esos malestares.

Al día siguiente, varios de ellos caminaron río arriba a ver qué pasaba con sus aguas. Se encontraron allí con picadas abiertas, anchos desmontes, máquinas inmensas y grandes volúmenes de tierra removida, alterando su río: el que riega sus plantaciones de frutales y sus sembradíos, el que da de beber a sus animales y a todo el poblado. Así se enteraron que la empresa canadiense Yamana Gold —titular del  proyecto minero MARA— estaba haciendo una exploración avanzada en esa parte de la cuenca, nada menos que con el objeto de “evaluar en el futuro la potencial instalación de una escombrera”. Según lo que pudieron leer del folio 3396 de la “Adenda al IIA” (Informe de Impacto Ambiente de la empresa) , que algún colaborador anónimo pudo arrancar de los lejanos despachos de Minería.

Lejos de la archi-conocida retórica vacía de los poderes ventrílocuos del gobierno provincial y la empresa —“transparencia”; “apertura a la comunidad”; “responsabilidad social”—, la turbiedad de las aguas del río Choya nace de la turbiedad de los procedimientos mineros; una turbiedad que entremezcla ignorancia, inescrupulosidad, desidia, indiferencia, complicidad, codicia extrema y mucha, mucha indolencia. Es esa turbiedad la que envuelve por igual a agentes de la empresa y a gobernantes; a funcionarios y miembros diversos de la clase política; autoridades eclesiásticas y universitarias; dirigentes sindicales; dueños de medios de comunicación, lobistas, “proveedores” y demás operadores del gran negociado que se proyecta sobre las entrañas de nuestros cerros.

Fueron esas perturbaciones y turbiedades las que provocaron la rebelión de la/os “pata’sucias”. Un grupo de jóvenes, llevados por don Urbano Cardoso —un histórico integrante de los Vecinos Autoconvocados de Andalgalá—, subieron al cerro con unas carpas y unos pocos alimentos. Fueron decididos a bloquear el camino a la empresa, para denunciar los atropellos y los daños y exigir la presencia en el lugar de las máximas autoridades responsables.

El desenlace ya lo conocemos: la represión del 3 de mayo pasado abrió paso a la minera a balazos limpios y órdenes de procesamiento judicial para la población. Una veintena de cuerpos impactados por las balas policiales; nueve vecinos más imputados (cuatro mujeres y cinco varones), que se suman a una lista de ya casi un centenar de judicializados por manifestarse contra el proyecto MARA. Las filmaciones muestran también el momento en el que seis policías varones se llevan detenida a Karina Orquera, de 34 años, mamá de dos hijos.

Foto: Asamblea Aguas Claras

Las empresas “periodísticas” —fieles a la pauta— titularon la represión como “enfrentamientos entre policías y ambientalistas”; en la versión oficial, los uniformados fueron los “emboscados y agredidos”. En su carta, los vecinos de Choya señalan: “La policía de Andalgalá obstaculizaba y no dejaba pasar a nadie por la cuesta de Capillitas (…) Luego la policía habla de emboscada cuando fueron ellos los que atacaron, fueron ellos los que tenían las armas, pero ahora son víctimas”. Don Urbano, con tres balazos en su cuerpo de 82 años, dice, no obstante: “Me siento feliz; orgulloso de defender el Artículo 41 de la Constitución Nacional (sobre derecho a un ambiente sano). Eso he dicho en la declaración judicial, porque es la verdad. Quiero una Patria, no una dictadura minera”.

¿Cuáles son las armas que podrían llegar a tener los vecinos? ¿Cómo defenderse de las balas, de los gases lacrimógenos, de las órdenes del Poder Judicial y las descalificaciones públicas, que siempre van en el mismo sentido unilateral, apuntando contra ellos? ¿Cómo actuar ante tantos atropellos? ¿Es que acaso la democracia y el estado de derecho brindan alguna rendija, alguna escapatoria a sus “ciudadanos” ante el poder minero? ¿Qué categoría de “ciudadanía” es la que tienen los habitantes de las zonas de mina? ¿Con qué defender lo que defienden?

Antes aún. ¿Qué es lo que defienden? “Nadie quiere, ni defiende, lo que no conoce”, señalan los vecinos en su carta pública. Doña Rosa Farías, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada, contaba que las máquinas habían arrasado un montón de yaretas en sus “trabajos”, “muchas de ellas grandes”. La Yareta (Azorella compacta) es noble compañera de la vida de la/os choyana/os; una especie planta milenaria parecida a un musgo (que sólo crece a más de 3000 metros sobre el nivel del mar), usada como combustible de alto poder calórico y muy apreciada por sus propiedades medicinales varias.

Don Juan Cólica (agrónomo de la estación experimental del INTA en Andalgalá) cuenta que es una especie muy longeva y de crecimiento muy lento: “Hay ejemplares de hasta 2000 años. Se calcula que tarda hasta 500 años para crecer un metro y es un gran regenerador y fijador de suelos; cumple un rol fundamental en ecosistemas tan frágiles como los de Campo Grande y El Globo (donde las arrancaron”).

Hablando de conocimientos y jerarquías, tras las balas, desde las alturas de títulos universitarios, colegios de profesionales y cargos de poder, empleados directos e indirectos de la minera —el bloque oficialista de diputados incluido—, condenaron a los manifestantes “por violentos e ignorantes”. Según ellos, “es de ignorantes oponerse al progreso”.

En su carta, los vecinos de Choya responden: “Nos han dicho “ignorantes” y ¿saben qué? seremos ignorantes por no ser geólogos o ingenieros, pero no hace falta tanto estudio para darnos cuenta que estamos siendo atropellados y que lo que pretenden con nuestro río es dañino para nosotros. Consideramos que la ignorancia no está dada por haber estudiado una carrera universitaria, muchos de nosotros no hemos tenido la posibilidad de terminar la escuela, y eso no nos avergüenza, pero conocemos mejor que nadie cada centímetro de tierra que nos fue heredada por nuestros ancestros”.

El 3 de mayo el pueblo de Choya se levantó en rebelión. Un pueblo humilde y sencillo. Su humildad es, sin embargo, inmensamente proporcional a su sentido de la dignidad. No sabemos si los geólogos, ingenieros y funcionarios lo sabrán, pero estos “pata’sucias” saben muy bien de qué tierra y en qué época viven; tienen bien claro los desafíos que nos tocan como especie. Aunque no hayan leído los ominosos informes científicos al respecto, saben bien que vivimos un tiempo de extinciones masivas y crisis climática; un tiempo contraindicado para arrogancias cientificistas y fiebres extractivistas. Un tiempo que nos demanda dignidad y respeto por la Vida-en-Común.

¿Cómo entender esta rebelión, cómo interpretarla? Su rebelión es —se nos ocurre— una revuelta de dignidad contra la extinción de las yaretas y la de los membrillos. En tiempos de extinción nos parece mejor ser unos “pata’sucias” que tener las manos manchadas de sangre.

Hoy, un grupo de choyanas y choyanos acampa en medio del cerro, en vigilia, resguardándolo del paso des-arrollador de la minera. “Choya resiste y lucha contra la muerte disfrazada de progreso”, reza el cartel que cruza el paso. ¿Podrá el poder político estar a la altura de una elemental respuesta democrática?

Horacio Machado Aráoz es integrante del Colectivo de Investigación de Ecología Política del Sur, Instituto Regional de Estudios Socioculturales (IRES, Conicet-UNCA)

Fuente: Agencia Tierra Viva

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades, Minería

Comentarios