México: Hopelchén, los venenos verdes

Idioma Español
País México

"La extensión de la soya transgénica ha llegado a apenas metros de distancia de los apiarios. Si la abeja no muere y produce la miel, ésta absorbe los agroquímicos, como sulfas, terramicina y antibióticos".

Veinte años atrás, en Hopelchén, municipio de Campeche fronterizo con Guatemala, los pueblos mayas vivían de la agricultura y la cosecha de miel. La mayoría de apicultores aprovechaban la presencia de abejas en los cultivos de maíz nativo (conocido también como “criollo”), hortalizas y cítricos, entre otros.

Y llegaron los primeros cultivos de algodón. “Nos mataron miles de abejas”, cuenta José Manuel Poot Chan.

La “revolución verde” fue sentando las bases de la agroindustria. Con ésta, cuenta Nora Tzec, de Ka Kux Talk Much Meyaj (Renacer de la Organización, en maya), llegaron los “mecanizados” (cultivos a gran escala con maquinaria) y el maíz híbrido, una variedad que mezcla los genes de diferentes especies para obtener mayor tamaño, peso o color, como el polémico maíz BT.

En otra latitud, huyendo de la violencia en Chihuahua y Durango, la península maya de Yucatán se fue poblando de campesinos menonitas, conocidos por su vida austera y dedicada al trabajo. Comenzaron a construir en Yucatán y Campeche sus campos de vivienda y sembrar maíz y trataron de adaptarse a los cultivos nativos.

Pero para los menonitas la siembra de maíz se vino abajo porque no dominaban las técnicas y porque el gobierno cambió los apoyos gubernamentales hacia la soya. Vinieron los contratos de renta y compraventa de tierras.

Entonces llegaron los cultivos de sorgo y soya transgénicos. Y con ello, una enorme deforestación y desmonte de selva. También se empezaron a construir pozos y drenes (canales) de agua alrededor de los campos transgénicos.

No fueron solo menonitas, también algunos mayas vieron esto como una oportunidad de crecer económicamente en grande. Empresarios como Jacobo Shakur comenzaron a distruibuir las semillas de Monsanto en la región.

Este nuevo sistema no solo cambió los productos, sino todo el uso del suelo, el paisaje y el entramado de relaciones sociales. Alteró la vida económica, cambió el clima y la tierra empezó a ser valorada más por su rendimiento. Incluso las abejas comenzaron a morir.

Benjamin, campesino menonita, acepta conversar en el parque ubicado en el centro de Hopelchén sin ser videograbado. Cuenta que él comenzó a sembrar soya huasteca 200 y 400, que a diferencia de la transgénica, su limpieza es más difícil pues no es resistente al glifosato y requiere mayor inversión. Cada tonelada de soya huasteca cuesta entre 5 y 6 mil pesos y alcanza una hectárea, el gobierno da algún apoyo para esta compra.

“El apicultor no quiere aquí que se siembre soya transgénica porque le da ataque al corazón”, comenta. “Es la que sabemos que no daña y estamos libres de problemas”. Benjamin recuerda que el maíz bajó el maíz de 4.50 hasta 2.80 pesos y eso les hizo virar del maíz a la soya.

“¿Qué hago con 7 toneladas de miel contaminada?

Para José Manuel Poot, el problema viene porque las abejas, en su pecoreo, que puede alcanzar los 12 kilómetros, recoge el polen de los cultivos circundantes. Y la extensión de la soya transgénica ha llegado a apenas metros de distancia de los apiarios. Si la abeja no muere y produce la miel, ésta absorbe los agroquímicos, como sulfas, terramicina y antibióticos.

México es el tercer exportador a nivel mundial de miel y cera. Según datos de la Sagarpa, en 2010 las exportaciones alcanzaron los 85.6 millones de dólares, con una producción de 52mil 900 toneladas. Esa cifra podría haber aumentado en 2013 a 57mil toneladas.

“Si el (consumidor) europeo no compra la miel, el precio baja” dice José Manuel. El castigo en el precio va directamente al productor. Si vendía un kilogramo en 100 pesos, tiene que malbaratar hasta 18 o 20 pesos.

Por reglamento, los apicultores deben reforestar una parte del terreno usado para su actividad. “Después de que siembre mis 30 árboles, ¿de qué sirve si a ellos les dan permiso de tirar 10 mil?

El crédito al acecho:

Hopelchén está compuesto por una población aproximada de 37mil 777 habitantes, de los cuales 32 mil 595 son indígenas mayas y 5 mil 175 menonitas ubicados en 48 localidades. Datos oficiales de la Sedesol cuentan la escasa oportunidad para los estudios de los jóvenes: 35 escuelas preescolares, 39 primarias, 18 secundarias, cinco bachilleratos y ninguna escuela de formación para el trabajo.

Los jóvenes, sin oportunidades de trabajar en la región, suelen migrat a Campeche, Mérida o Cancún, comenta Álvaro Mena.

Con la llegada de los transgénicos, a los Chenes, el conjunto de pueblos circundantes a Hopelchén, también llegaron casas de préstamos donde vieron una oportunidad de obtener recursos económicos cuantiosos, a partir de los 5 mil pesos.

Cuando alguien no ha pagado una deuda, llegan jóvenes en automóviles o motocicletas a cobrar la deuda a los domicilios, cuenta el apicultor José Luis Gutiérrez. Incluso entran a las casas y sacan a las personas para que vayan de casa en casa pidiendo otros préstamos para pagar su deuda.

El desastre económico llegó también a los menonitas. Nora Tzec cuenta que en la población se ha sabido de suicidios en los campos menonitas, pues no logran pagar las deudas generadas por los agrocultivos a escala, aunque desconoce cuántos casos hay porque no ha sido documentado. Y es que aún con toda la compra de paquetes, a veces el cultivo no da.

Su otra opción es irse de Hopelchén y comenzar desde cero, nuevamente.

“Sembrar es un acto de rebeldía”, cuenta Álvaro Mena, también de Ka Kux Talk Much Meyaj. El reto para la organización es que la gente vuelva a hacer suyo el acto de sembrar y retorne al trabajo colectivo que implica.

Fuente y foto: Desinformémonos

Temas: Agrotóxicos, Biodiversidad

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