Mitigar el cambio climático con los pies en la tierra

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La última gran esperanza de evitar el cambio climático catastrófico podría estar en una sustancia tan común que generalmente la ignoramos o simplemente caminamos sobre ella: el suelo bajo nuestros pies.

La tierra tiene cinco principales reservas de carbono. La atmósfera ya está sobrecargada de ese material; los océanos se están haciendo ácidos mientras se llenan de él; los bosques se están reduciendo, y las reservas subterráneas de combustible fósil se están vaciando. Eso hace que el suelo sea el depósito más probable de inmensas cantidades de carbono.

Ahora, los científicos están documentando cómo atrapar el carbono en el suelo puede producir dividendos: reduce el cambio climático al extraer el carbono de la atmósfera, restaura la salud del suelo degradado y aumenta la producción agrícola. Muchos científicos y campesinos creen que el nuevo entendimiento del rol del suelo en la estabilidad climática y la productividad agrícola provocará un cambio de paradigma en la agricultura y detonará el abandono de prácticas convencionales como la labranza, remoción de residuos de cosechas, monocultivos, pastoreo excesivo y el uso generalizado de fertilizante químico y pesticida. Incluso el ganado, usualmente considerado responsable del cambio climático debido a que emana por lo menos 25 galones de metano al día, está siendo estudiando como una parte potencial de la solución al cambio climático por su papel en la fertilización natural del suelo y en los ciclos de los nutrientes.

La crisis del cambio climático está tan avanzada que incluso recortar drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero no evitará un futuro convulsivo: la cantidad de gases de efecto invernadero que ya está en la atmósfera asegura que habrá graves problemas en el futuro. La manera más plausible de solucionarlos es combinar los recortes de emisiones con tecnologías de “emisión negativa” o drawdown, reducción, que sacan los gases de efecto invernadero de la atmósfera y lo ponen en otras reservas. La mayoría de estas tecnologías propuestas son formas de geoingeniería, una apuesta cuestionable a las grandes manipulaciones climáticas con una alta probabilidad de consecuencias desastrosas y no intencionales.

Por otro lado, la captura de carbono en el suelo y la vegetación es una manera efectiva de quitar el carbono de la atmósfera y, de algunas maneras, es lo opuesto a la geoingeniería. En vez de dominar a la naturaleza, la refuerza, y promueve la propagación de la vida vegetal para regresar al suelo el carbono que estaba ahí en primer lugar… hasta que las prácticas agrícolas destructivas impulsaron su emisión a la atmósfera como dióxido de carbono. Ese proceso comenzó con la llegada de la agricultura hace 10.000 años y se aceleró a lo largo del último siglo conforme se expandieron rápidamente la agricultura industrial y la ganadería.

Entre los defensores de la llamada agricultura regenerativa está el científico del clima y activista James Hansen, autor principal de un artículo publicado en julio que hace un llamado a favor de la adopción de “medidas para mejorar la fertilidad del suelo y aumentar su contenido de carbono” para evitar “impactos climáticos nocivos” (ver aquí).

Rattan Lal, el director del Centro de Manejo y Secuestro de Carbono de la Universidad de Ohio, calcula que el suelo tiene el potencial de capturar carbón a una tasa de entre 0,9 y 2,6 gigatoneladas al año. Esa es una pequeña parte de las 10 gigatoneladas al año de las emisiones de carbón actuales, pero aun así es significativa. Algunos científicos incluso consideran que ese estimado es bajo, algo que es un tanto tranquilizador.

“Poner el carbono de regreso en el suelo no solo implicar mitigar el cambio climático, sino también mejorar la salud humana, la productividad, la seguridad alimenticia, la calidad del agua y la calidad del aire… todo”, me dijo Lal por teléfono. “Es una opción con la que todos ganamos”.

Las técnicas que utilizan los agricultores regeneradores varían según el suelo, el clima y los cultivos. Comienzan a partir del entendimiento de que un suelo saludable está lleno de más de mil millones de microorganismos por cucharadita y el comportamiento de esos organismos facilita la vida vegetal resistente.

Para fertilizar sus campos, los campesinos regeneradores utilizan abono o composta rica en nutrientes y evitan, en la medida de lo posible, los fertilizantes químicos y los pesticidas, que pueden matar enormes cantidades de materia orgánica y reducir la resiliencia de las plantas. No les gusta arar la tierra, puesto que el arado aumenta las emisiones de carbono a la atmósfera. Algunos combinan en el mismo campo el ganado, las cubiertas vegetales y cultivos brutos de manera secuencial, o plantan perennes, arbustos e incluso árboles en hileras a lo largo de cultivos. Dejar el suelo vacío en temporada baja es tabú, puesto que el suelo desabastecido fácilmente se erosiona al consumir más carbono de la tierra; en vez de eso, los agricultores regeneradores plantan cubiertas vegetales para capturar más carbón y nitrógeno de la atmósfera.

Hasta la llegada de los materiales sintéticos a finales de la década de 1800, los fertilizantes consistían principalmente en abono o compostaje rico en carbono. Sin embargo, los fertilizantes sintéticos no contienen carbono. Conforme su uso se esparció junto con las prácticas de labranza para incorporarlos a la tierra, disminuyó el contenido de carbono en el suelo. El proceso se aceleró después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las plantas de municiones a base de nitrógeno de Estados Unidos se convirtieron en fábricas de fertilizantes a base de nitrógeno. La mayoría de las universidades agrícolas aún enseñan fertilización de los suelos como un ejercicio que consiste en aplicar fertilizante químico inorgánico, mientras que pasan por alto el papel biológico del suelo (y su contenido de carbono). A pesar de la conexión del suelo con el cambio climático, la captura de carbono en el suelo jamás se mencionó en el Protocolo de Kioto de 1997, que estableció amplios objetivos de reducción en la emisión de gases de efecto invernadero para las naciones del mundo.

California comenzó una iniciativa en 2015 para incorporar la salud del suelo en las operaciones de granjas y ranchos del estado. Algunos de los estudios pioneros que muestran los beneficios de la agricultura regenerativa se han llevado a cabo en el Marin Carbon Project, un autoproclamado “rancho de cultivo de carbono” en los tramos pastorales a 48 kilómetros al noroeste de San Francisco. Un estudio de cuatro años realizado ahí mostró que una sola aplicación del compostaje resultó en un aumento en la productividad de la planta que ha continuado desde entonces y que el contenido del carbono del suelo creció año tras año en una tasa equivalente a la remoción de 1,5 toneladas métricas de dióxido de carbono por cada media hectárea en la atmósfera al año.

Whendee Silver, un ecologista del ecosistema en la Universidad de California en Berkeley que es el científico principal del proyecto, calculó junto con un colega que si tan solo el cinco por ciento de los terrenos de cultivo de California estuviera cubierto con un cuarto de pulgada o media pulgada de compostaje la captura de carbono resultante sería el equivalente de las emisiones anuales de efecto invernadero de nueve millones de autos. El desvío de desperdicios orgánicos de los vertederos saturados del estado también evitaría que generaran metano, otro potente gas de efecto invernadero.

Algunos científicos se siguen mostrando escépticos respecto a la agricultura regenerativa y argumentan que su impacto será pequeño o solo funcionará con ciertos tipos de suelo. También enfrenta obstáculos significativos, como la escasez de fondos para investigación y los requisitos de seguros federales estadounidenses para cultivos, lo que frecuentemente no permite que los campesinos que plantan cultivos de cobertura accedan a los fondos. Pero los temores de que el gobierno de Donald Trump aplastaría el apoyo público para este tema han sido infundados, hasta ahora.

Veamos, por ejemplo, la experiencia de Willie Durham, un especialista de salud del suelo en el Servicio de Conservación de Recursos Naturales, parte del Departamento de Agricultura y ubicado en Temple, Texas. Lo que llevó a Durham a la agricultura regenerativa fue su descubrimiento, mientras trabajaba como agrónomo en el estado, del “ciclo vicioso del pesticida”. “La gente que conocía desde hacía mucho tiempo me preguntaba: ‘Si nada ha cambiado en nuestro sistema agrícola, ¿por qué estamos usando de dos a tres veces más fertilizantes para lograr lo mismo?’ Llegó a un punto en el que gastábamos tanto en insumos que no teníamos ninguna ganancia”.

Ahora Durham enseña agricultura regenerativa a los campesinos en Texas y Oklahoma. Los agricultores a los que inspira son predominantemente jóvenes y aún no están habituados a la agricultura convencional: estima que cerca del 10 por ciento de sus estudiantes utiliza la información y que el porcentaje va en aumento. En una región donde las precipitaciones generalmente son valiosas, Durham dijo que parte del suelo convencional se ha vuelto tan inerte que absorbe tan solo 1,2 centímetros de agua por hora, mientras que los campos regenerativos pueden absorber más de 20 centímetros por hora.

Los agricultores de Durham están aprendiendo una lección que tiene eco en la historia de las interacciones humanas con el mundo natural: la gente obtiene más beneficios de la naturaleza cuando deja de intentar vencerla y en vez de eso la ve claramente como una aliada exigente pero indispensable. Debido a la conexión del carbono y el cambio climático, nos han condicionado para pensar que es el enemigo, cuando de hecho es tan vital para la vida como el agua. La manera de solucionarlo es ponerlo de regreso en el suelo, donde pertenece.

Fuente e imagen: The New York Times

Temas: Crisis climática, Tierra, territorio y bienes comunes

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