Biodiversidad, sustento y culturas #88

Por todo el continente las luchas en defensa de la tierra, el territorio, los bienes comunes y el sentido de la propia existencia se multiplican. Las escuelas de agroecología nos dan un ejemplo de esas luchas. El asesinato de Berta Cáceres deviene en símbolo de la lucha de los pueblos, del entendimiento mutuo que se busca entre las comunidades, y del luminoso y esperanzador papel que juegan las mujeres en el horizonte de la existencia de los pueblos, sus comunidades y sus familias. Emprendemos un recuento de varios de los ataques sufridos: el cruento negocio de cultivar palma africana expulsando gente de sus tierras, la sustitución de los cultivos campesinos con la biología sintética, las enfermedades de la industrialización del mundo, las megafusiones de empresas depredadoras en aras de poder, los transgénicos que buscan apoderarse de las claves de la vida.

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Editorial

En la foto de la portada aparece una niña de la comunidad de Mesas del Inca en Colombia. Su rostro podría ser el de cualquier niña campesina, de algún pueblo originario del continente o simplemente parte de la población mestiza de nuestra América, y tal vez podrían establecerse semejanzas con otras niñas en otras comunidades, en otros continentes. Su rostro invita a mirarla, plenamente, a los ojos, y a la vez sus ojos miran, interrogando, el horizonte.

Dice el dicho antiguo: “los ojos que ves no son ojos porque los ves, sino porque te miran”.

Qué futuro está mirando esta niña. Cuál es la pregunta que, es evidente, se está haciendo. Qué reflejo se quedó atrapado en su mirada.

Tal vez Berta Cáceres (la valiente mujer lenca que dio su vida en defensa de su pueblo, asesinada hace pocos días en su natal Honduras) y otras tantísimas mujeres del ámbito rural, cuyo nombre desconocemos, fueron niñas muy parecidas a esta niña.

Queremos dedicar este número de Biodiversidad, sustento y culturas a todas las niñas que, como Berta, cuestionan el mundo con el que les tocó lidiar. Con los desequilibrios, opresiones y obstáculos que tienen que remontar en el ámbito más cotidiano de la casa, y con los enredos y fuerzas opresivas que configuran un todo de deshabilitación, desconcierto, menosprecio, discriminación y un muy contundente sojuzgamiento que las corporaciones y sus gobiernos “socios” quisieran imponerle a las comunidades para que desaparecieran y “dejaran de ser un estorbo” a sus mezquinos intereses, abandonando lo que por derecho ancestral les corresponde. Lo que tanto han cuidado por siglos y siglos.

La niña de la portada nos dice que la vida se renueva, y que por cada Berta asesinada, muchas niñas desconocidas llegarán a tener nombre propio, reconociéndose en el tráfago de sus quehaceres y sus luchas de resistencia contra todo lo que las oprime: sean mineras, palma africana, monocultivos, agroquímicos, desarrollos turísticos, despojo de la tierra, semillas transgénicas, programas de gobierno, y sobre todo el torcido y cotidiano desprecio machista que siempre esconde cobardía.

Profundizamos nuestro reconocimiento a Berta Cáceres, ahora que adquiere panorama su sacrificio, y celebramos el advenimiento de millones de niñas en su camino a ser mujeres con el sentido que ellas mismas tengan a bien construirle a su existencia.

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