De Papa a Monaguillo

Idioma Español
País Argentina

Reflexiones del Dr. Andrés Carrasco, a propósito del reportaje realizado por Página 12 al Biólogo Molecular Alberto Kornblihtt: "Hay grandes negocios y un enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas o bloqueen las publicaciones y las voces que interpelan el sentido de la ciencia neoliberal-productivista. La ciencia, su sentido del para que, para quien y hacia donde están en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir soberanamente."

 

Por Andrés Carrasco

 

Reflexiones sobre el reportaje en Página 12 a Alberto Kornblihtt, realizado el domingo 22 diciembre 2013*

 

Muchos biólogos moleculares y sus primos los biotecnólogos, suelen incurrir con ímpetu, en gruesos errores conceptuales que hacen que la ciencia no pase por su mejor momento en la percepción social. En nada ayuda la prensa oficial u opositora (de acuerdo en estos menesteres) que han cerrado todas las ventanas de debate entre aquellos que opinan sobre el modelo productivo y/o los organismos genéticamente modificados. Un ejemplo, es el blooper cientificista que sostiene que el desarrollo científico de la biología molecular y la secuencia del genoma humano han demostrado científicamente que las razas no existen. Esta afirmación reduccionista es una muestra de cómo se ignoran las diferencias existentes entre poblaciones humanas con historias evolutivas diferentes que es sostenida por una concepción omnipotente que apela a explicar problemas ideológicos comparando las secuencias de ADN de los genomas. La idea de raza nunca fue un concepto originario de la biología sino que fue oportunamente creado e introducido con teorías “ad hoc” por el racionalismo y positivismo europeo como necesidad de la conquista de los espacios coloniales a partir del siglo XVI. Si en el siglo XIX, el determinismo genético de Galton y Lombroso, por nombrar solo a dos, fracasaron en su intento de legitimar y clasificar la especie humana, desmentirlo comparando genomas, es una ingenua paradoja reduccionista del mismo tipo que no alcanza para superar la vergüenza de la discriminación concebida para el genocidio y el saqueo.

Sin embargo otras imposturas y excesos, más específicos, han ido erosionando la percepción social de la ciencia como sistema explicativo del mundo.

 

1) Los OGM, hoy en el ojo de la tormenta, nos vuelven a traer esa extraña y cada vez más transparente relación funcional del pensamiento biológico reduccionista con la ideología que preside la hegemonía neoliberal en esta etapa. Existe la necesidad de instalar un relato legitimador desde la ciencia que desmienta sus efectos en la naturaleza, que sostenga la equivalencia entre alimentos no modificados y los OGM, que los defina como nuevas variedades, y descarte el acecho del impacto en la naturaleza y de los futuros profundos cambios de la estructura geopolítica cultural de los pueblos. Para cerrar ese relato, se suele apelar a denominar a todos aquellos que defienden el principio de precaución del impacto tecnológico, de “ambientalistas anticientíficos”. En realidad definir sin fundamentos y desde el podio político, quien tiene un pensamiento científico o anticientífico, es un signo de dogmatismo cerril que paradojalmente interpela la propia seriedad del juicio del que lo emite. Decir a que el “ambiente interactúa con el gen” es insuficiente. No se desmarca del determinismo clásico y no incluye interpelación alguna a la concepción reduccionista en biología. Sigue siendo una idea mecanicista que ignora el concepto de fluidez del genoma en la cual los genes pierden su definición ontológica y pasan a ser parte de una complejidad relacional que desafía toda linealidad jerárquica para reemplazarla por una red funcional compleja que empezamos a vislumbrar después de 20 años de lanzada la idea de “genoma fluido”.

 

2) Ese sector científico al defender la modificación genética de organismos (OGM), asume que los OGM tienen los mismos comportamientos cuando son liberados en la naturaleza a aquellos observados en el laboratorio. La afirmación de que los OGM “son naturales” que “son nuevas variedades” parte de asumir que la técnica experimental empleada es precisa, segura y predecible, lo que vuelve a ser un grueso error y un desconocimiento de las teorías de la biología moderna. En esa concepción están ausentes, el rol del tiempo en la génesis de la diversidad y la valoración de los mecanismos naturales que la sostienen. Ya que tanto en el proceso evolutivo como mejoramiento de las especies son la reproducción sexual y la recombinación de material genético los mecanismos biológicos y ambientales que regulan la fisiología del genoma, los que generan la diversidad. Por eso empeñarse en insistir que los procedimientos de domesticación y mejoramiento de especies alimentarias puede ser equiparado con las técnicas modificación genética de organismos por diseño (OGM) planteadas por la industria, es, una vez más, una idea reduccionista poco aceptable en estos tiempos. Decir que el mejoramiento realizado por el hombre durante 10.000 años en la agricultura y la modificación por diseño (OGM) de laboratorio son exactamente lo mismo expresa la pretensión de olvidar que la cultura agrícola humana ha respetado esos mecanismos naturales. Y que se basa en la selección de nuevas variedades de poblaciones originadas por entrecruzamiento hasta encontrar el fenotipo adecuado. Este mejoramiento no es consecuencia del simple cambio de la secuencia, incorporación o perdida de genes, sino la consolidación de un ajuste del funcionamiento del genoma como un todo y que hace a la variedad útil y predecible (por eso es una variedad nueva). Este ajuste puede involucrar genes asociados a la característica fenotípica diferente pero cada vez más acompañados por muchos “ajustes fluidos” de carácter epigenético y que en su mayoría desconocemos. Entonces una nueva variedad representa una mejora integral del fenotipo para una condición determinada donde seguramente todo el genoma fue afectado con un ajuste fisiológico de su “fluidez”. En este marco conceptual un gen o un conjunto de genes introducidos en un embrión vegetal o animal en un laboratorio, no respetan, por definición, las condiciones naturales de los procesos de mejoramiento o la evolución de los organismos. Sino más bien violan procesos biológicos con procedimientos rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que mezclan material genético de las plantas con el de distintas especies. La transgénesis altera directa o indirectamente el estado funcional de todo el genoma como lo demuestra la labilidad de respuesta fenotípica de un mismo genotipo frente al medio ambiente. En la ignorancia de la complejidad biológica (hoy hablamos de desarrollo embrionario, evolución y ecología como un sistema inseparable) se percibe la presencia de un insumo esencial: la dimensión ontológica del gen. No reconsiderar este concepto clásico del gen como unidad fundamental del genoma rígido concebido como un “mecano”, una máquina predecible a partir de la secuencia (clasificación) de los genes y sus productos que pueden ser manipulados sin consecuencias, expresa el fracaso y la crisis teórica del pensamiento reduccionista de 200 años, largamente interpelado por Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Steven Rose, Eva Jablonka, Mae Wan Hoo, Terje Travick, entre otros. Y también la imposibilidad en términos científicos y epistemológicos de considerar a los OGM como variedades naturales sino más bien verlas como cuerpos extraños que intervienen en el mundo natural alterando la evolución por la mano humana, como algo deseable. La capacidad de manipular el genoma se transforma en el deseo, deseable para la omnipotencia.
Debería recordarse que la complejidad no es solo un capricho de naturalista sino una configuración integral de la naturaleza y que en ese sentido desarmar naturaleza “para su comprensión” en el laboratorio es cada vez más insuficiente. Lo que pretende es hacer desde esa limitación, un cierre virtuoso de una tecnología que nació para comprender limitados procesos a nivel molecular para poder expandirlos en la propia naturaleza sin criterios creíbles e predecibles. El proceso de generación de organismos, repetimos, es inasible, podemos estudiarlo, pero en el proceso no es muy lúcido llevarse puesto lo que la fisiología viene mostrando. Alterar un organismo con un pedazo de ADN propio o ajeno no es fisiológico. Lo único que detiene a la naturaleza de mayores desastres es no romper con la posibilidad de mecanismos que aminoren desastres para su reproducción y permanencia.

 

3) Los científicos defensores de los OGM, atraviesan en esta etapa, que los expone afuera del laboratorio, con la ansiedad de no perder protagonismo. La necesidad de legitimar la tecnología, se transforma en una pulsión, anticientífica y dogmática. Más aun, la afirmación de que el problema no está en la técnica sino en su uso, es doblemente preocupante porque además de no ver el pensamiento reduccionista que los preside, oculta la creciente subordinación y fusión de la ciencia con poder económico revalidando las bases cientificistas productivistas y tecno-céntricas que emanan de neoliberalismo en su versión actual. La legitimación recurre a la simplista idea de que la tecnología por ser neutra y universal representa siempre progreso. Y que si algo falla es debido a la intromisión de un impredecible Dr. No que la va usar mal y que cualquier posible daño derivado de la misma, será remediado en el futuro por otra tecnología mejor o por el ingenuo argumento de la regulación del Estado aunque sepamos que este es socio promotor de los intereses que controlan el desarrollo científico en nuestros países. Prefieren desconocer que las tecnologías son productos sociales no inocentes, diseñadas para ser funcionales a cosmovisiones hegemónicas que le son demandadas por el sistema capitalista. Decir que los problemas “no tienen que ver con la tecnología transgénica” y que los que se oponen “están minando las bases de la ciencia” es parte de la predica, “divulgación” y diatriba contra el “ambientalismo”. Excusa anticientífica que al recortar o ignorar la historia de la evidencia científica, y asignarse a sí mismos la función de ser la pata legitimadora que provee la “ciencia” a la actual apropiación por despojo de la acumulación pre-capitalista que sufren nuestros pueblos en estos tiempos. El ambientalismo, biólogos moleculares del CONICET y sus adyacencias, no es una mala palabra o una postura caprichosa consumada por eco-terroristas delirantes. Es una posición ideológica que perfora el dogmatismo científico. El círculo de este proceso legitimador se cierra al ocultar el condicionamiento y cooptación de instituciones como las universidades y el sistema científico, por fuerzas económicas y políticas que operan en la sociedad. Logran, así, el mérito de ser la parte dominada de la hegemonía dominante. Nos quieren hacer creer que todo es técnico, disfrazando la ideología de ciencia o mejor suplantándola con una ciencia limitada y sin reflexión crítica. Una manera de abstraerse de las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad, poniéndola al servicio del poder dominante. Mientras tanto en el colmo de su omnipotencia auguran catástrofes de todo tipo si la sociedad no asume con reverencia que este es el único camino posible para el “progreso”. El planeta es para ellos infinito y los “ambientalistas” retrógrados. Eso si mientras tanto disfrutan del momento actual, aceptando “participar” del diseño del mundo y de la sociedad futura. Son parte del poder. Que se les puede pedir. Honestidad en sus dichos? Son los expertos que burocráticamente diseñan consciente o inconscientemente, el mal y banalizan la ciencia.

 

4) En la Argentina, el alarde desmedido que muestra la actual falla epistemológica del pensamiento científico critico en el marco del análisis de las teorías actuales, el “avance tecnológico” incursiona en la naturaleza aplicando procedimientos inciertos que simplifican la complejidad de los fenómenos biológicos para “vender certeza” y proponer, por ejemplo, desde el sector privado (Trucco y Grobocopatel de Bioceres) acompañados por el entusiasmo de entre otros, de Néstor Carrillo y Raquel Chan, investigadores superiores del CONICET, la transformación de la naturaleza en una “factoría” de productos, donde las plantas serian sustitutas de procesos industriales. Una verdadera naturaleza artificial adecuada y necesaria para los grandes negocios. Hay en todos estos discursos, mucha ambición, soberbia, una pobre comprensión de la complejidad biológica y poca ciencia. Hay grandes negocios y un enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas o bloqueen las publicaciones y las voces que interpelan el sentido de la ciencia neoliberal-productivista. La ciencia, su sentido del para que, para quien y hacia donde están en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir soberanamente.

 

Andrés Carrasco

 

Investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

 

Director del Laboratorio de Embriología Molecular de la Universidad de Buenos Aires (UBA)

 

* Ver nota en la edición del 22/12/2013 de la edición digital de Página 12: aquí

Fuente: Parar al Mundo

Temas: Ciencia y conocimiento crítico, Transgénicos

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