El huracán abre el surco a la resiliencia agroecológica

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"En este artículo veremos algunas estrategias que han permitido que las fincas ecológicas, por un lado, y el movimiento agroecológico, por otro, reaccionen de forma efectiva ante la devastación causada por los huracanes."

La Guagua Solidaria, @eldepartamentodelafood

No, no se trata de que la palabra resiliencia de pronto se haya puesto de moda. Es que el pasado mes de septiembre nos pasaron dos huracanes por encima: Irma nos ablandó y María nos devastó. Se nos fastidió la naturaleza, la infraestructura, se nos fueron las casas, nos quedamos sin luz y agua; colapsaron los servicios esenciales como salud, educación y seguridad; la pobreza y la inequidad quedaron expuestas al perder nuestra Isla su encantadora cobertura vegetal; la mediocridad gubernamental y la insensibilidad de una junta de control fiscal agravó la tragedia; y hasta las mentes y las almas se nos quedaron machucadas.

Entonces sí que se ha hecho necesario estudiar y trabajar con la capacidad de los sistemas –desde las personas, las comunidades, hasta los ecosistemas- de absorber perturbaciones, sin alterar significativamente sus características de estructura y funcionalidad. Es decir, la resiliencia, que permite a esos sistemas regresar a su estado original una vez la perturbación ha terminado. A mayor complejidad de los sistemas, normalmente demuestran mayor resiliencia. Se argumenta que la resiliencia tiene dos dimensiones: resistencia a los eventos extremos, y la recuperación.

En este artículo veremos algunas estrategias que han permitido que las fincas ecológicas, por un lado, y el movimiento agroecológico, por otro, reaccionen de forma efectiva ante la devastación causada por los huracanes.

La agroecología es una agricultura con mayor resiliencia

Los primeros estudios que demostraron la mayor resiliencia de los sistemas agroecológicos después de los huracanes se hicieron en América Central tras el paso de Mitch, en octubre de 1998. Se encontró que en las fincas familiares y campesinas que practicaban una agricultura con criterios de sustentabilidad ecológica, después del huracán tenían mayor cantidad de suelo arable, mayor humedad en el suelo, menos erosión y menores pérdidas económicas que sus vecinos convencionales.[2] Entre las prácticas agroecológicas que aportan a la resiliencia podemos incluir:[3]

• Diversificación de agroecosistemas frente a los monocultivos: policultivos, multiplicidad de micro-agroecosistemas y aumento de la agrobiodiversidad.

• Sistemas agropecuarios integrados: hortalizas, frutales, aves, ganado, acuacultura, apicultura, entre otros.

• Manejo, conservación y cosecha del agua.

• Sistemas agroforestales integrados y diversificados, desde cafetales a bosques maderables, setos vivos y sistemas silvo-pastoriles, siembras de árboles que integran la crianza de animales.

Ver Altieri y Nicholls (nota 3 abajo)

• Semillas de cultivos tradicionales, con buena adaptación agroecosistémica y social.

• Sistemas de producción animal integrados en los ciclos de producción.

• Manejo de los suelos: vida, uso de la materia orgánica, coberturas, cosecha de carbono en los suelos.

• Conocimiento tradicional y tecnologías jíbaro/campesinas.[4]

• Desarrollo comunitario con infraestructuras sociales capaces de soportar eventos extremos externos: relación entre la resiliencia social y la ecológica.

En la gráfica siguiente se ilustra cómo la diversificación y la complejidad aumentan la resiliencia ante los eventos extremos y el cambio climático. La ciencia ecológica moderna afirma que en la naturaleza la diversidad produce estabilidad.

Diversificación a nivel de finca y de paisaje, complementado por prácticas de manejo y conservación de suelo y agua que incrementan la resiliencia ecológica al cambio climático.

La resiliencia social es inherente a los sistemas agroecológicos

Uno de los principios básicos de la agroecología, y que la diferencia de los sistemas agrícolas convencionales e industriales, es que los personas, lo social, las comunidades humanas, ocupan un lugar central en el diseño y la práctica. Desde una transdisciplinariedad que incluye a las ciencias biológicas, químicas, físicas y sociales, “se reivindica la unidad e interacción que existe entre el mundo natural, la fauna, la flora y el ser humano”.[5] En el escenario post-María el movimiento agroecológico demostró una gran capacidad de reacción, tanto a nivel de acción para la recuperación de las fincas y su producción, como de restablecimiento y fortalecimiento de estructuras y sistemas. Esa capacidad de reacción fue posible por el grado de organización formal y las estructuras informales que se han venido desarrollando desde hace dos décadas.

Días después después del huracán comenzaron las brigadas en apoyo a las familias de agricultores, especialmente en el interior, pues dos terceras partes de la superficie de la isla es de topografía montañosa. Las brigadas son grupos de voluntarios que se unen para desarrollar tareas en las fincas, una expresión de solidaridad tradicional al campesino puertorriqueño que el movimiento agroecológico ha adoptado. Es una forma de aportar trabajo, capacitación técnica a través de la práctica y generar espacios de formación teórica y política.

Equipados con machetes, serrotes y sierras mecánicas, se fueron abriendo caminos, desmontando los árboles caídos y retirando escombros. Con las azadas, picos y palas se comenzó a reparar las terrazas, limpiar las zanjas y preparar terreno para las nuevas siembras. A mediados de octubre, a pesar de todas las limitaciones (falta de electricidad, árboles caídos en la plaza, problemas de transporte, escasa producción agrícola), en la Placita Roosevelt de Hato Rey se celebró el primer mercado ecológico post huracán.

Mientras tanto las distintas organizaciones agroecológicas y afines, crearon instancias de coordinación a nivel nacional para conseguir apoyos en equipos, herramientas, semillas y dinero. A través de los cinco mercados ecológicos de Puerto Rico se identificaron más de 100 familias de agricultores a las cuales se les pudo facilitar ayuda para transitar los primeros meses tras los huracanes, reparar o reconstruir sus casas y viveros, y retomar la producción. Las brigadas se consolidaron como el espacio para la recuperación agroecológica, y se hicieron campamentos itinerantes a través del archipiélago puertorriqueño.

La inventiva unida a la solidaridad ha generado proyectos nuevos, como la Guagua Solidariadel Fondo de Resiliencia de Puerto Rico. Este autobús, equipado para llevar voluntarios, documentalistas, equipo y herramientas, continuará transportando brigadas a través de la Isla, con la meta de apoyar docenas de fincas y proyectos en dos años.

La etapa de recuperación se ha convertido en una oportunidad para integrar tecnologías alternativas como energía solar, sistemas locales para filtrar el agua y experimentación con nuevos cultivos y estrategias agrícolas. Aunque no se ha hecho de una forma estrictamente sistematizada, desde el principio existe una documentación de los procesos y actividades agroecológicos tras el huracán.

Una gran sorpresa ha sido el nivel de solidaridad social llegada desde los Estados Unidos, tanto de parte de los puertorriqueños y puertorriqueñas de la diáspora, como de parte de organizaciones progresistas norteamericanas. Además de dinero se han recibido generadores eléctricos, cientos de libras de semillas, equipos de iluminación solar, maquinaria, herramientas y cantidades importantes de artículos de primera necesidad. Hemos recibido el apoyo de cooperativistas de Vermont, grupos de trabajo de parte de corporaciones comprometidas con la recuperación, especialistas en la instalación de sistemas eléctricos alternativos, entre un gran número de expresiones solidarias. A Puerto Rico llegaron grupos de voluntarios de agricultores ecológicos del sur de Estados Unidos, miembros de la organización internacional La Vía Campesina.

Desde el movimiento agroecológico se entiende que forma parte de la búsqueda de una soberanía alimentaria el empuje hacia una agricultura que trabaja a favor de la naturaleza, con la responsabilidad de llevar a la gente una mejor alimentación, unido a un compromiso para ser parte del camino hacia una recuperación social sustentable en el territorio y para el futuro. Puerto Rico debe tener el derecho de decidir sobre su sistema agroalimentario: qué quiere producir, que agricultura queremos, diseñar sistemas de elaboración y mercadeo apropiados, y comer de acuerdo a nuestros criterios nutricionales, culturales y económicos.

La resiliencia, entonces, no es meramente una palabra de moda. Es la expresión de una tierra, de un país, de su gente luchadora, de miles de agricultoras y agricultores ecológicos y consumidores con sus familias, comprometidos frente a la adversidad climática, social y económica, con la capacidad de resistir, recuperarse y encarar el futuro con mayor compromiso ante ese Puerto Rico que sabemos que es posible y necesario construir.

Por Nelson Álvarez Febles

Notas

*Este artículo fue escrito originalmente para la Revista Corriente Verde, número de junio 2018.

[2] Según Holt-Gimenéz, (2002), citado en “La Agroecología como estrategia de resiliencia climática y de soberanía alimentaria”, por Francisco Salmerón Miranda, presentación; aquí (pdf)

[3] En las secciones que siguen utilizamos materiales de Altieri y Nicholls, por ejemplo: “Nuevos caminos para reforzar la resiliencia agroecológica al cambio climático”. Editores: Clara I. Nicholls y Miguel A. Altieri, Berkeley, California 2017; aquí (pdf)

[4] Ver Alvarez Febles, Nelson. (2014). “Lo jíbaro como metáfora del futuro [agroecológico]”. 80grados; aquí

[5] Alvarez Febles, Nelson, (2016). Sembramos a tres partes: los surcos de la agroecología y la soberanía alimentaria. Ediciones Callejón, San Juan. Pág. 104; aquí

Fuente: 80 Grados

Temas: Agroecología

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