Hacia una nueva "normalidad" climática

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El trabajo de hacer que algo tan absurdo y con tantos impactos negativos como la geoingeniería suene como una opción normal se allanó significativamente después de la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático (COP 21) que culminó en París en diciembre de 2015.

Por Silvia Ribeiro.

Fue quizá una de las peores maniobras en esa reunión, porque, además de los riesgos que implica, la mayoría de la gente no advirtió lo que estaba sucediendo. Lo cierto es que de ser un plan B, que algunos científicos decían era para usar sólo en caso de emergencia por sus graves efectos secundarios, se transformó en un Plan A, sin el cual, sostienen, no tienen sentido las metas de reducción que estableció la COP 21.

La geoingeniería es la manipulación tecnológica intencional, en gran escala, del clima planetario. Incluye una serie de propuestas que sus promotores agrupan en dos modalidades: remover de la atmósfera el exceso de dióxido de carbono y bloquear los rayos del sol, para que disminuya la radiación solar que llega a la tierra y supuestamente baje la temperatura. La geoingeniería no se ocupa de las causas del cambio climático, solamente propone actuar sobre los síntomas (temperatura y exceso de gases), en general como forma de crear nuevos negocios para quienes controlan la tecnología.

Entre otras cosas, proponen fertilizar los mares con hierro, mezclar las capas del oceáno, cambiar la química de los mares, absorber CO2 por medios mecánicos o químicos y enterrarlo en fondos geológicos. En manejo de la radiación solar, incluyen desde blanquear nubes y sembrar árboles transgénicos más brillantes para que reflejen la luz solar, hasta crear enormes nubes volcánicas artificiales para tapar el sol. En 2010, el Convenio de Diversidad Biológica de Naciones Unidas, decidió una moratoria internacional contra la aplicación de geoingeniería, por sus impactos en el ambiente, la diversidad biológica y las comunidades.

Cualquier forma de manipulación del clima global afectará negativamente algunas regiones. En 2014, modelos matemáticos de un amplio equipo integrado por científicos de 21 países mostraron que cualquier forma de alteración tecnológica de la radiación solar desequilibrará (aún más) el clima en los trópicos y subtrópicos, haciendo más extremos los eventos de lluvias, vientos, inundaciones o sequías que ya existen en cada lugar, con efectos que pueden llegar a catastróficos.

No obstante, a partir de que la COP21 acordó que no se debería pasar de 1.5 a máximo 2oC de aumento de temperatura promedio, los científicos que promueven la geoingeniería, algunos vinculados a las empresas petroleras más grandes del planeta, se han dedicado a difundir en los medios que sin aplicar estas tecnologías, esas metas serán imposibles.

Critican los resultados de la COP 21 por no tomar medidas más enérgicas ante el cambio climático, tema compartido por muchos, pero apremian a promover activamente y con subsidios públicos el desarrollo de la geoingeniería. Este es precisamente el caso de una carta firmada por 11 científicos que fue publicada recientemente por el diario británico The Independent (reseña en La Jornada: aquí).

Otros científicos denunciaron el verdadero rol de estas propuestas. Kevin Anderson, director adjunto del Centro Tyndall de Estudios sobre Cambio Climático del Reino Unido, advirtió sobre los peligros de la geoingeniería, que se presenta como solución al cambio climático, cuando no lo es y por el contrario, crea nuevos riesgos. En un artículo publicado en la revista Nature (ver aquí), Anderson expresa que es de gran preocupación que la COP 21 haya aceptado usar el concepto de tecnologías de emisiones negativas, eufemismo para nombrar propuestas de geoingeniería como bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS, por sus siglas en inglés). Se trata de sembrar grandes monocultivos (mínimo tres a cinco veces la superficie de todo México), quemarlos para generar energía, absorber el carbono resultante, transportarlo en largos ductos o camiones y enterrarlo en fondos geológicos. Pero, además de de otros problemas, es una idea irrealizable.

Varios investigadores han señalado que ese nivel de plantaciones es imposible, porque no hay áreas disponibles en el planeta y el gasto total de energía y de emisiones de CO2 de plantaciones y su quema, es mayor que lo que dicen compensar. Es doble contabilidad de absorción de CO2, porque las plantaciones se piensan en áreas que ya tienen cubierta vegetal: áreas naturales o de comunidades indígenas y campesinas, necesarias para sobrevivir y mantener la salud de los ecosistemas.

Anderson agrega que aunque BECCS no funcione, es muy preocupante que haya científicos que por intereses espurios la promuevan, sabiendo que no es posible enfrentar el cambio climático con este tipo de fantasías. Cuando BECCS muestre sus falencias y la temperatura global siga aumentando, esos mismos científicos dirán entonces que la única salida son otras formas aún más riesgosas de geoingeniería.

El 50 por ciento del cambio climático lo causan menos de 10 por ciento de la población mundial, recuerda Anderson, y agrega que si ese 10 por ciento redujera su nivel de vida al promedio europeo, muy lejos de la pobreza, se traduciría en reducciones de gases de efecto invernadero de 30 por ciento anual globalmente, mucho más efectivo que cualquier forma de geoingeniería.

Fuente: La Jornada

Temas: Economía verde

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