La brecha en la narrativa del clima

Idioma Español
País Bolivia

"A partir del enfoque del oficialismo en Tiquipaya II, se está abriendo una brecha también en la manera de enfocar la lucha contra el cambio climático. Su mensaje central no es la transición, sino la defensa del derecho al desarrollo y la postura de que "no somos guardabosques del imperio”. No se ha buscado un discernimiento de lo vinculada que está nuestra matriz productiva, económica y social con las bases estructurales de la crisis climática, y que eso hace vulnerables a nuestras economías basadas en la producción de energía fósil, de la cual emerge la redistribución social. "

Elizabeth Peredo B., Página Siete, 18 de octubre de 2015

 

La campaña de desinversión en combustibles fósiles es el corazón de la campaña por la justicia climática, acompañada de una propuesta anticapitalista contra los poderes corporativos.

 

Entre una mezcla de declaraciones sobre los derechos de la Madre Tierra, salvar el planeta, el derecho al desarrollo, ama sua, ama llulla, ama quella y mar para Bolivia se ha llevado adelante la Conferencia de los pueblos sobre cambio climático y derechos de la Madre Tierra: Tiquipaya II.

 

Es inevitable analizar esta cumbre a la luz de lo que fue la Conferencia de los Pueblos sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra de 2010, donde más de 35.000 personas se reunieron, con cientos de delegados internacionales, entre los que podríamos mencionar a Naomi Klein, Bill Mc Kibben, Adolfo Pérez Esquivel y muchos otros que estuvieron presentes apoyando la construcción de una narrativa de justicia climática que proporcionó una agenda a los movimientos de activistas y a los gobiernos progresistas una propuesta de justicia climática basada en el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, los derechos de la Madre Tierra, así como la necesidad de estabilizar la temperatura del planeta a 1,5 grados.

 

Entonces, como ahora, estuvo también la voz ineludible de la Mesa 18, que denunciaba ya entonces el extractivismo y la anunciada construcción de la carretera del TIPNIS. Entonces, como ahora, la Mesa 18 fue ignorada por el Gobierno que prefirió eludir encarar las contradicciones que estos sectores organizados ya señalaban.

 

Esta agenda había dejado claro que el cambio climático no es un tema de ambientalistas ni ecologistas, sino una crisis sistémica muy relacionada con la economía. Esta agenda orientó las acciones y campañas del movimiento climático anticapitalista, el posicionamiento de las redes de activistas e incluso el posicionamiento oficial de Bolivia en Cancún, que no fue acompañada por los demás países y ni siquiera por los países del ALBA.

 

Tiquipaya II, en cambio, expresa una alianza férrea de los gobiernos del ALBA y un mensaje central expresado por el Vicepresidente boliviano: "Los culpables del cambio climático son los del norte (…) nosotros tenemos derecho a producir, hacer carreteras, tenemos que cultivar más si es necesario porque nuestra contribución a la Madre Tierra es gigante”… "Y si alguien tiene que pagar y cambiar, ellos que paguen, ellos que cambien, no nosotros” (La Razón, 9/10/2015). Es decir, un mensaje que en esencia postula el desarrollo como derecho, pero que no se interesa en profundizar de qué desarrollo hablamos y mucho menos de transiciones hacia una sociedad post carbono. La declaración de Tiquipaya II se ha aligerado de sustancia para justificar la contradicción entre desarrollismo, extractivismo y justicia climática. En fin, unas conclusiones, como se diría, un tanto "descafeinadas”.

 

En los años que siguieron a la Declaración de la Primera Cumbre sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra de 2010, se ha evidenciado que éste es un desafío sistémico que requiere de una respuesta compleja, multidimensional, en el que transformar la economía y la matriz energética y productiva son aspectos centrales.

 

Así, mientras las negociaciones y el sistema de las NNUU para el clima han ido perdiendo su legitimidad al desmantelar casi completamente el régimen climático y eludir cínicamente la emergencia del cambio climático, los movimientos del clima han dado pasos mayores que les ha llevado a concentrarse en que la transición de energías fósiles a energías renovables se ha convertido en la punta de lanza de sus campañas.

 

Los movimientos de activistas en torno a la justicia climática, instituciones y redes de científicos en todo el mundo coinciden en que hay que dejar el 80% de los combustibles bajo tierra y, por lo tanto, cambiar la economía radicalmente, puesto que una crisis de la dimensión que enfrentamos no puede ser resuelta con simples declaraciones o largas e infructuosas negociaciones diplomáticas.

 

Basados en las cifras que proporciona el Informe AR5 del IPCC, -que nos dicen que tenemos un presupuesto limitado de carbono y que de quemar solamente las reservas de carbón, gas y petróleo que se encuentran registradas en los mercados, estaríamos sobrepasando por cinco veces el presupuesto de carbono que nos queda y, por lo tanto, estaríamos literalmente quemando el planeta. Los y las activistas de la campaña global por la justicia climática dejan un mensaje claro: no a más inversiones en combustibles fósiles!; hay que iniciar una transición rápida a los modelos energéticos sostenibles y hay que cambiar los sistemas de consumismo que agobian a la naturaleza depredando y contaminando despiadadamente. La campaña de desinversión en combustibles fósiles es el corazón de la campaña por la justicia climática, acompañada de una propuesta anticapitalista contra los poderes corporativos.

 

Vemos entonces que, a partir del enfoque del oficialismo en Tiquipaya II, se está abriendo una brecha también en la manera de enfocar la lucha contra el cambio climático. Su mensaje central no es la transición, sino la defensa del derecho al desarrollo y la postura de que "no somos guardabosques del imperio”. No se ha buscado un discernimiento de lo vinculada que está nuestra matriz productiva, económica y social con las bases estructurales de la crisis climática, y que eso hace vulnerables a nuestras economías basadas en la producción de energía fósil, de la cual emerge la redistribución social. La narrativa planteada en Tiquipaya II no acompaña precisamente el enfoque de desinversión en combustibles fósiles, que exige parar con la explotación petrolera, de gas, el fracking y la industria del carbón si queremos atenuar las terribles consecuencias del cambio climático. Muchos gobiernos, y no sólo en el sur, se están "negando” a conectar los puntos desde la acción y el discurso político y sentar las bases de "sociedades post carbono”.

 

París, entonces, es un momento muy importante para avanzar en la narrativa global para enfrentar el cambio climático. Más allá de las negociaciones que anticipan ya una incapacidad de abarcar la gravedad del problema por la falta de compromisos serios y los lobbies corporativos, lo que interesa es crear una narrativa global que conecte la crisis del sistema con la capacidad de restaurar la vida y la sociedad. Denunciar el negacionismo colectivo y sobre todo el de los gobiernos que –teniendo toda la información de primera mano- niegan la ciencia y no permiten allanar el camino a soluciones verdaderas.

 

Es de esperar que este debate para abordar las grandes brechas nos dé al menos un "clima” para encarar la verdad como una base ética de la que debería desprenderse la respuesta de la humanidad a la crisis climática.

 

Fuente: Página Siete

Temas: Crisis climática

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