La conferencia de París sobre el clima

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"La conferencia de París significa la victoria del mercado en su forma capitalista, del valor de cambio, de la competencia, de la liberalización del comercio, frente a los valores de solidaridad y complementaridad, sin las cuales no se resolverá el problema del equilibrio climático del mundo."

Por François Houtart *

 

Sin duda la atención mundial que provocó la conferencia de París ha tenido la ventaja de ampliar la consciencia global sobre el cambio climático y de afirmar la convicción de que estamos al final del ciclo de la energía fósil. Sin embargo, es necesario tener claro el contexto, lo que podemos descubrir primero en las diferentes reacciones. El portavoz del gobierno de Estados Unidos declaró que el acuerdo está abriendo oportunidades para nuevos negocios y los presidentes de los bancos Mundial e Interamericano de Desarrollo afirmaron su disposición a un apoyo financiero.

 

Empresas multinacionales, que realizaron un intenso lobbying dentro de la conferencia, afirmaron su satisfacción. Así, Paul Polman, director de Unilever, dijo que ella liberará billones de dólares y la inmensa creatividad de innovación del sector privado. El director de Shell, David Hove, declaró que la perspectiva de limitar el aumento del calentamiento de la tierra a 1.5 grados Celsius para finales de este siglo ayudará al desarrollo de nuevas técnicas, la captura y almacenamiento de carbono y el enterramiento de carbonos, como también de otras técnicas de geoingeniería. Sin embargo, se sabe que ninguna de estas medidas de neutralidad climática ha llegado a un punto satisfactorio de aplicación. Se pedirán subsidios públicos para financiar los avances tecnológicos.

 

Uno de los mejores especialistas del cambio climático, James Hansens, de la NASA y ahora profesor en la Universidad de Colombia en Nueva-York, utiliza palabras fuertes. Para él, la conferencia de París fue un fraude. Otro conocedor de la situación, Leonardo Boff, teólogo brasileño, escribe que ella prepara el camino para el desastre. Los movimientos sociales tienen un discurso variado. Los menos politizados subrayan los aspectos positivos frente a la expectación mundial y el fracaso que fue la conferencia de Copenhague. Por lo menos hubo consenso, dicen. La red de acción electrónica Avaaz, que jugó un papel positivo en la movilización internacional en favor de soluciones, publicó un comunicado, en el cual se dice: Esta noche, un mensaje claro ha sido enviado a todos los inversores en el mundo: canalizar dinero a energías fósiles es una apuesta muerta. Las energías renovables constituyen el centro del provecho. La tecnología que nos lleva a utilizar 10 por ciento de energía limpia es el productor de dinero de mañana. Al contrario, otras ONG, como Los Amigos de la Tierra, hablan de farsa. Vía Campesina, coordinación de movimientos campesinos a escala mundial, es también muy severa.

 

Frente a esta diversidad de reacciones, ¿cómo llegar a conclusiones? La primera exigencia es analizar los hechos y, en particular, ¿cuál es la perspectiva de base que orientó el consenso? Recordemos que no se trata de un tratado que sería vinculante, sino de un pacto uniendo propuestas voluntarias de acción. Un buen número de países del sur, los más afectados por el cambio climático, pedían decisiones con carácter de obligación, pero eso fue rechazado por grandes países como Estados Unidos y China. El análisis de las exclusiones nos permitirá entender mejor la lógica del documento final.

 

Al principio, la problemática vinculaba la defensa del planeta con el concepto de los derechos humanos. La oposición de Arabia Saudita hizo abandonar la idea, que quedó solamente en el preámbulo. Eso excluyó la perspectiva de justicia social, en referencia con las poblaciones más vulnerables. Se excluyó también la referencia a los pueblos indígenas y el papel que juegan en la defensa de la madre tierra. No fue retenida la idea, presentada por Ecuador, de una corte internacional sobre los crímenes contra la naturaleza, lo que prolonga la impunidad en ese campo. Se concentró sobre la disminución de la producción de carbono y de gases de efecto invernadero, abandonando así a una visión holística de la cuestión climática y concentrándose sobre tecnologías de mitigación de emisiones. El concepto de deuda climática, por los países industrializados en favor de las naciones del sur, fue rechazado. Se excluyeron del acuerdo los transportes marítimos y aéreos, que representan 10 por ciento de emisiones de gases. Hubo una oposición radical de las potencias petroleras a la idea de no explotación para promover un equilibrio vía absorción del carbono. En breve, todas estas exclusiones indican una filosofía de base que no permite una visión completa de la cuestión y la limita a un aspecto particular (el carbono) que se queda dentro de soluciones técnicas, bajo la orientación de las multinacionales y los intereses de países específicos.

 

Para completar el análisis debemos abordar el tema de las propuestas. Se plantea la idea de una neutralidad climática después de la oposición de Arabia Saudita y de Venezuela al concepto de decarbonización. El mercado de carbono, ya iniciado por el acuerdo de Kyoto, se ampliará, introduciendo la lógica del mercado como eje central de la solución. Eso permitirá que continúe la emisión de gases por industrias o países (China, India, África del Sur) a condición de financiar acciones de mitigación, como la reforestación de ciertas zonas. Lo que pasó con la bolsa del carbono en Londres permite prever la integración de este sector dentro de la lógica del capitalismo financiero y, en particular, de la especulación.

 

Para financiar los esfuerzos de los países del sur a desarrollarse sin producir más gases negativos se prevé a partir de 2020 una suma anual de 100 mil millones. Esta suma puede aparecer muy elevada. Sin embargo, entran en ella programas ya existentes y que no añaden nada de nuevo al compromiso de ayuda. Por otra parte, la Agencia Internacional de Energía de Naciones Unidas estima que se necesitarían 10 veces más, es decir, un millón de millones de dólares, para estabilizar el clima. El acuerdo de París se queda muy por debajo de las necesidades y no es vinculante. A título de comparación, según Gabriel Zucman en su libro La riqueza escondida de las naciones (Barcelona, 2015), el dinero existente en los paraísos fiscales del mundo se puede estimar en 5,800 billones de euros (más de 6 billones de dólares). Ello significa que se podría financiar el equivalente de 60 veces la promesa de la conferencia de París con el dinero ilegal y seis veces lo que la agencia de energía de la ONU estima necesario. En un reciente libro se estimó el dinero francés refugiado en la banca suiza en 180 mil millones de euros, suma superior a la contribución anual prevista por la conferencia de París. No es la falta de dinero, sino la voluntad política de tocar el sistema financiero. Con la crisis de 2008, se estima que los gobiernos del norte gastaron entre 2007 y 2011 unos 4.6 billones de euros para salvar el sistema bancario (David Fernández, La Directa, 18/10/11). La crisis climática aparentemente no vale tanto.

 

La conferencia de París significa la victoria del mercado en su forma capitalista, del valor de cambio, de la competencia, de la liberalización del comercio, frente a los valores de solidaridad y complementaridad, sin las cuales no se resolverá el problema del equilibrio climático del mundo.

 

* Sacerdote católico, fundador del Centro Tricontinental de la Universidad de Lovaina.

 

La Jornada

Temas: Crisis climática

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