Las voces de la tierra que me habitan

Idioma Español

"No porque una ya histórica ceguera haya servido de mantel en las mesas de negociaciones, los intereses transnacionales han dejado ni dejarán de imponer la institucionalidad de su política y la profesionalización de los saberes para la opresión: instituciones que se consideran intangibles, eternas y sagradas y legiones de profesionales que ofician como sacerdotes de esta bárbara civilización."

Por Humberto Cárdenas Motta / 26 de enero de 2016

 

Uno

 

No porque una ya histórica ceguera haya servido de mantel en las mesas de negociaciones, los intereses transnacionales han dejado ni dejarán de imponer la institucionalidad de su política y la profesionalización de los saberes para la opresión: instituciones que se consideran intangibles, eternas y sagradas y legiones de profesionales que ofician como sacerdotes de esta bárbara civilización. Es en este contexto que la paz corporativa nos llega con el futuro cosido con alambres a la ceniza de su espalda.

 

Como si ya hubiesen pasado los tiempos relatados por Alejo Carpentier en su novela El siglo de las luces (el siglo del iluminismo, el siglo de la razón, el siglo de la ilustración, el siglo de los derechos del hombre y del ciudadano, el siglo de los derechos de… etcétera, etcétera…), tiempos donde los ideales de libertad, igualdad y fraternidad llegaron, como lo muestra Carpentier, en el mismo barco con la guillotina erigida sobre la proa y que aparece narrada como los batientes de una puerta ausente por donde el iluminismo vislumbró con los anteojos de la razón a las tierras de Nuestra América:

 

“Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un Océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana que se trasladaran con nosotros.” (Carpentier, 1984)

 

El batiente de la guillotina, puerta a una nueva época de opresión, continúa cortando cabezas, metáfora de la decapitación de las ideas nuevas que puedan brotar de las prácticas libertarias frente a estos discursos que pretenden, para recordar a Antonin Artaud, hacer surgir actos de ideas y no ideas de actos: leyes de cualquier rango y acuerdos internacionales pasados, presentes y futuros que continúan y continuarán mirando a los pueblos del mundo por esa puerta sin batientes que es la guillotina de la guerra.

 

“Con la libertad, llegaba la primera guillotina al Nuevo Mundo.” (Carpentier, 1984)

 

Implantaron la idea de “la libertad” y fundaron las militancias en la creencia de ser libres. De esta manera se perdió la posibilidad, en el lenguaje, de nombrar a la opresión desde la consciencia de nuestra propia situación social de opresión. La idea de “libertad” nos permite ver el brillo del filo de la guillotina, el fluir de la sangre, las cabezas que ruedan, pero no podemos nombrar a la opresión. Se nombran sus efectos, se denuncian sus hechos, pero no se golpea con el propósito de derribar su estructura, su poder. Las condiciones sociales de opresión son eludidas por el mismo lenguaje de la opresión; en este caso, por la idea de “libertad”. El poder se afirma mediante la violencia, negando con la violencia de todos sus actos la violencia de su voz. De este modo la acción de los pueblos está atrapada en el lenguaje de la opresión: es una acción que la violencia del poder se traga perpetuándose. La idea de “libertad” se afirma como posibilidad histórica: en realidad, la historia continúa caminando en círculos, recorriendo una y otra vez los mismos lugares, la misma geografía y el mismo lenguaje de la barbarie.

 

Dos

 

De la misma manera que la semilla brota en la oscuridad y no amenaza a su propia madre que la gesta, la tierra de las prácticas libertarias como danzas de vida ante la muerte que viene de arriba de tantas maneras y con tantas máscaras, es la tierra que guarda silencio y espera, semilla que lucha para restablecer la armonía de los pueblos del mundo, para restablecer la armonía del planeta: Mapuches de Chile, Mujeres Kurdas que lideran las luchas de sus pueblos, Zapatistas de México, pueblos de la tierra que saben que todos los acuerdos y convenios que vienen de arriba son formas de opresión y dependencia, son formas de subordinación, son el refinamiento y la continuidad del sistema, la negación de la palabra propia, del propio pensamiento, del propio corazón. Por la puerta sin batientes de la guillotina llegan entonces los profesionales del desarrollo, los profesionales en leyes y derechos, los profesionales en la escritura ciega de acuerdos y convenios que proliferan como las moscas azules de la muerte con todo y la mercancía de sus saberes y llegan las instituciones paternalistas, autoritarias, patriarcales, terroristas y falocéntricas del capital.

 

Tres

 

El sistema mundo capitalista, sistema al que pertenece Colombia, este país ficticio marcado sobre un mapa en el noroeste de Suramérica, es un sistema indefendible: ha impuesto a su propia población, como forma de vida, la huida permanente ante la barbarie, el vivir atravesados por el desgarramiento perpetuo de todas las formas de vida. Con la destrucción sistemática del universo de sus existencias, el capitalismo hunde en la deshumanización planificada a los pueblos del mundo. La deshumanización es la pérdida del lenguaje; sin lenguaje, el lenguaje del capital, la neolengua narrada por Orwell en su novela 1984, cumple su papel: matar el pensamiento, imponer el poder y el deseo del no saber, aniquilar la capacidad de acción en los pueblos del mundo.

 

La neolengua produce de manera vertiginosa derechos; el que produce, manda; el que consume, obedece. Entonces se actúa como si la promesa del derecho fuera real, cuando lo real ni siquiera es su inexistencia: es el escupitajo sobre la herida, es la guerra que golpea a los territorios del mundo para garantizar el acceso de las transnacionales a la naturaleza, en esa dicotomía perversa que permite exterminar pueblos para matar la tierra. De nada ha servido declarar, como lo hizo Wolfgang Sachs en el libro Diccionario del desarrollo, Una guía del conocimiento como poder (Sachs, 1996), que era la hora de escribir el obituario de la era del desarrollo. No hay que hacer ningún esfuerzo para encontrar quien pida juiciosamente el escupitajo sobre la herida. Se ha confundido la promesa con la realidad. Cuando la promesa es la máscara que permite el funcionamiento de una realidad opresiva. Hace parte de ella como negación de lo real. Como hacen parte de esta realidad opresiva los Estados que cumplen devotamente los dictados de todas las máscaras, incluida la máscara del desarrollo haciéndose, necesariamente, parte de la máscara: negación de la realidad. Entonces se encadena a los pueblos a luchar porque se cumpla la máscara de la negación… reforzando… trágicamente, la opresión real.

 

“La idea de desarrollo se levanta como una ruina en el paisaje intelectual. El engaño y la desilusión, los fracasos y los crímenes han sido compañeros permanentes del desarrollo y cuentan una misma historia: no funcionó. […] El «desarrollo» provee el marco fundamental de referencia para esa mezcla de generosidad, soborno y opresión que ha caracterizado las políticas hacia el Sur”. (Sachs, 1996)

 

No sé si recordar lo dicho por Fernando Braudel: “[…] También los encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración.” Fernando Braudel (P. 9). El lenguaje opresivo es una prisión que sólo la construcción de una nueva historia por los pueblos del mundo podrá derribar.

 

La neolengua es el derecho del capital a ejercer soberanamente todas las formas de opresión. En el diccionario de la neolengua, el desarrollo es una táctica esencial para las prácticas de la barbarie: el desarrollo es una de sus tantas tácticas de guerra.

 

Cuatro

 

Luego de siglos de opresión ¿Por qué asombrarnos por la naturaleza del sistema? Esperar un rasgo humano de este sistema es la expresión de una ausencia de raíces en la historia combativa de la Tierra, de una ausencia de savia en la consciencia, de una ignorancia de semillas en la palabra. La Tierra es nuestra madre; somos parientes de todos los seres de la naturaleza. Algunos actúan como si el lenguaje de la opresión no perteneciera al mundo de la opresión. El sistema capitalista cabalga sobre el lenguaje. Produce la necesidad de no saber. Las antiparras de la razón tan sólo pueden ver a través de la puerta sin batientes de la guillotina. El lenguaje de la razón continuará gestando vertiginosamente los mundos de la barbarie.

 

Cinco

 

El desarrollo es una idea que ha especializado sus prácticas, ha racionalizado sus saberes; el desarrollo es una idea que ha profesionalizado el oficio de matar: en el mundo del desarrollo la muerte viaja de la tierra a los seres que desarrollan tejidos como las plantas, los peces, los animales; a través de ellos la muerte continúa su ciclo y puede ir al agua, al aire, a la tierra, al universo. Los ciclos de la vida han sido subvertidos por los abruptos procesos de muerte. El desarrollo es un discurso que pertenece al mundo de la opresión, al mundo que racionaliza la ciencia y la técnica para incrementar la opresión, la racionalidad del sufrimiento. Cultivar la tierra, hacer posible el viaje de las semillas, es hacer posible en el silencio de las prácticas el cultivo de las palabras. Cultivar es danzar con el Universo. La palabra de los pueblos es la flor que nace en el nido de silencio de todas sus prácticas.

 

Seis

 

El sistema capitalista que rige en este país ficticio marcado sobre un mapa en el noroeste de Suramérica no puede más que ufanarse de ser “el Israel de Latinoamérica”, tal como lo expresó esa metonimia del terror que puede ser un presidente de una república ficticia marcada sobre un mapa en el noroeste de Suramérica. Bastaría mirar lo que hace Israel con la población palestina para saber qué papel juega ya este país ficticio frente a los pueblos del mundo, frente a los pueblos del continente. De Francia llegó a Latinoamérica todo el saber acumulado por el colonialismo francés en Argel: brutalidad pura. De Estados Unidos la barbarie refinada por la Escuela de las Américas. Todo esto se combina en este país ficticio con la experiencia acumulada por la opresión ejercida por siglos sobre su propio pueblo. El terror es una mercancía que se exporta como “asesorías militares” a diversos países de la misma manera que acá hubo asesores israelíes, gringos, etc. Ahora “el Israel de Latinoamérica” exporta su experiencia terrorista.

 

Siete

 

La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza, escribió en su novela George Orwell. Todos los procesos de paz, hasta el presente, no son más que procesos que radicalizan la opresión. La vida perece. Las instituciones se afirman en el estercolero de sus discursos: “la Israel de Latinoamérica”. Bastaría mirar a militares israelíes matando niños, asesinando ante las cámaras de televisión a jóvenes mujeres… a sencillos seres humanos. La democracia es una máscara sangrienta. Como en un museo de cera el sistema produjo un muestrario de “víctimas”. En un mundo que se derrumba los pueblos sólo pueden ser combatientes. La naturaleza se levanta; la tierra es insurgente.

 

Ocho

 

Si una camisa blanca es signo de algo ¿Ese signo de blancura hace referencia a algo tan profundo y trascendente como la paz de los pueblos? ¿O es el signo de la paz corporativa de un sistema indefendible e imposibilitado históricamente para dar el paso entre ideas que amortajan a sus actos moral y políticamente indefendibles? ¿Y si debajo de ese signo, como ha sucedido históricamente, no hay nada? La paz corporativa es el signo de nuevas formas de opresión, nuevas formas que ya andan por los territorios del mundo en contra de los pueblos.

 

En la historia de ese país ficticio marcado sobre un mapa en el noroeste de Suramérica ningún proceso de paz, ninguna amnistía, ha resuelto nada que beneficie a los pueblos oprimidos. La paz de los pueblos es la destrucción de la opresión, el fin de su institucionalidad, la superación histórica de las profesiones que administran los saberes de la opresión, que ejecutan la barbarie: desde la fumigaciones con agrotóxicos, su uso en la agricultura de guerra, a los discursos patriarcales y falocéntricos, hasta los transgénicos y la ruleta rusa de las transnacionales que privatizan la salud, los alimentos, las semillas, la tierra. La realidad es el signo de su propia negación. La realidad nos dice que la realidad no existe. Nada es signo de nada. El terror no es el signo de un sistema terrorista; a lo sumo signo del incumplimiento de los derechos humanos, signo de ser un asunto para la institucionalidad hegemónica, para los saberes hegemónicos, para los profesionales hegemónicos; signo de una necesidad del sistema, una exigencia a su eficacia, una petición a su funcionamiento.

 

El profundo desprecio que históricamente este sistema indefendible ha demostrado mediante la práctica sistemática del crimen sobre los pueblos le permite indemnizar con una decena de millones de dólares a otro Estado por las fumigaciones que ha lanzado como parte de la maquinaria de guerra sobre el pueblo y continuar avasallando con la sabiduría perversa de los fantoches en el poder al pueblo que desprecian. La ley de víctimas no podía más que reproducir la opresión, pues este sistema indefendible no iba -ni lo hará- a legislar en contra de sus propios intereses. Estos procesos de paz requieren de grandes dosis de violencia: puso fecha, por ejemplo, para que “las víctimas” presentaran sus demandas ante la institucionalidad que los tortura y cerró la puerta de sus intereses, cerrada ya históricamente a la vida de los exiliados. En realidad la puerta está cerrada para mantener a raya a los excluidos. Mientras tanto, mata.

 

Su programa de paz consiste en extremar la vulnerabilidad humana, en destrozar cualquier vestigio de certidumbre en la responsabilidad dialógica de la convivencia, en exponer el mensaje de la barbarie grabado sobre el cuerpo de las víctimas, en exhibir el funcionamiento de la barbarie como forma legítima de la institucionalidad y como medio para la reproducción social, olvidándose que la forma en la que se nos presentan las cosas no son lo que son. Porque no podrá entenderse la paz corporativa sin entender el juego de los intereses económicos del capital, el corporativismo fascista donde vienen exhibiendo que la democracia es la organización de la violencia mediante sus estructuras verticales y jerárquicas.

 

“[…]vimos que donde nuestro oído fue corazón abierto el Mandón opuso su palabra de engaño, su corazón de ambición y mentira.
Vimos que la guerra de arriba siguió.
Su plan y su objetivo era y es hacernos la guerra hasta exterminarnos. Por eso en lugar de resolver las justas demandas, preparó y prepara, hizo y hace la guerra con sus armamentos modernos, forma y financia grupos paramilitares, ofrece y reparte migajas aprovechando la ignorancia y la pobreza de algunos.
Esos mandones de arriba son tontos. Pensaron que quienes estaban dispuestos a escuchar estaban también dispuestos a venderse, a rendirse, a claudicar.
Se equivocaron entonces.
Se equivocan ahora.” (Palabras del EZLN en el 22 aniversario del inicio de la guerra contra el olvido)

 

En la noche la lluvia guardará mi silencio.

 

Fuente: Kaos en la red

Temas: Crisis capitalista / Alternativas de los pueblos

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