México: Redes agroalimentarias de los pueblos originarios, raíces con memoria y horizonte de futuro

Idioma Español
País México

A propósito de la cuestionada hegemonía alimentaria mundial en contraste con las agri-culturas que persisten contracorriente. A propósito de la invasión de productos alimenticios industrializados y la pertinente continuidad del uso y disfrute de los sanos alimentos milenarios.

FOTOS: Pio Giovanni Chávez Segura

A propósito de un sistema mundo que se derrumba y de los nuevos horizontes civilizatorios, imparables, que brotan por doquier.

Para variar, atravesamos una etapa crítica y decisiva en nuestra historia como pueblo mexicano, producto de pésimas decisiones y acciones de un Estado fallido y ausente que se acumulan por décadas con saldos lamentables e irreparables. Para muestra un botón, el impugnado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha significado en estos 25 años buenos negocios para una minoría de agro empresarios favorecidos, dedicados a exportar los frutos de esta tierra, junto a los bienes hídricos y minerales, sumados el trabajo calificado y el futuro incierto de más de dos millones de jornaleros agrícolas que se juegan la vida año con año.

Como hemos constatado, a partir del TLCAN no existe un mejoramiento significativo de las condiciones de vida y del trabajo para la gran mayoría de la población mexicana; por el contrario, la situación nacional está agravada.

El TLCAN y el modelo neoliberal también son sinónimos del desmantelamiento de la capacidad productiva del medio rural, con la exclusión de los pueblos campesinos y originarios, a los cuales se les condiciona a emigrar o convertirse en consumidores y beneficiarios de dádivas. Las afectaciones a las agri-culturas y los espacios rurales son multidimensionales y multiescalares. Con la predominancia de un paradigma productivista centrado en el papel prioritario del mercado, con impulso de paquetes tecnológicos con fuertes repercusiones ambientales, daños a la salud humana y fuertes impactos a la agrodiversidad.

En torno a la profunda temática agroalimentaria, es indispensable sumar esfuerzos hacia el reconocimiento de los pueblos originarios por su crianza milenaria de milpas, chinampas, huamiles, tlacololes, oasis, tajos y diversos sistemas agroforestales de inconmensurable importancia ecológica, que aportan una vasta y diversificada producción alimentaria de alto valor nutricional con tecnologías adaptadas a condiciones limitantes, cuya trascendencia está documentada continuamente por estudios etnocientíficos y por diversas áreas del conocimiento.

Van en aumento los procesos de revaloración y auto legitimación de estos sistemas por sus aportes ante escenarios de fragilidad climática y como opciones viables ante la innegable crisis planetaria y civilizatoria que atravesamos como humanidad. Así las agri-culturas de los pueblos originarios se han convertido en fuentes de inspiración y aprendizajes para nuevos empeños que están en camino de cultivar socioambientes sustentables.

La mega diversidad agroalimentaria que disfrutamos actualmente es sostenida por el trabajo silencioso y digno de las guardianas y guardianes del patrimonio biocultural de los pueblos, basados en procesos co-evolutivos entre sociedad-naturaleza vigentes y dinámicos; fundamentados en relaciones de reciprocidad entre individuos, familias y comunidades con sus territorios, y con trascendencia a escala regional y nacional. Su vitalidad se expresa en fiestas comunitarias y rituales agrícolas, y también en plazas de intercambio semanal o tianguis tradicionales, en regiones rurales caracterizadas por su fuerte economía pre industrial, que han logrado resistir desde la era precuauhtémica hasta nuestros días. Ejemplos que manifiestan la pertinencia de los circuitos de comercialización cortos, solidarios y alternativos que hoy florecen en distintos lugares, escalas y formas en México y el mundo.

Los tianguis tradicionales son también redes agroalimentarias vivas, espacios de intercambio y convivencia coloridos, variados, ubicados en territorios estratégicos, donde acuden poblaciones aledañas a ejercer el derecho a la reciprocidad, con venta, compra o trueque de productos diversos: granos nativos, frutos de temporada, verduras, alimentos transformados, productos artesanales, plantas medicinales, especies pecuarias y ornamentales, entre otros.

Estas redes agroalimentarias nativas subyacen gracias a la capacidad productiva y de alimentos, bienes y servicios bajo condiciones limitantes de energía y tecnología y en pequeña escala, sustentadas en conocimientos, prácticas, formas de organización, semillas nativas, recursos genéticos y enseñanzas relevantes hacia nuevos horizontes civilizatorios.

Tenemos mucho que seguir aprendiendo de los pueblos originarios y campesinos que, a contracorriente histórica, han logrado mantener sus formas de vida, manejo de bienes comunes, agri-culturas y territorios. A la par, seguir aprendiendo de las múltiples experiencias de la sociedad civil en general, cuyos empeños construyen mundos más equitativos y contribuyen al cuidado de los derechos humanos elementales: a la vida con paz, justicia y dignidad, por el agua y su saneamiento, por el derecho a la alimentación basada en la agro diversidad libre como bien común para todos, (¡No a los transgénicos!), por el cuidado de la madre tierra a nivel planetario.

Por Pio Giovanni Chávez Segura Colaborador del Grupo de Estudios Ambientales (GEA A.C.) y partícipe en proyectos de investigación-acción del Sistema de Centros Regionales de la Universidad Autónoma Chapingo.

Fuente: La Jornada del Campo N° 119

Temas: Agricultura campesina y prácticas tradicionales, Soberanía alimentaria

Comentarios