RIO+20

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"En Río+20, los líderes globales tienen la tarea de identificar qué se ha hecho mal los últimos 20 años, re-organizar la gobernanza que no ha podido brindar soluciones a diversas crisis ambientales y elaborar un mapa de la ruta hacia una "economía verde global". Sin embargo se sospecha que nos entregarán en vez de ello la misma vieja economía maquillada de verde."

En Junio de 2012 la política global estará enfocada en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, conocida de manera informal como “Río+20”, debido a que ocurre 20 años después de la Cumbre de la Tierra de 1992, que también tuvo lugar en Río de Janeiro.

La Cumbre de la Tierra nos dio el Programa 21, la convención sobre el clima, el convenio sobre biodiversidad, el Principio de Precaución, los principios sobre los bosques, y comprometió de manera importante a la sociedad civil en diversos quehaceres bajo la bandera del “desarrollo sostenible”. En Río+20, los líderes globales tienen la tarea de identificar qué se ha hecho mal los últimos 20 años, re-organizar la gobernanza que no ha podido brindar soluciones a diversas crisis ambientales y elaborar un mapa de la ruta hacia una “economía verde global”.

Río+20 nos coloca en una encrucijada que ofrece tanto riesgos como oportunidades. La “economía verde” concepto central en Río+20, está definida de manera muy pobre y podría convertirse en una cubierta para la posterior comodificación y monopolización de la naturaleza, la violación de derechos humanos y el despliegue de tecnologías altamente riesgosas. La cumbre de Río tiene la alternativa de replantear una agenda que esté centrada en la gente, en las diversas economías verdes locales, con políticas que protejan el ambiente, fortalezcan los bienes comunes, promuevan la igualdad y el establecimiento de un nuevo sistema multilateral participatorio y transparente para la evaluación de las tecnologías.

Artículo de Jim Thomas publicado en GRIST:

Río+20: ¿Una nueva economía verde, o la misma vieja economía maquillada?

Les tengo buenas y malas noticias sobre el futuro de nuestro planeta. Primero las buenas noticias. El año próximo tendrá lugar una reunión global sobre el destino de La Tierra, una cumbre de abolengo. Formalmente llamada Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, esta reunión se conoce como RÍO+20 porque se realizará 20 años después de la primera Cumbre de la Tierra en Río en 1992. Aquella primera reunión (a su vez 20 años después de la igualmente importante Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo) nos heredó un montón de joyas de la política internacional: la Convención sobre el Clima, el Convenio sobre Diversidad Biológica, la Comisión para el Desarrollo Sostenible, el Principio de Precaución, una larga y ambiciosa lista de promesas conocida como Programa 21, la Declaración sobre los Bosques y mucho más. Más de cien jefes de estado viajaron a Río de Janeiro la última vez en medio de una intensa atención global. Esta vez, la reunión se organiza nuevamente en Río de Janeiro, del 4 al 6 de junio de 2012. Seguramente será tan importante como entonces.

En la más reciente reunión preparatoria en Nueva York quedó clara la agenda para esta próxima Cumbre de la Tierra. Los líderes publicarán un "documento centrado en la política" aludiendo directamente a la transición hacia una "economía verde" global, y la reforma de las instituciones internacionales responsables del desarrollo sostenible. Esta segunda reforma podría significar la reestructuración de todo, desde el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo a los 500 diferentes tratados multilaterales ambientales y acuerdos actualmente vigentes. Estos tratados cubren tóxicos, químicos, conservación de los océanos, biodiversidad, desertificación, cambio climático, agotamiento del ozono, protección de los bosques y más. Aun ante la emergencia por las crecientes alzas de la temperatura global, la agudización del hambre, la escasez de agua y la pérdida de biodiversidad, los responsables de la gobernanza ecológica no presentan opciones. RIO+20 es una oportunidad preciosa para que quienes diseñan las políticas públicas y toman las decisiones hagan el recuento de las equivocaciones cometidas en los últimos 20 años y planeen los próximos 20 de manera inteligente. Esperemos que RÍO+20 nos sorprenda por la abundancia de voluntad política para con la agenda ambiental global, y con un plan inteligente para poner al planeta nuevamente en curso.

Al menos ésa es la teoría. Ahora las malas noticias: lejos de cocinar un plan para salvar la Tierra, lo que podría resultar de la cumbre tal vez sea un acuerdo para entregar el planeta y su vida a un puñado de banqueros e ingenieros —un arreglo que terminaría de arrojar por la borda las promesas de la primera cumbre de Río. Ya están creciendo las tensiones entre los países del sur y los del norte en torno al concepto muy pobremente definido de una “economía verde" global que será la pieza central en los debates de la cumbre.

¿Qué es eso de una economía verde global? Ésa es, precisamente, la pregunta de los miles de billones de dólares. Nos quejamos y enfurecemos ante los problemas de la economía actual, injusta y contaminante. Sin embargo se sospecha cada vez más que las estrategias para lograr una “economía verde” nos entregarán en vez de ello la misma vieja economía de la codicia, maquillada de verde. Los debates sobre el futuro del planeta han producido su propia teoría de los colores: podemos transitar de una economía marrón hacia una verde si invertimos más dólares verdes en la tecnología de calor blanco y en el “capital natural”, incluyendo mecanismos innovadores de mercado como REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación). Para completar la paleta del pintor, los Estados con océanos argumentan que la economía verde también necesita ser una economía azul.

¿Confundidos? las palabras clave aquí son “mercado” y ”tecnología”. Así como las recientes negociaciones globales sobre el clima, efectuadas en Cancún, eludieron el difícil trabajo de lograr un acuerdo de reducción de emisiones y se conformaron con la política fácil del comercio de carbono y los paneles solares, la brigada de la economía verde parece estar dispuesta a desviar la cumbre RÍO+20 lejos del duro debate sobre las raíces de la crisis ecológica que vivimos. El énfasis lo pondrán en un “esfuerzo futuro” para establecer nuevos arreglos financieros basados en los llamados “servicios ambientales” mientras liberan fondos para las icónicas “tecnologías verdes”

Dos pesados reportes del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA): “ La economía de los sistemas y la biodiversidad” (TEBB, por sus siglas en inglés) y el “ Reporte sobre la economía verde (GER, por sus siglas en inglés), dejaron ver los planes. Argumentan que la naturaleza, de la misma forma que un contratista industrial, debe conocerse con precisión (medirse y valuarse) de acuerdo con los servicios (naturales) que brinda; tales como purificación de agua, captura de carbono, reciclaje de nitrógeno. Tales servicios pueden comprarse, intercambiarse o asegurarse en la forma de un inventario de créditos que pueden venderse para obtener dinero para la conservación. Mientras tanto, nuevas tecnologías “eco-eficientes” pueden desarrollarse y desplegarse aumentando el valor de esos servicios ambientales al tiempo que también generan ingresos. Si suena más como una estrategia de negocios que como un acuerdo para proteger la Tierra, es porque la industria y las empresas están encabezando este debate. El autor principal de ambos reportes, TEEB y GER, es un inversionista del Deutsche Bank en año sabático, y sus más entusiastas animadores son la banda de las 500 compañías de Fortune en Davos y los diplomáticos del G8. Es más alarmante aún el que algunas de esas voces están posicionando la “economía verde” como una mejora o como el remplazo del anticuado “ desarrollo sostenible”, que resultó de los acuerdos logrados hace 20 años. Les complace arrojar a la basura al bebé de Río justo cuando alcanzó cierto grado de madurez. Si bien el enfoque del “desarrollo sostenible” tiene sus problemas, al menos ha intentado explícitamente tejer los objetivos ambientales en una red mucho más grande de objetivos sociales y económicos tales como la reducción de la pobreza y la creación de una sociedad justa y equitativa. En contraste, la idea de una economía verde es como “desarrollo sostenible diétetico”. Promueve muchos remiendos técnicos y soluciones paliativas y se queda corta al confrontar las raíces de la pobreza, la desigualdad y la opresión que conllevan a la destrucción ambiental.

En un abarrotado evento en Nueva York la segunda semana de marzo, titulado “¿La economía verde de quién?”, el embajador de Bolivia ante Naciones Unidas, Pablo Solón aseveró que este capitalismo verde con nueva envoltura es una distracción de los temas y compromisos reales que deben discutirse en RIO+20 para lograr el desarrollo sostenible. Advirtió que las nuevas formas de comercialización y especulación que se están proponiendo agudizarán la devastación de la naturaleza y perpetuarán las injusticias actuales. Los pueblos indígenas y los movimientos por la justicia ambiental que luchan contra el acaparamiento de tierras promovido por los esquemas REDD+ están en alerta porque el mismo enfoque de mercantilización se extenderá ahora a los suelos, los océanos y más. Como señala Silvia Ribeiro, activista uruguaya, “en medio de la más grande crisis financiera de la historia, los mismos banqueros que no pueden resolver sus crisis especulativas aseguran que pueden manejar el planeta. No les creemos para nada.”

También es problemática la definición de “tecnologías verdes”, sumamente pobre. El reporte del PNUMA habla orgullosamente de la incineración de biomasa y de los biocombustibles como posibles ingredientes en esta “economía verde”. De lado quedan el aumento en los precios de los alimentos, el acaparamiento de tierras y la contaminación de la atmósfera. El reporte es agnóstico en cuanto a la energía nuclear y prácticamente aprueba los cultivos transgénicos como parte del paquete verde. A su vez, las balas de plata tecnológicas de nueva generación ajustan su propaganda para presentarse como parte de la economía verde. La biología sintética, que hace microbios artificiales con impactos desconocidos para la bioseguridad, se anuncia como la fuente de combustibles y plásticos verdes. La nanotecnología, cuyos problemas de toxicidad recuerdan cada vez más el fiasco del asbesto, se piensa como la solución a la producción de paneles solares y purificación de agua. La geoingeniería —que propone rediseñar el planeta completo con nubes de sulfuro o vertederos de hierro y carbón— podría entrar fácilmente en la amplia definición de “tecnologías verdes”.

Para que RÍO+20 no se convierta en un carnaval de lobos tecnológicos disfrazados de ovejas verdes (y con financiamientos verdes), los gobiernos necesitan ponerse específicos acerca de qué es y qué no es una tecnología “verde y justa” y resucitar el principio de precaución como se acordó en Río hace 20 años. La economía verde necesita algunos vigilantes de confianza. Una propuesta respaldada por varios grupos importantes en Naciones Unidas, es el establecimiento de un mecanismo formal para evaluar las tecnologías nuevas y emergentes —algo como una Convención Internacional para la Evaluación de Nuevas Tecnologías, CIENT. Tal convención podría advertir a tiempo a los gobiernos sobre las imperfecciones de las opciones tecnológicas antes de que sean puestas en operación. Una CIENT podría haber advertido del boom del etanol y sus consecuencias antes de que se dispararan los precios de los alimentos, o podría haber cuestionado las tecnologías energéticas riesgosas mucho antes de la explosión de los pozos petroleros o antes de que el tsunami golpeara en el sistema de enfriamiento del reactor nuclear.

Es trágico saber que los gobiernos lograron un acuerdo sobre una versión de un mecanismo de evaluación de las tecnologías hace 20 años en Río, y nunca lo desarrollaron. Un acto de negligencia por el que estamos pagando hoy en vidas humanas, hambruna y devastación ecológica.

Y para rascar la herida: hace 20 años, los gobiernos en Río fueron lo suficientemente audaces como para plantear una serie de compromisos que podrían habernos rescatado de algunos de los predicamentos en los que nos encontramos hoy, pero nunca cumplieron sus propias promesas. Con menos de 13 meses para la próxima Río, está en nuestras manos exigir que esas promesas, aún tan viejas como son, se cumplan. Es muy importante que esos compromisos no se abandonen en pos de una hueca “economía verde” que apunta a ser un caballo de Troya que continuará la destrucción como la experimentamos ahora. La mala noticia en camino a Río es que los impostores están tomando las riendas. La buena es que tenemos tiempo para organizar campañas masivas para lograr que la Cumbre de la Tierra regrese al carril. No solo se trata de una economía verde. Se trata de un futuro verde, equitativo y justo.

Fuente: ETC Group

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades

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