Argentina: Entre sojización y cacerolas, días extraños

Idioma Español
País Argentina

Días extraños nos ha legado la última semana de marzo. Frente a la escalada del conflicto entre el Gobierno y el campo; frente a su desborde y su pasaje a otros registros, no faltó sector, partido, organización social, trabajador o vecino que no haya alzado su voz expresando su posición al respecto. En sus ramificaciones inesperadas, el conflicto rompió abruptamente con la apatía de una sociedad, que sólo hace cinco meses votó en elecciones presidenciales, luego de la campaña política más insípida de las últimas décadas.

En la discusión se fueron sumando niveles y proyectando problemáticas, entre las cuales, me gustaría detenerme en tres: la lectura sobre los cacerolazos, la reactivación de un esquema binario de la política, y la cuestión acerca del paradigma productivo.

LOS CACEROLAZOS. ¿Cómo interpretar los cacerolazos realizados a partir del martes 26, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires? Es innegable que tuvieron un carácter de clase, pero resultaría engañoso avalar la lectura unidimensional que hace el Gobierno. Aunque hegemonizados por las clases medias urbanas, las cacerolas de diciembre del 2001 emergieron como una expresión espontánea de repudio de amplios sectores sociales al discurso autoritario y autista del presidente De la Rúa y su política gubernamental. Pero esas cacerolas estaban cargadas de ambivalencia desde el punto de vista ideológico, y fue sólo después, con el surgimiento de las asambleas barriales, que tomaron una dinámica política determinada. Nos guste o no, esas mismas cacerolas dejaron una marca orgullosa en la memoria de muchos argentinos de clase media, sobre todo porteña, y ya forman parte de la cultura de la protesta, la cual puede ser activada ante determinados conflictos, por encima de los clivajes ideológicos.

Lo cierto es que el sobretono de la Presidenta, exhibido el martes 26 de marzo, despertó la indignación de muchos argentinos –que probablemente no la votaron– y que salieron a repudiar su actitud, munidos menos de un discurso elaborado que de un malestar, una impugnación común que nuevamente se expresó a través del ruido ensordecedor de las cacerolas. Así, sería lamentable caer en la trampa de las interpretaciones lineales, afirmando que los cacerolazos fueron el fruto de la conspiración de golpistas trasnochados o la expresión sin más de la defensa del “campo”. Había mucho más en esa suerte de magma ideológico que atraviesa a nuestras volátiles clases medias. El Gobierno debería tomar nota de eso, sobre todo si recuerda que en las últimas elecciones, y pese al auge del consumo, parte de esas clases medias decidieron darle la espalda.

Pero una vez más la espontaneidad estuvo del lado de la crítica, de la oposición, y no del lado del Gobierno, ya que aquellos que apoyan las retenciones al agro no tuvieron un espacio desde el cual manifestarse. A menos que uno decidiera alinearse junto con las “masas encuadradas” de los piqueteros K o las huestes de Moyano, algo improbable dado el tipo de vínculo que dichas organizaciones tienen con el Gobierno: la dependencia, la subalternidad, la instrumentalización.

EL ESQUEMA BINARIO. En estos días asistimos también a la súbita reactivación de un esquema binario de hondas raíces históricas, una matriz que tiende a absorber las figuras de la división configurando así dos bloques monolíticos a partir de los cuales se pretende obtener una mirada omnicomprensiva de la política argentina. Así como el cacerolazo debe ser comprendido dentro de la memoria corta, la matriz binaria debe entenderse en el marco de la memoria larga de los argentinos: civilización o barbarie, pueblo versus oligarquía, peronismo o antiperonismo fueron en otros tiempos sus consignas más ilustrativas.

Históricamente este esquema conduce a una peligrosa reducción de la política, reactiva los prejuicios clasistas y racistas más elementales y desplaza el conflicto por fuera de toda disputa democrática. No lo ignoraba D´Elía cuando entró a la Plaza de Mayo para expulsar a los caceroleros al grito de “patria sí, colonia no” o cuando habló del odio a la oligarquía. Tampoco las paquetas señoras de Palermo o de Recoleta, cuando sonaban frenéticamente sus cacerolas o aquellos que llamaban a las radios para expresar su desprecio de clase hacia el peronismo. Como dijo Ionesco, acaricia un círculo y éste se hará vicioso. Y algo de este círculo vicioso fue lo que enrareció peligrosamente el clima político de estos días.

Con esto no sostengo que no existan antagonismos irreconciliables, pero éstos están lejos de reflejarse en la oposición “campo/gobierno”, como si se tratara de dos Argentinas. No hay una ni dos, sino muchas Argentinas en conflicto. Pero frente a la activación del esquema binario, cualquier intento por complejizar los posicionamientos y antagonismos termina por caer en saco roto. Lo saben en carne propia aquellas izquierdas que acudieron a la plaza para apoyar el paro agropecuario, al tiempo que exigían la reforma agraria… No sólo los noteros televisivos, tan proclives al pensamiento binario, los miraban como si fueran marcianos; también se ganaron la burla presidencial… Burla injusta, pues el Gobierno estuvo entre los primeros en promover y caer entrampado en el círculo vicioso.

Por último, resulta curioso que Luis D´Elía se haya acordado ahora de la reactivación de los prejuicios clasistas y racistas de una buena parte de la sociedad argentina, cuando lo que él denuncia ya tuvo precedentes bajo el kirchnerismo, responsable político de la demonización de las organizaciones piqueteras disidentes. Ironías de la historia: el antiguo piquetero devenido en “soldado” del Gobierno prueba hoy la medicina que el oficialismo ya utilizó para con sus hermanos de clase…

EL PARADIGMA AGRARIO. Desde mediados de los 90, asistimos al desarrollo de nuevas tramas productivas, que modificaron bruscamente el modelo agrario local, a partir del uso intensivo de biotecnologías (semillas transgénicas a través de la siembra directa). Para muchos, su éxito inicial no sólo está relacionado con el agotamiento del modelo anterior, sino con su capacidad “relativa” por articular diferentes actores económicos. Mientras que en el sector semillero aparecen las grandes empresas multinacionales (como Monsanto y Cargill) y unos pocos grandes grupos económicos locales, en el circuito de producción surgen otros actores, entre ellos los “terceristas” (que cuentan con el equipamiento tecnológico), los “contratistas” (entre los que se incluyen los pools de siembra y los fondos de inversión), y por supuesto, los pequeños y medianos propietarios, muchos de ellos rentistas. ¿Esto significa entonces que, dada la heterogeneidad de actores que asoman en el nuevo mapa agrario, este modelo tendría la particularidad de salir de una dinámica de “ganadores y perdedores”, propia de los 90?

Los reclamos de los pequeños y medianos productores parecieran indicar que el modelo, tal cuál aparece hoy, está lejos de ser inclusivo. A esto hay que añadir, los desplazamientos de campesinos e indígenas en ciertas provincias, como Santiago del Estero y Salta, cuyos reclamos no aparecen en la agenda de ninguna de las organizaciones agrarias hoy movilizadas. Tampoco es posible ignorar que el aumento de la rentabilidad en el cultivo de transgénicos está relacionado con el avance de la desforestación y el monocultivo intensivo. Ello, sin contar lo que supone la sojización del modelo productivo en términos de renuncia de la soberanía alimentaria, o, en otro nivel, de posibilidad de independencia tecnológica, vista la tendencia a producir sólo commodities y no productos con mayor valor agregado. Así, el nuevo paradigma de producción agraria está lleno de puntos ciegos, pero el debate social sobre sus implicaciones como vía del desarrollo apenas está en sus inicios.

Días extraños y no menos intensos… La fusión inesperada entre la memoria larga (el esquema binario) y la memoria corta (los cacerolazos) produjo una escalada de efectos nefastos, desdibujó los matices y redujo peligrosamente el espacio del antagonismo. Mientras tanto, la discusión acerca de las complejas dimensiones que hoy recubren el concepto de “desarrollo” continúa ausente de la agenda política. Tal vez la puja entre el “campo” y el “gobierno” pueda contribuir a generar ese debate social que supera la discusión sobre las retenciones y pone en tela de juicio la actual visión productivista y lineal del desarrollo, que predomina tanto en el Gobierno como en el conjunto de los actores del nuevo modelo.

Maristella Svampa

31.03.2008

Fuente: Crítica Digital

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