La gran minería de oro agrava tensiones en Amazonia brasileña

Idioma Español
País Brasil

“Solo saldré de acá si soy la última”, sentenció Adelir Sampaio dos Santos, enfermera de la alcaldía de José Porfirio, el municipio en que se ubica el área minera. “Solo quedaremos aislados si no nos movilizamos”, dijo, llamando sus vecinos a luchar por escuela, puesto médico, agua y electricidad que hacen falta en el pueblo.

La decadencia se muestra en las viviendas y las tiendas comerciales cerradas, la poca gente en las calles descuidadas en un domingo del sol fuerte que suele alternarse con frecuentes lluvias en esta época en la Amazonia brasileña.

“Acá aún hay mucho oro”, sostuvo Valdomiro Pereira Lima, apuntando al suelo de una fangosa calle del pueblo de Ressaca, para subrayar que la riqueza se extiende por la orilla derecha del río Xingu en su tramo de 100 kilómetros conocido como Volta Grande, y que ella podría recuperar la economía local.

Eso atrajo a Belo Sun, una transnacional minera canadiense, que pretende extraer 60 toneladas de oro en 12 años mediante plantas de separadoras del oro de las rocas, en el mayor proyecto aurifero a cielo abierto del país.

La mina industrial generó una nueva oleada de temores en Ressaca y río abajo, en una población escarmentada por los efectos de la central hidroeléctrica de Belo Monte, operativa desde fines de 2015 y que estará completada en 2019.

Lima, de 64 años, busca oro desde 1980, cuando a los 27 años dejó la agricultura en Maranhão, su estado natal en el nordeste de Brasil, para aventurarse en los “garimpos” (minería artesanal e informal) amazónicos.

Pasó por Sierra Pelada, en el norteño estado de Pará, como Volta Gande, que sedujo a cerca de 100.000 mineros en los años 80, y el estado de Roraima, en la frontera con Venezuela, antes de asentarse en Ressaca.

Pero el oro que dio origen y prosperidad a la villa, y a otros pueblos o campamentos nacidos en torno a minas aledañas, escaseó en yacimientos de fácil acceso y no logró evitar el deterioro del modo de vida “garimpeiro”, constató IPS durante la semana que recorrió la Volta Grande y cuando diálogo con todas las partes interesadas.

“Había más de 8.000 garimpeiros en 1992, cuando llegué acá, hoy son solo 400 a 500”, reconoció José Pereira Cunha, vicepresidente de la Cooperativa Mixta de los Garimpeiros de Ressaca, Itatá, Galo, Ouro Verde e Ilha da Fazenda, de 53 años.

“Uno conseguía hasta dos kilogramos de oro a la semana, ahora solo uno al año”, comparó el dirigente, conocido por el apodo Pirulito, por su pequeño tamaño, y minero desde los 17 años, cuando comenzó también en Sierra Pelada.

Pero todo se arruinó después de 2012, cuando policías e inspectores ambientales desataron la represión contra los garimpeiros, expulsando a muchos, recordó. Además las autoridades mineras no renovaron las autorizaciones de explotación a la Cooperativa, ilegalizando a los mineros que siguen activos en algunas minas.

Decenas de ellos emprendieron acciones judiciales en ciudades lejanas.

"Recurrimos a la justicia para asegurar nuestros derechos”, informó Cunha, que atribuye esa campaña a Belo Sun y a los gobiernos (municipales y estadal) interesados en recaudar más impuestos, ya que las persecuciones empezaron dos años después que la empresa inició investigaciones sobre potenciales auríferas en la Volta Grande.

La empresa obtuvo en 2014 la licencia previa, que reconoce la viabilidad ambiental de su proyecto. El pasado 2 de febrero la Secretaria de Medio Ambiente y Sustentabilidad de Pará le concedió la licencia de instalación para construir las plantas necesarias.

Pero dos semanas después la justicia suspendió por 180 días esa licencia exigiendo medidas para reasentar la población afectada y aclaraciones sobre las tierras adquiridas para la minería, supuestamente de forma ilegal.

Belo Sun afirma que cumple todas las condiciones fijadas. La empresa hace catastro de los pobladores del área directamente afectada y los va actualizando, porque “los garimpeiros se van y vuelven”, observó su director, Mauro Barros.

“No es indispensable sacar la población, podemos operar incluso manteniendo todos en sus hogares, si lo desean. En el mundo hay minas en actividad al lado de ciudades”, matizó este abogado con experiencia en otras compañías mineras.

Pero aseguró en la sede de la empresa en la cercana ciudad de Altamira, que los reasentados disfrutarán de todos los servicios, acceso al río y apoyo para obtener ingresos. “Queremos desarrollar la región”, por lo menos 80 por ciento de nuestros empleados serán locales, destacó.

La empresa generará 2.100 empleos directos en el auge de la implantación y 526 durante la operación, anticipó. La promesa es de capacitar garimpeiros para la minería mecanizada.

Según cifras de Belo Sun en su emprendimiento las reservas probables son de 108,7 toneladas de oro y para obtener un gramo del metal se requiere extraer una tonelada de rocas.

Ante temores de que la minería contaminará las aguas del Xingu ya ensuciada y menguada por Belo Monte, Barros descartó ese riesgo. Belo Sun solo usará agua de lluvia y retendrá sus desechos con total seguridad, prometió.

Pero el conflicto con la Cooperativa de mineros, líderes comunitarios e indígenas que viven en Volta Grande ya se activó.

“O Belo Sun nos saca de acá o nosotros la sacamos”, sentenció Cunha, el vicepresidente de la Cooperativa.

El proyecto ya tuvo sus impactos negativos, el pueblo está abandonado, sin recibir las compensaciones de Norte Energía, la empresa concesionaria de Belo Monte, ni los servicios de la alcaldía, porque “sería inútil, ya que se espera que seamos reasentados”, lamentó Francisco Pereira, presidente de la Asociación de Pobladores de Ressaca.

La localidad, habitada actualmente por unas 200 familias, sigue sin saneamiento básico. “El agua sucia se escurre al río, falta agua potable y cancha de deportes, en la escuela el calor es insoportable”, y nada se hará ante la incertidumbre creada por Belo Sun, denunció Pereira, un garimpeiro de 58 años que sobrevive trabajando como jornalero agrícola.

La incertidumbre y el deterioro llegan también a las cerca de 50 familias de Ilha da Fazenda, un caserío dependientes de Ressaca y separado de ella por dos kilómetros de un brazo del Xingu. Escolaress de quinto año de primaria en adelante y enfermos solo son atendidos en el pueblo, transportados en pequeñas embarcaciones.

“En la época buena del garimpo, había decenas de bares en Ilha da Fazenda. Extraían oro en Ressaca y venían a gastar acá”, recordó João Lisboa Sobrinho, panadero de 85 años, con “solo diez hijos” e historia viva del asentamiento isleño.

“Yo usaba 50 kilogramos de harina para hacer pan diariamente, ahora máximo tres”, dijo delante del horno de ladrillos hecho por su padre en 1952.

“Noventa y cinco por ciento de los pobladores de la isla quieren mudarse”, porque si desaparece Ressaca, no habrá vida posible para Ilha da Fazenda, arguyó Sebastião Almeida da Silva, dueño del único comercio de víveres y productos para el hogar.

Más de 20 familias ya dejaron el caserío.

“Solo saldré de acá si soy la última”, sentenció Adelir Sampaio dos Santos, enfermera de la alcaldía de José Porfirio, el municipio en que se ubica el área minera. “Solo quedaremos aislados si no nos movilizamos”, dijo, llamando sus vecinos a luchar por escuela, puesto médico, agua y electricidad que hacen falta en el pueblo.

“Con el garimpo en mejores condiciones, apoyado por el gobierno, con bancos oficiales comprando nuestro oro, daríamos vida a las ciudades y pueblos locales, pagaríamos impuestos, quedaríamos todos y prosperaríamos”, arguyó Divino Gomes, un agrimensor que ya trabajó con organizaciones ambientalistas antes de convertirse en garimpeiro.

“He visto empresas mineras en otras partes, se llevan toda la riqueza y dejan las crateras, hay que pensar 10 veces antes de aceptar sus proyectos”, concluyó.

- Editado por Estrella Gutiérrez.

- Fotos por Mario Osava.

Fuente: Inter Press Service (IPS)

Temas: Minería, Tierra, territorio y bienes comunes

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