Biodiversidad, sustento y culturas #90

A partir del periodo especial provocado por el desmantelamiento del bloque soviético, Cuba se vio obligada a realmente ser independiente en su producción de alimentos. A partir de los años noventa, emprendió entonces una reforma agraria integral y la promoción de modos de producción más afines con las prácticas tradicionales del campesinado en Cuba y con las visiones agroecológicas. Esto impulsó el abandono de la agricultura industrial, incluidos insumos como fertilizantes y plaguicidas químicos, una recuperación de los suelos y de las semillas nativas, y un impulso denodado por aumentar el número de familias, casi siempre organizadas en cooperativas, que producen alimentos para sí mismas y para el pueblo cubano. Hoy existe una pujante revolución campesina, de corte agroecológico, y una soberanía alimentaria que crece y se fortalece.

Contenidos

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Editorial
Cuba: su nueva revolución campesina
La revolución agroecologica: Las recetas no funcionan, lo que se propone son principios
La Innovación Agropecuaria Local en Cuba: espacio incluyente para la construcción conjunta del conocimiento
Experiencias del Proyecto de Innovación Agropecuaria Local (PIAL) en el municipio Güines
Transformaciones de la agricultura cubana
De un vistazo y muchas aristas
Ataques, políticas, resistencia, relatos

Editorial

90 resuena como un número grande. 90 números de Biodiversidad tejidos artesanalmente durante 22 años. Con un mundo que ha cambiado para peor y una humanidad que clama a gritos encontrar nuevos rumbos para un posible Buen Vivir de los pueblos en esta maltrecha Madre Tierra.

Por eso los 90 nos invitan a sentir y pensar —sentipensar dicen algunos— en aquellos que nos invitaron a revolucionar ideas, cuerpos y sociedades durante el siglo veinte. Y ¡oh causalidades! nos encontramos con que varios de ellos cumplieron sus 90 durante estos meses.

Algunos no están ya físicamente con nosotros y otros aún siguen sembrando ideas inquietantes para alimentar los nuevos rumbos. Todos ellos, marxistas, humanistas, anarquistas, pero sobre todo seres comprometidos con su tiempo, sus pueblos y la búsqueda de respuestas poniéndole el cuerpo a los caminos elegidos.

Y no podíamos comenzar este breve y arbitrario recuento sin encontrarnos con Fidel Castro Ruz, justamente en un número dedicado a la experiencia agroecológica cubana. El 16 de noviembre de 1996 decía ante la FAO:

“El hambre, inseparable compañera de los pobres, es hija de la desigual distribución de las riquezas y de las injusticias de este mundo. Los ricos no conocen el hambre. El colonialismo no fue ajeno al subdesarrollo y la pobreza que hoy sufre una gran parte de la humanidad. Tampoco son ajenos la hiriente opulencia y el derroche de las sociedades de consumo de las antiguas metrópolis que sumieron en la explotación a gran parte de los países de la Tierra. Por luchar contra el hambre y la injusticia han muerto en el mundo millones de personas. Son el capitalismo, el neoliberalismo, las leyes de un mercado salvaje, la deuda externa, el subdesarrollo, el intercambio desigual, los que matan a tantas personas en el mundo. ¿Por qué se invierten 700 mil millones de dólares cada año en gastos militares y no se invierte una parte de estos recursos en combatir el hambre, impedir el deterioro de los suelos, la desertificación y la deforestación de millones de hectáreas cada año, el calentamiento de la atmósfera, el efecto invernadero, que incrementa ciclones, escasez o excesos de lluvias, la destrucción de la capa de ozono y otros fenómenos naturales que afectan la producción de alimentos y la vida sobre la Tierra? Las campanas que doblan hoy por los que mueren de hambre cada día, doblarán mañana por la humanidad entera si no quiso, no supo o no pudo ser suficientemente sabia para salvarse a sí misma”.

También durante esta año hubiera cumplido 90 años Ivan Illich que sembró ideas que cada día cobran más vigencia y que desde La Covivencialidad allá por 1978 nos decía:

“Los éxitos industriales se volvieron la medida y la regla de la economía entera. Pronto se tuvo como subsidiarias a todas las actividades productoras a las cuales no se podían aplicar las reglas de medición y los criterios de eficiencia aplicables en la producción en serie: esto valió para los trabajos domésticos, la artesanía y la agricultura de subsistencia. El modo industrial de producción comenzó por degradar la red de relaciones productivas que hasta entonces habían coexistido en la sociedad, para luego paralizarla”.

Sumamos también al querido John Berger que acompañó y sigue acompañando las luchas campesinas y de pueblos originarios en todo el mundo.

En el epílogo histórico de su “Puerca Tierra” en 1979 nos decía:

“¿Qué piensa o siente del futuro el campesino? Dado que su trabajo implica intervenir o estimular un proceso orgánico, casi todas sus acciones se orientan al futuro. Plantar un árbol es el ejemplo obvio, pero igual es la ordeña de una vaca: leche y mantequilla. Todo su quehacer es anticipatorio —y como tal nunca termina. Este futuro, al que está forzado a circunscribir sus acciones, es visto como una serie de emboscadas. Emboscadas de riesgos y peligros. El riesgo futuro más probable es el hambre. La contradicción fundamental de la situación del campesino, resultado de la naturaleza dual de su economía, es que quienes producen la comida son los más propensos a sufrir hambre. Una clase de sobrevivientes no puede darse el lujo de creer en un punto a partir del cual habrá seguridad y bienestar. La única esperanza, grande, es sobrevivir. Por eso es mejor que los muertos retornen al pasado donde ya no sean sometidos a riesgos” [...]

La notable continuidad de la experiencia y la visión del mundo campesinas, amenazadas de extinción, adquieren una urgencia inesperada y sin precedentes. No es sólo el futuro de los campesinos lo que está involucrado en esta continuidad. Las fuerzas que en casi todo el mundo están eliminando o destruyendo al campesinado contradicen la mayoría de las esperanzas contenidas, alguna vez, en el principio del progreso histórico. La productividad no está reduciendo la escasez. La difusión del conocimiento no está conduciendo necesariamente hacia una mayor democracia. El advenimiento del ocio —en las sociedades industrializadas— no ha traído satisfacción personal sino una mayor manipulación de masas. La unificación económica y militar del mundo no trajo paz sino genocidio”.

En tiempos agitados como los que corren no es poco poder detenerse a leer, reflexionar y seguir las huellas que estos maestros nos dejaron. Y en ese camino surge como ineludible, la necesidad de recuperar las voces de todas las maestras, pensadoras y luchadoras que la historia oficial ha invisibilizado.

Biodiversidad

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