Transgénicos que sólo benefician las multinacionales, por José Santamarta

El problema del hambre, que afecta según la FAO a 842 millones de personas, es un problema de distribución y de desigualdades, y no de falta de alimentos, que sobran. Las plantas transgénicas están hechas para dar beneficios a las cinco multinacionales que las fabrican, y no para alimentar a los pobres del mundo

Pretender adornar con el supuesto altruismo de alimentar a los hambrientos lo que es una apropiación y un oligopolio sobre la alimentación es uno de los mayores escarnios contemporáneos.

La agricultura ecológica, con mezcla de cultivos, sin empleo de herbicidas y otros plaguicidas ni abonos químicos, con mezcla de ganado y cultivos de leguminosas, permite obtener mejores resultados a largo plazo, y es el nuevo paradigma agrícola de la sostenibilidad, muy diferente al enfoque tecnocrático que hoy domina el pensamiento.

El rechazo de los consumidores y de los fabricantes y grandes comercializadores de alimentos en Europa ha reducido el consumo de los alimentos transgénicos. Las exportaciones estadounidenses de soja y maíz a la Unión Europea han caído estrepitosamente.

Los consumidores podemos y debemos rechazar los transgénicos, por razones de salud (alergias, resistencia a los antibióticos), de la calidad de los alimentos, de los riesgos ambientales (contaminación genética, pérdida de biodiversidad, resistencias) y de los riesgos económicos y políticos que se derivarían de poner nuestra alimentación en manos de cinco grandes multinacionales.

El rápido lanzamiento de los cultivos transgénicos es muy parecido al del DDT y a las centrales nucleares, hoy en crisis. La combinación de oposición pública y crisis financiera forzó a la paralización del desarrollo de estas tecnologías, después de que sus efectos en el medio ambiente y en la salud humana demostraran ser más complejos, difusos y duraderos que las promesas que acompañaron a su rápida comercialización. En un esfuerzo para evitar este mismo ciclo con la introducción de cada nueva tecnología ?revolucionaria? se ha propuesto la adopción del principio de precaución, al que se oponen las multinacionales citadas.

La transición a una agricultura y ganadería ecológica es una necesidad imperiosa, y así empiezan a entenderlo los consumidores y los propios agricultores. En 2002 la agricultura ecológica certificada se extendió por 23 millones de hectáreas, aunque una cantidad muy superior no etiquetada se cultivó sin agroquímicos ni transgénicos.

Los transgénicos tendrán consecuencias mucho más graves y prolongadas que los plaguicidas tóxicos, y suponen el último eslabón de un modelo insostenible, que empobrece a los agricultores y perjudica a los consumidores, beneficiando sólo a unas pocas empresas multinacionales, con un enorme poder de manipulación e influencia sobre algunos gobiernos, como el de Estados Unidos, que a su vez presionan a la Unión Europea y a otros países donde el rechazo a los transgénicos es cada vez mayor.

JOSÉ SANTAMARTA es Director de World Watch
worlwatch@nodo50.org; www.nodo50.org/worldwatch

Fuente: Greenpeace

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