Biocombustibles: fantasía y realidad

La falsa noción de que los biocombustibles son la panacea para la crisis energética y el calentamiento del planeta tiende a imponerse. Mientras que los países ricos se niegan a modificar su producción y sus modelos de consumo insustentables, los países en desarrollo que se embarcan en el cultivo de biocombustibles en gran escala inician un camino destructivo y peligroso

Actualmente hay un gran bombo publicitario a escala internacional en torno a los biocombustibles. Estos materiales son considerados una de las soluciones a la crisis mundial de energía y el problema del cambio climático causado por las emisiones de gases de efecto invernadero. La Unión Europea ve a los biocombustibles como una fuente de “energía sostenible”, mientras que Estados Unidos los considera “una forma de salir de la adicción y la dependencia” del petróleo extranjero, y también como solución tecnológica al cambio climático. A medida que aumenta la demanda, muchos países en desarrollo ven en los biocombustibles una nueva mercancía de exportación.

Los biocombustibles implican en gran medida la producción de etanol derivado de plantas, como sustituto del combustible diesel derivado de fósiles. Muchas de las fuentes actuales de biocombustibles se derivan de cultivos alimenticios como el maíz, la caña de azúcar, la palma aceitera, la soja y las semillas de colza. Ante la enorme preocupación por el aumento de los precios de los alimentos debido a la competencia por la producción de combustible, se estudian las posibilidades de una nueva generación de combustibles producidos a partir de desechos agrícolas y forestales, que todavía no son comercialmente viables.

El biocombustible no es una nueva fuente de energía. Muchas comunidades de todo el mundo la han utilizado en el pasado, aunque en pequeña escala y en general en el ámbito doméstico.
En muchas partes del mundo, los biocombustibles han demostrado potencial para aumentar el acceso de los pobres a la energía e incluso ofrecer fuentes de ingreso para los hogares rurales, en especial los encabezados por mujeres.

Sin embargo, la gran fanfarria armada en torno a los biocombustibles tiene un objetivo diferente, que no es precisamente ayudar a los pobres, cuyo limitado acceso a la energía y a los alimentos está gravemente amenazado. Los biocombustibles que tanto entusiasman a todo el mundo no se producen a escala doméstica sino industrial, en la dimensión del mercado internacional y en un mundo cada vez más globalizado. Lo más preocupante es que este paradigma del mercado se basa en la falsa creencia de que los biocombustibles ofrecen una solución tecnológica rápida a la crisis mundial de la energía.

A medida que los países dependientes de importaciones de combustibles fósiles se esfuerzan por encontrar alternativas más económicas y que los países productores de biocombustibles buscan capturar su posible porción del mercado, se alimenta la ilusión de que nuestro insustentable sistema de producción, de consumo y de vida puede mantenerse con biocombustibles “limpios”, en lugar de los costosos y contaminantes combustibles fósiles. El énfasis se pone en la atención de la enorme demanda de las industrias y de los países industrializados. Esto genera algunas preocupaciones muy importantes en los países en desarrollo y en el resto del mundo.

Seguridad alimentaria

Los biocombustibles actuales se producen principalmente a partir de soja, maíz y maní, y también de mandioca, caña de azúcar, palma aceitera y semillas de colza. Por lo tanto, se prevé que la competencia entre el biocombustible y el suministro de alimentos se manifieste tanto en los recursos agrícolas como en el precio.

Competencia por la tierra y los recursos agrícolas. El cultivo en gran escala de productos para usar como biocombustible generará una nueva competencia por recursos agrícolas y/o aumentará la competencia actual entre la producción de alimentos y la de biocombustibles, principalmente por agua y tierra. Deberían asignarse más tierras a la producción de biocombustibles, en especial de cereales y otros cultivos alimenticios, a fin de atender la creciente demanda y controlar así los precios disparados.

El problema es que el planeta dispone de poca tierra para destinar al cultivo de alimentos, mucho menos para destinar al cultivo de biocombustibles.
Según estimaciones, más de un tercio de todas las tierras agrícolas deberían convertirse a la producción de biocombustible para que la participación de éste en el consumo de combustibles para transporte aumente a diez por ciento.

El aumento de la producción de biocombustibles a escala comercial y la expansión de zonas agrícolas incrementarán sustancialmente la demanda de agua para fines agrícolas, que ya insumen noventa y tres por ciento del agua dulce disponible en el planeta. Ya se proyecta que la cantidad de agua necesaria para la producción de alimentos aumente de sesenta a noventa por ciento en los próximos cincuenta años, especialmente si no mejora la productividad de agua. Si a esto agregamos la demanda de producción de biocombustibles y las consecuencias del cambio climático sobre el suministro de agua, el planeta se enfrentará a una nueva crisis.

En la competencia entre alimentos y combustibles, los pobres, que tienen acceso limitado al control sobre la tierra y que deben luchar por el agua en muchos casos, llevan todas las de perder.

Aumento de los precios de los alimentos. Se prevé que los cultivos alimenticios, en particular los cereales, se producirán más como combustible que como alimento humano o animal. Aunque la segmentación de precios en el mercado internacional de productos básicos pueda no ser un problema, la creciente demanda de productos que se venden también como alimento humano o animal naturalmente elevaría su precio. En 2006, los precios del azúcar se duplicaron -impulsados en parte por el uso de caña azucarera como combustible en Brasil- y los del maíz y el trigo aumentaron veinticinco por ciento. Se proyecta que, si se mantiene el actual ritmo de aumento de la demanda de biocombustibles, para 2020 el precio del trigo aumentará treinta por ciento, el del maíz cuarenta y uno por ciento, y el de las semillas oleaginosas 76,6 por ciento.
Para las personas más pobres del mundo, que destinan al menos la mitad de sus ingresos a la compra de alimentos, el aumento del precio de los cereales puede significar una amenaza para la subsistencia. Los precios más caros marginarían todavía más a los pobres del mundo, cuyo acceso fundamental a los alimentos suele verse obstaculizado por fluctuaciones de la oferta, la demanda y los precios. Se desviarían así fuentes de carbohidratos y proteínas de las personas al mercado de la energía. Asimismo, los altos costos de los alimentos para animales dejarían a los productores ganaderos y avícolas fuera del negocio, privando a millones de familias pobres de su fuente de sustento.

El aumento de ingresos que los agricultores previsiblemente obtendrán por la subida de los precios de sus cosechas si plantan para producir biocombustibles será contrarrestado entonces por los altos precios que deberán pagar para alimentar a sus familias. Seguridad alimentaria bajo amenaza. En definitiva, lo que está en juego es la seguridad alimentaria del mundo. La reiterada afirmación de que el mundo produce el doble de alimentos de lo que su población necesita puede dejar de ser verdad ante la competencia de los biocombustibles.

Con los pésimos sistemas de distribución de alimentos y el acceso desigual a ellos, los pobres del mundo sufrirán más las consecuencias de la producción masiva de biocombustibles.

Problemas ambientales

Los biocombustibles han sido promovidos como una fuente de energía “limpia”. Pero un análisis de su eficiencia y de su ciclo de vida, desde la producción hasta el uso y las emisiones, demuestra lo contrario. Lamentablemente, el impacto ambiental de la producción de biocombustible ha sido ignorado en medio del entusiasmo por la promesa de una alternativa “limpia” a los combustibles fósiles.

En realidad, la producción comercial de biocombustibles requiere más combustibles fósiles. La relación de energía de los biocombustibles (la cantidad de energía fósil que insume la producción de biomasa comparada con la energía que produce) no es nada prometedora. Según los investigadores David Pimentel y Tad Patzek, esa relación sería negativa. Para otros investigadores, el retorno sería de apenas 1,2 a 1,8. El del etanol sería el más alto. Los expertos no se muestran optimistas en cuanto a los biocombustibles de celulosa.

Paradójicamente, la producción de biocombustibles a escala industrial dependerá de los combustibles fósiles para el funcionamiento de las plantas de procesamiento y de los camiones y buques cisterna que transportarán los productos finales a sus respectivos destinos. En la hipótesis más pesimista, lo que se pueda ahorrar de emisiones de gases de efecto invernadero gracias a la adopción de biocombustibles podría ser contrarrestado por el aumento del uso de combustibles fósiles para la producción de biocombustibles a escala industrial.

Mayor dependencia de insumos agrícolas basados en combustibles fósiles. En un giro paradójico, la producción comercial de biocombustible basada en sistemas de monocultivo industrial e intensivo aumentará el uso de insumos agrícolas basados en combustibles fósiles, como los fertilizantes inorgánicos y los pesticidas químicos, con los consiguientes problemas de contaminación del agua y del suelo. La producción industrial de maíz, por ejemplo, exige altas cantidades de fertilizantes de nitrógeno químico y del herbicida atrazina. La soja requiere también enormes cantidades del herbicida no selectivo Roundup, que altera la ecología del suelo y produce “superhierbas”. La producción intensiva y los monocultivos provocan una gran erosión de la capa superficial del suelo y del agua superficial y subterránea, debido a la escorrentía de pesticidas y fertilizantes. Cada litro de etanol insume de tres a cuatro litros de agua en la producción de biomasa.

Cultivos modificados genéticamente. El bombo publicitario sobre los biocombustibles presenta una lucrativa oportunidad para la promoción de cultivos modificados genéticamente (transgénicos). Actualmente, cincuenta y dos por ciento del maíz, ochenta y nueve por ciento de la soja y cincuenta por ciento de la canola que se plantan en Estados Unidos son transgénicos, y gran parte se usa ya para la producción de biocombustible. La expansión de los cultivos de semillas oleaginosas y cereales transgénicos para biocombustible puede contaminar el suministro de alimentos, como quedó demostrado por numerosos ejemplos de introducción de cultivos transgénicos no destinados al consumo humano en la cadena alimentaria, incluso fuera del país en que tuvo lugar la contaminación.

Asimismo, los árboles manipulados genéticamente para que crezcan más rápido, destinados a transformarse en biocombustible, presentan riesgos ambientales que no han sido adecuadamente evaluados. Por ejemplo, poco se sabe sobre las posibles consecuencias de la introducción de estos árboles sobre otras especies forestales, así como sobre la biodiversidad forestal en general.

Deforestación. Además, existe el problema de la deforestación en los países en desarrollo tropicales. Indonesia es el mejor ejemplo. Este país proyecta ampliar las plantaciones de palma aceitera para satisfacer la demanda nacional y extranjera de biocombustible. Las plantaciones de palma aceitera están asociadas con incendios forestales y de otras tierras que, en los últimos veinte años, han causado un grave daño a la biodiversidad, además de empeorar la degradación ecológica y provocar nubes transfronterizas de humo tóxico que pone en riesgo la salud humana y causan pérdidas económicas. Aunque el problema de los bosques y los incendios forestales permanece sin resolver, la creciente demanda de aceite de palma de Europa para su uso como biocombustible ha generado una nueva presión sobre los bosques de Indonesia.

De manera similar, los monocultivos de soja de gran escala han dañado más de treinta y siete millones de hectáreas de bosques y pasturas en Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay. Para satisfacer la demanda mundial, solo Brasil tendría que talar sesenta millones de hectáreas más de bosques. Esta tala aumentaría el impacto de la deforestación de bosques tropicales, con consecuencias que abarcarían desde inundaciones hasta sequías y erosión. Una vez más, esta tendencia contraría el propósito de los biocombustibles como alternativa más limpia y ambientalmente sustentable que los combustibles fósiles.

Más importante aún, la desforestación sigue amenazando la supervivencia de pueblos indígenas, residentes de zonas forestales y pobres rurales cuyo sustento e identidad cultural dependen de los bosques.

¿Quién se beneficia?

Sin un cambio fundamental del paradigma, un mero ajuste tecnológico podría agravar la inequidad entre ricos y pobres. Esto se aplica también a los biocombustibles. Una transición a los biocombustibles basada en el fundamentalismo de mercado no logrará aumentar el acceso de los pobres a la energía. Por el contrario, simplemente repetirá la experiencia mundial sobre la energía derivada de los combustibles fósiles, en la que los subsidios, los mecanismos del mercado y el control de las grandes empresas sobre la tecnología condujeron a un acceso desigual a la energía, precios distorsionados, operaciones cartelizadas y problemas ambientales.

Sin un cambio simultáneo en los modelos de producción y consumo, los países en desarrollo estarán produciendo combustibles para otra industria subsidiada del Norte y fomentando estilos de vida insustentables, e ignorando a la vez las necesidades básicas de energía de sus propios pueblos. Es obvio que la Unión Europa, Estados Unidos y quizá otros países industrializados, como Japón, no pueden producir todo el biocombustible que necesitan. Sus empresas se están expandiendo hacia países en desarrollo, donde hay abundante tierra, mano de obra barata, y normas ambientales y sociales poco estrictas.

Y después de la “moda” del biocombustible, ¿qué?

Algunas proyecciones demuestran que el entusiasmo por los biocombustibles puede ser transitorio, según el precio y la oferta de combustibles fósiles. A medida que más y más países en desarrollo entren en el mercado de los biocombustibles, los precios inevitablemente comenzarán a bajar. El mundo en desarrollo podría terminar con millones de hectáreas plantadas con cereales y semillas oleaginosas, y esto podría provocar un desplome de los precios y el consiguiente abandono de las plantaciones, como ocurrió en el centro de Filipinas en los años ochenta con la caña de azúcar, cuando se popularizó el azúcar de maíz y el precio de la caña azucarera cayó estrepitosamente. Ese daño sería irreparable, dado que reconvertir esas tierras para cultivos alimenticios sería demasiado costoso, si no imposible. Los países en desarrollo corren riesgo de reproducir la desastrosa experiencia de la década del ochenta, cuando un país tras otro, por consejo del Banco Mundial, ingresó en el mercado de los productos básicos con los mismos cultivos, lo que provocó un desplome de los precios.

Para prevenir otra catástrofe similar, los países en desarrollo debería hacer un análisis cuidadoso de las trampas que tienen en su camino. En lugar de apostar todo su esfuerzo y sus limitados recursos a una opción tecnológica, los gobiernos auténticamente preocupados por la crisis mundial de energía deberían estudiar todas sus fuentes nacionales de energía limpia, como el viento, el sol, el agua y el biogás de los desechos, principalmente mediante una producción comunitaria, para incrementar el acceso de los pobres a la energía y brindar oportunidades de sustento a los pobres rurales, en especial a las mujeres. El autoabastecimiento debe ser el paradigma de cualquier avance tecnológico en materia de energía.

Hira Jhamtani y Elenita Dano son investigadoras asociadas de Third World Network (TWN) residentes en Bali (Indonesia) y Mindanao (Filipinas), respectivamente.

CUADRO

El biocombustible no es una nueva fuente de energía. Muchas comunidades de todo el mundo la han utilizado en el pasado, aunque en pequeña escala y en general en el ámbito doméstico.

Lo más preocupante es que este paradigma del mercado se basa en la falsa creencia de que los biocombustibles ofrecen una solución tecnológica rápida a la crisis mundial de la energía.

Los biocombustibles actuales se producen principalmente a partir de soja, maíz y maní, y también de mandioca, caña de azúcar, palma aceitera y semillas de colza. Por lo tanto, se prevé que la competencia entre el biocombustible y el suministro de alimentos se manifieste tanto en los recursos agrícolas como en el precio.

Los biocombustibles han sido promovidos como una fuente de energía “limpia”. Pero un análisis de su eficiencia y de su ciclo de vida, desde la producción hasta el uso y las emisiones, demuestra lo contrario.

Sin un cambio simultáneo en los modelos de producción y consumo, los países en desarrollo estarán produciendo combustibles para otra industria subsidiada del Norte y fomentando estilos de vida insustentables, e ignorando a la vez las necesidades básicas de energía de sus propios pueblos.
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CORTESIA DE moc.nsm@eilis_siul

Almomento.net, República Dominicana, 17-06-07

 

Comentarios

02/05/2008
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