Argentina: La catástrofe alimentaria y la defensa del modelo

Idioma Español
País Argentina

Que se denuncie la expulsión de cientos de miles de pequeños productores y su endeudamiento a los Bancos sin cuestionar al modelo que lo produjo, no solo sorprende sino que admira por la capacidad de fariseismo de nuestra dirigencia progresista.

En las últimas semanas, y en medio de los debates generalizados que ha producido el impacto de la muerte de niños por hambre y desnutrición, numerosos legisladores, dirigentes y técnicos del campo llamado progresista han insistido en reiterar una idea que pareciera serles básica para construir determinados pensamientos políticos.

 

Ellos dicen de modo textual y enfatizado que los problemas alimentarios de la Argentina no son de producción sino de distribución, que podríamos alimentar a mucha más población de la que tenemos y algunos hasta se atreven a cuantificar en 262 millones de personas las que podrían comer supuestamente con nuestras exportaciones.

 

Más aún todavía, se ha insistido públicamente y desde el campo popular en afirmar que seguimos siendo la principal fuente de proteínas y principal país exportador de alimentos del mundo.

 

Lo ha gritado públicamente en la plaza de Tucumán uno de los principales líderes sindicales de la oposición, en medio de una provincia africanizada por causa de los monocultivos y cuando es evidente que la única manera de sostener alimentariamente a esa población en la emergencia y sin modificar el modelo de producción de monocultivos de soja y de limones, sería la implementación de planes masivos de producciones para el autoconsumo.

 

Los niños de Tucumán no sólo son víctimas de la desnutrición, son también las víctimas inocentes de la implementación de planes alimentarios con sojas transgénicas. Habíamos anunciado un etnocidio silencioso, hoy podemos ya hablar de numerosos homicidios que deberían ser investigados. La mal llamada leche de soja es totalmente careciente de calcio y de hierro, y por lo tanto proveerla a niños anémicos es absolutamente contraindicada, en especial porque le inhibe además al niño la incorporación de calcio que pueda hallar en otros alimentos.

 

Esto no puede ser ignorado por los médicos ni por los nutricionistas y aún menos por los legisladores y responsables políticos de la Provincia de Tucumán. Hemos repetido hasta el cansancio y desde hace años nuestras prevenciones frente a la manipulación genética de los organismos y sin embargo la mayor parte del progresismo no ha querido escucharnos y se ha burlado de campañas que en otros países merecían los mayores apoyos de los líderes y las organizaciones sociales.

 

¿Puede, me pregunto, ser tan arraigada en estos dirigentes locales la fe en la idea del carácter inexorable del progreso y la imposibilidad de comprender que los problemas del poder y del control están íntimamente vinculados a los desarrollos tecnológicos? ¿Realmente pueden creer, tal como lo afirman, que esta Argentina exportadora de commodities transgénicas puede alimentar a una población siete veces mayor que la existente? ¿Ni siquiera se han enterado que en el año que comienza no solo deberemos importar lentejas, arvejas, garbanzos y tantos otros alimentos, sino también leche, porque ya no podremos abastecer el mercado interno dado que los tambos se reconvierten masivamente a los monocultivos de soja?

 

Entendemos sí que ese diagnóstico erróneo los lleva a sostener el llamado schok distributivo, una sandez de proporciones gigantescas que se lanzó a finales de los 90 en un país eminentemente productor de forrajes, y en el que más de la mitad de los alimentos consumidos provenían de la importación. ¿O acaso mienten porque especulan políticamente con candidaturas vinculadas a las corporaciones del campo? Corporaciones y candidatos que son dependientes del corralito de las cuatro grandes representaciones gremiales institucionalizadas alguna vez por Alfonsín; corporaciones que apoyaron el modelo de los monocultivos subsidiados por las empresas, que se aliaron a las transnacionales para multiplicar en el país a las semillas transgénicas y que ahora tienen con Monsanto el resentimiento de que les pretenda cobrar las regalías de sus semillas Genéticamente Modificadas o que les impide abastecerse con un Glifosato más barato proveniente de China.

 

Si la propia Central de los trabajadores les propone a los pequeños y medianos productores rurales como alternativa que se asocien a fin de aumentar su escala productiva, reducir los costos y ganar en competitividad para mejorar su poder de negociación frente a los actores predominantes de las diferentes cadenas productivas (textual), es porque de lo que se trata desde la perspectiva de este "progresismo" es de no cuestionar el modelo de producción sino, por el contrario, de reforzarlo, aumentando las exportaciones y con el apoyo del INTA y de las Universidades romper, tal como nos manifiestan en sus postulados, la dependencia que tenemos actualmente con las transnacionales respecto a la Biotecnología.

 

O sea que la oposición nos propone ahora una biotecnología nacional en manos del INTA, más del mismo modelo de monocultivos a escala y seguramente más planes Trabajar y programas paliativo asistencialistas como el Pro Huerta, que aumentan Deuda Externa y permiten acolchonar socialmente a las crecientes hambrunas de los excluidos.

 

Les resulta evidentemente imposible aceptar que entramos en la economía de la soja, quizá porque no pueden hallar en los manuales de que se alimentan intelectualmente y que refieren a los tiempos de los imperialismos, los elementos y antecedentes que les permitan tomar conciencia de esta redistribución de roles planetarios que implica la globalización y en la que los cultivos de soja en la periferia y la producción de carnes en encierro con balanceados en los países centrales son absolutamente funcionales al sistema.

 

Menos aún les resulta posible comprender que somos un país laboratorio en que Monsanto Cargill ensayan con absoluta impunidad sus alimentos de origen transgénicos. ¿Cuántos niños más habrán de morir, nos preguntamos, cuánto deberán crecer los índices de alergias, de resistencia a antibióticos, de linfomas, cuantos argentinos habrán de ser definitivamente modificados en su capacidad de pensar y en sus conductas por la ingesta masiva de fitoestrógenos que funcionan como disruptores hormonales?

 

El nudo del problema es siempre cultural y refiere al arraigo, al nexo con la tierra y al fundamento del pensar. El sistema ha transformado a nuestros chacareros en farmers o en chacrers como gusta bautizarlos con regocijo Clarín Rural y ello significa que han dejado de sentir a la tierra como un lugar de pertenencia y que han extraviado los hábitos de los policultivos y de la sustentabilidad que practicaron sus abuelos, a la vez que se han convertido en dependientes totales del mercado al que venden sus producidos y en el que se abastecen de sus insumos y lo que es aún peor hasta de sus alimentos.

 

Sumemos a ello el lavado constante de cerebros que realiza Canal Rural sobre los productores y todos los suplementos rurales de los grandes y pequeños diarios manejados todos, por el mismo equipo de poder mediático vinculado a las Empresas de los Agro negocios, y comprenderemos la razón de que la economía de monocultivos de soja se instalara con tanta fuerza en la Argentina.

 

El primer lugar al que llegó la soja en la Argentina fue la provincia de Tucumán, hace ya varios decenios, no sorprende entonces el actual estallido de la hambruna. Es su consecuencia directa. Como lo fue a todo lo largo del país el despoblamiento del campo, la desaparición de centenares de pueblos y la indigencia creciente en las ciudades.

 

Que se denuncie la expulsión de cientos de miles de pequeños productores y su endeudamiento a los Bancos sin cuestionar al modelo que lo produjo, no solo sorprende sino que admira por la capacidad de fariseismo de nuestra dirigencia progresista.

 

Se rinden ante el paradigma del productivismo y es por ello que se obstinan en proponernos el asociacionismo como un medio de disminuir los costos y aumentar las escalas.

 

En realidad consideran a las tierras como bienes que se poseen y no como lugares de arraigo.

 

Han desangelado las luchas políticas acompañando desde posiciones de izquierda al neoliberalismo que preserva una fe ciega en el mercado como elemento regulador de la sociedad.

 

Si los reclamos que hacen para que se presupueste a instituciones como el INTA los hiciéramos extensivos a la Policía de la Provincia de Buenos Aires, quedaría más en evidencia la propuesta aberrante.

 

¿Qué les hace suponer que el INTA como institución puede ser excluido de responsabilidad grupal e individual en el actual desastre que vivimos? ¿Acaso el que esté integrado el INTA por sectores medios y profesionales los mueve a una solidaridad grupal?

 

Pero, puede ignorar un legislador opositor que reclama por mayores presupuestos para el INTA, que el INTA propició la Revolución Verde, que respaldó los monocultivos y el uso abusivo de agrotóxicos, que resulta ineludible vincular al INTA con la creciente desertificación, que se ha tornado habitual desde hace añares que los funcionarios del INTA cobren por dobles ventanillas y que son las grandes empresas las que auspician todas las líneas de investigación de una institución que de nacional sólo preserva el nombre. ¿Y puede pensar la Central de los trabajadores que esa misma institución puede manejar una Biotecnología nacional, cuando ya lo está haciendo de un modo abierto al servicio de las Transnacionales?

 

¿Cuál sería la diferencia entre los progresistas que reclaman presupuesto para aquellos que desde el INTA buscan desarrollar tecnologías de agricultura satelital y los reaccionarios que reclaman mayores presupuestos y más vehículos para la policía del gatillo fácil y el baño en el Riachuelo para los adolescentes de los asentamientos? ¿No parecieran acaso los unos con los otros compartir ciertos paradigmas, al menos el de manejarse con recetas y el de creer que ésto no es una catástrofe sino una Crisis y que sin refundación mediante aún se pueden hallar soluciones parciales para las instituciones de la República?

 

Nos preguntamos si además de ausencia de una reflexión profunda que puede ser solo pereza intelectual, hay ignorancia, mala fe o algo mucho peor y nos referimos a la definitiva impotencia de una clase que parece absolutamente incapaz de cuestionar los fundamentos del sistema pero que en cambio pone toda su energía en la disputa por el poder dentro del movimiento popular. Son los mismos que fracasaron en el 99 y que mostraron en la conducción de ciertos ministerios tanto como en la propia conducción del INTA una definitiva ineptitud a la vez que un abroquelado respeto por las formas funcionariales del Estado liberal.

 

Son tan hábiles para disputar poder en el campo popular como ineptos para desarrollar capacidad de gobierno en el Estado en construcción. Por ello creemos que en el escenario político expresan una presencia espectral que se nutre de invisibilidades y de ausencias.

 

Cuando decimos invisibilidades nos referimos a ese sentido de lo sagrado que tiene lo rural, a todo lo concerniente a la vida en el campo, a los grandes temas del arraigo y de la Cultura con mayúscula que se hallan ausentes de las agendas y de los discursos políticos. Y cuando decimos ausencias nos referimos a los debates que nos debemos acerca del Poder y del Estado.

 

Creemos que la confusión entre ambos conceptos, ha venido abonando el peligrosísimo plano inclinado hacia la disolución nacional en que nos encontramos.

 

La idea del asalto al Poder impregnó todas las luchas de los setenta bajo la influencia militar de los mismos sectores sociales y culturales con los que hoy debemos enfrentarnos en esta discusión sobre el Estado y el poder y los modos de ejercer la acción política.

 

En la Rusia feudal de principios del siglo veinte era comprensible que los atributos y los símbolos del Poder parecieran instalados en lugares tan significativos como el Palacio de Invierno, y que su ocupación armada por parte de los revolucionarios expresara de un modo claro y terminante el cambio radical e irreversible que se vivía en lo social.

 

Es muy probable que en la Cuba de la primera mitad del siglo veinte, los rasgos brutales del autoritarismo de Batista justificaran plenamente el asalto de Echeverría en la Habana a la casa de Gobierno o el asalto de Fidel al Cuartel Moncada. Pero nada justifica que nuestros paradigmas y creencias, si bien continúen anclados en antiguas verdades, mantengan con ellas acríticas lealtades.

 

El Estado Argentino como instrumento del desarrollo y garante de reglas sociales de convivencia, fue sistemáticamente demolido por los militares primero y más tarde por el menemismo.

 

En lo que resta del Estado, esos relictos del Estado que alguna vez conocimos, fueron cuidadosamente instalados tanto por los radicales como por los menemistas, sutiles mecanismos administrativos inhibitorios y frenadores que originan y conforman lo que conocemos como el Estado bobo, un Estado que sólo es útil a la oligarquía prebendaria.

 

Sin embargo, muchos grupos contestatarios confunden indistintamente en sus planteos y propuestas al Estado, al Gobierno y al Poder, y en medio del hervidero social que es la Argentina actual avanzan en construcciones horizontales y autónomas sin preocuparse mayormente por aportar a proyectos de conjunto y menos aún a proyectos de sentido nacional.

 

Las propuestas de reconstrucción del Estado Nación no deberían separarse de nuestras luchas cotidianas, del ejercicio cada vez más activo de una conciencia y una actitud de ciudadanía crítica, de la organización asamblearia de los barrios, de las iniciativas populares frente a la mafia policial del conurbano, de la ocupación y puesta en marcha de empresas por sus propios trabajadores, porque todas y cada una de estas luchas constituyen Estado en construcción, tanto como significan reconstrucción de la autoestima de los participantes, o sea recuperación del Poder que habían cedido a los punteros y al Gobierno.

 

Plantearse sólo la construcción del Poder y no la del Estado en construcción, significaría desertar a uno de los principales desafíos que tenemos por delante, así como desconocer que somos nosotros, precisamente nosotros vecinos, nosotros ciudadanos, nosotros pobladores, quienes asumiendo los nuevos protagonismos de un contrato social aún por redactarse, reconstruimos desde el pie las nuevas formas del Estado Nación.

 

En el borde mismo de la disolución nacional es preciso ser cuidadoso de los discursos y de los contenidos de cada proyecto, ya que las debilidades ideológicas o los errores pueden aportar a otros proyectos que extrapolados seguramente nos provocarían rechazo y nos estamos refiriendo a proyectos que apuntarían a la secesión y a la fragmentación nacional.

 

No estamos refiriéndonos a fantasmas sino hablando de amenazas reales, grupos piqueteros han iniciado negociaciones con Bancas financieras internacionales, con el BID o el Banco Mundial, también se han extendido en diferentes provincias debates y especulaciones donde participan desde funcionarios hasta universidades, acerca de las conveniencias de apartarse de Buenos Aires.

 

En medio del complejo escenario actual de luchas sociales y políticas resulta fundamental entonces que el espejo nos devuelva una imagen real de nuestro país y de nosotros mismos, que seamos capaces de vernos y asumirnos con valentía y con honestidad. No sólo no tenemos Estado, tampoco somos el granero de nadie sino de Monsanto y de Cargill, y hace mucho que en el mundo los chistes de argentinos superaron por lejos en éxito a los de gallegos.

 

Fuimos el granero del mundo alguna vez, pero nos transformaron en una republiqueta sojera incapaz de alimentar a su propia población. Ahora, solo si somos capaces de reconocer el destino que pretenden imponernos, seremos también capaces de modificarlo. De lo contrario seguiremos, tal como lo intentan ciertos grupos progresistas, alentando falsas vanidades acerca de una imaginaria Argentina exportadora de proteínas, a la vez que cultivaremos la luchaporelPoderenlafragmentación, mientras nos alimentamos con forrajes transgénicos y hacemos propuestas socialistas eminentemente urbanas y de espaldas al campo que nos es ajeno en todos los sentidos.

 

Ya no tenemos como Pueblo demasiadas opciones, la consigna de que se vayan todos no sólo se quedó anacrónica sino que suele ser instrumentada por algunos grupos corporativos del progresismo partidista que pretenden eternizarse en el manejo de las pequeñas fracciones de la oposición.

 

Nada podrá barrer tanta miseria sino el desarrollo de la conciencia y los debates que permitan hacer crecer el pensamiento, la búsqueda del arraigo a la tierra y del retorno a las producciones sustentables, la construcción de Estado desde lo pequeño y desde lo local y el que tratemos de aportar a proyectos de conjunto y en consonancia con los nuevos aires de unidad y reencuentro latinoamericanos que nos llegan desde Brasil.

 

(*) Jorge Eduardo Rulli
GRR Grupo de Reflexión Rural
ra.moc.aivofni@arreitr

Comentarios