Impactos de los trangénicos. Boletín N° 447 de la RALLT

Idioma Español

"De todas las actividades humanas, la agricultura presenta el conflicto más importante entre satisfacer nuestras necesidades básicas y mantener la sustentabilidad del medio ambiente natural". Boletín N° 447 de la Red por una América Latina Libre de Transgénicos.

CUESTIONES AMBIENTALES Y AGRONÓMICAS DE LA SOJA GENÉTICAMENTE MODIFICADA EN SUDAMÉRICA

Prof. Walter A. Pengue
Universidad General Sarmiento, Argentina

De todas las actividades humanas, la agricultura presenta el conflicto más importante entre satisfacer nuestras necesidades básicas y mantener la sustentabilidad del medio ambiente natural. Ciertos tipos de agricultura afectan el ambiente más que otros. Por miles de años en Latinoamérica, sistemas agrícolas, altamente diversificados ecológicamente, evolucionaron y fomentaron el uso sustentable de los recursos. Diferentes grupos culturales desarrollaron varios métodos de cultivos complementarios: maíz, frijol y calabaza en América Central; tubérculos, raíces y maíz en los Andes; y camote y yuca en el Caribe. Estas prácticas han sido rápidamente socavadas por la influencia de la colonización, la modernización y la globalización, que las han remplazado por sistemas que impulsan los procesos extractivos y la explotación de los recursos. Los recursos naturales y humanos de Latinoamérica podrían sostener su propio desarrollo a largo plazo. Cerca del 23 por ciento de su superficie son áreas adecuadas para la agricultura y la ganadería y otro 23 por ciento es selva tropical (cerca de la mitad de la selva tropical mundial se encuentra en Latinoamérica). Un 13 por ciento de la superficie son pastizales y la región contiene 31 por ciento del agua dulce disponible del planeta. Además, es el hogar de importantes reservas de energía renovable y no renovable, y de la más rica biodiversidad del planeta. De los doce llamados países “megadiversos”, cinco se encuentran en América Central y del Sur: México, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil.

 

Sin embargo, esta riqueza no ha creado de manera equivalente la calidad de vida y del medio ambiente que los pueblos latinoamericanos deberían tener. Esto se debe a que los gobiernos se han concentrado en un modelo de desarrollo defectuoso que ha excluido a la mayoría de la gente, especialmente en los últimos treinta años.

 

Durante este periodo, el sector agrícola, uno de los sectores productivos más prometedores de la región, cambió de manera dramática. La producción a gran escala, orientada a la exportación, y que requiere el uso intensivo de insumos químicos, empezó a dominar el panorama agrícola. Este enfoque agrícola del mismo tipo de la Revolución Verde empezó a sofocar las prácticas agrícolas locales y de autosubsistencia de los pequeños y medianos agricultores. La cultura tradicional del campesino demostró un alto grado de sustentabilidad dentro de su propio contexto histórico y ecológico, y satisfizo las necesidades vitales de la población aun ante condiciones ambientales adversas. Las prácticas agrícolas se fueron construyendo sobre sofisticados marcos sociales, geográficos y culturales, con tecnologías de procesamiento adecuadas, y con un conocimiento preciso de los recursos del consumo y de las costumbres laborales, todo ajustado a las condiciones locales. Estos sistemas agrícolas alimentaron a millones de americanos hace cinco siglos. Hoy día se encuentran relegados al 10 por ciento de las tierras más pobres, y aun así generan 40 por ciento de la producción agrícola y ganadera de la región. En América Central y del Sur, los campesinos alcanzan cerca del 80 por ciento de los productores rurales, y aportan 51 por ciento de la cosecha del grano más importante de la región: el maíz. En al menos siete países (Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, México y Paraguay), los campesinos son responsables principalmente de su propia seguridad alimentaria. Sin embargo, sus métodos de producción, que son tan exitosos desde el punto de vista social y ambiental, no han recibido el apoyo o el respaldo oficial por parte de los gobiernos.

 

Desde la mitad de los años noventa, Sudamérica, y Argentina principalmente, fueron confrontados a una nueva tendencia del modelo de la Revolución Verde, con la introducción de los cultivos genéticamente modificados (GM). La soja transgénica es el emblema principal de esta transformación. La Revolución GM extiende la lógica de la Revolución Verde desde controlar los insumos (semillas y químicos) hasta controlar toda la cadena de actividades agroindustriales esto quiere decir desde la semilla hasta el empaquetado en el supermercado. Los puntos clave para introducir los productos GM en América del Sur fueron las nuevas tecnologías, las medidas regulatorias, las patentes, los acuerdos comerciales, las tierras y territorios a costos reducidos y una nueva demanda de alimentación animal y de biocombustibles. Argentina ha permitido la introducción más extensa de los cultivos transgénicos y se apresuró a través de mecanismos de negligencia por parte de sus agencias gubernamentales y del sector privado hacia los organismos genéticamente modificados (OGM). Agencias similares han sido puestas en práctica en Brasil, Uruguay, Bolivia y Paraguay. La mayoría de las cuales se han involucrado en temas concernientes a la promoción de nuevas tecnologías en lugar de concentrarse en la regulación, así como ignorando estudios de impactos socio-ecológicos. No ha habido instancias de amplia participación pública, ni tampoco las decisiones de las agencias están sujetas a revisión por parte de investigadores independientes. Argentina fue el líder de esta transformación agrícola, con la liberación de la soja transgénica resistente a glifosato (Roundup) en 1996.

 

 

Para los agricultores, la soya Roundup Ready (RR) era una solución para uno de los grandes problemas del manejo del campo, el llamado control de malezas. Con tan sólo “un herbicida”, los agricultores eran capaces de controlar a bajo costo una amplia gama de malezas (incluyendo los problemas más notables de malezas: Sorghum halepense, Cynodon dactylon, Cyperus rotundus o Chenopodim album). Una reducción en el precio del herbicida, junto con una disminución del consumo de energía fósil y la simplificada aplicación hicieron que la oferta del paquete tecnológico fuera muy atractiva. El otro aspecto de este modelo fue que presentaba la siembra directa como única alternativa para evitar el arado de los suelos, de tal forma a dar un mayor tiempo para la aceleración de las alternativas agrícolas, ofreciendo a los agricultores tres cosechas (soja RR/trigo/soja RR), por cada dos años. El medio ambiente, rural y natural, se encuentra bajo este proceso y una porción importante del país está siendo transformada en un enclave de producción de mercancías, especialmente pasta, aceites y granos de soya. El cambio en los sistemas productivos ha tenido como resultado un fenómeno de agriculturización. Esto es, el desplazamiento de la producción de ganado a las áreas marginales y la concentración del uso de tierra para la producción agrícola, con un cultivo principal en el centro del modelo, la soja transgénica. Este fenómeno está asociado con la implementación del manejo agrícola de los “paquetes tecnológicos” y de concentración de tierras en las regiones pampeanas y extra-pampeanas.

 

 

Esto ha significado cambios significativos en las estructuras y tecnologías agrarias en los últimos 15 años y ha tenido como resultado la expansión del sistema de monocultivo que sustituyó a los sistemas de rotación de cultivo y a las tierras de pastoreo (una histórica manera de producción agrícola de rotación entre la producción de soja y ganado, que permitió una “agricultura sustentable” durante un periodo corto en la historia de Sudamérica). Este modelo se extendió no solo a las pampas (55'000.000 hectáreas de los suelos más ricos del mundo), sino también a otras áreas importantes por su alta diversidad, abriendo una nueva barrera agrícola en importantes ecoregiones como las Yungas, el Gran Chaco y la Foresta Mesopotámica.

 

 

La tecnología dominante es el monocultivo de soja resistente a glifosato asociado con las prácticas de siembra directa y el uso de glifosato (ver Figura 1). El 99 por ciento de la producción total de soja es soja genéticamente modificada para resistir glifosato. La simplicidad del manejo de maleza bajo el esquema del glifosato permite a los agricultores manejar más hectáreas y aumentar de manera global la productividad y rentabilidad basadas en un modelo de integración vertical. En las áreas, extra-pampeanas, con medio ambientes más complejos, el sistema también implica una aplicación creciente de insumos externos relacionados al control de malezas y de plagas. La demanda de nuevas tierras en estas áreas implica una completa deforestación. Argentina es líder de las tasas de deforestación con 0.85 por ciento, una tasa mayor a las de África (0.78 por ciento) o al promedio de Sudamérica (0.5 por ciento). Este proceso, llamado “pampeanización”, implica la importación del modelo tecnológico, financiero y agrónomo de las pampas a otras ecoregiones con diferentes tipos de suelos, de biodiversidad y de climas, como el Gran Chaco (Paraguay, Bolivia y Argentina), las yungas (Bolivia y Argentina), el pantanal (Brasil), y las savanas o pampas (Uruguay).

 

 

En la mayoría de los países, la investigación agrícola formal ha estado históricamente ligada al proceso de modernización tecnológica y de transformación agronómica que solamente beneficia a los grandes productores. El programa de investigación de los institutos de investigación agrícola nacionales, muchos de los cuales son privados, se focalizan en los cultivos extensivos para los mercados de exportación. En los noventas, muchos de estos institutos recibieron el beneficio directo de un pequeño porcentaje de las ventas de exportación, lo que continuó su enfoque en cuanto a las prioridades de la investigación. En estas agencias, así como en las universidades y empresas colectivas, entre públicas y privadas, la investigación fue realizada “a pedido”, lo que es un territorio peligroso para determinar la investigación y las políticas de desarrollo. Muy poca investigación independiente ha sido desarrollada en donde su enfoque sea las temáticas ambientales, sociales y de salud relacionadas con las liberaciones de transgénicos. Mientras que Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay y Paraguay siguen avanzando, permitiendo la liberación de soja transgénica en sus territorios, los impactos ambientales y los conflictos sociales han empezado a surgir y no pueden ser escondidos. En la parte centro-sur de Sudamérica, los impactos ambientales han provocado algunas de las siguientes consecuencias: la deforestación de áreas de alta diversidad, la aparición de malezas tolerantes a herbicidas (Parietaria debilis, Petunia axilaris, Verbena litoralis, Verbena bonariensis, Hybanthus parviflorus, Iresine diffusa, Commelina erecta y Ipomoea sp) (Pengue 2004), la aparición de malezas resistentes a herbicidas (como con el caso del Sorghum halepense) (Binimelis et al. 2009), la depleción del suelo y la exportación virtual del suelo (Pengue 2010), la contaminación agroquímica, la degradación de la estructura del suelo potencialmente con procesos de desertificación, y la pérdida de la diversidad de alimentos y de soberanía alimentaria.

 

 

La soja transgénica no es una demanda de los pequeños agricultores. Las demandas más importantes de estos millones de pequeños productores, responsables de la mayor parte de la producción agrícola en Sudamérica, favorecen la implementación de políticas agrícolas que sean consistentes y adecuadas con sus necesidades. Su mensaje es simple: la soja GM desarrollada hasta ahora no provee soluciones para las unidades familiares rurales. La evaluación de una nueva tecnología y sus riesgos debe involucrar el suministro de información completa sobre todas las distintas posibles alternativas, así como un análisis comparativo de los beneficios, los riesgos, los medios de distribución y de la variedad de alternativas. La evaluación debe involucrar un criterio amplio, complejo y holístico que nuestras autoridades y científicos en Sudamérica deben tomar en cuenta e implementar para cambiar los efectos ambientales y en la salud del lado oscuro de esta historia de la agricultura.

 

 

Referencias

 

Binimelis, R., Pengue, W.A. & Monterroso, I. 2009. “Transgenic treadmill”: Responses to the emergence and spread of glyphosate-resistant johnsongrass in Argentina. Geoforum 40: 623-633. http://icta.uab.es/

 

Pengue, W.A. 2004. A short history of farming in Latin America. Seedling, April 2004. GRAIN, Barcelona. http://www.grain.org/

 

Pengue, W.A. 2010. Suelo Virtual y Comercio Internacional (Virtual Soils and International Trade). Realidad Económica N° 250. Buenos Aires. http://www.iade.org.ar/

 

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PERÚ ¿A QUIÉN BENEFICIA EL INGRESO DE TRANSGÉNICOS?

 

La historia reciente demuestra que la seguridad alimentaria pasa por una adecuada red de distribución de alimentos y mayor sensibilidad de los productores

 

Sábado 15 de octubre de 2011 - 08:00 am

 

 

Los promotores de las semillas genéticamente modificadas o transgénicas libraron esta semana una batalla por el ingreso de estas al Perú. Finalmente –y a tono con el sentir de la población–, la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso aprobó declarar una moratoria de 10 años a tales cultivos. Falta que el pleno ratifique el proyecto, pero es un positivo avance haber retomado esta iniciativa sobre un tema gravitante para la conservación de nuestros ecosistemas y salud de los peruanos.

 

 

La norma aprobada recoge las observaciones del ex presidente Alan García y permitirá el ingreso de transgénicos solo para la investigación en laboratorios y ambientes debidamente aislados. Se exceptúa de la moratoria los medicamentos y productos terminados para el consumo directo como la soya y el maíz. Queda pendiente el tema del rotulado para que el consumidor sepa si lo que está consumiendo incluye o no transgénicos, y pueda realizar una compra informada.

 

 

Esta semana, también, Patricia Teullet, gerenta general de Cómex, confrontó la defensa de nuestra biodiversidad y diversificación de cultivos orgánicos, promovida por el chef Gastón Acurio. Escribió que no es ningún Steve Jobs y que cree que innovar es usar culantro en vez de perejil. Cuando se desató la polémica Teullet dijo que era una broma. Habría que preguntarse a quién defiende cuando promueve el ingreso de cultivos transgénicos y sostiene que “la esencia de esto es poder aumentar productividad, rendimiento y generar bienestar para la humanidad”.

 

 

¿Quién puede mostrar que los transgénicos garantizan la seguridad alimentaria?

 

 

La seguridad alimentaria se basa, justamente, en la diversidad de cultivos y no en el monocultivo de soya o maíz, utilizados principalmente para uso forrajero o de biocombustibles. La historia reciente demuestra que la seguridad alimentaria pasa por una adecuada red de distribución de alimentos y mayor sensibilidad de los productores que –como se ha visto alguna vez en nuestro país– son capaces de verter leche a los ríos y quemar toneladas de pollo para mantener estables los precios.

 

AUDIO GASTON ACURIO

 

GASTON ACURIO = TRANSGENICOS LA POLEMICA con TRUCO ver aquí

 

Gastón Acurio sobre ingreso de transgénicos en el Perú ver aquí

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IMPACTOS DE LOS TRANSGÉNICOS EN BOLIVIA

 

Elizabeth Peredo y Bishelly Elías

 

Lunes, 17 Octubre 2011

 

En Bolivia, a raíz de la aprobación de la Ley de Promoción Productiva, ha entrado en un renovado debate el uso de los productos transgénicos. Hay quienes nos oponemos a su uso recogiendo nuestra larga lucha contra los acuerdos de libre comercio basados en la doctrina pro capitalista de convertir todo en mercancía. Hay quienes argumentan que los mismos no son necesariamente dañinos y que podrían ofrecer alternativas para responder a la creciente demanda de alimentos y así constituirse en una alternativa a la crisis alimentaria mundial, porque sus cultivos ofrecen mayor productividad a menor costo.

 

 

Nos parece importante analizar el tema desde sus diferentes implicaciones, no solamente por los cuestionamientos que levanta la tecnología de semillas transgénicas por la alteración de los principios de la vida al manipular los códigos genéticos de una especie determinada –lo cual podría motivar un cuestionamiento incluso de carácter ético- y por tanto la duda de si esta tecnología podría afectar en sus consecuencias la salud humana, innegable impacto que no debemos ocultar. Sino también por sus consecuencias relacionadas con las prácticas agrícolas asociadas a la producción de alimentos o de especies en base a semillas transgénicas; consecuencias vinculadas con el uso de los recursos naturales, el uso de la tierra y el uso del agua, así como el uso de elementos usualmente unidos a su producción que vale la pena mencionar para contribuir a un análisis y debate proactivo.

 

 

Se ha dicho ya que el uso de productos transgénicos puede incorporar una mayor presión sobre la tierra pues al ser cultivos de mayor productividad se tiende a un uso más intensivo de la tierra y sus componentes, así como del agua y por tanto a una ampliación de la frontera agrícola. Es decir, que de hecho se ejerce una mayor presión sobre la capacidad de la tierra para la producción, siendo que ésta necesita de ciclos de descanso para seguir produciendo.

 

 

Los transgénicos incrementan en su producción el uso de agrotóxicos nocivos para la salud. Se ha documentado en varios estudios que el uso de cultivos transgénicos activa notablemente la utilización de agrotóxicos. Un informe producido por el Organic Center[1] y citado por el Grupo ETC hace poco, afirma que luego de haber estudiado 13 años de cultivos transgénicos de soya, maíz y algodón en EEUU –país de larga tradición en el uso de cultivos transgenicos- se han incrementado el uso de pesticidas en general por 143,3 mil toneladas en los primeros 13 años de uso comercial, en comparación a la cantidad de pesticida que se hubiera aplicado en ausencia de este tipo de semillas. Esto se debe -según el mismo informe- a la aparición y rápida propagación de malezas resistentes al glifosato.

 

 

La asociación “semilla transgénica – glifosato”, es una enorme preocupación ya que, de acuerdo a numerosos estudios, además de los riesgos a la salud y/o enfermedades por el contacto directo, se tienen efectos tóxicos directos sobre la fertilidad del suelo y se provoca contaminación en el agua superficial y subterráneas. En Argentina, por ejemplo, se ha demostrado la disminución de una variedad de especies anfibias así como la reducción la absorción de micronutrientes esenciales para los cultivos, la fijación de nitrógeno y la vulnerabilidad hacia enfermedades de las plantas [2] por lo que el uso de este tipo de agrotóxicos debe ser motivo de análisis.

 

 

Según Julio Prudencio, en Bolivia[3] el uso de agrotóxicos se ha incrementado en 306% en los últimos años y la forma y cantidad de aplicación es cada vez más intensiva. Esto podria implicar mayores riesgos y efectos también a la salud humana, pues se ha comprobado que los alimentos elaborados con transgénicos, contienen residuos de agrotóxicos hasta 200 veces más altos que los elaborados con cultivos que no lo son[4].

 

 

Es fundamental la conciencia sobre el uso de este tipo de semillas y su relación con el uso creciente de agrotóxicos como el glifosato, así como de los posibles efectos que se pueden generar en la capacidad de la tierra para la producción y en la salud de la población. Esta información debe ser relevante para contribuir a cualquier regulación y por tanto control sobre la oferta y la demanda de alimentos y responder a las necesidades de nuestros productores.

 

 

Los cultivos transgénicos ya están en Bolivia, se dice que el 92% de la soya es transgénica (“Bolivia: Desarrollo del Sector Oleaginoso 1980-2010”) y de acuerdo a los mismos productores (ANAPO)[5] el 30% del total de la producción “es consumida en harina, aceite y torta de soya”, los representantes del sector mencionan que “Hoy en día en el país hay 48 variedades de soya transgénica cultivadas en Santa Cruz y una parte en Tarija”, por lo que pareciera inminente su expansión. Además, conociendo la realidad rural, se puede intuir que el ahorro económico y la productividad de los transgénicos solo será vista por los productores con capacidad de crédito e inversión que pueden comprar el paquete tecnológico, no necesariamente por los pequeños productores que además sufren de los efectos negativos del “contagio” ya que el área que se rocía con glifosato pierde la vegetación con el consecuente incremento futuro de la frontera agrícola.

 

 

Lo que entra en juego es por tanto no solamente la soberanía alimentaria o la calidad de las semillas, sino también las consecuencias asociadas a los cultivos transgénicos en el uso de la tierra y por el uso de agrotóxicos y por tanto el derecho a la salud, el cuidado de la biodiversidad y el cuidado de la naturaleza. En fin, entra en juego la relación con la tierra y las semillas, el origen de la vida. Hay mucho para decir en este tema y seguirá siendo motivo de argumentos y debate, pero lo más importante será, hoy y siempre, ser consecuentes con los principios a los que nos adscribimos en la defensa de la vida y la soberanía de nuestros pueblos.

 

 

* Bishely Elias es Economista Rural, Elizabeth Peredo es Psicóloga Social.

 

 

Fuente: Ver aquí

 

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MÉXICO
TRIBUNAL PERMANENTE DE LOS PUEBLOS

 

CINCO TESIS SOBRE LA VIOLENCIA CONTRA EL MAÍZ, LA SOBERANÍA ALIMENTARIA Y LA AUTONOMÍA

 

 

Hubo consenso y se decidió que viniera el maíz morado, el maíz amarillo, el maíz rojo y el maíz blanco, y de esto se hicieron nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra carne...

 

Popol Vuh

 

 

El maíz no es una cosa, un producto; es un tramado de relaciones, es la vida de millones de campesinos cuyo centro civilizatorio milenario es la comunidad y la vida en la siembra. Siendo México centro de origen del maíz, uno de los cuatro alimentos cruciales para la humanidad, los ataques al maíz y a los pueblos que lo cultivan, son un ataque contra las estrategias más antiguas y con más posibilidades de futuro de la humanidad.

 

 

El maíz es también un cultivo comercial importante para el sustento de millones de familias de agricultores. Su rentabilidad puede fortalecer la seguridad y soberanía alimentaria del país si se contara con las políticas públicas apropiadas para lograrlo.

 

 

La primera tesis que proponemos es que las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN requirieron que el Estado mexicano comenzara un interminable desmantelamiento jurídico de todas las leyes que promovían derechos colectivos y protegían ámbitos comunes, en particular los territorios, de los pueblos indígenas y campesinos, sus tierras, aguas, montañas, y bosques. El TLCAN requirió también el desmantelamiento de todo el sistema de programas, proyectos y políticas públicas que apoyaban la actividad agrícola, en detrimento de los pequeños y medianos agricultores mexicanos y en beneficio de la agricultura estadounidense, sobre todo la que busca acaparar mercados, procesos y financiamientos, es decir, la agricultura de las corporaciones. Este desmantelamiento llegó al extremo de apostarle a las importaciones de maíz, pese a que es un producto básico para la alimentación de la población mexicana y pese a todas las asimetrías en productividad y subsidios —existentes entre los productores de Estados Unidos y Canadá y los productores mexicanos. Aunque se contaba con un plazo de 15 años para liberalizar por completo el comercio exterior del maíz, el gobierno mexicano, unilateralmente, permitió la entrada de importaciones por arriba de la cuota y sin arancel. Esto redujo los precios internos de maíz en un 50%, lo que benefició tan sólo a los cárteles transnacionales que controlan el grano.[1]

 

 

Una segunda tesis es que este desmantelamiento jurídico y esta privatización tienen como fin último la erradicación de toda producción independiente de alimentos.

 

 

Para lograrlo, las grandes corporaciones en todo el mundo se han propuesto el despojo, la erosión e incluso la criminalización de una de las estrategias más antiguas de la humanidad, que es el resguardo y el intercambio libre de semillas nativas ancestrales. No parece importarles el atentar contra todos los saberes propios de la agricultura tradicional campesina y agroecológica, para así promover el cultivo y la comercialización de semillas de laboratorio (híbridos, transgénicos y más), mediante leyes expresas que le abren espacio a las grandes corporaciones para lograr sus fines. Los dos ejemplos más contundentes son la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, o “Ley Monsanto” y la Ley Federal de Producción, Certificación y Comercio de Semillas.

 

 

Una tercera tesis es que estas leyes promueven una invasión transgénica —que comenzó en 2001— e inevitablemente contaminará a las 62 razas y miles de variedades que existen en México. Los regímenes de propiedad intelectual y los registros y certificaciones terminarán despojando de su diversidad a las semillas nativas.

 

 

Una cuarta tesis es que atentar contra los sistemas de agricultura campesina ancestral y sus variantes agroecológicas modernas, atentar contra bienes comunes tan cruciales como las semillas nativas, devasta la vida en el campo y debilita las comunidades, agudizando la emigración y la urbanización salvaje, favoreciendo la invasión de los territorios campesinos e indígenas para megaproyectos, explotación minera, privatización de agua, plantaciones de monocultivos, deforestación y apropiación de territorios en programas de mercantilización de la naturaleza, como REDD y servicios ambientales.

 

 

Una quinta tesis es que todo el sistema que está en el fondo de este desmantelamiento jurídico, de este intento por erradicar la producción independiente de alimentos y por monopolizar la rentabilidad de un cultivo tan versátil —eliminando así toda la gama de sembradores que no sean corporaciones, desde pueblos indígenas hasta agricultores de mediana o pequeña escala—; todo el sistema que está en el fondo de los encarecimientos desmedidos en los precios de los alimentos y de la crisis alimentaria generalizada, es responsable de una buena parte de la crisis climática.

 

Hay suficientes pruebas de que el sistema agroalimentario mundial, debido a su integración vertical (con su acaparamiento de tierras y agua, con sus semillas de laboratorio híbridas y transgénicos, con su promoción de agrotóxicos que erosionan el suelo, con su deforestación, sus monocultivos, el transporte que emplea, el procesado industrial, el empacado, el almacenamiento y la refrigeración) es responsable de entre 45-57% de los gases con efecto de invernadero.[2]

 

En cambio, la parte agraviada, las comunidades campesinas e indígenas y los agricultores en pequeña escala hoy por hoy producimos un 70%[3] de los alimentos del mundo, y mantener nuestros cultivos ancestrales, con nuestras semillas nativas, podría enfriar la tierra si hubiera una voluntad política para defender los modos de vida que están en el centro de esta agricultura, para seguir cultivando el maíz en la comunidad que llamamos milpa: diverso, generoso, alimento en convivencia con otros alimentos, con plantas que curan, con árboles que protegen, con animales que también son nuestra fuerza. Para ello, es crucial que las comunidades tengan un control territorial, un autogobierno, una autonomía. Debemos frenar el acaparamiento de tierras y la invasión de los territorios de las comunidades.

La defensa del maíz rebasa los culturalismos. Es la defensa misma de una opción de independencia material y política real de los pueblos frente al mercado y su amenaza de dominar eternamente. El maíz es sustento material y también fuerza identitaria y sagrada. Al contaminarlo con transgénicos, al desmantelar la economía maicera desde las políticas gubernamentales, al despreciar la milpa, se atenta contra un proceso inédito, específico en el mundo, la propuesta civilizatoria mesoamericana. El ataque al maíz y a los pueblos que lo hemos criado es un crimen, pues, contra uno de los pilares de la civilización en su conjunto. Al defender a los pueblos del maíz, al defender el intercambio infinito de semillas campesinas, estamos defendiendo la supervivencia y las posibilidades de plenitud de la humanidad entera.

 

El maíz es nuestra sangre, nuestra carne, nuestra madre, nuestro hijo,
es el que habla, ríe, se pone de pie y camina.

Poema náhuatl

 

Esta audiencia es promovida por más de mil comunidades de agricultores en mediana y pequeña escala, y campesinos indígenas en todo el país. Entre algunas de las organizaciones se encuentran la Red en Defensa del Maíz, Vía Campesina América del Norte, el Colectivo Oaxaqueño en Defensa de los Territorios, y decenas de organizaciones en Chihuahua, la Huasteca y la Península de Yucatán, entre muchos otros estados.

 

[1] Las investigaciones del Centro de Estudios para el cambio en el Campo Mexicano (Ceccam) durante más de 15 años, son la fuente de estas conclusiones. Ver www.ceccam.org.mx

 

[2] Ver GRAIN, “Cuidar el suelo”, 18 de octubre, 2009, http://www.grain.org/article; “Alimentos y cambio climático: el eslabón olvidado”, 28 de septiembre, 2011, http://www.grain.org

 

[3] ETC Group: “Who will feed us? Questions for the food and climate crisis”, 14 de diciembre, 2009, http://www.etcgroup.org/

 

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LA EMPRESA SYNGENTA BAJO ANÁLISIS

 

 

La Red por una América Latina Libre de Transgénicos y Swissaid acaban de lanzar el libro La Agricultura Syngente/a: monopolios, transgénicos y plaguicidas, donde desde distintas perspectivas, se analiza el comportamiento de esta empresa en América Latina y el mundo. El libro surge de la necesidad de estudiar con más detenimiento a esta empresas, pues se está introduciendo en el desarrollo de especies transgénicas que entran en nuestra alimentación como el arroz y el maíz, y tiene una fuerte presencia en varios lugares del Tercer Mundo, a través de sus programas de filantropía, en una reunión de diversos movimientos sociales ligados a la problemática de la soberanía alimentaria, en la ciudad de Asunción - Paraguay en agosto de 2009.

 

 

En esta publicación se presentan dos estudios de caso sobre la problemática del maíz en América Latina. El primero es de Colombia donde se señalan los peligros de introducir maíz transgénico en un país que es centro de diversidad de este cultivo, tan importante para las culturas americanas, y otro sobre el accionar en el estado brasileño de Paraná, la ilegalidad cometida por esta empresa al establecer una estación experimental de maíz transgénico en la zona de amortiguamiento de un área de conservación, lo que motivó a un grupo de campesinos del Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MST) a ocupar el área para establecer una estación de agroecología.

 

 

Brasil es muy importante para Syngenta pues, como señalan los autores, es uno de los mayores compradores de semillas en el mundo. El interés de Syngenta no se limita al maíz, sino a otros cultivos como la soya, el café y la caña.

 

 

Uno de sus campos de interés es la transformación de la celulosa en etanol, dejando a un lado la transformación tradicional de azúcar en etanol. Puesto que la celulosa es una macromolécula muy difícil de transformar, la empresa ha firmado acuerdo con varias empresas boutique que hacen investigación de punta en el campo de las enzimas y la biología sintética.

 

 

Se examina además la actuación de la Fundación Syngentae en África y dan cuenta de cómo, a través de la filantropía, está forzando una nueva revolución verde en ese continente.

 

Este libro recoge apenas algunos elementos que queremos resaltar sobre la actuación de la empresa y sus impactos, desde una perspectiva del tercer mundo.

 

El libro puede ser bajado de www.rallt.org

 

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EL EMPERADOR DE LOS OGM NO TIENE ROPA

 

Este es un libro, que hace una evaluación global de los transgénicos, analiza las falsas promesas y fallas tecnológicas de la agricultura transgénica. Esta es una publicación de Navdanya International. El libro enfatiza su análisis en la empresa Monsanto.

 

El libro incluye un artículo de Carla Poth sobre la situación de los transgénicos en el Cono Sur.

 

La publicación está disponible (en inglés): aquí

 

Fuente: Boletín N° 447 de la RALLT

Temas: Transgénicos

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