Agrocombustibles: ¿inocencia o cinismo?

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Las implicaciones para la seguridad alimentaria del Sur global son estremecedoras. La apropiación de grandes extensiones de tierra para dedicarlas a cultivos de exportación no es más que una continuación del modelo colonial agroexportador, el mismo modelo socialmente retrógrado, feudal, explotador y ambientalmente destructivo que ambientalistas y progresistas en el Norte y el Sur han tratado por décadas de erradicar.

¡El genio de los agrocombustibles es duro de matar! Aún a estas alturas una porción significativa del movimiento ambientalista, incluyendo en Puerto Rico y Estados Unidos, se aferra a la noción de que combustibles derivados de cultivos agrícolas, desperdicios animales y otras fuentes biológicas, pueden sacar al mundo de su dependencia de los combustibles fósiles y así vencer dos grandes amenazas globales, el cénit del petróleo y el calentamiento global. Llámenlos como quieran, biocombustibles, cultivos energéticos, agrocombustibles, agroenergía, éstos son una falacia en un ecosistema finito y en un sistema económico basado en el crecimiento descontrolado e ilimitado.

Cuando traigo a discusión la evidencia de que no hay agrocombustibles sustentables, algunos de mis colegas estadounidenses se retractan de sus posturas acríticas sólo de manera leve y recurren al argumento B: que aunque no sean perfectos, los “biofuels” pueden ser parte de la solución. Cuando respondo que tal afirmación se basa en fe y no en razonamiento, lo toman personal y me acusan de ser “uncivil” y “disagreeable”.

Según la Academia Nacional de las Ciencias de EEUU (NAS), si todo el maíz sembrado en EEUU fuera usado para etanol y toda la soya del país fuera convertida en biodiesel, sólo se desplazaría 12% de la demanda nacional de gasolina y no más de 6% de la demanda de diesel.

Esas cifras son preocupantes. Estados Unidos cultiva alrededor de 44% del maíz del mundo—más que China, la Unión Europea, Brasil, Argentina y México juntos. Esto significa que si la producción mundial de maíz fuera a ser cuadruplicada y dedicada por completo a la producción de etanol, satisfaría la demanda estadounidense, pero dejaría el resto de la flota de vehículos del mundo todavía corriendo con gasolina, mientras los conductores mueren de hambre.

Pero la realidad ha demostrado que el estudio de la NAS posiblemente fue demasiado generoso: En 2006 20% de la cosecha estadounidense de maíz fue convertida en 5 mil millones de galones de etanol. Esa cantidad de etanol desplazó apenas 1% del consumo de gasolina en Estados Unidos. Ustedes hagan la matemática, no hay que ser un genio para llegar a la conclusión obvia.

Si todavía creen que los agrocombustibles pueden formar parte de un futuro libre de combustible fósil, vean los cálculos del profesor David Pimentel, entomólogo de la Universidad de Cornell. Según Pimentel, todas las plantas verdes en EEUU- incluyendo cultivos, bosques y praderas- combinandas reciben alrededor de 32 quads de energía solar al año. Un quad es un cuadrillón de BTU's. Un cuadrillón es un uno seguido de 15 ceros y BTU es unidad termal británica, una medida de energía comúnmente usada por físicos e ingenieros. 32 quads suena como mucho, pero la población estadounidense quema más de tres veces esa cantidad de energía de combustibles fósiles al año. Este cálculo es muy importante porque la materia vegetal de la que se derivan los agrocombustibles no es más que energía solar transformada en carbohidratos mediante fotosíntesis.

El que los agrocombustibles compiten con la producción de alimentos es un hecho tan contundente y bien documentado que ya ni siquiera puede ser cuestionado en una conversación seria. En julio de 2008 el periódico UK Guardian reveló que un estudio confidencial del Banco Mundial dirigido por el economista Don Mitchell, concluyó que el boom de los agrocombustibles fue responsable de 75% del drástico aumento de los precios de alimentos a nivel mundial que se dio ese año. Ambientalistas prominentes como Lester Brown y organizaciones no gubernamentales como GRAIN y Food First han sonado repetidas veces la alarma en torno al dilema de alimentos vs. agrocombustibles.

Si se requieren 22 libras de maíz para hacer un galón de etanol, según la Organización de Agricultura y Alimentos de la ONU (FAO), ¿Cómo puede alguien dudar que existe una contradicción entre agrocombustibles y alimentos?

Aún sin estos datos, no hace falta un doctorado para entender que una hectárea de terreno agrícola produciendo combustibles es una hectárea que no está produciendo alimento.

Los entusiastas de la agroenergía no cuestionan la demanda energética, y la aceptan como un hecho inalterable. El tema de la demanda es problemático y es imperativo discutirlo porque la demanda energética está en constante aumento y se espera que siga aumentando. Cuando uno toma esto en cuenta, las posibilidades de los agrocombustibles lucen aún más remotas. Según International Energy Outlook 2006, un informe del propio gobierno de EEUU, el consumo mundial de energía subirá 71% de 2003 a 2030. Y la demanda global de petróleo subió 3.4% en un período de 12 meses entre 2003 y 2004. Según el Earth Policy Institute, las emisiones globales de gases de invernadero subieron 20% entre 2000 y 2006, y gran parte de ese aumento se debe a la creciente demanda energética. Para 2008 se estaban quemando sobre 3.5 millones de barriles de petróleo POR HORA. Y tenemos el factor “Chindia”: China dobló su consumo de petróleo de 1996 a 2006, y se espera que la India triplique sus importaciones petroleras entre 2005 y 2020.

Cuando son confrontados con estas y similares cifras de consumo de energía, los proponentes de la agroenergía me vienen con argumentos como “Puede que los agrocombustibles no sean más que una gota en la cubeta energética, pero reduzcamos el tamaño de esa cubeta mediante una reducción en nuestro consumo de energía”. Pero los agrocombustibles son totalmente incapaces de hacer una mella significativa en la demanda actual de energía, y además nada tienen que ver con reducir la demanda energética. Ninguno de los gobiernos o corporaciones que invierten en agrocombustibles ha dicho una sola palabra sobre reducir su uso de energía.

La carrera hacia el sur

Las cifras claramente muestran que para hacer alguna mella apreciable en la creciente demanda energética mundial la gran mayoría de la producción de agroenergía tendrá que ser ubicada al sur del ecuador, en el llamado tercer mundo. La revolución de los cultivos energéticos no será en Yukon o Siberia. Sólo en el Sur del mundo- en el Africa sub-sahariana, Suramérica y el Sureste de Asia- hay suficiente luz solar a lo largo del año y tierras, y además la tierra ahí es barata y la vida humana es considerada más barata aún.

Y las cosas ya van encaminadas en esa dirección. El gobierno de la India planea sembrar 14 millones de hectáreas (un área casi del tamaño de Uruguay) con cultivos energéticos, mayormente jatrofa. Actualmente Malasia produce 45% del aceite de palma (utilizado para biodiesel) del mundo en 4.17 millones de hectáreas (un área casi del tamaño de Costa Rica), mientras que su vecino y competidor Indonesia se dispone a aumentar para 2025 su área de plantaciones de palma aceitera a 26 millones de hectáreas (equivalente a la mitad de España). Y los africanos que se preparen, porque los mayores jugadores en el negocio mundial de la agroenergía se disponen a apropiarse de 379 millones de hectáreas en 15 países africanos (la República Democrática del Congo entera tiene apenas 234 millones de hectáreas).

Y entonces tenemos a Brasil. Con 62% del mercado internacional de azúcar, Brasil está asociándose a Estados Unidos para juntos mantener su supremacía sobre el mercado mundial de etanol. En cuanto al biodiesel, en 2008 Brasil sobrepasó la producción de soya de EEUU para convertirse en el mayor productor de soya en el mundo. Los monocultivos de soya brasileños, que experimentan desde hace años una expansión explosiva, están siendo dedicados crecientemente hacia la producción de biodiesel.

Las implicaciones para la seguridad alimentaria del Sur global son estremecedoras. La apropiación de grandes extensiones de tierra para dedicarlas a cultivos de exportación no es más que una continuación del modelo colonial agroexportador, el mismo modelo socialmente retrógrado, feudal, explotador y ambientalmente destructivo que ambientalistas y progresistas en el Norte y el Sur han tratado por décadas de erradicar.

Aquellos ambientalistas que creen que la exportación de agrocombustibles de Sur a Norte puede ser un motor de desarrollo sustentable y socialmente equitativo hablan de cultivos energéticos producidos por pequeñas fincas familiares. Ellos dicen que esta es una actividad económicamente beneficiosa para las comunidades rurales, y nos hablan también de comercio justo, esquemas de certificación y responsabilidad social corporativa. Pero en realidad no hay espacio para las pequeñas granjas familiares en la revolución agroenergética. Sólo las plantaciones de monocultivo, que se extienden de un horizonte a otro, pueden lograr las economías de escala necesarias para este emprendimiento. Los inversionistas globales y acreedores multilaterales, como el Banco Mundial, han sido muy claros con respecto a este asunto.

Una catástrofe

Si estas vastas plantaciones de agrocombustible no van a competir con la producción de alimentos entonces deberán ser establecidas en “otras” tierras. Dicho de otro modo, el bosque del Amazonas debe ser sacrificado, también la sabana africana, el cerrado brasileño, los bosques de Borneo y Colombia y los ecosistemas saludables que aún quedan en la India, al igual que el Pantanal, el humedal más grande del mundo, ubicado entre Bolivia, Paraguay y Brasil.

La destrucción de ecosistemas en el altar de los agrocombustibles no es teoría ni opinión, ya ha comenzado. Aún antes de los cultivos energéticos, ya había comenzado la carrera para convertir los ecosistemas de Suramérica, especialmente Brasil, Argentina y Paraguay, en cultivos de soya, no para alimentar los pobres y hambrientos sino para alimentar ganado en corrales de engorde en Europa y China.

Los impactos ambientales del monocultivo soyero incluyen "pérdidas de bosques y sabanas debido a la destrucción directa... el desplazamiento de la agricultura existente; pérdidas relativas a la biodiversidad; emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera a través del cambio de uso de la tierra y el uso de fertilizantes que incluyen emisiones de óxidos de nitrógeno; erosión del suelo, y perturbación de la superficie, del agua freática y de las pautas de precipitación", dice una carta abierta de abril de 2009, firmada ya por noventa organizaciones ecologistas y redes activistas.

“A menos que el gobierno brasileño adopte medidas enérgicas para evitarlo, la soja (soya) invadirá la mayor parte de la cuenca amazónica en la próxima década”, advierte GRAIN. “En apenas algunos pocos años, el avance permanente de la frontera agrícola en la Amazonía seguramente llevará a que esa selva tropical traspase el crítico 'punto de inflexión' en el que empezará a secarse y convertirse en llanuras. Si eso ocurre, no habrá efectivamente nada que detenga a los agricultores, que no encontrarán motivo alguno para no explotar económicamente esa selva moribunda.”

La organización continúa, diciendo que “a medida que la selva muera, cientos de miles de habitantes ribereños, familias campesinas y pueblos indígenas quedarán desheredados, y el mundo perderá una biomasa extraordinaria que desempeña un papel central en la regulación del clima mundial. Igualmente grave será el hecho que la destrucción de la selva amazónica liberaría cerca de 90 mil millones de toneladas de carbono a la atmósfera, que es por sí mismo suficiente para incrementar el ritmo del calentamiento global en un 50%.”

El impacto del cultivo de caña para etanol también es devastador, a pesar de que la producción de etanol de caña en Brasil ha recibido elogios de ambientalistas y partidarios de la energía renovable de diversas partes del mundo.

"Es grave que se exporte este modelo brasileño como algo especial, cuando no es otra cosa que más de lo mismo: agronegocio, monocultivo y trasnacionales", dice Camila Moreno, de la organización Terra de Direitos. "Lo que también preocupa es que el cultivo de los agrocombustibles constituye, como ya se ve con la caña, una nueva y gigantesca frontera para expansión de transgénicos, cuyos riesgos e impactos preocupan y generan rechazo cada vez más generalizado, y que erosionan más y más la soberanía sobre los recursos estratégicos."

Añade ella que "El etanol de Brasil es visto por la sociedad civil brasileña como símbolo de degradación ambiental, encarecimiento y especulación con la tierra causada por la expulsión de los campesinos de superficies agrícolas, contaminación de suelos y uso excesivo de agua, incremento en el uso de pesticidas, emisiones de humo con las quemas—lo que hace que en regiones de grandes áreas con plantaciones (como el estado de São Paulo)—se presenten enfermedades respiratorias en la población en general, además de afectar a los trabajadores."

El ya mencionado profesor Pimentel y Ted Patzek, de la Universidad de California, analizaron el impacto ecológico de la producción de etanol de caña en Brasil y encontraron que se requieren 12 a14 kilogramos de caña y 7 mil litros de agua para hacer un litro de etanol, las refinerías de etanol producen 10 litros de agua sucia contaminada por cada litro de etanol que producen, y la erosión en el cultivo de caña es tan severa que se pierden 31 toneladas de suelo en cada hectárea. Y como si eso fuera poco, el cultivo de cada hectárea de caña requiere de 393 kilogramos de combustible fósil- esto se debe no solamente al uso de maquinaria sino también a que los insumos químicos utilizados, como pesticidas y herbicidas, son derivados de petróleo.

Con el cultivo de palma aceitera es una historia tristemente similar. "Los monocultivos de aceite de palma... son una de las principales causas de la deforestación y por ende del cambio climático, destruyen los medios de subsistencia y la soberanía alimentaria de millones de pequeños agricultores, pueblos indígenas y otras comunidades", dice una carta abierta emitida por la campaña internacional Salva la Selva en 2009, y firmada por decenas de organizaciones de México, Paraguay, España, Italia, Suiza y otros países. "Requieren de productos agroquímicos que envenenan a los trabajadores y a las comunidades, y contaminan los suelos, las aguas y la biodiversidad, agotan el agua dulce y los suelos. Los monocultivos de aceite de palma no son y no podrán nunca ser sostenibles y la 'certificación' sirve como un medio de perpetuar y ampliar esta industria destructiva."

Según estudios recientes el producir una tonelada de biodiesel de aceite de palma proveniente de las tierras de turba de Asia suroriental genera de 2 a 8 veces más emisiones de CO2 que la combustión de una tonelada de diesel de combustible fósil. “Mientras los científicos debaten acerca de si el 'balance energético neto' de cultivos tales como el maíz, la soja, la caña de azúcar y la palma aceitera es positivo o negativo, las emisiones causadas por la instalación de muchas de las plantaciones de agrocombustibles hacen humo, literalmente, cualquier posible beneficio”, sentencia GRAIN.

Y no olvidemos la infraestructura. Los agrocombustibles no se van a teleportar del Sur global a los golosos consumidores de energía en Norteamérica y Europa- como en un episodio de Star Trek. Se necesita una masiva infraestructura de transportación, y ya está siendo construida: superpuertos, autopistas, ferrocarriles y canales, con sus impactos asociados sobre delicados ecosistemas, especialmente costas y humedales. Brasil ya está viendo la construcción de autopistas, vías de tren y tuberías de etanol cruzando su territorio. Y más al sur, está el proyecto multinacional Hidrovía, que consiste del dragado y ampliación de los ríos Paraná y Paraguay, que fluyen hacia Argentina desde Brasil, con el propósito de permitir que barcazas y buques oceánicos puedan navegar cientos de kilómetros río adentro hasta el Pantanal y luego regresar río abajo hacia la boca del río Plata con toneladas de soya y otras materias primas.

De la revolución verde a las relaciones públicas

Los monocultivos masivos son la manifestación del modelo conocido como la revolución verde (o agricultura industrial), que por décadas ha sido promovido por el gobierno de Estados Unidos, agencias de las Naciones Unidas y las fundaciones Ford y Rockefeller. Los monocultivos de la revolución verde, que supuestamente vinieron a poner fin al hambre, han ampliamente demostrado ser ecológicamente destructivos, propensos a la erosión, exterminadores de la biodiversidad y sinónimo de ruina para pequeños agricultores y comunidades rurales por todo el mundo. No pueden ser sustentables nunca, siempre necesitan de grandes insumos energéticos y siempre requieren de pesticidas y herbicidas tóxicos. Y no pusieron fin al hambre.

Cualquier beneficio de la duda que la revolución verde hubiera tenido a su favor se esfumó en abril de 2008 con la publicación del informe del International Assessment of Agricultural Knowledge, Science and Technology (IAASTD), un estudio de 4 años de la agricultura mundial patrocinado por agencias de la ONU y el Banco Mundial. El estudio, conducido por sobre 400 expertos de renombre, es a la agricultura lo que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático es al clima. El informe, endosado por 58 gobiernos, advierte que la agricultura industrializada ha degradado los recursos naturales sobre los cuales nuestra supervivencia depende y amenaza nuestros recursos de agua al igual que la seguridad energética y climática.

Estas observaciones no son nuevas, ya han sido hechas repetidamente a lo largo de décadas por la ecofeminista Vandana Shiva y un sinnúmero de grupos de sociedad civil como el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM) y la Vía Campesina, y remontan al menos a la publicación de dos importantísimos libros: “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson y “Comer es Primero” (Food First) de Frances Moore Lappe y Joseph Collins. Es triste de verdad ver algunos ambientalistas acudiendo a este obsoleto y destructivo modo de agricultura, ignorando todas las críticas y los adelantos logrados en el camino a una agricultura verdaderamente sustentable, y esto en nombre de combatir el cambio climático.

Si la experiencia del pasado es alguna indicación, podemos esperar que aparezcan aldeas de relaciones públicas en zonas de producción de agrocombustibles. Estas serán proyectos de demostración que serán ejemplos de producción agroenergética hecha de manera sustentable y descentralizada por fincas familiares en poblados rurales, con adherencia a estrictos criterios ambientales y de responsabilidad social. Pero éstos proyectos simpáticos serán subsidiados por agencias de la ONU, fundaciones estadounidenses y agencias de desarrollo europeas (los llamados fondos de cooperación internacional). Estas vitrinas de eco-capitalismo “win-win” no solamente serán totalmente dependientes de un flujo constante de dólares y euros filantrópicos, sino que también serán diminutas en comparación con el agronegocio global agroenergético. A pesar de esto recibirán una cantidad desproporcionada de publicidad, dándole al público la impresión errónea de que el negocio de la agroenergía se está moviendo hacia la sustentabilidad.

El precedente más inmediato para este tipo de lavado en verde es la Mesa Redonda de la Soya Responsable (RTRS). En esta mesa redonda representantes de corporaciones se sientan con líderes ambientalistas y de sociedad civil para dialogar y negociar un acuerdo mutuamente beneficioso que facilite la co-existencia armoniosa de unas 40 millones de hectáreas de monocultivos de soya con los ecosistemas y comunidades locales del continente suramericano. Y desde luego, un esquema de certificación vinculado a un sello verde de aprobación.

Grupos de sociedad civil como Amigos de la Tierra y el Grupo de Reflexión Rural de Argentina han denunciado repetidas veces que esta mesa redonda es una farsa y han señalado que los monocultivos gigantes de soya para exportación nunca pueden ser sustentables. En abril de 2009, 90 organizaciones y redes activistas firmaron una carta de repudio contra la Mesa Redonda, a la que aludimos anteriormente. En ésta se declara categóricamente que el monocultivo de soya nunca puede ser sustentable o responsable.

Denuncia la carta que "Los criterios y los principios de la RTRS son también demasiado débiles para proteger la integridad y biodiversidad del Amazonas, Cerrado, Chaco y otras regiones de una degradación inmediata, severa e irreversible. (Estas y) otras regiones están bajo la amenaza inmediata de una constelación de prácticas agrícolas perjudiciales y de impactos sociales... para lo cual el cultivo de soja es un factor central. Los principios y los criterios del RTRS no son suficientes para enfrentar estas cuestiones con eficacia."

Hace falta también vigilar de cerca a similares esquemas de colaboración, como el del gigantesco comerciante de granos Cargill con el grupo ambientalista The Nature Conservancy, quienes están trabajando juntos para facilitar la producción dizque sustentable de soya en Brasil.

Fertilizante y compostmodernismo

Otra razón por la cual los cultivos de agrocombustibles no pueden ser una solución es el asunto del fertilizante. El monocultivo es imposible sin fertilizante sintético, el cual sólo puede ser fabricado con combustible fósil. El fertilizante es uno de los mayores contribuyentes agrícolas al calentamiento global, según el Informe Stern, un documento de 700 páginas comisionado por el gobierno inglés para auscultar las consecuencias económicas del cambio climático.

El fertilizante, también conocido en Puerto Rico como abono o NPK, exacerba el calentamiento global de varias maneras. Primero, su manufactura requiere de grandes cantidades de electricidad (la cual a menudo proviene de fuentes fósiles como carbón y gas natural) y requiere también de la aplicación directa de un hidrocarburo, usualmente gas natural. Una vez aplicado en campos agrícolas parte del nitrógeno en el fertilizante se combina con oxígeno para formar óxido nitroso, un gas de invernadero 296 veces más potente que el CO2.

El informe Stern estima que las emisiones totales de gases de invernadero causadas por la agricultura subirán casi 30% entre ahora y 2020, y la mitad de esa alza se deberá al aumento en el uso de fertilizante. Se espera que el Sur global casi duplique su uso de fertilizante en ese mismo período, y los nuevos cultivos de biocombustibles serán responsables de una gran parte de ese crecimiento.

En este punto de la discusión muchos se preguntarán: “¿No puede el fertilizante ser reemplazado por composta, que es después de todo una alternativa ecológicamente sustentable?” Un estudio de la Universidad de Michigan citado por Food First en 2007 basado en datos tomados de 77 estudios concluyó que el planeta tiene suficiente materia orgánica para mantener la población humana sin necesidad de fertilizante. Pero hay que señalar que la materia orgánica, al igual que el agua y el suelo, es un recurso renovable, pero renovable no significa infinito. ¿Realmente tenemos suficiente materia orgánica para fertilizar naturalmente con composta las cientas de millones de hectáreas que pide la revolución agroenergética? ¿Es justo usar toda esa composta para alimentar carros en vez de gente?

Grasa y celulosa

Esto nos lleva directo a la propuesta de usar grasa de desperdicios de matadero para hacer biodiesel. Como muy bien señaló el científico Stan Cox en su libro “Sick Planet”, el problema es el siguiente: toda esa grasa viene de animales, que fueron engordados con grano, el cual fue cultivado con fertilizante, el cual fue hecho con combustible fósil. Por lo tanto si usamos esa grasa todavía estamos dependiendo del combustible fósil. De cualquier modo, la única manera en que restos de animales podrían hacer alguna mella significativa en la demanda de energía de un país industrializado sería mediante masivos corrales de engorde (feedlots), verticalmente integrados y de escala industrial. No me pondré aquí a denunciar los males y entuertos de los corrales de engorde de ganado, éstos ya han sido minuciosamente documentados por otros.

El convertir los desperdicios de matadero en energía es una manera efectiva de resolver un problema de desperdicios, pero ese desperdicio es una parte muy diminuta de la supermasiva huella ecológica de un corral de engorde. Lo único que se puede hacer con esas instalaciones es abolirlas. Aquellos ambientalistas que ayudan a compañías de agronegocios a que sus corrales de engorde sean más “ecológicos” están haciendo un grave daño pues están entorpeciendo los esfuerzos por abolir los corrales de engorde.

La última carta que les queda a los que apoyan los biocombustibles son los agrocombustibles de “segunda generación” hechos a base de celulosa. En esta última línea de defensa argumentativa reconocen que los críticos tenemos un punto, pero que los defectos de los biocombustibles serán resueltos por procesos aún no existentes que utilizarán celulosa. En teoría, esto hará posible usar cualquier materia vegetal, inclusive grama y madera muerta, para sacar etanol de la celulosa. Sin embargo el grueso de estos combustibles de segunda generación vendrán de hierbas perennes como switchgrass y miscanto, los cuales son vistos como fuentes ideales de celulosa.

No existe indicio alguno de que los combustibles de celulosa vayan a atender de manera efectiva los problemas de la primera generación de biocombustibles. En 2005 un informe conjunto de los departamentos de energía y agricultura de Estados Unidos concluye que el uso de madera, hierbas y “desperdicios agrícolas” para la producción de etanol celulósico requeriría de 1,300 millones de toneladas de biomasa seca al año. Obtener esa cantidad sería posible solamente removiendo la mayor parte de los residuos agrícolas de EEUU, sembrando un área tres veces el tamaño del estado de Missouri con hierbas perennes y poniendo todas las tierras agrícolas del país en un régimen de cero arado, dicen los autores del informe.

Los partidarios de la celulosa sostienen que los “desperdicios” de fincas pueden satisfacer la demanda energética, pero como cualquier agricultor con alguna conciencia ecológica le puede decir, en la naturaleza y en la finca no existe tal cosa como un desperdicio. Ese supuesto desperdicio es absolutamente necesario para asegurar la fertilidad y hacer la composta que le gusta tanto a los ambientalistas. Y si se remueve toda la materia vegetal “inútil” de la finca no habrá otro remedio que compensar con fertilizante. Así que volvimos al combustible fósil. Y eso es asumiendo que será posible encontrar una manera viable y costo-efectiva de hacer etanol de celulosa.

Desvaríos del ambientalismo

Es de verdad triste ver tanto ambientalista soñando el sueño de los agrocombustibles. Para uno creer que los agrocombustibles pueden ayudar uno tiene que asumir que tenemos un planeta infinito con recursos como agua, tierras y materia orgánica en cantidad infinita. Además de triste es también desconcertante, ver ambientalistas hablando y razonando como si fueran republicanos de la línea McCain-Pallin, y tener que ser yo quien les explique que nuestro planeta no es infinito y que sus recursos son limitados. Yo creí que a los ambientalistas no habría que explicarles eso.

Como dije antes, Los partidarios de los agrocombustibles no cuestionan la demanda de energía, simplemente la aceptan como algo que no amerita discusión. Cuando tocan el tema, lo hacen en términos sumamente apolíticos, recurren al evangelio de la eficiencia y a menudo salpican su discurso con referencias al trabajo de tanques de pensamiento como el Rocky Mountain Institute y libros como “Natural Capitalism” de P. Hawken, A. Lovins y H. Lovins.

Pero la eficiencia, aunque tenga el prefijo “eco”, no es sinónimo de una reducción en el consumo de recursos. Un buen ejemplo de esto es el carro. Los carros de hoy son mucho más eficientes que los de hace 40 o 50 años en todo el sentido de la palabra, son más livianos y dan bastante más millaje por galón. Pero el daño ambiental que hacen hoy es muchísmo peor, porque hoy hay MAS carros. He ahí el problema: en un sistema económico que se fundamenta en el crecimiento los avances en eficiencia racionalizan y facilitan nuevas rondas de crecimiento.

Es bastante radical decir que la demanda y el consumo deben bajar, en el discurso dominante tales planteamientos son considerados inherentemente antieconómicos. Pero cuestionar la demanda ni siquiera va al meollo del asunto, el mal de fondo, que es: LA PRODUCCION. La demanda nunca va a bajar a niveles sustentables que sean acordes con la capacidad del planeta si no atendemos el asunto de la sobreproducción. El plantear una reducción en la producción, reducir la actividad económica, es un verdadero sopapo en la cara de la ideología del capitalismo, la cual sostiene que aumentar la productividad es la solución a todos los males del mundo, y por lo tanto un mandato moral del más alto orden.

Viraje hacia la izquierda

En el verano de 2008 un grupo de activistas y pensadores ambientalistas y ecosocialistas, la mayoría asociados al ala izquierda del Partido Verde de EEUU y a la revista Synthesis/Regeneration, nos reunimos en la ciudad estadounidense de St. Louis para reflexionar precisamente sobre estos asuntos. Participantes destacados y reconocidos en sus campos como Brian Tokar, del Instituto de Ecología Social, Wes Jackson y Stan Cox, ambos del Land Institute, y la autora Jane Anne Morris, hicieron contribuciones significativas al simposio, pero creo que la presentación más didáctica y que sintetizó más efectivamente el sentir del encuentro fue la de Don Fitz, editor en jefe de Synthesis/Regeneration.

En su charla, Fitz propuso un ambientalismo de producción (en inglés, “production-side environmentalism”), que es una verdadera ecología política progresista para estos tiempos de calentamiento global y colapso económico y ecológico. Esta visión evita los errores del eco-capitalismo, de la falacia de creer en soluciones tecnológicas y, más importante aún, de la mentalidad individualista.

He aquí algunos extractos de su presentación:

“El ambientalismo de producción culpa al criminal y no a la víctima. Este mira a las ganancias que obtienen las compañías petroleras por el desparramo urbano en lugar de denigrar a la gente que no tiene otra manera de llegar al trabajo que no sea guiar un carro. El ambientalismo de producción mira a una agroindustria que se lucra transportando basura altamente procesada, sobre-empaquetada y carente de nutrientes por miles de millas en lugar de culpar al padre que cede a la cantaleta de su niño, que ha sido bombardeado con comerciales en la televisión de los sábados por la mañana.”

“La mayor barrera a enfrentarnos al cambio climático, el cénit del petróleo, las toxinas y la destrucción de hábitat es la masa total de producción. Esta masa está aumentando... y su aumento se empeora cuando se proponen tecnologías y accesorios (“gadgets”) verdes como solución.”

“El rogar por que se reemplacen los hábitos de consumo individual en una sociedad en la que las fuerzas de mercado decretan que cada reducción en energía aquí es cancelada por un aumento en otra parte es un ruego que cae sobre estados de cuenta bancarios sordos.”

La izquierda progresista enfrenta, por lo tanto, un reto adicional. Al proyecto de justicia económica y redistribución de la riqueza, que es su razón de ser, hay que añadir la reducción de la huella ecológica, algo que es posible solo mediante una reducción en la actividad económica. Esto significa que la izquierda deberá dedicarse no solamente a repartir equitativamente el pastel de la riqueza económica a la vez que lo va encogiendo sino que también debe distribuir de manera igualitaria los riesgos, costos y responsabilidades que enfrenta la humanidad ante el calentamiento global y otros desafíos ambientales.

Volviendo brevemente al tema inicial de este escrito, ¿Cual es la fuente o fuentes de energía que debemos desarrollar? Sostengo que esa es la pregunta equivocada. Esa pregunta parte de la premisa de que podemos salir de este atolladero con innovación tecnológica, sin ningún cuestionamiento del sistema político-económico que nos metió en esta situación. No podemos seguir usando la innovación tecnológica como sustituto para el cambio social. La discusión política debe preceder cualquier indagación de índole científica y tecnológica.

¿Y la izquierda dónde queda en todo esto? Si la izquierda quiere tener alguna relevancia y hacer alguna aportación a la creación de una sociedad ecológica, solidaria, post-capitalista y post-industrial deberá emprender un difícil pero necesario diálogo y debate interno para gestionar la transición a una nueva visión de mundo. Pero rápido, que nos quedamos sin planeta.

Por Carmelo Ruiz Marrero
Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico

BIBLIOGRAFIA PARCIAL:

Cox, Stan. “Sick Planet: Corporate Food and Medicine” Pluto Press, 2008.

GRAIN. "¡Paremos la Fiebre de los Agrocombustibles!" Biodiversidad, Sustento y Culturas. Octubre 2007.

La Soja Mata. "Carta de oposición crítica a la Mesa redonda sobre Soja Responsable", abril 2009. aquí.

Moreno, Camila. "Monsanto Arrebata la Producción de Etanol". Terra de Direitos / La Jornada del Campo. aquí

Pimentel, David. "Corn Can't Save Us" St. Louis Post Dispatch, 18 de marzo 2008.

Salva la Selva, "Gobierno holandés financia soja (ir)responsable", 5 de octubre 2009, aquí.

Segelken, Roger. "70 Percent More Energy Required to Make Ethanol Than Actually Is In Ethanol" Cornell Chronicle. 6 de marzo 2009.

Ruiz Marrero, periodista y educador ambiental, dirige el Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico ( bioseguridad.blogspot.com). Es autor del libro "Balada Transgénica: Biotecnología, Globalización y el Choque de Paradigmas" y sus artículos han sido publicados por La Jornada, Rebelión, el Programa de las Américas, El Rehén, Claridad, Ecoportal, Interpress Service, ALAINET, The Ecologist, Alternet, Corporate Watch, Oakland Institute, Food First y Counterpunch. Su página web informativa "Haciendo Punto en Otro Blog" ( carmeloruiz.blogspot.com) es actualizada a diario.

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