Estado plurinacional: el debate mapuche actual

Idioma Español
País Chile

Como escribieron hace una década los autores de ¡…Escucha, winka…! “los mapuche tenemos el desafío de seguir levantando propuestas para liberarnos del colonialismo winka, reforzándonos como sociedad y abriendo espacios para lograr un nuevo entendimiento basado en aspectos étnicos de respeto y tolerancia, así como con justicia y reparto de lo que se nos adeuda”

Esta semana la derecha chilena votó en contra de los cupos reservados para los pueblos originarios. Parece evidente que detrás de esa oposición está la negativa a repensar Chile como un Estado Plurinacional, idea que ha ganado adhesión entre los partidos criollos y entre los manifestantes que desde el estallido del 18/O ondean la Wenüfoye, la bandera mapuche. En esta columna me propongo exponer lo que las organizaciones mapuche han pensado y piensan sobre el Estado Plurinacional, y cómo ese concepto se conecta con los argumentos y las luchas que los mapuche han llevado adelante por décadas para conseguir autonomía política y control territorial. Su voz no se ha oído en estos debates.

La república de Chile vive un momento constituyente. Como en pocas ocasiones, la posibilidad de desmantelar el republicanismo homogéneo ha develado la oportunidad de pensar en un nuevo tipo de Estado que aspire a que las naciones originarias sean portadoras y sujetos de derecho al interior de la democracia chilena. A lo largo de su historia, la república se ha encargado de negar sistemáticamente cualquier avance en la democratización y reconocimientos desde los marcos legales, coherente con una construcción de Estado y de sectores políticos que no respetan la diversidad ni tampoco los nuevos Derechos Humanos emanados de organismos internacionales.

La vía de la Plurinacionalidad ha sido la fórmula adoptada por algunos Estados. En Ecuador se definió un “Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico”. En Bolivia se adoptó un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías”, que está relacionado con el reconocimiento de la preexistencia de las naciones y pueblos originarios. Francisco Huenchumilla considera este Estado Plurinacional como un paso al reconocimiento de los pueblos originarios como actores y sujetos de derechos colectivos, para ser incorporados en base a una nueva estructura del Estado, a nivel constitucional. La organización del Estado Plurinacional sería la república y se gobernaría de manera descentralizada.

Algunos actores mapuche no observan en la Plurinacionalidad una vía para conquistar los derechos fundamentales. Las controversias que existen son resultado de la toma de conciencia por parte de la “comunidad política” de ser portadores de derechos colectivos derivados de la reconstrucción política de la comunidad autonomista.

La Autodeterminación comenzó a ser debatida en 1983. Durante esos años no se hablaba de Estado Plurinacional y sí de regímenes de autonomía. La concepción Plurinacional comenzó a ser instalada por el movimiento indígena en Ecuador en década del 90, como forma de conciliar la larga trayectoria campesinista de las luchas sociales con las perspectivas autonomistas del movimiento indígena.

En el caso de Chile, la organización Ad Mapu (1981), nacida de los Centros Culturales Mapuche (1978), impulsó el debate de la autonomía al interior del movimiento, en conexión con los debates internacionales, como el ciclo de procesos de descolonización en Oriente (Egipto, Irán, Irak), África y algunos avances en América Latina, como Nicaragua.

A partir de ese momento, Ad Mapu, luego el Aukiñ Wallmapu Ngulam, las Identidades Territoriales, la Coordinadora Arauco Malleco y Wallmapuwen, continuaron profundizando esta aspiración política. Inclusive actores políticos de los partidos políticos chilenos, como el citado Francisco Huenchumilla, se han pronunciado respecto de este horizonte político. Por estas razones es viable sostener que nos encontramos ante un ciclo político caracterizado por la conquista de la autodeterminación.

A lo menos tres corrientes políticas que se nutren y diferencian para crear un horizonte para el Wallmapu. Por un lado, el movimiento que aspira al Control Territorial encabezado por la Coordinadora Arauco Malleco (1998), Aukiñ Wallmapu Ngulam (1991) y Aukan Wichan Mapu (2012), entre otras, es lo que podemos denominar la “autodeterminación desde abajo”. Estas organizaciones políticas no comparten la Plurinacionalidad como horizonte, pues observan que podrían ser la revigorización del mismo Estado que se expandió durante la ocupación de La Araucanía.

En una segunda perspectiva, las organizaciones que han ocupado la vía institucional como camino para desmantelar la república homogénea, claves han sido las organizaciones como las Identidades Territoriales, la Asociación de Alcaldes Mapuche y Wallmapuwen. Las dos primeras organizaciones sí observan en la Plurinacionalidad una vía, mientras que la tercera sostiene una autonomía regional como vía para consolidar una Autodeterminación.

En una tercera vía, podemos observar a algunos líderes que al interior de los partidos chilenos los fuerzan a tomar una definición en pos de los derechos fundamentales. Esta es la búsqueda de la Plurinacionalidad “desde arriba”; a partir de los cargos aceptados por algunos miembros de la corporación mapuche ENAMA en el actual gobierno, fortalecen la vía multicultural como opción política.

Es cierto que el Estado Plurinacional puede “domesticar” los derechos, como ha sostenido Aucan Huilcaman en su reciente encuentro en la cumbre del cerro Ñielol. Para este dirigente, que ha planteado la Autodeterminación como sendero para la liberación de Wallmapu, el Estado Plurinacional es un “parteaguas” en el ascenso de la autodeterminación, e impondría una nueva institucionalidad chilena que no empoderaría a la sociedad mapuche. Por el contrario, la dominación se revigorizaría a partir de institucionalidades criollas administradas por funcionarios mapuche.

Considerando todo este debate, el Estado Plurinacional, de todos modos, podría inaugurar una vía “mapuche” a la autodeterminación al interior de un país donde el colonialismo goza de hegemonía, sea por la capacidad de regenerarse y también por la incapacidad del movimiento mapuche en desmantelarlo. En ese ámbito el Estado Plurinacional puede servir para desmantelar las estructuras de dominación en las tomas de decisiones en los planos económicos y políticos.

A favor del movimiento autodeterminista, existe experiencia de Control Territorial que da cuenta de lo viable de la alternativa impulsada por sectores del movimiento. En el transcurso del año 1990-2003, la Coordinadora Arauco Malleco definió el Control Territorial como un proceso para conquistar la autodeterminación. En la última publicación dada a conocer por la CAM, se observa el Control Territorial como una oposición al modelo capitalista, una alternativa a este del mismo modo que sería una estrategia, un paso intermedio, para reconstruir el Wallmapu desde abajo.

En ese ámbito, el Control Territorial sería la disputa por el territorio; recrear el hábitat del Buen Vivir, la defensa del mismo ante la decisión del Estado y consolidar dicho espacio territorial a partir del retorno de los habitantes mapuche al territorio para continuar con la reconstrucción del Wallmapu.

Esta ruta a la Autodeterminación ha sido denominada Control Territorial (CAM, Chem ka Rakiduam) y se promueve bajo la influencia de organizaciones como la CAM, Alianza Territorial y Aukin Weichan Mapu. También existen, en La Araucanía, otras propuestas de autonomía. Interesante es el trabajo realizado por municipios conducidos por mapuche, que en la práctica llevan adelante la plurinacionalidad. Reunidos en la Asociación de Alcaldes Mapuche (ANCAM) podríamos considerarlos un laboratorio de plurinacionalidad.

Como resultado de esta capacidad de organización por parte de los mapuche, su población que habita en la Araucanía, ha sufrido inéditas formas de coerción política por parte del Estado. La desarticulación de las organizaciones, montajes judiciales y una campaña mediática destinada a debilitar las perspectivas democratizadoras del movimiento, dan cuenta de ello. Para debilitar el control territorial de los mapuche se han conjugado, de manera dialéctica, el clientelismo y la represión. Por esas razones, y por el montaje y encubrimiento de los crímenes cometidos por las fuerzas policiales dependientes del Ministerio del Interior, cualquier instancia proveniente del Estado es a lo menos vista con recelo por integrantes del movimiento que aspiran al Control Territorial como táctica política. A esto se suman las dirigencias encarceladas en hechos relacionados con la lucha en pos de la autodeterminación.

A diferencia de los casos de Bolivia y Ecuador, en que las repúblicas colapsaron a comienzo de este siglo, el Estado chileno aún goza de una capacidad política. Pese a al estallido del 18/O y la crisis de sus instituciones, no ha entrado en la etapa que Álvaro García Linera llama, “develamiento de la crisis de Estado”, es decir, que la crisis como tal sea compartida por la mayoría de una sociedad. Lo que presenciamos es una disconformidad y molestia con la forma de llevarse adelante el modelo, de ahí que existe una oposición desde No + Tag hasta una nueva Constitución. La suma de muchas reivindicaciones al interior de la crisis da cuenta de una crítica al extractivismo del modelo, la que se puede equilibrar con políticas de mejor distribución. No nos encontramos ante un empate catastrófico en que sean dos sociedades con proyectos distintos las que se encuentran en pugna.

Lo que podemos observar es el retroceso político del proyecto neoliberal, que debe ceder aspectos impensados hasta antes de la crisis. No obstante, la dialéctica del proceso sigue su curso y depende de los movimientos sociales la inclinación hacia la restauración del viejo orden y/o el avance a una sociedad con mayor democratización. Por ahora la movilización social no ha logrado doblegar la hegemonía de la “vieja clase política” y esta, a su vez, ha ido recreando su poder a partir de una suma de propuestas políticas para salir de la crisis, que sin bien parecen novedosas, generan una oposición no menor.

El rechazo a los escaños reservados se inscribe en este proceso de negar avances democráticos para las naciones originarias. El camino constituyente, a partir de una promesa de hoja en blanco, es una ruta novedosa; pero la negativa a las aristas complementarias, como los 18 escaños reservados para las naciones originarias en la Convención Constitucional, y los 21 en la alternativa mixta, sumado a un mecanismo de participación de los independientes, perpetúan los rígidos marcos impuestos en la creación de la república chilena.

Lo que parece visible en el horizonte es que los derechos de las naciones indígenas han quedado supeditados a la voluntad de los partidos criollos. A pesar de que el emblema de las movilizaciones sea la Wenüfoye, lo que podría llevarnos a pensar que “desde abajo” existe una aspiración plurinacional, muchos consideran que en sí misma esa concepción podría dividir el país en dos.

Hacer creer que los escaños reservados son un acto de “discriminación”, es otro análisis que no es políticamente cierto ni académicamente sostenible y que ha sido generado por sectores opositores a los derechos indígenas. Se afirma también que la plurinacionalidad ha demostrado su incapacidad de dotar de gobernabilidad a algunos países que la han aplicado, por ejemplo Bolivia. No obstante, el caso boliviano da cuenta de la capacidad de crecimiento económico y democracia. El debate inaugurado en el transcurso del segundo periodo de Evo Morales fue intenso en una perspectiva política e ideológica: la dicotomía entre promover el Buen Vivir y el Vivir Bien. Se cuestionó la profundización del modelo económico y la consolidación de lo que Silvia Rivera Cusicanqui llamó “el proyecto nacional boliviano”. A diferencia de lo que sostiene la crítica en Chile, el estado plurinacional concilió, en algún aspecto lo que Fausto Reinaga llamó en los 70’ las dos Bolivia.

A diferencia de Bolivia y otros países sudamericanos, la política en Chile se ha caracterizado más por el reformismo que por las rupturas. Han favorecido “las vías reformistas” a lo menos desde la década del 30’. Algunas organizaciones mapuche lo comprendieron desde entonces y forjaron el primer ciclo de movimiento mapuche contemporáneo. Sin embargo, en tiempos en que la posibilidad de una ruptura fue viable, se generó un levantamiento como el “Cautinazo” bajo la Unidad Popular. Digamos que el movimiento mapuche, como varios movimientos indígenas en el continente, ha utilizado la “adaptación en resistencia”, para conquistar su emancipación política.

Tal vez, la posibilidad de abrirse a una transición a la democracia en las naciones originarias, permitiría desmantelar el colonialismo institucionalizado del Estado nacional. Aquello no necesariamente se traducirá en la “domesticación de los derechos”, sino -porque no soñar-, en una democratización para las naciones originarias.

El reciente plebiscito efectuado por los municipios, de los que también son parte AMCAM, dan cuenta de un horizonte de época posible. Un 92% se manifestó a favor de una nueva constitución por medio de una Asamblea Constituyente, la que debería ser plurinacional e intercultural. Un 84% sostiene que los escaños reservados para pueblos originarios, paridad de género, y personas con discapacidad deben considerarse en la elaboración de la nueva institucionalidad. De igual modo, un 77,5% se manifestó crítico a empresas extractivistas como forestales, salmoneras y pesca industrial.

Adolfo Millabur ha sostenido que el Estado Plurinacional y la vía intercultural en las relaciones de poder, es un paso para conquistar la autodeterminación. En base a su análisis político, sería necesario hacer conciencia en los no indígenas sobre los derechos mapuche. De ahí que se requiera una perspectiva intercultural, pues la sociedad no indígena no se siente interpelada por el proyecto plurinacional, pesa a temas comunes, como el Buen Vivir, que si fuese puesto como un proyecto país podría sumar demandas de otros movimientos sociales.

Lo interesante de este momento constituyente son los horizontes que se pueden inaugurar, si se logra debilitar políticamente a los que se oponen a los derechos de las naciones originarias. Ser iguales ante una ley también significa aceptar la diferencia.

Una parte del movimiento mapuche, ha tomado la decisión política, frente al momento constituyente, de avanzar hacia el Estado Plurinacional, mientras que otro sector anuncia la creación de un gobierno mapuche independiente. Otra porción, seguramente continuará con la estrategia del Control Territorial como forma de hacer política.

El Estado Plurinacional permite avanzar en la hegemonía discursiva y para que sea política deben posicionarse parlamentarios emergidos desde el movimiento mapuche. La negativa a los escaños reservados aleja esa posibilidad de repensar un nuevo tipo de democracia.

El Estado Plurinacional también permitiría iniciar políticas que desmantelaran las estructuras que han permitido las diferencias entre la sociedad indígena y la no indígena. A final de cuentas, la incomprensión de los derechos de las naciones originarias proviene de segmentos no indígenas, como los miembros de la Unión Democrática Independiente u otros sectores de la derecha que piensan que los escaños reservados implican perpetuar la discriminación.

No se detienen a analizar las experiencias internacionales, que incluyen casos de países que son parte del liberalismo al que ellos adscriben, como Estados Unidos, Canadá o Nueva Zelanda. Los escaños ponen de manifiesto una historia de ausencia de interculturalidad. En el caso del Nueva Zelandia, hoy se debate suprimirlos, pues las políticas asociadas al empoderamiento de los maoríes las harían incensarías. De todos modos, fue un resultado de un largo proceso de discusión, reconocimientos y también de violencias que interpelaron a ambos pueblos.

A modo de síntesis, la transición a la democracia en la toma de decisiones para el pueblo mapuche podría revertir la estructura de dominación de la sociedad criolla. Como escribieron hace una década los autores de ¡…Escucha, winka…! “los mapuche tenemos el desafío de seguir levantando propuestas para liberarnos del colonialismo winka, reforzándonos como sociedad y abriendo espacios para lograr un nuevo entendimiento basado en aspectos étnicos de respeto y tolerancia, así como con justicia y reparto de lo que se nos adeuda”.

Fuente: MapuExpress

Temas: Pueblos indígenas

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