Argentina: estudio revela alto impacto atmosférico de la agricultura

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País Argentina

Una investigación de la Universidad Nacional de Córdoba comprobó por medio de bioindicadores que la agricultura puede contaminar el aire tanto como la industria y el tránsito vehicular.

Sus resultados sorprenden porque suele hablarse del impacto de los agroquímicos en suelo y agua, pero no así de la polución atmosférica, pudo saber RENA. El trabajo utiliza un método que no es tan usual en la Argentina pero sí “en otros países más preocupados por el ambiente”, dijo un investigador a este medio.

El estudio de la UNC, publicado en Environmental Research, revela que los productos utilizados en el campo no sólo tienen el poder de afectar a los subsistemas terrestre y acuático, sino también al aire. La agricultura, dice, puede ser una fuente de contaminación atmosférica tan importante como la generada por la industria y el tránsito vehicular en ambientes urbanos, informó la Agencia CyTA-Instituto Leloir.

“No encuentro motivos, excepto los prejuicios, para pensar que la agricultura no pueda ser tanto o más contaminante que la industria. Sobre todo teniendo en cuenta que en la agricultura se utilizan deliberadamente sustancias destinadas a matar a otros seres vivos”, dijo el doctor en Ciencias Agropecuarias y Magíster Scientiae en Recursos Naturales Rodolfo Golluscio, integrante del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas a la Agricultura (IFEVA), a RENA.

“Ese tipo de estudio se realiza desde hace mucho tiempo en países más preocupados por el ambiente que el nuestro. Considero correcto el poder monitorear contaminantes atmosféricos, de suelos y/o aguas a través de bioindicadores, ya que si se pueden detectar niveles de microelementos que produzcan alguna alteración anatómica y/o fisiológica al bioindicador nos estaría demostrando que existe contaminación en el ambiente que también podría afectar al hombre”, agregó el doctor Juan Prause, Magíster Scientiae en Ciencias del Suelo de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE).

La investigación es un “muy buen aporte”, porque toca un tema interesante, el de los indicadores biológicos, en particular para los casos de contaminación agrícola, consideró el doctor en Agroecología Walter Pengue, Ingeniero Agrónomo con especialización en Mejoramiento Genético Vegetal y Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (GEPAMA), de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Desde el Grupo de Reflexión Rural (GRR), Lilian Joensen recordó que el liquen, uno de los bioindicadores usados en el estudio, es una simbiosis entre una cianobacteria y un hongo. Esa asociación, dijo, es sumamente frágil y susceptible a la polución. “Uno de los primeros síntomas de contaminación es la pérdida de los líquenes”, explicó.

Los ‘delatores’ ambientales

“Todo organismo vivo, incluidas las personas, se comporta como un bioindicador de las condiciones ambientales que existen en el lugar donde vive. Hemos trabajado con plantas como bioindicadores adecuados para poner en evidencia que en determinadas zonas, o ciertos tipos de actividades, resultan perjudiciales para los que viven, o vivimos allí” dijo la doctora María Luisa Pignata, responsable del Área Contaminación y Bioindicadores del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV) de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Según la investigadora, no es posible afirmar que los niveles de contaminación que muestran los bioindicadores sean, en la actualidad, peligrosos para la salud de las personas. “Pero sí podemos decir que la calidad ambiental de un sitio donde hay daño en la vegetación producido por contaminantes, es perjudicial para el hombre. Esta relación se comprueba correlacionando la información que brindan los bioindicadores con datos de salud humana, y existe suficiente información que muestra que la relación es directa”, reveló, según CyTA.

Pignata, junto con un equipo de colegas, empleó una especie de liquen Ramalina celastri y tres especies de claveles del aire género Tillandsia, que son organismos que toman los nutrientes y el agua de la atmósfera y los absorben a través de las hojas o la superficie. Uno de los objetivos de la investigación fue establecer cuáles de los bioindicadores empleados presentaba una mayor respuesta a contaminantes de origen industrial, urbano y agrícola presentes en el aire.

“La elección de esas cuatro especies se debió a que han sido estudiadas extensamente por nuestro grupo y están ampliamente distribuidas en Argentina”, explicó. Escogieron cuatro lugares con características ambientales diferentes situados en la provincia de Córdoba: un sitio urbano en el microcentro de la ciudad de Córdoba, con intenso tránsito vehicular, otro en una zona industrial (industrias metalúrgicas y metal-mecánicas en el barrio industrial Ferreyra, en la misma ciudad); una zona agrícola de Río Primero, donde se cultiva principalmente soja (con empleo de agroquímicos asociados a este cultivo: herbicidas, insecticidas, fertilizantes); y un sitio control alejado de fuentes de emisión de contaminantes en la localidad de Mendiolaza, 20 kilómetros al noroeste de la capital provincial.

De acuerdo con los resultados del trabajo, publicado en enero en la revista científica Environmental Research, las especies del género Tillandsia mostraron un daño fisiológico (degradación de los pigmentos fotosintéticos, acumulación de productos de peroxidación de lípidos de membranas), con consecuencias directas en su crecimiento y desarrollo, provocado por contaminantes de origen agrícola mayor que el que provocaron contaminantes de origen urbano e industrial.

Igual que las industrias y los autos

“La contaminación atmosférica asociada con actividades agrícolas mostró tener un efecto perjudicial para las plantas de Tillandsia. Actúan como fuentes atmosféricas de metales pesados como el hierro, el manganeso y el cinc, ya sea por el movimiento de suelos como también en relación con el uso de fertilizantes y pesticidas”, destacó Pignata.

“Nuestros resultados señalan que la agricultura es una fuente de contaminación atmosférica tan importante como son la industrial y el tránsito vehicular en ambientes urbanos y, que los efectos de los productos utilizados en esta actividad no sólo afectan a los subsistemas terrestre y acuático, sino también al aire”, aseveró.

El hierro forma parte de los suelos pero también es emitido por actividades industriales y cementeras. El manganeso también es un componente de suelos, y las actividades antrópicas que lo emiten son principalmente algunas industrias y el empleo de fungicidas que lo contienen, mientras que el cinc es emitido principalmente por el tránsito vehicular y actividades industriales como las metalúrgicas. “En ambientes agrícolas su presencia se relaciona con el empleo de fungicidas que tienen cinc en su formulación”, detalló Pignata.

“Los valores de concentración de estos metales en plantas no pueden extrapolarse en forma directa a valores en la atmósfera. Es decir, no pueden ser cotejados con los límites de concentración en aire que fijan agencias nacionales o internacionales de referencia en cuanto a los estándares de calidad atmosférica”, aclaró. “No obstante, si medimos en un bioindicador que está en una zona concentraciones cinco veces superiores a las que registramos en el mismo bioindicador ubicado en otra zona geográfica, en principio, sí podemos inferir que los valores en aire son cinco veces superiores”, amplió.

Qué más dicen las plantas

El trabajo realizado por los investigadores de la UNC concluye que las industrias son una fuente importante de cinc atmosférico para Tillandsia recurvata y Ramalina celastri y urbano para las tres Tillandsias. “Las unidades en que fueron medidos los metales es microgramo de metal por gramo de peso seco del bioindicador”, detalló la autora principal del estudio. “En nuestro trabajo, los mayores índices de daño se observaron para los claveles del aire en zonas agrícolas. Esto significa que la calidad atmosférica en esa zona fue peor, esto es más perjudicial, que la de ambientes urbanos o industriales”.

“De los metales que se midieron el menos tóxico resultó el hierro. Sin embargo, pueden ser perjudiciales los altos niveles ya que, como todo metal, una vez que se incorpora al ambiente, muestra alta persistencia”. El manganeso, en altas concentraciones, muestra efectos tóxicos para plantas. “En humanos los efectos de su toxicidad se detectan principalmente en el tracto respiratorio y el cerebro”, explicó.

“Nuestros resultados sugieren que deberían hacerse mediciones en aire de estos elementos, además de estudios para investigar si hay efecto de estas actividades sobre la salud de las poblaciones que residen en esas zonas”, recomendó.

El cinc, es un elemento tóxico para plantas y animales acuáticos que puede acumularse en suelos y sedimentos y así aumentar su concentración en la cadena trófica. “En los seres humanos, sus altas concentraciones pueden causar problemas de salud como úlcera de estómago, irritación de la piel, vómitos, náuseas y anemia”, continuó.

Según la experta, los bioindicadores y/o biomonitores no aportan información sobre la concentración real de compuestos o elementos en el aire, por lo cual los resultados obtenidos en este tipo de estudios no pueden compararse con parámetros internacionales de concentración de contaminantes en el aire. “No obstante, es posible establecer escalas tanto de concentración de contaminantes acumulados por el bioindicador como de los efectos de esta contaminación sobre un organismo vivo, reflejando una respuesta integrada a contaminantes y otros factores ambientales”.

Para Pignata, el empleo de bioindicadores permite realizar un diagnóstico ambiental de manera eficiente, en una gran cantidad de sitios de monitoreo al mismo tiempo y alertar o advertir sobre situaciones de riesgo ambiental que deben ser monitoreadas mediante métodos instrumentales.

“Mediante el monitoreo instrumental se obtienen datos precisos de la concentración de contaminantes específicos, pero tales mediciones no reflejan los efectos combinados de éstos sobre organismos vivos. Para estudiar los ‘efectos’ de una atmósfera contaminada sobre los ecosistemas o sobre la salud humana se requiere de la cooperación de químicos, biólogos, médicos epidemiólogos y meteorólogos, entre otros”, afirmó. Así, el biomonitoreo “representa una herramienta útil en regiones extensas o en países donde no se realiza monitoreo instrumental por su alto costo”.

Para la experta es necesario profundizar las investigaciones y también que los organismos de control ambiental oficiales realicen mediciones de los metales y otros contaminantes en el aire de las localidades mencionadas. “Este estudio no es el único que hemos realizado en la provincia de Córdoba en relación a metales pesados. Hemos detectado zonas que pueden ser de riesgo para la salud de la población, situación que hemos advertido e informado públicamente y acerca de la cual pensamos que merecería ser monitoreada por organismos estatales encargados de velar por la salud de la población”, finalizó.

Una actividad que siempre contaminó

“Los resultados de Pignata me parecen serios y la interpretación que hace de ellos, criteriosa. No encuentro motivos, excepto los prejuicios, para pensar que la agricultura no pueda ser tanto o más contaminante que la industria. Sobre todo teniendo en cuenta que en la agricultura se utilizan deliberadamente sustancias destinadas a matar a otros seres vivos: hongos, insectos, arácnidos, moluscos, pequeños mamíferos (como los roedores), pájaros, otras plantas, entre otros”, opinó Golluscio.

“Ese tipo de estudio se realiza desde hace mucho tiempo en países más preocupados por el ambiente, que el nuestro. Considero correcto el poder monitorear contaminantes atmosféricos, de suelos y/o aguas a través de bioindicadores, ya que si se pueden detectar niveles de microelementos (Fe, Cu, Zn, Mn, etc) que produzcan alguna alteración anatómica y/o fisiológica al bioindicador nos estaría demostrando que existe contaminación en el ambiente que también podría afectar al hombre”, amplió Prause.

“Se sabe que la actividad agrícola produce contaminación ambiental, por los agroquímicos empleados, por las emisiones de CO2, etc, pero, en realidad cualquier actividad antrópica lo es. No me sorprendería que la doctora Pignata haya detectado que la contaminación atmosférica asociada con actividades agrícolas mostró tener un efecto perjudicial para las plantas de Tillandsia, según lo afirma en su artículo. Me sorprende sí, que la contaminación atmosférica de las actividades agrícolas haya sido tan importante como la industrial y el tránsito vehicular de ambientes urbanos”, finalizó.

RENA, Internet, 18-6-09

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