Los biocombustibles en tela de juicio

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Declarados como la mejor opción para paliar el CO2, ecologistas sin embargo, cuestionan cada vez más sus bondades. Hoy incluso, prefieren hablar de agrocombustibles

Los biocombustibles son objeto hoy de un fuerte debate, al punto que los ecologistas ya no hablan de “agrocombustibles”, pues el prefijo “bio” puede ser confundido con el de la agricultura biológica, haciendo creer que los combustibles de origen vegetal protegen el medio ambiente, lo que se cuestiona cada día más.

Europa procedió a consulta sobre el tema de la “viabilidad ambiental” de los biocombustibles. Según la Agencia Europea del Medio Ambiente, varias precauciones deben acompañar su desarrollo, como la mantención en barbecho del tres por ciento de las tierras, la conversión, de aquí a 2030, de 30% de las superficies en una agricultura del medio ambiente, o la adaptación de las variedades con el fin de disminuir la erosión de los suelos y la aportación de productos químicos.

Hasta hace poco, los promotores de los biocombustibles sólo tenían como enemigos a los grandes grupos petroleros, preocupados por su monopolio de proveedores de combustibles. Los transportes, que representan globalmente 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), dependen en un 98% de los combustibles fósiles. A pesar de todo, los agricultores lograron convencer a los poderes públicos del interés de los biocombustibles.

Francia, por ejemplo, se impuso objetivos de incorporación de combustibles vegetales, en el diésel o la gasolina, de 10% de aquí a 2015, una cifra aún más elevada que la meta reservada a nivel europeo (5,75% en 2010).

Existen dos tipos: el biodiésel, fabricado a partir de oleaginosas (girasol, colza, soya, palma, cacahuete) y el etanol, que proviene de la caña de azúcar, de la remolacha azucarera o del maíz.

Menor dependencia

Para los europeos, la producción de biocombustibles, además del nivel de mercado ofrecido a los agricultores, presenta otra ventaja: una menor dependencia respecto del petróleo. En el plano medioambiental, se supone que favorecen la disminución de las emisiones de GEI: la absorción del dióxido de carbono (CO2) por la planta, durante su crecimiento, compensaría la emisión del propio CO2 por la combustión de los biocombustibles. En realidad, el balance global varía según las plantas, las regiones del mundo y los métodos de cultivo, y debe tomar en cuenta las emisiones “del campo a la rueda”, contabilizando las emisiones ligadas al uso de fertilizantes, al transporte, a la transformación de los productos...

Los ecologistas denuncian también el impacto sobre la biodiversidad. Hoy en día, los biocombustibles no representan más del uno por ciento del consumo mundial del transporte rutero. Pero los efectos de su desarrollo ya se hacen sentir fuertemente. Sobre el precio del maíz o de la soya, copados por la demanda, y sobre las superficies cultivables disponibles. “Se necesitarían dos planetas para llenar los estómagos, llenar los estanques y preservar el futuro de la biodiversidad” resume Michel Griffon, responsable del Departamento Agricultura y Desarrollo Duradero de la Agencia Nacional de la Investigación.

En el sudeste asiático, los bosques tropicales húmedos son destruidos para dar lugar a plantaciones de palmas de aceite, haciendo desaparecer valiosos “pozos de carbono”. En Brasil, las plantaciones de soya ganan terreno sobre la selva amazónica, pulmón del planeta. En los Estados Unidos, los cultivos de maíz destinados al etanol necesitan la explotación de las napas fósiles de agua freática. En Europa, los biocombustibles son cultivados en antiguas zonas en barbecho, útiles a la preservación de la biodiversidad. Finalmente, el cultivo de esas plantas necesita el empleo de fertilizantes y pesticidas contaminantes.

Organizaciones ecologistas europeas exigen actualmente una moratoria, mientras se desarrollan biocombustibles de segunda generación, de mejor desempeño y respetuoso del medio ambiente. Pero ¿podrá la agroindustria esperar una o dos décadas?

Le Monde

The New York Times Syndicate

La Nación, Chile, 26-06-07

 

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