Una nueva forma de imperialismo. El mito agroecológico de los biocombustibles

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Los agrocumbustibles son promocionados como la panacea a la contaminación mundial. Estados Unidos es el más interesado en la creación de un “Foro Internacional de biocombustibles”

La creación de un “Foro Internacional de biocombustibles” es uno de los proyectos que actualmente se encuentran es discusión entre dos de los mayores productores mundiales de agrocombustibles: Estados Unidos y Brasil. Estos dos países se hallan dispuestos a hacer partícipes a los principales consumidores, entre ellos China, India, Sudáfrica y algunos países europeos.

Este es uno de los factores decisivos en cuanto al impulso que en los últimos tiempos se le está dando a los agrocombustibles como reemplazantes de los combustibles usuales tales como el petróleo, el gas y el carbón. La iniciativa tiene como objetivo promulgar la importación y exportación de este tipo de combustible como una manera de apaciguar y contrarrestar las perjudiciales consecuencias del efecto invernadero.

En realidad, se trata de un fin encubierto en la medida en que el biodiesel y el bioetanol no son la solución a la contaminación que caracteriza al mundo, sino que por lo contrario son un mito que ponen en riesgo la soberanía de los suelos de la región. Uno de los principales interesados en que se concrete la producción a gran escala de los agrocombustibles es Washington, potencia que pretende convertir a Latinoamérica nuevamente en su “patio trasero”, ejerciendo su influencia en este nuevo aspecto del imperialismo reinante.

El país norteamericano, si bien produce agrocombustibles, sus extensiones de tierras resultan reducidas en la medida en que su aspiración es sustituir por completo la gran importación-dependencia de petróleo que realiza anualmente.

Por este motivo, busca no sólo el incentivo interno, sino también la promulgación de los programas referidos a agrocombustibles en regiones ricas en suelos propicios para la producción de soja, caña de azúcar y maíz, principalmente. En este punto, sus primordiales destinos son los países sudamericanos y caribeños.

Como es usual en este mundo regido por la lógica de lo que resulta más conveniente para los países desarrollados, se dispuso revertir el compromiso asumido en 1996 de reducir a la mitad el hambre del mundo para el 2015. Este había sido firmado por los principales países del mundo, como por ejemplo Estados Unidos, en una cumbre de alimentos en Roma, en la que se creó el Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Concretar el proyecto de exportación de agrocombustibles por parte de los países de la región es un factor decisivo en el rumbo rural de Latinoamérica.

Los estados latinoamericanos se hallan, como dice el dicho “entre la espada o la pared”, deben decidir entre la opción de exportar materias primas tales como la soja, el maíz y la caña de azúcar para generar biodiesel o bioetanol poniendo en riesgo grandes extensiones de sus suelos, o utilizar esos mismos suelos para la producción de alimentos destinados a cubrir básicamente el hambre que caracteriza y azota a la zona.

Si bien los comoditties mencionados actualmente permiten a los países latinoamericanos aumentar constantemente las ganancias derivadas de las exportaciones debido a que sus precios se acrecientan continuamente, este beneficio debe ser puesto en comparación con los aspectos negativos que generan los monocultivos.

Además, estas subas generan amplias cantidades de ingresos para los grandes agricultores pero perjudican a los sectores más pobres, a los consumidores, debido a que los precios también aumentan en el mercado interno. Así por ejemplo, en México, tuvieron lugar multitudinarias protestas debido a las subas en el precio de la harina de maíz, un producto utilizado en la mayor parte de las comidas.

Aquellos defensores de los combustibles de origen biológico como reemplazantes de los combustibles fósiles -como el petróleo, el carbón y el gas natural- justifican su postura en que los primeros, a diferencia de los segundos, tienen poco impacto ambiental. Sin embargo, estos dejan de lado de que para obtener materias primas que puedan generar agrocombustible se utilizan semillas transgénicas y agroquímicos que perjudican en gran medida a la tierra, generando la degradación severa de las mismas, acentuada por las plantaciones reiteradas de los mismos cultivos y, a su vez, resulta perjudicial para la salud humana .

Otras de las medidas desfavorables de los agrocombustibles en cuanto al medio ambiente es que los países y las grandes empresas, que en ellos actúan para poseer mayores extensiones de suelos disponibles optan por el desmonte de bosques y selvas, generando el consecuente exterminio de la flora y la fauna autóctona.

Este proceso es denominado como “ampliación de la frontera agrícola” y se inicia, principalmente, con la quema de miles de millones de hectáreas de bosques, lo cual libera cantidades de dióxido de carbono mucho más amplias de las que, según sus propulsores, los biocombustibles pueden ahorrar. Tal como lo publicó APM en ediciones anteriores, la soja ya causó la destrucción de más de 91 millones de acres en bosques y pastos en Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia.

El doctor Miguel Angel Altieri, de nacionalidad chilena y uno de los principales referentes de la agroecología mundial, define a los biocombustibles como “un modo de imperialismo biológico". Altieri, como los científicos David Pimentel y Tad Patzek, sostiene que para fabricar una kilocaloría de bioetanol se necesita 1,3 kilocalorías de petróleo. Es decir, el biocombustible aparte de ser nocivo ambientalmente no genera un ahorro energético.

Además, en muchos casos, las extensiones de tierras utilizadas para la obtención alimenticia son ocupadas por plantaciones con fines combustibles. Se genera una pelea entre la producción de alimentos y la producción de agrocombustibles. Es una competencia controversial teniendo en cuenta que en ella actúan de intermediarios diversos y múltiples intereses que ponen en evidencia las diferencias de poderío entre las grandes potencias mundiales y los países pobres como los latinoamericanos.

El hecho de que en el planeta existan unos 800 millones de personas que tienen hambruna no es un factor que deba dejarse de lado en este paradójico enfrentamiento.

En el caso de Argentina, el presidente Néstor Kirchner promulgó la “ley de biocombustibles”, haciéndose eco de las repercusiones que hoy en día tienen los agrocombustibles como nueva fuente de energía. Asimismo, desde el gobierno argentino concuerdan en afirmar que “gracias al etanol y al biodiesel, la pampa húmeda vale el doble que hace tres años”. No obstante, no analizan que esas mismas tierras que hoy valen más. En un futuro no serán más que suelo infértiles, desgastados por el monocultivo y los agroquímicos, y que no sólo no generarán materias primas que puedan convertirse en combustible sino que tampoco producirán alimentos.

(*) La autora de esta nota es alumna del Seminario “Periodismo en Escenarios Políticos Latinoamericanos” que actualmente dicta la Agencia Periodística del Mercosur (APM) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, extensión Moreno.

APM, Internet, 19-07-07

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