República Argentina: impacto social, ambiental y productivo de la expansión sojera

Idioma Español
País Argentina

El sustancial aumento de la producción agrícola argentina con imposición del monocultivo de la soja, va unido a un creciente deterioro ambiental y a una fuerte concentración económica y exclusión social. El costo de la subvaluación y sobreexplotación de los recursos naturales -que debería incluirse en la contabilidad macro y microeconómica- pone en duda la eficiencia y sostenibilidad del modelo de producción agrícola "moderno", tanto nacional como internacional.

26-02-08

Por Renee Isabel Mengo *

Presentación

El artículo plantea consideraciones generales sobre el neoliberalismo en su práctica y, en el caso particular de análisis, el tema se refiere a las consecuencias sociales, ambientales y productivas por la expansión del cultivo de la soja en Argentina, transformando la agricultura en monocultivo exclusivo de la mencionada oleaginosa. Es preciso aclarar que quien suscribe estas reflexiones lo hace desde las Ciencias Sociales, muy preocupada por el impacto que el compulsivo cambio trajo aparejado. No constituye un estudio técnico a nivel de la agricultura, sino reflexiones para ser difundidas.

En la década de los años 90, los procesos de reconversión económica ligados al aumento del intercambio comercial mundial se extendieron a escala planetaria influyendo sobre la vida social y las estrategias empresarias en diferentes partes del mundo.

Se asiste a la transformación del modelo de producción - distribución, un nuevo rol del Estado que se aleja del modelo tradicional de Estado de Bienestar, una economía abierta a los actores trasnacionales, con nuevo protagonismo del capital privado en la explotación de los recursos naturales, y una "reterritorialización" configurada a partir de nuevas comunicaciones, nuevos marcos regulatorios, e intensos procesos de integración y complementación económica [1]

La nueva dinámica económica muestra un acentuado proceso de apertura, una estrategia nacional ofensiva de primarización de exportaciones, particularmente energéticas, e impone la reconversión de las actividades productivas regionales, a fin de alcanzar niveles de competitividad suficiente para acceder a los mercados, en condiciones de exigencia creciente en precios y calidad en procesos y productos. A partir de ello se impone una profunda alteración en la modalidad empresaria, en las relaciones entre los agentes que conforman los subsistemas económicos regionales, entre concesionarios y usuarios, entre los propios capitales privados de producción y servicios, definiéndose nuevas estrategias de asociación y competencia, y nuevas formas de gestión del trabajo.

Se redefinen los territorios, los espacios de producción e intercambio, los sistemas de transporte, y el sistema de ciudades; se imponen nuevas lógicas en el uso del espacio natural, de los recursos, del territorio. Se intensifica la antropización de los ecosistemas, interfieren nuevas actividades con horizontes productivos diferenciados y en modelos tecnológicos contradictorios, y se instalan nuevos actores en el escenario regional con comportamientos más ligados a la dinámica mundial de los negocios que a la historia regional.

El orden neoliberal que ha sido impuesto, tendrá que enfrentarse a una transformación profunda, ya no urgido por los movimientos sociales, sino por una realidad mucho menos negociable ni susceptible de represión político-militar: la escasez de recursos renovables y el desequilibrio que los mismos conlleva.

Los cambios en la República Argentina

Entre fines del siglo XX y comienzos del XXI, La diversidad de la producción agrícola argentina fue mutando por premisas neoliberales en concepto de rentabilidad entre ellas, la adopción compulsiva del monocultivo de soja transgénica para uso forrajero [2]. El proceso económico actual se basa en una importante ventaja comparativa que hasta ahora ha sido su sostén pero que bajo la intensificación de la agricultura se torna cada vez más insustentable con respecto al ambiente.

A fines de la década del ‘90 Argentina pasa a instalarse junto con Estados Unidos como uno de los primeros países en autorizar la siembra de cultivos genéticamente modificados (en adelante GM), permitiendo el cultivo de la soja Roundup Ready (en adelante RR). Esta variedad de semilla resistente al glifosato (comercializado bajo el nombre de Roundup), es desarrollada por la firma estadounidense Monsanto, que posee patentados sus derechos de propiedad no sólo sobre las semillas RR, sino también sobre su descendencia [3]

A partir de la política de 1991, la desrregulación llevada adelante por la Presidencia Menem y en su ministro de economía Cavallo, el INTA [4], que había desarrollado una correcta política de variedades y cultivares agrícolas durante décadas para las distintas áreas de cultivo argentinos, se vio obligado a entregar su colección de germoplasma a los semilleros multinacionales que se apropiaron desde entonces de los secretos de la producción nacional. A partir de allí el INTA fue poco menos que una figura decorativa, al servicio de Monsanto y las compañías cerealeras, en cuyas manos quedó el control y la exportación de granos al destruirse la Junta Nacional de Granos.

Esta política desregulatoria como expresión de las premisas neoliberales, destruyó la soberanía alimentaria argentina iniciando un proceso que está llegando a su cúspide transformando a nuestro país en una colonia desde el punto de vista alimentario.

De esta manera es en el año 1997 cuando a través de una resolución administrativa de la Secretaria de Agricultura, sin la participación del Congreso Nacional, sin ninguna ley y sin realizar ensayos experimentales previos por parte de los organismos oficiales, se tomaron decisiones sustentadas en los ensayos realizados por las propias empresas interesadas.

Los agricultores argentinos se inclinaron hacia esta tecnología porque aparecía como la solución a los problemas que enfrentaban. Desde 1980 la región agrícola más fértil del territorio nacional, la denominada pampa húmeda, presenta una fuerte erosión del suelo. Según el INTA, alrededor de la mitad de los 5 millones de hectáreas es afectada por el influjo de un notable proceso de erosión que ocasiona la caída de los rendimientos de estas tierras en, por lo menos, un tercio. Para tratar de solucionar este problema, los agricultores empezaron a experimentar con el sistema de “labranza cero” –consistente en la siembra directa de semillas en la tierra, sin necesidad de practicar ninguna otra forma de labranza, encontrándose con el inconveniente de no poder controlar las malas hierbas.

En este escenario la soja RR irrumpe como una solución caída del cielo, ya que esta semilla permitía la puesta en ejercicio del sistema de “labranza cero” eludiendo la acostumbrada necesidad de realizar las cinco o seis aplicaciones de un cóctel de herbicidas, porque ahora el control de las malas hierbas es reducido a sólo dos aplicaciones de glifosato.

La nueva tecnología también se presentaba como una alternativa de bajo costo. De esta manera, mientras los agricultores de Estados Unidos pagaban un sobreprecio de al menos el 35% para cultivar variedades GM, Argentina, al no haber firmado todavía un acuerdo internacional sobre patentes, se limitaba a contribuirle a Monsanto un cargo reducido.

Estos elementos condujeron a que, impulsados por la aparentemente insaciable demanda externa de soja, los agricultores argentinos se volcarán masivamente a su cultivo mediante la aplicación de esta nueva tecnología.

A mediados de los 90 tuvieron lugar dos factores determinantes: por un lado, la fuerte baja en los precios internacionales de los productos argentinos, y por otro, una serie de cambios significativos en las condiciones internas, generadas por la convertibilidad, las privatizaciones y la desregulación total del sector. En tal contexto, los actores económicos más fuertes se valieron del apoyo del Estado y de la ayuda de un eficaz dispositivo comunicacional para marcar el camino hacia el aumento de la producción agropecuaria con especialización en oleaginosas y la exportación de sus derivados. Como siempre, el discurso dominante postuló que este camino no sólo era el único camino posible sino que además era el camino hacia el paraíso.

Esta decisión comportaría cambios en las orientaciones productivas y en la estructura social agraria, con la consecuente desaparición de muchos agricultores. Sin lugar a dudas, hoy podemos constatar que ese nuevo esquema productivo ha traído como consecuencia una tremenda desindustrialización, que responde a una crisis estructural de largo plazo, y ha arrastrado a la economía nacional a una primarización concentrada en muy pocos rubros agroproductivos.

Este proceso fue privando a los agricultores de semillas de germoplasma nacional estabilizados por las condiciones ecológicas de nuestras regiones, llegándose al extremo actual donde han desaparecido cultivares y variedades de trigo pan, trigo candeal, maíz, arveja, lenteja, tomate, sorgo, lino, girasol, papa, batata, etc., sembradas durante décadas y desarrolladas en el país por el INTA o la Secretaría de Agricultura en otros tiempos, transformando al antiguo granero del mundo en una peligrosa republiqueta sojera.

Con respecto a la soja tradicional (no transgénica) la que venía expandiéndose en forma continuada desde mediados de los sesenta, es a partir de 1994, con la autorización de la autoridad agropecuaria para el cultivo de la Soja RR (soja transgénica con agregado de genes para Resistencia al herbicida Round-up), que el cultivo de soja crece exponencialmente llegando a ocupar más de la mitad de la producción total de granos argentinos.

La agricultura transgénica

Si bien la transgenia es un grave problema en sí, lo más grave del cultivo de la soja RR, es su sistema de cultivo y la poco conocida acción del monocultivo continuado de soja sobre la fertilidad y la estructura de los suelos donde se la cultiva.

El sistema de cultivo de la soja RR, el cual la hace 'tan rentable' en los términos de agricultura minera e inmediatista a que son tan afines las voces oficiosas agropecuarias, se basa en su resistencia al herbicida Round-up (Glifosato). Esto permite que la soja RR pueda crecer bajo las pulverizaciones de Round-up, de tal forma que esta soja es implantada mediante un sistema denominado siembra directa. Es decir no se rotura el suelo, sino que sobre los rastrojos del cultivo anterior, previa aplicación de herbicida, se siembra soja RR, mediante un equipo de siembra de alta potencia apto para sembrar sin roturar. A posteriori se aplica Round-up más los plaguicidas necesarios en sucesivas aplicaciones mediante fumigaciones aéreas o con equipos especiales.

Transcurrida más de una década, la situación ha producido una desertificación biológica de los suelos argentinos, parecería que se está desarrollando un inmenso proceso de devastación, erosión y desertificación estructural de los suelos sometidos al sistema de siembra directa y cultivo de soja RR.

La no roturación del suelo, que pudo ser vista en un principio como una práctica benéfica, terminó -en el marco de este sistema y del ecosistema de los suelos que afecta- produciendo compactación, acumulación excesiva de residuos orgánicos que no pueden ser mineralizados, disminución de la temperatura del suelo (lo cual trae aparejado la disminución de la fijación de nitrógeno por la soja y por ende la necesidad de fertilizarla con Nitrógeno). También produce modificaciones en la microflora y microfauna del suelo el uso continuo de herbicida destruye la vida bacteriana del suelo permitiendo la proliferación de hongos que modifican la química de la mineralización de la materia orgánica, destruyendo la fertilidad natural de nuestros suelos [5]

La macrofauna del ecosistema de cultivo es brutalmente afectado por este sistema de contaminación química continua del suelo: las gaviotas y otras aves desaparecen por la ausencia de roturación, lo mismo que las liebres por envenenamiento y ausencia de rastrojo verde, las perdices ponen huevos estériles, las lombrices (de fundamental acción benéfica para el suelo) son destruidas por el uso masivo de agroquímicos, habiéndose observado efectos dañinos hasta en ñandúes y siendo de público conocimiento la desaparición masiva de pájaros, cuises, mariposas y otros integrantes habituales del ecosistema en los lugares de aplicación masiva de este sistema de destrucción de los componentes del ecosistema y su transformación en un sustento inerte de una producción minera semiindustrial. Este sistema devasta la biodiversidad del ecosistema agrícola.

Pero el uso continuado de herbicidas e insecticidas, produce también la aparición de súper-malezas resistentes a dicho herbicida, lo cual obliga a aumentar las dosis del mismo y cuando esto ya no es posible, a utilizar otros herbicidas como 2-4-D, Atrazina, Paraquat, Diquat y otros productos, los cuales son mayoritariamente cancerígenos, altamente tóxicos y contaminantes del suelo y las napas de agua.

El cultivo de la soja RR se difunde masivamente pues es susbsidiada de hecho por las políticas generadas desde el poder económico dominante. La alta tasa de rentabilidad bruta de la soja RR, está vinculada al altísimo precio del gas oil, desde que la empresa Repsol decidió no producirlo más en el país sino importarlo, lo cual encarece cualquier cultivo que pudiendo competir con la soja, no se realice por siembra directa. El alto costo de la maquinaria para hacer siembra directa obliga a trabajar en grandes extensiones de tierra obligando a la concentración de la tierra, ya fuera por venta, arriendo o abandono. Pero implicando siempre el desarrollo de un sistema de producción sin agricultores.

El otro elemento es el bajo costo relativo del Round-up en el mercado de herbicidas, teniendo en cuenta que el propio Monsanto realiza ventas en negro para abaratarlo y que ahora hay un Round up de origen chino más barato que el de Monsanto. Cabe señalar que en los EE.UU., lugar de origen de la soja RR, la misma ocupa solo el 40% de la producción de soja y que el Estado regula su expansión mediante el precio del herbicida y de la semilla.

En función del futuro

La vertiginosa expansión de los monocultivos de soja transgénica se han producido como resultado de una conjunción de factores favorables que pueden dejar de operar o revertirse, porque

- Deberíamos relativizar el éxito de la soja y de su viabilidad futura porque este cultivo está avanzando sobre los mejores suelos, donde hay menos riesgo; es dudoso que convenga extender su frontera a zonas más secas porque los riesgos aumentan al avanzar sobre ambientes más frágiles. - En la región del Litoral (este del país) se ha detectado la presencia de la roya de la soja, que ya ha causado seria reducción en el rendimiento en cultivos de Brasil. - En 10 años, la superficie plantada de soja decrecerá, se estima que el techo al que llegará su frontera es de 15.000.000 ha. - Otro factor a tener en cuenta son los límites del mercado porque la soja tiene en este momento un precio internacional excepcional, se estima que el precio futuro de este grano estará un 40 ó 50% por debajo del actual. La razón es que a mayor producción de soja, aumenta la oferta y su precio mengua. - En los sistemas agropecuarios, la relación tecnología-producción tiene umbrales, es decir que al inicio de uno de ellos, una introducción de tecnología provoca una aumento sustancial de la producción pero, a partir de este punto, los incrementos tecnológicos no causan un efecto relevante hasta que se da otro umbral. - El tema del monocultivo es cuestionado teniendo en cuenta los problemas de recaudaciones y de mercados, pero se continúan ignorando las consecuencias sociales y ambientales que acarrea.

Para documentar lo que se esta describiendo, se muestra comparativamente el resultado del censo agropecuario de 1988 y de 2002, [6]

Entre el Censo Nacional Agropecuario (CNA) de 1988 y el de 2002, transcurrieron catorce años con insuficiente información estadística para el sector agropecuario argentino. Comparando los resultados provistos por el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos). La cantidad de explotaciones agropecuarias (EAP) se redujo un 24,5 %, es decir, existen hoy 103.405 EAP menos que en 1988; registrándose a su vez un aumento del 27,8 % en la superficie media de las EAP, pasando de 421 has. en 1988 a 538 has. en 2002.

Con respecto al stock ganadero se puede observar que si bien las cabezas de ganado bovino se mantienen estables entre censos, un dato interesante lo arroja la Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA) entre 1994 y 2000. En la ENA 1994 se calculaban 53.156.954 cabezas de ganado, mientras que la ENA 2000 registra 48.674.400, es decir, hubo una variación negativa de 4.482.554 cabezas de ganado.

La superficie total de las EAP en 2002 es de 171 millones de hectáreas, observándose en la variación intercensal una merma de 6 millones de hectáreas, a la par de dicho proceso se produce un aumento del 5,2% de la superficie implantada en primera ocupación, lo cual implica una mayor superficie destinada a la agricultura.

La expansión de la soja en Argentina permite entender de modo más profundo las transformaciones del agro. El primer dato importante, según el censo agropecuario, es el crecimiento del área sembrada en el país con oleaginosas (soja y girasol): se pasó de 5.430.710 a 9.018.447 de hectáreas, es decir, un crecimiento del orden del 66%. Si hacemos un corte por región, el crecimiento es variable, pero en todos los casos espectacular: un 60% para la región pampeana, un 86% para la región del Nordeste Argentino –NEA-, y un 138% para la región del Nordoeste Argentino – NOA-.

El crecimiento del cultivo de soja es aun más sorprendente si se toman, ya no las mediciones del censo, sino las mediciones de la Dirección de Coordinación de Delegaciones de la SAGPyA de la Nación [7]. Según este organismo la superficie sembrada con soja se amplió, pasando de 1,9 millones de hectáreas en la campaña 1980/81 a 11.639.240 de hectáreas en el año 2002, representando así casi un tercio de la superficie total implantada en el país en el mismo año (32.422.707 hectáreas). Esto implicaría un crecimiento de la superficie en relación a 1988 del 163,7%. Mientras que por el contrario, en base a los datos de esta misma fuente, los otros cultivos no sólo han descendido en superficie cultivada (salvo excepciones), sino que suman una cantidad muy menor de área sembrada: trigo con 7.108.900 hectáreas, maíz con 3.064.276 de hectáreas, girasol con 2.050.365 de hectáreas, arroz con 126.519 hectáreas, entre otros.

A partir de la aparición en escena de la soja transgénica, todos los cultivos disminuyen su superficie cultivada de modo considerable. El arroz es lo que porcentualmente más ha descendido en superficie cultivada, un 44,1% menos, le sigue el girasol, que bajo su área sembrada en un 34,2%, luego viene el maíz que perdió un 26,2% de superficie cultivada. En el caso del trigo, cabe aclarar que el porcentaje de pérdida de superficie no es particularmente significativo (3,5% menos), pues su fluctuación en el período es muy alta, siendo el año de 2002 puntualmente un año de baja. En este sentido deberíamos decir que la incorporación del cultivo de soja transgénica no ha influido en el caso del trigo, lo que sucede es que el trigo y la soja son dos cultivos que se combinan en la secuencia soja/trigo [8].

Mientras la soja avanza en casi todas las provincias donde se la está cultivando, las cabezas de ganado disminuyen y los demás cultivos se “achican”. La diversidad de producciones (algodón, lentejas, caña de azúcar, leche, carne, arroz, etc.) que abastecían al país se redujeron frente a la uniformidad de la soja de exportación, generando un "inexplicable" desabastecimiento y aumento de la canasta básica argentina. Desde la devaluación del año 2002, la canasta básica alimentaria (CBA) aumentó un 73%, siendo que sólo 4 de los 23 productos que la constituyen explican casi la totalidad del aumento: la leche, la carne, el queso y el pan.

La asociación entre soja RR y siembra directa que facilitó la ampliación de la frontera agrícola, avanzando sobre zonas marginales y montes nativos, explica en gran medida el avance de dicho cultivo en la región extrapampeana. Un trabajo elaborado por la Dirección de Agricultura de la SAGPyA sostiene en sus conclusiones: “A partir del comportamiento del cultivo en ambas regiones (pampeana y extrapampeana), se concluye que la soja ha desplazado a otros cultivos (efecto sustitución) y, a su vez se ha difundido a zonas antaño consideradas marginales desde el punto de vista agroecológico con buenos resultados gracias, justamente a la asociación soja transgénica + siembra directa.” [9].

Cuadro I: avance del área sembrada entre la campaña 96/97 y la 01/02, por los cultivos más importantes (en hectáreas).

Arroz / Maíz / Girasol / Trigo / Soja

1996/97 : 226.573 / 4.153.400 / 3.119.750 / 7.366.850 / 6.669.500
2001/02: 126.519 / 3.064.276 / 2.050.365 / 7.108.900 / 11.639.240
diferencia porcentual: (44,1%) / (26,2%) / (34,2%) / (3,5%) / 7 74,5%

Fuente: elaboración propia con datos de la SAGPyA.

Esta gran transformación que señalamos como producto de la irrupción de la soja transgénica, que sustentamos a partir de los datos censales y que admiten suplementos periodísticos del sector, se ha dado generalmente a expensas de otros cultivos. Pero también sobre otras actividades agropecuarias, como los tambos, la ganadería, cultivos industriales, etc. Cuando no sobre la ampliación de la frontera agropecuaria avanzando sobre montes nativos (como en el caso de las provincias del Chaco, Santiago del Estero y Salta).

Actualmente, 80 por ciento de las tierras aptas para agricultura tienen soja, y cuando comenzó a advertirse que la zona se saturaba se inició la expansión de la frontera hacia otras áreas de las provincias involucradas y a nuevas provincias como (las nororientales) Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Entre Ríos [10]. Paradójicamente, el área sembrada crece a medida que cae el precio internacional de la soja, una crisis que comenzó en los (años) 90 en el sudeste asiático se va resolviendo así con una mayor expansión del cultivo.

El Censo Nacional Agropecuario (CNA) 2002, presentado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), arrojó como resultado que las políticas implementadas en los años 90 condujeron a una fuerte concentración de la tierra y a una disminución de la diversidad productiva. Dos claros fenómenos que amenazan la soberanía y la seguridad alimentaria del país. Según el CNA la superficie media por explotación en el 2002 era de 538 hectáreas, superficie que en 1988 era de 470 hectáreas. Mientras que en Estados Unidos esta superficie es de 200 hectáreas y en Europa es sólo de 50 hectáreas. En el país del norte son contadas las excepciones de los “ranchos” que poseen 2.000 hectáreas, en Argentina los “megaempresarios” agropecuarios poseen extensiones de hasta 350.000 hectáreas.

Como punto de tensión, en medio de una importante puja de intereses por parte de las corporaciones, el campo argentino se enfrenta a una creciente concentración económica y a una fuerte exclusión de trabajadores que deriva en éxodo rural. El proceso de tecnificación en la producción en la historia del capitalismo siempre trajo como consecuencia la reducción de mano de obra. En este caso, el contexto socio-económico argentino configura un escenario donde la emigración del campo a la ciudad se presenta como un nuevo elemento constitutivo del desarrollo de la marginalización social. Los emigrados del campo conforman los nuevos e inmensos cinturones de pobreza urbana, que descubrieron en la ciudad, de manera abrupta y simultanea, tanto el festival de las importaciones baratas como el creciente desempleo producido por el cierre masivo de las empresas industriales. Para vislumbrar la magnitud del fenómeno emigratorio basta con comparar dos situaciones a partir de los datos brindados por los Censos. Por un lado, “en 1991 se determinó que vivían en zonas rurales 4.27 millones de habitantes; o sea, el 13.1% de todo el país”. Por otro lado, los datos del censo realizado en 2001 marcan un notable descenso: la población rural ahora es de sólo 2.6 millones, es decir que representa el 7.2% de la población argentina .

A su vez, los pequeños y medianos productores agropecuarios desaparecen, aumentando los índices de pobreza y desocupación del país. Vemos que la desocupación rural y de las pequeñas ciudades del interior aumentó, debido a la desaparición de los cultivos regionales y al ahorro de mano de obra que significa la producción sojera. El campo queda despoblado, y las ciudades empobrecidas y hambreadas. De este modo, decimos que el crecimiento del cultivo de la soja se ha dado, a la par que disminuye en un 24% la cantidad de productores en el país -sobre todo los pequeños-, y que el fantasma del desabastecimiento alimentario ronda el país.

Este proceso de transformación social, presentado como mera adopción tecnológica, comporta importantes consecuencias tanto al interior del sector agropecuario como también en la sociedad argentina. Los pequeños y medianos productores, que anteriormente solventaban un buen nivel de vida con la rotación productiva de sus hectáreas y hasta generaban puestos de trabajo para terceros, no pudieron ingresar al modelo sojero. La desaparición de esta franja de productores que consumía y operaba en el lugar, derivó en consecuencias nefastas para los poblados y ciudades intermedias, que están rodeadas de campo y que vivían de sus actividades intermedias (talleres mecánicos, pequeños comercios de insumos agropecuarios, aseguradoras, cooperativas, etc.). Este fenómeno se puede constatar con la observación del deterioro económico-social de los pueblos y pequeñas ciudades del interior.

El crónico déficit de red caminera, electrificación rural, centros educacionales y de salud, entre otros, coadyuvaron a la disminución del número de explotaciones agropecuarias. Los Censos Nacionales Agropecuarios muestran que entre los años 1988 y 2002 en nuestro país desaparecieron 103.405 explotaciones (24.5 %) y la superficie promedio de las unidades productivas se elevó de 421 a 538 hectáreas. Así se generaron condiciones que facilitaron modelos productivos en torno del cultivo de la soja.

En las zonas lecheras la expansión de la soja a costa de la superficie dedicada a esa producción también perjudicó a trabajadores rurales y comercios relacionados con servicios a la ganadería tambera produciendo caídas en la demanda de mano de obra especializada. En este sentido es necesario no perder de vista aspectos importantes como el riesgo al autoabastecimiento alimentario [11].

El desplazamiento de algunas producciones supone pérdidas importantes de capital, como en el caso de los tambos y las desmotadoras de algodón. Las industrias hilanderas que aún subsisten se ven obligadas a importar fibra de algodón de países vecinos para funcionar y responder a la rápida reactivación que el sector hilandero ha vivido en los últimos dieciocho meses; en el fondo esto presupone importar "salarios".

Este modelo de producción agrícola sienta sus bases en el incremento de la productividad a partir de la incorporación de nuevas tecnologías. De este modo, la reducción de mano de obra no es la única, ni la más grave consecuencia. La llamada eficiencia productiva se sustenta en el relevante “subsidio natural” que le ofrece la pampa húmeda, dotada de una incomparable fertilidad. La sobreexplotación de este recurso se inscribe en un proceso análogo al de la explotación minera y, en consecuencia, puede agotarse dentro de pocos años. La degradación de este factor incluye problemas de erosión, pérdida de fertilidad y estructura del suelo, salinización, exportación de nutrientes, alcalinización, encostramiento, impactos sobre la biodiversidad, afectación del acuífero, y problemas de inundaciones.

Es urgente reconocer el valor de los nutrientes de los suelos argentinos e impedir su extracción gratuita por medio de la aplicación de instrumentos de regulación y de control sustentable. Con esta operación se lograría la protección y el reconocimiento del ambiente, materializando la valoración en el desembolso porcentual de la renta específica correspondiente que se genera.

No debemos olvidar que la ubicación de Argentina junto a Estados Unidos como los máximos productores de soja trangénica, cambió cualitativamente la composición de su producción agropecuaria. Argentina era uno de los mayores productores de alimento del mundo, particularmente de trigo y carne. La economía de la soja provocó que cerca de 150.000 agricultores dejaran el campo, y esto se traduce en la fuerte caída de la producción de insumos vitales como la leche, el arroz, maíz, papas, lentejas, etc..

Las transnacionales de las semillas --Cargill, Nidera, Monsanto-- nos convirtieron en un país productor de soja transgénica y exportador de forrajes. En paralelo, advertimos enormes carencias alimentarias en la población.

Cerca de 12 millones de hectáreas de soja transgénica --en un total de 26 millones de hectáreas con otros cultivos--, regados con más de 100 millones de litros anuales de herbicida producen enormes cantidades de suelo carente de toda vida microbiana que no retienen el agua.

La convergencia de determinados factores como los volúmenes crecientes de la producción, los recursos fiscales originados en las retenciones, la estabilización del valor de la divisa, a la par de buenos márgenes de rentabilidad para los agricultores, hace que la soja haya sido el motor para la recuperación de amplios sectores industriales y comerciales. Las ventas de maquinaria agrícola ya han crecido cerca del 80% respecto del año 2002, y las de vehículos "pick up" representan ahora el 40% del total de operaciones concretadas por las automotrices.

Estos hechos favorecieron la concentración de la tierra, pues naturalmente se busca ampliar la escala para reducir los costos. A su vez, la expansión de la frontera agropecuaria hizo que muchos campesinos con tenencia precaria de la tierra fueran expulsados.

El desplazamiento de algunas producciones supone pérdidas importantes de capital, como en el caso de los tambos y las desmotadoras de algodón. Las industrias hilanderas que aún subsisten se ven obligadas a importar fibra de algodón de países vecinos para funcionar y responder a la rápida reactivación que el sector hilandero ha vivido en los últimos dieciocho meses; en el fondo esto presupone importar "salarios".

El desequilibrio biológico y la posibilidad de nuevas plagas, tales como la "roya de la soja", forman parte de los riesgos de este proceso y de la sostenibilidad de los sistemas en el largo plazo. Este aspecto también puede hacerse extensivo a nuevas plagas insectiles y malezas. Por último, desde el punto de vista comercial, también existen riesgos, por ejemplo la utilización de barreras para-arancelarias.

No debería confundirse crecimiento económico con desarrollo. En numerosas comunidades extrapampeanas existe como consecuencia de la sojificación una gran expansión económica, pero esto se da generalmente en manos de unos pocos, considerados "grandes" y que sistemáticamente trasladan los recursos generados hacia fuera de la región donde se originan; en consecuencia la calidad de vida –indicador clave en el desarrollo– de los habitantes del lugar no mejora significativamente y las zonas rurales se siguen despoblando. Las actividades productivas desplazadas tenían patrones de equidad muy diferente al que actualmente se ha instalado [12].

Pensar en la modernización no sólo es ver lo tecnológico productivo (las semillas, los biocidas, la maquinaria, los fertilizantes, etc.) sino también la organización del sector agropecuario y las capacidades gestionarias de sus actores, con objetivos comunes y logrables. Las innovaciones tecnológicas alcanzan su madurez y llegan a transformarse en "commodities"; la perfecta organización entre los agentes económicos de una cadena de valor en pos de la competitividad que conlleve beneficios para el conjunto es una innovación que no se transforma fácilmente en un commoditie, y de allí que se pueden sostener ventajas competitivas.

Conclusiones

El modelo neoliberal implementado desde la década de 1990, ha puesto en evidencia la incompatibilidad entre los intereses del mercado y el bien común. La disyuntiva política es optar por el mercado o por el país. La situación es inmanejable si el mercado sigue imponiendo las reglas, las cuatro multinacionales que exportan son las que deciden las políticas agropecuarias de este país y el Gobierno mantiene su renunciamiento a construir políticas de Estado en el sector.

Al presente, Argentina es el tercer productor de soja a nivel mundial, el segundo productor de soja transgénica, el primer exportador de aceite y de harina de soja. La expansión de la soja en Argentina ha desplazado otros cultivos como el arroz, el maíz, el girasol y el trigo; y ha trasladado otras actividades hacia áreas marginales [13].

Los monocultivos de soja y el modelo de agroexportación de commodities son un problema de carácter estructural que demanda estrategias integrales en que el Estado debe comprometer un amplio espectro de políticas activas con respecto a:

- Dejar de dar oxígeno a la soja; si la soja fracasa y tenemos trigo, nosotros seguimos comiendo pan y la crisis del mercado de la soja no afecta lo que consumimos. - Evitar que las multinacionales manejen las políticas productivas. - Desconcentrar la economía. - Promover los policultivos y las rotaciones complementarias. En este momento de crisis hay que aportar ideas para que se vuelva al cultivo de especies tales como el alcaucil, la batata, etc. - Pensar en un mercado interno y salir de la dependencia exclusiva de la exportación. Un ejemplo terrible de esta dependencia es Tucumán, provincia atada a los monocultivos, caña, limón y soja, y que necesita imperiosamente diversificar su producción para dar de comer a la propia población. - Implementar una política de recolonización del campo incentivada con subsidios. - Restaurar el tejido social rural conformando redes que unan los asentamientos con los centros urbanos locales. Es imprescindible recuperar el ferrocarril porque constituye un nexo vital que posibilita el transporte de producción a los centros de acopio, si no hay ferrocarril, no hay reinserción posible de la pequeña producción. - Hay que revertir la concentración de la comercialización y de los insumos en una misma empresa. - Tomar en consideración la necesidad de ejercer la soberanía alimentaria. - Introducir en las políticas y en los razonamientos económicos los costos ambientales y sociales que actualmente no se computan, pero que se han ido acumulando aterradoramente en esta última década. - El Estado debe ocuparse del planeamiento estratégico.

Es evidente que el plan global que se nos impone es el de territorios dedicados a la producción de commodities para la exportación y una masa de población sobrante y mísera mantenida por el asistencialismo o las ONGs en lo que se denomina "economía de la pobreza". Todos los programas de ayuda social implican deuda externa y, además, las experiencias productivas que se promueven con ellos tienen que competir desventajosamente con la producción en gran escala. Esto a simple vista se evidencia que no tiene sentido

El sistema puede estar pensando una alternativa posterior a la catástrofe que se avecina, compensando o poniendo en juego otros territorios, por esta razón también es preciso tener una perspectiva latinoamericana.

Millones de familias se retiran cada año de las zonas rurales y la población en la periferia de las ciudades ha aumentado considerablemente. Los impactos de la expansión de la soya amenaza a la soberanía alimentaria e incluso las familias argentinas han tenido que reemplazar la proteína proveniente de la carne por productos derivados de soya (cambio en la dieta alimentaria). Dado que la soja se ha establecido como cultivo principal, el costo de los precios de los otros alimentos ha incrementado y se ha iniciado la importación masiva de productos que han sido llevados a categorías de alto valor dentro del mercado que a su vez son de difícil acceso para la población.

La problemática de la tenencia y posesión de la tierra de las comunidades campesinas también ha sido una de las causas del proceso de sojización.

Necesitamos instalar un discurso que vincule la soja y el hambre como causa y efecto, enfatizando en la paradoja de que el modelo sojero no remedia el hambre; más aún, la potencia. Hay que volver a producir para la gente.

Los impactos ambientales de la sobreexplotación de recursos agrícolas por la presión agroexportadora son, y seguirán siendo, pagados por las actuales y futuras generaciones.

Resumen

El sustancial aumento de la producción agrícola argentina con imposición del monocultivo de la soja, va unido a un creciente deterioro ambiental y a una fuerte concentración económica y exclusión social. El costo de la subvaluación y sobreexplotación de los recursos naturales -que debería incluirse en la contabilidad macro y microeconómica- pone en duda la eficiencia y sostenibilidad del modelo de producción agrícola "moderno", tanto nacional como internacional.

*Dra. Renee Isabel Mengo - Córdoba, Argentina

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Notas:

[1] Pierre, Bourdieu. "Neoliberalismo: la lucha de todos contra todos" - Nota del Clarín del 13 de abril de 1998, sección Opinión.

[2] Alberto Lapolla . “El monocultivo de soja transgénica: ¿Gran negocio o política de dominación colonial?” publicado por la revista Enfoques Alternativos, Buenos Aires. Octubre de 2003.

[3] Facundo Boccardi, y Rodolfo Boccardi. Soja en Argentina: Cosecha Amarga. En: Ecoportal

[4] INTA. Instituto Nacional de Tecnología Agraria. El avance de la soja en la Argentina y la sostenibilidad de lossistemas agrícolas. Documento Institucional del Consejo del Centro Regional Santa Fe del INTA.Fuente: Tranquera Abierta

[5] Jorge Lapolla. Op.cit.

[6] III Jornadas interdisciplinarias de Estudios Agrarios y Agroindustriales, Facultad de Ciencias Económicas (UBA), Noviembre 2003. Fuente: Biodiversidadla.org

[7] La diferencia entre una y otra medición radica básicamente en dos cuestiones: a) el censo toma solamente las superficies implantadas en primera ocupación, b) el censo no tiene en cuenta las superficies de la explotaciones que tienen su origen en "Avisos C" interprovinciales (“En los casos de productores que no residían en las EAP, se puso en práctica un sistema de intercambio de información por medio de los llamados "Avisos C" y los censistas acordaban los lugares para realizar las entrevistas. Se trata de casos en que los productores fueron censados en otra provincia, y aún no han sido asignados a la provincia en que se encuentra la EAP”).

[8] Cabe aclarar la diferencia entre soja de primera y soja de segunda, la primera se refiere a la soja que se siembra en el mes de agosto y la cosecha se realiza en marzo; mientras que la soja de segunda se siembra en diciembre y se cosecha entre fines de marzo y comienzos de abril.

[9] Dirección de Agricultura, SAGPyA El quinquenio de la soja transgénica, SAGPyA, septiembre de 2002.

[10] Marcela Valente. Agricultura Argentina: El desierto verde. Fuente: Terramérica - EcoPortal.net. 14 de septiembre de 2003.

[11] Walter A. Pengue. Documentos del Foro de la Tierra y la Alimentación, Investigación sobre la transnacionalización de la agricultura y la alimentación, Informe de Argentina. Fuente: Biodiversidadla.org

[12] INTA. Op.cit.

[13] RALLT, Red por una América latina libre de transgénicos. Publicado en su Boletín 122.Resumen de un informe técnico sobre la situación de los cultivos transgénicos en Argentina .publicado por el economista agrario CharlesBenbrook . 2003. Fuente: Ecoportal

Fuente: ECOPORTAL

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