¿Cuales semillas para alimentar a los pueblos?

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La semilla, es el principio de la cadena alimenticia. El que controla la semilla, controla la cadena alimenticia y así, controla a los pueblos. Desde hace más de un siglo, los promotores de la agricultura moderna occidental, apoyados por las potencias financieras de la petroquímica, se dedicaron intensamente a destruir las semillas campesinas y las variedades tradicionales, destruyendo al mismo tiempo los suelos, asfixiándolos con violentos venenos. La agroquímica le ha robado la tierra a los campesinos y se beneficia en detrimento de la humanidad y del planeta.

La semilla, es el principio de la cadena alimenticia. El que controla la semilla, controla la cadena alimenticia y así, controla a los pueblos.

Durante 12.000 años, por lo menos, los campesinos y las campesinas del mundo entero han producido sus propias semillas, han mejorado, seleccionado y creado nuevas variedades de cereales, legumbres, frutas y plantas de fibras. Además, las agriculturas campesinas eran agriculturas respetuosas de la Madre Tierra. En los tiempos antiguos, no se hablaba de “protección de recursos genéticos” y de “agricultura sostenible”: sabíamos en lo más profundo que una civilización que pierde sus semillas y destruye sus suelos es una civilización que se está muriendo.

Desde hace más de un siglo, los promotores de la agricultura moderna occidental, apoyados por las potencias financieras de la petroquímica, se dedicaron intensamente a destruir las semillas campesinas y las variedades tradicionales, destruyendo al mismo tiempo los suelos, asfixiándolos con violentos venenos. La agroquímica le ha robado la tierra a los campesinos y se beneficia en detrimento de la humanidad y del planeta. El secreto de este éxito es muy simple, se trata de un verdadero acto de prestidigitación. Desde 1900, la agricultura moderna ha creado variedades altamente susceptibles a una plétora de parásitos y de enfermedades (pretendiendo por supuesto, todo lo contrario) y que necesitan, en el campo, recurrir a químicos muy fuertes.

Este paradigma “farsante” que es el fundamento de la agricultura moderna, hace aún grandes estragos en la actualidad. Tomemos el caso de la India, que va verdaderamente por un mal camino: se ha autorizado el cultivo y la comercialización de tres variedades de algodón genéticamente modificado sobre superficies que representan un cuarto de las superficies algodoneras del planeta, las cuales son cultivadas por un millón de pequeños campesinos indios. Esta autorización abre la puerta para la introducción de otras especies genéticamente modificadas, como la mostaza, la soya y por supuesto el célebre “golden rice” mejorado en vitamina A con la introducción de un gene de junquillo, del cual hay que consumir varios kilos cada día para poder obtener su ración de dicha vitamina (una mini-farsa). En la India el campo había sido preparado desde hace mucho tiempo, para facilitar la imposición de estas “chapucerías” tecnológicas. Desde 1986, el profesor Swaminathan salía en cruzada con el objetivo de instruir (de adormecer) a la clase política para que la India pudiera integrar los OGM sin demasiada agitación. El profesor Swaminathan, quien fue el padre de la revolución verde en la India, y director del IRRI (Instituto de las Filipinas que ha creado las variedades de arroz de “alto rendimiento”), es un gran amigo de Monsanto y se hace actualmente el apóstol, en la India, del desarrollo de la agricultura orgánica (y sostenible, se entiende) con la adopción de los organismos genéticamente modificados (¡una enorme farsa!). Al mismo tiempo, los campesinos productores de algodón se suicidan (entre 10000 y 15000 en unos cuantos años) y alrededor de 300 millones de personas en la India sufren de hambre o malnutrición.

Hay que remontar a principios de los años 1900 para descubrir los diferentes actos de prestidigitación que salieron del gran sombrero de los mentores o mentirosos, de la agroquímica. Varios niveles de realidades ilusorias pueden así ser comprendidas: realidades científicas, jurídicas y técnicas que se entrelazan íntimamente para formar bellos espejismos en el desierto del pensamiento único.

En 1907, Hugo de Vries redescubre las “leyes genéticas” de Mendel y dos escuelas de genética se enfrentan entonces fuertemente: la escuela de los mendelianos y la escuela de los biométricos. Los mendelianos estudian antes que nada, los caracteres monogénicos en las plantas: la flor de una especie o variedad dada es o blanca o roja, cuando el color es codificado por un solo gene. Los biométricos estudian más que todo los caracteres poligénicos en las plantas: la flor de una especie o variedad dada, puede ser blanca o roja pero también rosada, en sus numerosos matices, cuando el color rojo es codificado por varios genes. Desde el principio de su carrera, los mendelianos tienen suerte de descubrir una resistencia a una roya del trigo de carácter monogénico y convierten este único descubrimiento en paradigma: La resistencia de las plantas a las diferentes agresiones (hongos, virus, bacterias, etc.) debe ser monogénica. El gran fitopatólogo Vanderplank calificará después la resistencia monogénica como resistencia vertical y la resistencia poligénica como resistencia horizontal.

Mala suerte para los vendedores de químicos: la casi totalidad de las variedades tradicionales campesinas (mejoradas desde hace miles de años por selección en masa) poseía una resistencia poligénica u horizontal, cuando en una planta, un nivel de resistencia flaqueaba, otros hacían frente. Pero por buena suerte para los vendedores de químicos, cuando la resistencia monogénica o vertical de las variedades agrícolas creadas a partir de 1910, sucumbía, la planta se moría si el campesino no utilizaba químicos.

¿Qué piensan ustedes que ocurrió? Las variedades tradicionales fueron totalmente erradicadas en provecho de las variedades modernas dotadas de resistencias monogénicas, verticales. Al día de hoy, se gastan 36 billones de dólares cada año, en fungicidas y pesticidas y a pesar de eso, hay 20% de las cosechas de alimentos que se pierden todos los años, a escala planetaria, bajo el ataque de bacterias, hongos, virus, etc. Y aún más, el aumento en el número de enfermedades vegetales es proporcional al aumento, con los años, del uso de fuertes químicos en los campos. Hoy, hay más de 300 enfermedades graves que “atacan” las plantas comestibles. Todo esto constituye un círculo vicioso inexorable: el aumento de los químicos en el suelo, por los desequilibrios que esto suscita, permite que se manifiesten nuevas enfermedades vegetales y a los científicos se les hace fácil introducir cada año nuevas variedades que muestran nuevas resistencias.

Pocas personas parecen plantearse la interrogante evidente, saber por qué las variedades modernas que se pretenden resistentes, requieren cada año 36 billones de dólares en productos fitosanitarios y por qué, a pesar de ese arsenal, una quinta parte de la cosecha se pierde anualmente. ¿Será esto un encantamiento colectivo?

Se debe precisar, en este punto de nuestra exposición, que en los años 1920, la introducción de los híbridos F1 precipitó grandemente la erradicación sistemática de variedades tradicionales. Los híbridos F1, de la misma manera que el dogma de la resistencia monogénica de los mendelianos, constituye otra pieza escogida de la pseudociencia que podríamos fácilmente calificar de mitología. Arrullados por las ilusiones de una superproductividad, los campesinos abandonaron sus variedades antiguas, que se reproducían de manera estable, para adoptar híbridos de primera generación. Las variedades F1 (obtenidas a partir de linajes llamados puros pero, de hecho, completamente debilitados) están sometidas a la degeneración por definición, y contribuyen así a la creación de un sublime mercado cautivo: los campesinos, hortelanos y los jardineros deben comprar de nuevo sus semillas todos los años. Jean-Pierre Berlan, director de investigación al INRA (Instituto francés de investigación agronómica), ha demostrado ampliamente la superchería del concepto de heterosis o de vigor híbrido (1).

Otra ola de hechizo colectivo se manifiesta desde 1961, en la Convención de París, con la creación de la UPOV: una unión internacional para la protección de las obtenciones vegetales. Los estados, o más bien las multinacionales que los “aconsejan”, se inventaron completamente un marco legal que les permitiera sentar su hegemonía sobre un sector que aún controlaban sólo parcialmente, es decir el sector semillero: en el término de 30 años, más de mil empresas semilleras fueron adquiridas en el hemisferio norte por las multinacionales petroquímicas.

La UPOV instituye la posibilidad de un depósito de patente sobre toda variedad nueva creada. El concepto de obtención vegetal es en sí una vasta superchería: ¿cómo puede depositarse una patente sobre una variedad ligeramente modificada o seleccionada, que es el producto de cientos o miles de años de labor campesina?

En la actualidad 10 multinacionales controlan cerca del 50% del sector semillero mundial. Las cuatro primeras son DuPont (que compró Pioneer Hi-Bred), Syngenta (una fusión de Novartis y de Astra-Zeneca, siendo ya Novartis misma una fusión de Ciba-Geigy y de Sandoz, los dos mayores contaminadores del río Rhin), Monsanto (muy conocida por su “Terminator”) y Limagrain (una pequeña cooperativa de la Limagne (2) que ha hecho fortuna gracias al maíz híbrido F1 del INRA, y por tanto gracias al dinero de los contribuyentes franceses). Estas mismas 10 multinacionales, pero debe ser sin duda una coincidencia, controlan igualmente el 60% de los agroquímicos.

Es edificante hoy en día, abrir el catálogo del Agrupamiento Nacional Interprofesional de Semillas, creado por Pétain (3) en 1945 y modificado en 1961, como por casualidad, el mismo año de la Convención de París. En la rúbrica “tomates”, uno descubre que 96% de las variedades inscritas son híbridos F1, 3% son variedades fijas (reproducibles de manera estable) protegidas por patentes de 20 años y 1% únicamente son variedades del dominio público.

Es esencial precisar que todo aquello que se consume en el plato de un europeo está registrado en uno de los catálogos nacionales de la Comunidad Europea. Esto quiere decir que es estrictamente prohibido por la ley, cultivar para el consumo o para la semilla, un vegetal o un cereal de una variedad que no esté inscrita en uno de esos catálogos.

La UPOV intenta tragarse, poco a poco, a todo el planeta. Irak constituye una de sus últimas presas. La UPOV acaba, así, la obra de otra vasta mitología a escala planetaria, conocida como la revolución verde, nombrada así sin duda, por el color verde del dólar, a la prosperidad del cual ha contribuido fuertemente. La revolución verde, según la teoría oficial, ha creado y cultivado variedades altamente productivas de arroz y de trigo que han salvado a la India del hambre.

En primer lugar, ¿qué quiere decir alta productividad, cuando se sabe que, según los archivos británicos, la India producía en el estado de Tamil Nadu, alrededor de 1750, hasta 13 toneladas de arroz por hectárea, y esto en condiciones de agricultura totalmente sostenible? El profesor Richcharia, gran experto sobre el arroz en la India, había obtenido, hace varios años, rendimientos de 10 toneladas por hectárea con variedades tradicionales.

En segundo lugar, ¿qué hay de la factura oculta? Las variedades de la revolución verde han sido altamente productivas gracias a la utilización masiva de insumos (fertilizantes de síntesis, pesticidas, herbicidas), y a la utilización de sistemas muy modernos de irrigación intensiva. De esto resulta que los mantos acuíferos están agotados, el aire, la tierra y el agua están extremadamente contaminados. Además, los recursos genéticos han sido erradicados: había más de 100 mil variedades de arroz en la India antes de la revolución verde, no queda ahora más que unas cincuenta. Los campesinos pobres fueron a aglutinarse en cinturones de miseria, los campesinos arruinados se suicidaron o vendieron sus tierras a los banqueros o a Cargill (4). Las mujeres han perdido su rol privilegiado de proveedoras de la alimentación de la célula familiar. La agricultura, que era fundamentalmente femenina, diversificada y orientada hacia la seguridad alimentaria ha devenido una monocultura masculina con productos que tienen un valor comercial en el mercado nacional o internacional.

La gran farsa continúa: una segunda revolución verde invadió al Tercer Mundo, la de la biotecnología y de los organismos genéticamente modificados, mientras que, durante cuarenta años, los apóstoles de la primera declararon que aquella era la solución milagrosa y definitiva contra el hambre en el mundo. Las multinacionales, en un gran impulso humanitario, estiman que el hemisferio sur puede también beneficiarse de su generosidad y aprovechar los billones de dólares que ellos han invertido (con la ayuda financiera de la investigación pública) en la elaboración de criaturas vegetales tan fantásticas que uno pierde su latín: ¡Lycopersicon lycopersicum var. porcus o Zea mays var. escorpionus!

Las primeras criaturas de los agrónomos aprendices de brujo, de principios del siglo pasado, se habían llamado “híbridas”, del griego “hybros”, por monstruo o quimera. ¿Cómo llamaremos a esas nuevas quimeras, cuyos genomas son una mezcla de genes provenientes del ser humano, del animal, de la planta, así como de antibióticos, virus y otras sustancias patógenas?

Este mundo de quimeras transgénicas ha podido ver la luz gracias a la velocidad fulgurante en la evolución de la informática.

Vamos ahora a interesarnos en la naturaleza de la semilla y en la relación que ella tiene con su ambiente.

Como todo ser vivo, la semilla se define como portadora de dos facultades complementarias: aquella de reproducirse mientras conserva sus características existentes y aquella de modificarse, de evolucionar. La agricultura y la conservación de las semillas están basadas en esa primera facultad, mientras que la selección y el mejoramiento varietal están fundados en su segunda facultad. Existe, además, una relación muy íntima entre la semilla y lo que ella manifiesta, a saber la planta, por un lado, y por otro lado el ambiente. La semilla crea un ambiente así como el ambiente crea la semilla.

Durante miles de años, la semilla era libre, ella está ahora prisionera. Ella ya no puede reproducirse: los híbridos F1 son estériles o degenerativos. Esta esterilidad llega a su paroxismo con el gene “Terminador” (que ha sido legalizado de manera muy discreta en EEUU) el cual programa la planta genéticamente para que se suicide. El cultivo in vitro (creación de plantas a partir de unas células) es otro ejemplo de esta aniquilación del ciclo vital de la planta, de la semilla a la semilla. La agricultura occidental moderna ha destruido el principio femenino en el seno de la semilla. En cuanto a su capacidad de evolución en el campo, ¡no soñemos más con esto! Esta capacidad ha sido remplazada por un concepto nebuloso de “fijismo”, otra obra maestra de la mitología agrícola occidental. Las semillas ya no evolucionan en el campo, ellas son fabricadas completamente, en los laboratorios de la agroquímica.

Aún más, no solamente ya no pueden reproducirse y evolucionar, ¡sino que ya no pueden reproducirse por ellas mismas! Los híbridos F1, las variedades de la revolución verde y los transgénicos sólo pueden desarrollarse gracias a un arsenal de insumos. Ellas son de alguna manera estériles e improductivas.

Es en el marco de esta impostura que se debe restituir la primera ofensiva de la industria semillera, a principios del siglo pasado, que vendió muy caro, a los campesinos, semillas “certificadas”, o sea indemnes (exteriormente) a todo parásito, pero programadas genéticamente para ser altamente susceptibles a una plétora de enfermedades. Este tipo de programación o “encarcelamiento” llega hoy a su paroxismo con los genes llamados “traidor” o con los GURTs “Tecnologías de restricción del uso genético” de las cuales la FAO estudia en estos momentos su impacto potencial sobre la agrobiodiversidad y los sistemas de producción agrícolas. La semilla está programada genéticamente para no desarrollarse, a menos que se trate en el campo con tal o cual producto químico.

Esperamos que esta exposición deje claramente establecido el hecho de que la naturaleza de la semilla apela a un tipo de agricultura. Las semillas antiguas, las variedades alimentarias tradicionales apelan a una agricultura sostenible, respetuosa de la madre Tierra. Las semillas F1, o de alta productividad, o genéticamente modificadas, apelan a una agricultura totalmente asistida por la tecnología: irrigación masiva, fertilizantes de síntesis, fungicidas, pesticidas, herbicidas, cosecha mecánica, etc. Y recíprocamente.

La agricultura orgánica intensiva y productivista ofrece un ejemplo agudo de ese principio fundamental: hasta hace poco, 95% de las verduras orgánicas producidas venían de semillas híbridas F1 provenientes de la agroquímica. Cuando uno quiere producir hectáreas de lechugas orgánicas, sólo va a poder utilizar variedades muy modernas, resistentes a las 23 cepas de Bremia lactucae, una podredumbre blanca de la lechuga. Cuando uno quiere producir tomates orgánicos en invierno, bajo túnel plástico calentado con petróleo, sólo podrá utilizar variedades muy modernas resistentes al verticillium, al fusarium, etc.

Este tipo de agricultura orgánica que recurre al monocultivo, a cultivos fuera de temporada, a insumos “orgánicos” que son los desechos de la agroquímica (harina de sangre, harina de hueso, harina de plumas, estiércoles convencionales calentados a muy altas temperaturas, mosto de uvas o de insumos “orgánicos” que son biomasa robada al Tercer Mundo (guano, borujo de ricino, fibra de coco) es muy poco distinta de la agricultura convencional y, por cierto, utiliza la mayor parte del tiempo, las mismas semillas. Se podía encontrar en los mercados orgánicos, durante varios años, más de 20 variedades de coliflor que tenían un gene de rábano (es una forma de transgénesis) y tenemos serias dudas en cuanto a la naturaleza de algunos tomates orgánicos llamados “larga vida” (“long life”).

Desde hace varios años, de igual manera, se encuentran, en el mercado, semillas orgánicas e incluso “Demeter” (5) y ¡qué son semillas híbridas F1! ¿Para cuándo las semillas OGM orgánicas?

Algunos nos considerarán quizás como dulces añoradores del pasado, o como protestones empedernidos. Sin embargo, tratemos de imaginar cuán “competentes” serían las variedades campesinas tradicionales si se le hubiesen confiado a los campesinos, billones de dólares (aquellos que se han utilizado para hacer las chapucerías tecnológicas) con el fin de mejorar, de seleccionar y de conservar los recursos genéticos para alimentar a una población planetaria en constante aumento.

Con semillas tradicionales vigorosas y un suelo muy fértil se hacen milagros. John Jeavons, con su asociación Ecology Action, en California, ha probado, desde hace treinta años, que una horticultura biointensiva puede alimentar anualmente a una persona (vegetariana) con solamente la décima parte de una hectárea, en clima templado. Según su sistema, la huerta está constituida por 60% de plantas de fibra (maíz, girasoles, quínoas, amarantos de grano, etc.) que van a permitir refertilizar el suelo al hacer compost vegetal; 30% de plantas de calorías (zanahorias, remolachas, nabos, etc.) y de 10% de plantas de vitaminas y oligoelementos (tomates, berenjenas, chiles, melones, etc.). En clima tropical o subtropical, se puede así alimentar a dos personas (vegetarianas) con un décimo de hectárea, con la sola condición de contar con agua para irrigar. De acuerdo con estos principios del método biointensivo, los 150 millones de hectáreas de tierra arable que están disponibles actualmente en la India podrían alimentar a 3 billones de vegetarianos. ¿Dónde está el problema?

Nosotros no podríamos finalizar esta muy breve exposición sobre la naturaleza de la semilla sin evocar algunas bellas imágenes de cosmogonías mucho más espirituales que el paradigma occidental moderno, seco y estéril. En la cosmogonía andina, por ejemplo, la del Reino de las Cuatro Tierras (el antiguo reino Inca), la semilla es un ser vivo y forma parte de Pachamama, la Madre Tierra, y de la comunidad, al igual que los hombres y los animales, el agua, los vientos, las divinidades y los espíritus de la naturaleza.

La semilla posee su propia cultura: ella vive con nosotros y nos cuida, pero ella se va, también, cuando no es apreciada o cuando es maltratada. Cuando una nueva semilla llega a la huerta, se le debe manifestar afecto, hay que cortejarla para que se pueda quedar. Y cuando está cansada, los campesinos andinos piensan que hay que hacerla viajar a otros biotopos, a otros jardines. En cuanto a Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía y de la agricultura biodinámica, la semilla es una entidad masculina, un pedazo de sol, una semilla de estrella, que va a fecundar a la Madre Tierra: la planta surge de este acoplamiento.

¡Qué puedan las semillas de estrella volver con el fin de que la Madre Tierra sea de nuevo fértil y acogedora, pues las semillas no son nuestras semillas, ellas son el regalo de la Vida a ella misma!

Por Dominique Guillet

25-01-10

Este texto es una traducción del artículo “Quelles semences pour nourrir les peuples?” de Dominique Guillet , publicado en la séptima edición del manual de producción de semillas “Semences de Kokopelli”, páginas 43 a 46, 2007. Traducido por François Aymonier y Mayra Marín .

Notas:

(1) Ver el artículo de Jean Pierre Berlan “Breve historia de la selección” disponible en el sitio
http://kokopelli-seed-foundation.com/

(2) La Limagne es una comarca francesa que corresponde a un llano fértil de producción de cereales en agricultura intensiva.

(3) El mariscal Pétain dirigió el gobierno francés, colaborador de los nazis, de 1940 a 1945.

(4) Cargill es una corporación multinacional dedicada a los productos agropecuarios.

(5) Demeter es la diosa de la agricultura y la cosecha de los griegos, también es el nombre del sello que certifica a los agricultores que trabajan con el método de agricultura biodinámica

Fuente: Ecoportal

Temas: Semillas

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