Consecuencias sociales y ambientales de la ingeniería genética, por Isabel Bermejo

El auge de la biología molecular y de la genética en las ciencias biológicas -y un bombardeo propagandístico muy interesado ligado a la industria de la manipulación genética- están llevando a un cambio sutil, pero fundamental, en el pensamiento de nuestra sociedad

Poco a poco se nos está acostumbrando a pensar en términos de genes, y no de seres vivos que disfrutan o sufren en un entorno muy particular y concreto. El énfasis en lo genético, y el espejismo de una nueva tecnología “milagrosa” es muy útil para quienes quiere que todo siga igual, que nada cambie en un mundo muy mal repartido, y en un modelo de sociedad de consumo suicida que el planeta no puede soportar.

Las implicaciones de la introducción de la vida -y su diversidad-en el mercado son enormes. Hay cosas a las que, sencillamente, no conviene poner precio, y para algunos y algunas la diversidad de la vida no puede tener precio, ni puede comprarse y venderse, porque es algo esencialmente libre.

El llamado “libre mercado” está lleno de trampas, y en ese juego de tramposos siempre pierde el más débil. Y en el caso de la aplicación de la tecnología genética a la agricultura los grandes ganadores son media docena de transnacionales del sector agroquímico y farmacéutico, que acaparan la investigación y las patentes mundiales en el campo de la biotecnología. Los grandes perdedores una vez más son los países en desarrollo, que albergan la mayor riqueza mundial en términos de diversidad cultural y biológica, y con ellos los pueblos indígenas y campesinos que han desarrollado esa diversidad, y en particular las mujeres, encargadas desde siempre y todavía hoy de seleccionar, de sembrar, y de recoger esa biodiversidad, y para quienes la diversidad constituye la base del sustento y del bienestar.
El cultivo de variedades manipuladas genéticamente supone la introducción en el entorno de organismos exóticos a una escala y un ritmo de dispersión que no ha tenido precedentes en la historia de la humanidad, y que puede acelerar el ya preocupante proceso de erosión de la diversidad biológica agrícola y silvestre y el deterioro de los ecosistemas, así como el desplazamiento de la agricultura familiar y de los sistemas agrícolas extensivos (con una diversidad alta, y adaptados al entorno) por monocultivos intensivos dependientes en productos agroquímicos dañinos para la salud y el medio ambiente.

Mientras la ciencia siga preocupándose únicamente de lo medible -y no de lo amable- no nos vale para hablar de la vida, y menos para traficar con ella. Necesitamos, por tanto, cambiar el rumbo de una ciencia/tecnología de la reducción, de la manipulación y del dominio, por una ciencia/tecnología del respeto y la cooperación, que nos acerque a una mejor comprensión de la vida en toda su belleza y complejidad.

Unas reflexiones sobre ingeniería genética y sociedad
(a modo de introducción)

El nacimiento de la llamada “ciencia económica” que hoy avala la imposición del liberalismo económico en todo el mundo, coincidió con una época de grandes cambios en el pensamiento occidental. Coincidió también, y probablemente no sea casualidad, con el nacimiento del enfoque analítico, cuantitativo y parcelario que desde entonces ha caracterizado la ciencia occidental. En su historia de la ciencia económica José Manuel Naredo nos cuenta que: “A partir de Descartes el todo… perdió su propia entidad para convertirse en un simple agregado al que se accedía cómodamente a través del análisis parcelario. Este análisis sacrificaba la diversidad e interrelación de las partes con su entorno para abstraer los rasgos de un comportamiento mecánico y causal que permitiera su manipulación aislada… partiendo de la idea de que la ciencia es medición.” (1)

Y es que el proceso de apropiación y de acumulación que caracteriza la economía liberal requiere la eliminación de lo cualitativo (lo no medible: la belleza, el cariño, la solidaridad, el dolor…), y la fragmentación de lo complejo, reduciendo el mundo a parcelas cuantificables (medibles), y apropiables. Así, para esta economía las personas somos simples recursos humanos que desempeñan una tarea en un horario laboral y a un precio predeterminado, como si las demás facetas de nuestro vivir no contaran. Y la tierra, sostén y parte indisociable de los procesos que sustentan la vida, se ha reducido a hectáreas de superficie agraria, urbana, forestal… mientras que el agua se mide en términos de metros cúbicos… y así podríamos continuar.

La era de la ingeniería genética que hoy se quiere imponer es una nueva etapa, la culminación de este proceso paralelo de reducción y apropiación. Por un lado, por su pretensión de reducir los seres vivos a meros agregados de información genética, susceptible de manipulación, y “perfeccionamiento”. Por otro, por introducir en el mercado las propias bases de la vida, reduciendo la diversidad de la Naturaleza a “recursos genéticos” apropiables, comprables y vendibles.

Si la “revolución” científica del siglo XVII influyó enormemente en los cambios de pensamiento de la sociedad de la época, el auge de la biología molecular y de la genética en las ciencias biológicas –y un bombardeo propagandístico muy interesado- están llevando a un cambio, sutil pero fundamental, del pensamiento de nuestra sociedad. Hoy no es raro escuchar, hasta en el rincón más recóndito, comentarios que hace unos años serían impensables. Y es que poco a poco se nos está acostumbrando a pensar en términos de genes, y no de seres vivos que disfrutan o sufren en un entorno muy particular y concreto. Las enfermedades, oímos, tienen un origen genético. Y se habla ya con toda naturalidad de cualidades y comportamientos genéticos, y de clonación y de mejora genética de los seres vivos (incluídas las personas). Y no faltan los chistes sobre absurdas fantasías transgénicas. Pero la velocidad a la que lo genético va impregnando lo cotidiano, e invadiendo insidiosamente el pensar de la gente no es para tomársela a broma. ¿A dónde nos lleva este cambio de pensamiento? ¿Hacia qué concepto del ser, de la persona, nos encaminamos? ¿Cómo y quién definirá qué es lo apropiado, y qué modelo humano es el perfecto para la nueva sociedad? ¿Y qué relaciones humanas -y con el resto del mundo viviente-, qué sociedad construiremos en un mundo en que los seres vivos ya no serán seres vivos rodeados de otros seres vivos con los que se comunican, y se relacionan, y de un entorno que disfrutan o sufren, sino meros conglomerados de genes, que podemos “perfeccionar” a nuestro antojo?

Poco a poco, a medida que lo genético se magnifica, también se magnifican las “soluciones genéticas” a todos los problemas. Y es que el énfasis en lo genético, y el espejismo de una nueva tecnología quasi milagrosa es muy útil para quienes quieren que todo siga igual, que nada cambie en un mundo muy mal repartido, y en un modelo de sociedad de consumo suicida que el planeta no puede soportar. ¿Qué importa que una mayoría carezca de agua limpia, y de alimento, y de tierras para producirlo? Con las nuevas tecnologías milagrosas se supone que nadaremos en la abundancia -y por descontado que habrá para todos-. Y no hay que preocuparse, podemos seguir despilfarrando, contaminando y destruyendo nuestro entorno, porque con la manipulación genética podremos conseguir nuevas variedades de plantas -y de seres humanos, se supone- adaptados al cambio climático, a los nuevos desiertos que estamos creando, a la contaminación,… Un planteamiento muy cómodo, sobre todo para los que quieren que todo siga igual.

Patentes biotecnológicas: la apropiación y mercantilización de la vida

Las implicaciones de la introducción de la vida -y su diversidad- en el mercado son también enormes. A nadie se le escapa que en nuestra economía de mercado el precio de las cosas tiene poco que ver con su valor. Por otra parte los principios avaros, mercantiles y utilitarios que rigen el mercado han demostrado muy sobradamente su capacidad de destrucción de la naturaleza y de la sociedad. Pero además, y sobre todo, hay cosas a las que, sencillamente, no conviene poner precio. Para algunas y algunos la diversidad de la vida no puede tener precio, ni puede comprarse y venderse, porque es algo esencialmente libre. Y porque está inserta y forma parte de la historia de cada pueblo, y de cada cultura, y de cada persona -a pesar de que se hace todo lo posible porque poco a poco lo vayamos olvidando-. Y porque es algo común, de todos, y a nadie pertenece. Y porque mientras la ciencia siga preocupándose únicamente de lo medible -y no de lo amable- no nos vale para hablar de la vida, y mucho menos para traficar con ella.

Por otra parte, de sobra sabemos que el llamado “libre mercado” está lleno de trampas, y que en ese juego de tramposos siempre pierde el más débil. Y en este caso los grandes ganadores parece muy claro que son media docena escasa de compañías transnacionales del sector agroquímico y farmaceutico, que acaparan la investigación y las patentes mundiales en el campo de la biotecnología. En los últimos años se ha dado un vertiginoso proceso de concentración de la investigación y de las patentes biotecnológicas en manos de un un puñado de transnacionales, que a su vez son propietarias de las casas de semillas y de algunos de los bancos de germoplasma más importantes del mundo (VER RECUADRO). Con ello el monopolio de la producción biológica a nivel mundial -es decir, todo lo necesario para nuestra alimentación, nuestra salud, y nuestro bienestar- queda en manos de poderosos intereses económicos que han demostrado sobradamente que su preocupación por el medio ambiente y por las personas, salvo en su faceta de posibles consumidores-, deja mucho que desear.

Los grandes perdedores de esta trascendental partida, una vez más, serían los países en desarrollo, que albergan la mayor riqueza mundial en términos de diversidad cultural y biológica. Y con ellos los pueblos indígenas y campesinos que han desarrollado esa diversidad, y en particular las mujeres, encargadas desde siempre y todavía hoy en muchas culturas campesinas, de seleccionar, de sembrar, y de recoger esa biodiversidad, y para quienes la diversidad constituye la base del sustento y del bienestar.

El mito de “solucionar” el hambre

El problema del hambre, por mucho que nos quieran convencer de lo contrario, es un problema de reparto, y de acceso a la tierra, a las semillas…, no un problema de escasez de alimentos. El simple aumento de la producción que promete la revolución biotecnológica (espejismo muy a largo plazo, ya que la mayoría de los rasgos cuantitativos están controlados por numerosos genes, y requieren técnicas de mejoramiento tradicionales) no conduce a alimentar a las poblaciones necesitadas, y sí a despojarlas de sus tierras, de sus semillas…. El coste de las semillas patentadas y las características de los nuevos cultivos transgénicos, ventajosas para las grandes explotaciones muy mecanizadas, está aumentando la marginación de los pequeños productores y productoras locales en el suministro de alimentos, poniendo en peligro el medio de subsistencia de cerca de la mitad de la población mundial que todavía vive de la agricultura, y agravando el problema de acceso a los alimentos para los más pobres, en particular para las mujeres.

El rasgo más extendido en los cultivos transgénicos es el de la resistencia a los herbicidas, que aseguran las ventas de herbicida producidos por la propia industria. Esta característica simplifica el manejo en las grandes explotaciones, como las que en EEUU fumigan con avioneta inmensos campos de cultivo, pero para las pequeñas supone sobre todo un problema adicional de costes, y de enganche a los agroquímicos. Se está demostrando, además, que aquello de las super-malas-hierbas no era broma: la transferencia de la resistencia a herbicidas a parientes silvestres de las variedades transgénicas - ya han aparecido malas hierbas resistentes a varios herbicidas- aumenta los problemas de control de malezas en los cultivos, potenciando un incremento del uso de herbicidas. En contra de lo que la industria biotecnológica pregona, a medio y largo plazo los cultivos tolerantes a los herbicidas van a suponer una espiral creciente en el empleo de herbicidas cada vez más potentes y dañinos para el medio ambiente y para la salud.

Las mejoras “cualitativas”, por otra parte, se refieren mayoritariamente a cualidades que suponen una ventaja para la industria alimentaria y de distribución, pero que en absoluto benefician al pequeño productor local, ni solucionan los problemas alimentarios de la humanidad. Un buen ejemplo de ello es el tomate con un proceso de putrefacción retardada, uno de los primeros alimentos transgénicos que salieron a la venta en EEUU, que facilita su almacenamiento y su transporte a grandes distancias. Todo un invento para una producción de alimentos globalizada. Y, según parece, en un futuro nos ofrecerán variedades transgénicas que no engordan, que no tienen colesterol, y toda una serie de "mejoras" especialmente diseñadas para que el cuerpo aguante el estilo de vida insostenible de las sociedades ricas.

Por si nos cupiera alguna duda de hacia adonde apunta el desarrollo de la ingeniería genética, cabe recordar que uno de los grandes “milagros” que persiguen las grandes compañías de “las ciencias de la vida” es el desarrollo de tecnologías genéticas para producir semillas “suicidas”. Son las tecnologías “terminator”, que mediante la manipulación genética pervierten el propio concepto de semilla (:perpetuar la vida), creando semillas que no germinan y privando a los más de 1.400 millones de campesinas y de campesinos que dependen de la agricultura para su subsistencia de la posibilidad de guardar e intercambiar semillas de su propia cosecha para la siguiente siembra. Y ello sin ninguna ventaja agronómica, sino por un escandaloso afán de lucro y de control de las semillas, base de la alimentación. Con ello uno de los rasgos más definitorios de la vida: la capacidad de reproducirse, de regalarse y desparramarse por el mundo, pasa a ser controlado por las transnacionales y manipulado a su antojo en los laboratorios.

El engaño de “mejorar” el medio ambiente

Biodiversidad perdida

A nivel ecológico, si es que ecología puede divorciarse de pensamiento y sociedad, la mayor amenaza de las aplicaciones de la ingeniería genética en la agricultura es la pérdida de diversidad biológica y cultural. Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la humanidad es la erosión del saber tradicional y de la diversidad biológica, base del equilibrio ecológico y de una agricultura sostenible. Nos enfrentamos hoy a múltiples y gravísimos problemas: cambio climático, efecto invernadero, escasez y contaminación del agua, erosión de los suelos… y por ello es más necesario que nunca conservar la diversidad de las especies y de los ecosistemas, y de los conocimientos sobre su manejo. Por otra parte el número de especies que constituyen la base de la agricultura mundial es una parte pequeña de la biodiversidad de la tierra, pero su variabilidad es vital para la seguridad alimentaria. La capacidad de una determinada variedad de resistir la sequía o la inundación, medrar en suelos pobres o ricos, resistir a una plaga de insectos o una enfermedad, dar mayores rendimientos proteínicos... pueden ser características cruciales para la producción futura de alimentos. Sin embargo, estamos perdiendo diversidad a un ritmo sin precedentes, tanto a nivel agrícola como silvestre, y la desaparición de especies no se debe a procesos naturales, sino fundamentalmente a las actividades humanas. Y es sabido que una de las principales causas contemporáneas de pérdida de diversidad es, precisamente, el desplazamiento de la agricultura familiar y de los sistemas agrícolas extensivos, adaptados a unas condiciones ambientales y a un entorno particular, por la agricultura comercial moderna. Las nuevas biotecnologías de ingeniería genética acentuarán este proceso, al potenciar el monocultivo de unas pocas variedades diseñadas para una agricultura de tipo industrial y para la venta en mercados globales, desplazando a las variedades locales y a los pequeños agricultores en la producción de alimentos.

La contaminación tranxgénica: el polen no tiene fronteras

La contaminación de variedades locales de maíz desarrolladas por las comunidades indígenas en lugares remotos de México (origen y centro de biodiversidad del maíz), así como los numerosos problemas de contaminación genética detectados en EEUU y en Canadá (*), han demostrado sin lugar a dudas un desastre anunciado: los cultivos transgénicos son un foco de contaminación genética que afecta no sólo a los campos circundantes, sino a cultivos a grandes distancias, siendo imposible la co-existencia de una agricultura convencional y la transgénica. La Unión Europea, la que nos quieren vender sin fronteras, quisiera ahora inventar unas quiméricas fronteras a la Naturaleza, y ha aprobado recientemente unas recomendaciones para que los gobiernos establezcan normas para garantizar lo imposible: la “co-existencia”, acotando el volar del viento cargado de polen. ¿Cuánto van a tardar en decirnos que ya no hay remedio, que ya todo es transgénico, pero que no nos preocupemos, que no pasa nada?

Dispersión incontrolada de organismos manipulados

Por otra parte, el cultivo de variedades manipuladas genéticamente supone la introducción en el entorno de organismos exóticos a una escala y ritmo de dispersión que no ha tenido precedentes en la historia de la humanidad, y que puede acelerar el ya preocupante proceso de erosión de la diversidad biológica silvestre y agrícola y el deterioro de los ecosistemas. En el caso de los cultivos manipulados genéticamente, a diferencia de otras especies introducidas cuya biología nos es razonablemente conocida, carecemos de información sobre su comportamiento e interacción con otras especies en el medio. Su introducción a gran escala puede por tanto tener consecuencias difícilmente previsibles, ya que los ecosistemas constituyen sistemas complejos, cuyo equilibrio depende de interrelaciones e influencias recíprocas entre las diversas especies presentes.

La utilización a gran escala de variedades de cultivo insecticidas, por ejemplo, autorizados en España desde 1998 (un maíz insecticida de la compañía Novartis), puede afectar a especies polinizadoras, a insectos que se alimentan de las plagas y que por tanto contribuyen a su control, o a poblaciones de otros insectos y de bacterias beneficiosos/as que juegan un papel importante en la conservación del equilibrio de los ecosistemas y de la fertilidad de los suelos. Si los pesticidas sintéticos causaron estragos, con repercusiones en cadena que nadie había previsto, el gran peligro de los nuevos biocidas reside en la imposibilidad de controlar su comportamiento y evolución, ni de atajar su propagación si se detectan efectos nocivos.

Lo imprevisible en la tranxgenia (o riesgos para la salud)

Los genes juegan en equipo, y además en casa
Los seres vivos no somos una suma de genes que funcionan independientemente unos de otros, sino que en el genoma –esa palabreja que últimamente ya nos va sonando, y que es la suma de los genes que codifican las proteínas y de lo que los científicos han llamado ADN basura porque no saben para qué sirve todavía, aunque recientemente se ha desvelado que tiene funciones sumamente importantes en la regulación genética-, existe una complejísima integración, modelada por millones de años de evolución. Es sabido también que la expresión de los genes depende de todo un laberinto de procesos celulares, orgánicos y ambientales, todavía insuficientemente conocidos. Que los genes juegan en equipo, vaya, y además en casa, en el campo en el que llevan entrenando juntos durante miles de millones de años. Y que todavía no conocemos más que algunas de las reglas del juego.

Todavía sabemos muy poco, y cuanto más sabemos, más claro va quedando que la teoría de la herencia sobre la que se basa la manipulación genética no sirve para explicar la complejidad de los organismos. Y que la osadía de querer “jugar” a reordenar la vida no es más que eso: una osadía. A menudo una función o un rasgo físico depende de multitud de genes, y un mismo gen puede dar lugar a varias proteínas diferentes (por eso resulta que el genoma humano no es mucho mayor que el de un vil gusano). Y un gen puede silenciar la expresión de otro gen, o potenciarla. Si bien no sabemos con exactitud cómo se dirigen esos procesos, cada vez es más evidente que en su regulación interviene el mal llamado “ADN basura” y una mezcla de compuestos químicos que rodean al ADN y que se pensaba era un mero envoltorio. Se ha podido comprobar que con mucha frecuencia los transgenes introducidos mediante ingeniería genética son inactivados por las plantas, a pesar de haber sido incorporados al genoma celular con aparente éxito. Si bien se sabe muy poco de cómo las celulas “apagan” o “encienden” un gen extraño, hay quien piensa que se trata de mecanismos naturales de defensa, desarrollados por las células para protegerse de las posibles perturbaciones provocadas por la incorporación de material genético extraño. Parece, además, que estos mecanismos “silenciadores” se activarían con mayor frecuencia en plantas sometidas a condiciones ambientales inhabituales (calor, sequía, ...), lo que dificulta una previsión del comportamiento de los cultivos transgénicos en el entorno, y de su evolución, sobre todo en las actuales condiciones mundiales de inestabilidad climática. En estudios realizados en Francia recientemente se ha podido comprobar también que las plantas manipuladas genéticamente no son estables, y que las secuencias genéticas insertadas sufren reordenaciones, truncamientos y otras perturbaciones preocupantes.

La incorporación de un gen extraño a una célula puede interferir en la normal expresión de otros genes, perturbando de forma imprevisible su comportamiento y provocando efectos secundarios totalmente imprevistos. Para entendernos, volviendo al símil del equipo: ¿qué pasaría, por ejemplo, si se incorpora un jugador de jockey, a un equipo de futbol?.

La presencia de nuevas proteínas en un organismo puede también dar lugar a la alteración de vías metabólicas y procesos orgánicos, afectando de manera imprevista el normal funcionamiento de un organismo. Aparte los lógicos y graves problemas derivados de posibles alergias a las nuevas proteínas transgénicas, la manipulación genética de una planta, por tanto, puede dar lugar a cambios de composición imprevistos y apenas perceptibles en los alimentos, con consecuencias potencialmente graves a nivel de salud. Esta es una de las razones por las que se están reclamando estudios mucho más exhaustivos de los efectos del consumo de alimentos transgénicos. Pero, claro está, ni a la industria biotecnológica, ni a un sector investigador cada vez más cautivo de la financiación privada, le interesa ese tipo de estudios. Los transgénicos han demostrado ya su inocuidad, nos dicen, puesto que nos los estamos comiendo y –que se sepa- no ha pasado nada. Lo mismo nos decían de las vacas locas. ¿Habrá que esperar a que se desate una pandemia, para parar un experimento que beneficia únicamente a media docena de gigantes transnacionales, con los bolsillos por cierto ya bien llenos?

Otra “ciencia/tecnología” es posible

Por todas estas cosas, si queremos ese otro mundo que es posible, es preciso parar la invasión de los transgénicos en la agricultura. Y es preciso cambiar el rumbo de una ciencia/tecnología de la reducción, por otra que nos acerque a una comprensión de la vida en toda su complejidad y su belleza. Una ciencia/tecnología de la cooperación y del respeto, no de la manipulación y del dominio. Y una tecnología que sea verdaderamente un medio para un fin; pero un fin definido por las personas, que responda a sus anhelos y problemas, no al afán de lucro del capital transnacional.

Isabel Bermejo
ECOLOGISTAS EN ACCION
Cabuerniga, otoño 2003

Notas:

(1) José Manuel Naredo. “La Economía en Evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico”. Siglo XXI de España Editores, y Ministerio de Economía y Hacienda. 1987.

(*) En España se han detectado también casos de contaminación genética. En Navarra, por ejemplo, un productor de maíz ecológico no pudo vender su cosecha como “ecológico” por haber resultado contaminada por polinización de un campo vecino.

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