El Plan "B" de los capitales mineros. NO a la MINA. NO es NO! ¿Qué parte del "NO" no entienden?

Idioma Español
País Argentina

A propósito de las notas sobre "Inversiones mineras en Argentina" en Le Monde Diplomatique de mayo 2007. "Este Plan B se impone toda vez que las formas más burdas y descaradas de despojo encuentran resistencia en la población, por lo tanto el capital saqueador debe encontrar formas más suaves y flexibles para lograr sus objetivos expoliadores, penetrando y fragmentando la resistencia civil, lo que implica seguramente ceder ciertos márgenes de maniobrabilidad y tener que negociar ciertos márgenes 'aceptables' en pos de una 'minería responsable'..."

Guido Galafassi* y Andrés Dimitriu**

(Revista Theomai).- "Es en el terreno donde se cruzan la ciencia y la política donde se debe trabajar para prevenir los desastres ambientales. Los accidentes ocurren en la mayoría de los casos en países con instituciones débiles, poca independencia de los organismos de control, una sociedad con bajos niveles de acceso a la educación y con altos índices de pobreza" (pp. 16). Esta afirmación no fue dicha ni por un alto funcionario del FMI en viaje de monitoreo por algún país deudor, ni por ningún funcionario del Banco Mundial en ninguna conferencia sobre ayuda al desarrollo, ni por ningún funcionario de las Naciones Unidas en alguna cátedra sobre Democracia y Ambiente. Tampoco fue dicha por ningún representante empresario en el coloquio anual de IDEA, ni por ningún funcionario de medio ambiente en cualquiera de sus niveles. Sencillamente constituye un párrafo jugoso del texto que Nicolás Gutman firma (en tanto "Experto en temas de minería y ambiente") para el número de mayo de Le Monde Diplomatique, edición argentina.

Generoso en el uso de datos, citas, reflexiones y saberes previa y colectivamente acumulados por las propias asambleas que se oponen al saqueo (que creen en la propiedad colectiva de saberes, y por lo tanto no reclaman derecho de autor, pero si en el valor político y pedagógico de acreditar las fuentes), el artículo provee una idea aproximada de la magnitud del negocio pero incorpora, desde el comienzo, el tipo de anzuelos retóricos que implican, con algunas modificaciones, más de lo mismo. No está solo en esa postura: los intereses particulares organizados alrededor de la extracción minera contemplan y anticipan en sus estrategias, después de varios siglos de experiencia, que no todo es aceptación sino que hay rechazo, "indecisos' y –por diferentes razones- ignorancia. Si el plan "A" era -o es- "ir, extraer todo lo posible y retirarse antes de que la población se dé cuenta", el plan "B" es la suma de maniobras imaginables destinadas a ganar consenso, legalizar estas formas de enriquecerse, lograr obediencia y/o complicidad, publicitar sus objetivos como si fueran idénticos a los de la sociedad y desacreditar las alternativas como si fueran "ataques'. Plan "C", no hace falta decirlo, es cuando -con intervención del Estado- el rechazo al saqueo es criminalizado para justificar el uso de la fuerza física (guerra por recursos, persecución política).

Volviendo al cruce científico-político; es sabido, aunque no muy divulgado, que siempre fue estratégica la subordinación de muchos científicos y muchas instituciones -asociadas a la administración de la ciencia y la técnica- al capital 1. ¿Será necesario acaso recordar que Exxon, Shell, Monsanto, Unilever, Dupont, Repsol, etc. (algunas de las corporaciones más denunciadas en relación a la destrucción de la vida en sus diversas dimensiones) llevan adelante importantes acuerdos y convenios con las máximas instituciones de la ciencia y la tecnología a nivel internacional para promover el "desarrollo científico y el progreso de la humanidad", o que, y tomando un ejemplo mucho más cercano, la Universidad Nacional de Tucumán participa del consorcio que explota la mina Bajo La Alumbrera, para siquiera esbozar algún dejo de duda respecto a la eficiencia en relación a esto del "cruce entre la ciencia y la política a la hora de prevenir los desastres ambientales"?.

A priori, tanta ingenuidad en boca de un "experto" hace un poco de ruido y amerita un análisis un poco más profundo. Pero acaso ¿algo nuevo bajo el sol? No son las políticas explícitas y burdas las que deberían llamar la atención, sino el envoltorio retórico y otros recursos publicitarios que las suelen encubrir y justificar, usado como escudo flexible para atenuar el choque de intereses. Dado que las evidencias empíricas y la apreciación subjetiva-valorativa sobre las consecuencias del saqueo suelen resultar chocantes, la proporción y/o combinación de planes A, B y C puede variar según indiquen diferentes termómetros y oráculos. La dimensión que nunca faltó en el repertorio colonial, en todo caso, es la cultural, la que asocia la extracción de bienes comunes con la "aventura" del "Hombre", con "destinos de grandeza", con la exploración y traspaso de fronteras que se logra transitando el "inevitable –aunque sacrificado- camino hacia el progreso". Todavía pesan las románticas metáforas sobre pioneros lanzados a buscar oro, el gold rush californiano o, después que EEUU le comprara Alaska a Rusia, el Klondike de 1870 saturado de aventureros dispuestos a pagar fortunas por una docena de huevos, según la narrativa utilitaria de Jack London. Es en la temprana política "criolla" donde se manifiesta ese interés de manera más tangible. Bernardino Rivadavia fue, aparte de presidente y mediador para la primer deuda externa de la Argentina, titular de la empresa Rio de la Plata Mining Company y gestor del primer acceso británico al oro en el Famatina. Los primeros pasos de la literatura rioplatense, como recuerda Adolfo Prieto, "tiene que ver, en primer término, con la atracción que la explotación de las minas de oro y plata de la región andina pareció ejercer sobre inversores ingleses" 2.

Bien, se habla también de instituciones débiles y de poca independencia de los organismos de control y demás. Pero el mismo autor, en párrafos anteriores decía lo siguiente: "En Estados Unidos, donde existe la mayor cantidad de datos científicos y estadísticos disponibles sobre el sector, la Environmental Protection Agency (EPA), oficina de protección ambiental del gobierno, considera que la minería es después del calentamiento global la mayor amenaza a los ecosistemas del planeta, además de ser la mayor industria de contaminación tóxica de ese país, superando a cualquier otro sector industrial. En un estudio sobre la calidad del agua y el desafío y los costos económicos que implican su contaminación, la EPA concluye que `la minería en el oeste de los Estados Unidos ha contaminado más del 40% de las cuencas hidrográficas de la región´ y agrega que `el saneamiento de las minas abandonadas en 32 estados de los Estados Unidos puede costar 32.000 millones de dólares o más" (pag. 14). Sí, esto es así, y no lo dudamos, pero nos preguntamos entonces donde quedó aquello de la relación directa y proporcional entre debilidad institucional + pobreza e impacto socio-ambiental de la minería –lo que en el texto se llama "accidentes", si hasta en el propio EEUU –paradigma de la perfección institucional moderna- el desastre minero llega a magnitudes increíbles. Es que, por empezar, quizás no sean tan "accidentes" sino una consecuencia esperable de la lógica dominante, aquella de mercantilizar la existencia y medir todo en términos de costo-beneficio (si hasta la destrucción de las cuencas hídricas es medida por la propia EPA solo en millones de dólares), lógica que incluye la institucionalidad estatal en todos sus niveles, por cuanto no podemos seguir cayendo, otra vez, en la ingenuidad de creernos la supuesta independencia de la democracia representativa respecto al proceso económico. Todo lo dicho y demostrado respecto a la invasión estadounidense de Irak y sus cuencas petrolíferas es más que suficiente para derribar tal suposición discursiva.

"Entregar las riquezas del subsuelo del país a estas empresas es abrir las puertas a un grupo que incluye desde EMPREAS SERIAS [sic], hasta aventureros del momento, pasando por fuertes lobbies políticos y gigantescas corporaciones, cuyo punto en común es que todos pueden causar una catástrofe ambiental. Por esta razón, las mejores legislaciones se adelantan a los hechos y ante los proyectos de minas a cielo abierto plantean estrictos requerimientos financieros y penalidades: desde fideicomisos manejados por el gobierno; requisitos de seguros para el cierre de operaciones adquiridos en el mercado y en relación a los costos estimados (no sólo de ganancias sino también de la potencial afectación ambiental), hasta el cierre efectivo de la mina, entre otros muchos complejos mecanismos. Aún así, estas sofisticadas baterías jurídicas han demostrado no ser totalmente eficaces" (pp. 16) (el subrayado es nuestro).

Además de sostener la diferencia dibujada entre empresas serias y aventureros (distinción que todas las comunidades que luchan contra el saqueo reconocen como recurso discursivo que solo sirve para crear confusión y distracción, es decir una clásica táctica utilizada por los saqueadores para ganar tiempo) lo que se está diciendo en este párrafo merece una especial atención. Se está proponiendo, en primer término, mantener aquella fórmula de la economía ambiental neoliberal basada en el principio mercantilista de "el que contamina, paga", una astuta respuesta empresarial (con apoyo académico) a las primeras catástrofes de primera categoría en zonas industrializadas occidentales (no en África, América Latina o Caribe, eso hubieran sido catástrofes de "segunda" o "tercera" categoría). El incendio de un río en Ohio y el smog Londinense, entre muchos otros, motivaron el descubrimiento –a principios de la década de los 70- de una novedosa y hasta entonces insospechada fuente de beneficios paralelos generados alrededor de los "accidentes" e "impactos" ambientales que, con el correr de los años, se transformó en la justificación e incluso un poderoso incentivo a la contaminación 3.

Contaminar y "remediar" caminan desde entonces juntos de la mano, asignando precio a los daños, a la salud, a las personas, a los territorios, al mar. Nacía el "environmental management", el "manejo racional" del "medio-ambiente" y el "desarrollo sustentable" que, con su correspondiente enjambre de funcionarios, consultores en marketing e imagen, agentes de seguros, estudios jurídicos especializados en derecho ambiental, ingenieros especializados en equilibrio ambiental y expertos en cálculo de costo-beneficio, daba sus primeros pasos. La naturaleza es tratada como un trabajador más, un obrero al que no se le permite dormir (es inconcebible que haya "yacimientos" o "depósitos" que no sean explotados) ni quedarse quieto. La expresión working forests, referida a los bosques nativos del Canadá, implica que los árboles (depósito de madera, no albergue de rica variedad de flora y fauna) no "pueden quedarse ahí sin hacer nada": deben trabajar, es decir ponerse al servicio de quienes tienen el capital, la maquinaria y el apoyo institucional para servir a la "humanidad".

Cuando hay protestas, se agrega –cobrando la diferencia- el rubro verde: volteo certificado. Que haya múltiples consecuencias sociales, culturales y ecológicas es visto como un problema y a la vez un negocio que se caracteriza por ser un renovado desafío a la tecnología, a la capacidad de las comunidades locales de sacrificarse sonriendo, que denominan adaptarse con "fortaleza institucional". Incluso hay créditos del BID para ese tipo de fortalecimiento y "empoderamiento". La mención del ideograma chino de crisis, que representa al mismo tiempo amenaza y oportunidad es típica. La usaron Heidi y Alvin Toffler, Rodolfo Terragno y últimamente el laureado director de cine y promotor global del negocio de los biocombustibles Al Gore. Lo que de ninguna manera admiten los defensores y beneficiarios del sistema es frenar el sagrado circuito de la acumulación ni sus componentes esenciales. Esa, prefieren creer, sería la peor y más temida catástrofe, no el calentamiento global, la desertificación, el éxodo en gran escala, la explotación humana, el genocidio social, ambiental y cultural. El mega-negocio de los bonos verdes, como justificativo para extender la superficie mundial de monocultivos para "producir" agrocombustibles (y el sector minero, junto al consumo suntuoso en los centros urbanos y la industria bélica, es uno de los mayores consumidores de energía del mundo, aunque luego figure en las estadísticas como consumo "argentino", "chileno", 'boliviano", etc), es el ejemplo más concreto.

De lo que se trata entonces, según los proponentes de esta escenografía, es de generar mecanismos político-financieros que penalicen a las explotaciones mineras que no llevaron adelante una "extracción responsable". ¿Cuál es el discurso subyacente a este tipo de promesas? Hay varias lecturas para hacer de este esquema. En primer lugar no olvidemos que capitalismo no garantiza que le vaya bien a "los" capitalistas sino que implica la liberación –hasta adonde se pueda – de las condiciones para, luego si, entrar en feroz competencia. Que haya perdedores es normal, por eso la puja empresarial incluye la intervención (directa, indirecta, con lobbies o candidatos propios) en la redacción de las leyes. Por supuesto que esto implica no tener en absoluto en cuenta que la mayoría de los desastres asociados en la extracción minera son ambiental y socialmente irreversibles, y que por lo tanto no podrían pagarse ni "con todo el oro de Moscú". Tampoco contempla el control social sobre el uso posterior de los metales y minerales obtenidos (por ejemplo el uso para industria bélica de grandes potencias). Y por otro lado confirma una visión predominantemente fragmentada y economicista de la problemática, cuando en realidad la problemática es notoriamente más compleja que una simple ecuación financiera o una burda relación costo-beneficio.

Lo que, intencionadamente o ingenuamente, dejan de lado estas visiones simplistas es la complejidad intrínseca en el que está envuelto todo proceso de intervención minera en una región. Pues la minería a gran escala y a cielo abierto implica romper toda una serie de lazos y relaciones no solo económico-ambientales, sino también sociales, culturales, territoriales y políticas. Dado que su altísimo nivel de impacto y destrucción va mucho más allá de la contaminación o del problema de las regalías o las cuentas impositivas o de ingresos o egresos para el Estado. Estos proyecto van de la mano con una renovada forma de conquista que implica tanto la destrucción del entramado productivo que sostiene con vida a la región como un proceso velado de colonización cultural junto a mecanismos de compra de voluntades y ruptura de los lazos comunitarios. Es evidente, que el ser un experto en minería y medio ambiente no es suficiente para ver toda la complejidad de este proceso de saqueo, aunque paradójicamente las propias comunidades afectadas si fueron y son capaces de verlo.

"A modo de ejemplo, en 1992 la pequeña mina de Summitville, en Colorado, Estados Unidos, que sólo pudo explotar minerales por un valor de 130 millones de dólares, significó para los contribuyentes locales un costo de 200 millones de dólares (hasta la fecha) para limpiar el río Alamosa, contaminado con cianuro desde el primer día de operaciones. Los ejemplos abundan, y queda claro que las ínfimas regalías que van a dejar los nuevos megaproyectos de la cordillera no podrían cubrir el costo de la más mínima eventualidad o accidente" (pp. 14)

Lo primero a destacar es la aparente convicción de que la contaminación con cianuro puede ser "remediada", lo cual es un absurdo y una falacia total. Cualquier mínimo conocimiento ecológico (el nivel empírico de la ecología) puede fácilmente demostrar que los complicados procesos de contaminación (que implican infiltración y distribución de la sustancia contaminante en múltiples formas), y en especial la contaminación con el mortífero veneno llamado cianuro, son harto difíciles de limpiar, por no decir imposibles en la enorme mayoría de los casos. Es que lo que está subyaciendo es la tesis de que el cianuro puede ser usado responsablemente, es decir con controles y manejo eficaz. Es decir otra vez el Plan "B".

En segundo lugar, se vuelve a insistir con la formula de "el que contamina, paga"; es que el problema pareciera empezar y terminar en la incapacidad que las –de por sí- ínfimas regalías poseen para cubrir el costo del daño, suponiendo, además, que tanto el daño como la amenaza de daño son aceptables y pertenecen a una inevitable "tradición" productiva. Tratemos con un ejemplo lamentablemente cotidiano: si una persona entra armada a una farmacia y exige dinero ¿necesita disparar para transformarse en asaltante? De nuevo, el saqueo se reduce a un simple reduccionismo financiero, de relativa fácil solución: se aumentan las regalías y todo solucionado; para la lógica del saqueo y los intereses a corto plazo de los saqueadores, obviamente.

"Empresas que en sus países de origen se comportan como agentes sociales comprometidos, invirtiendo en las comunidades en donde están presentes, en otros contextos y latitudes son acusadas de graves hechos de corrupción y hasta de violencia" (pp. 16)

Qué decir respecto a esto. Se trata del principal truco de la sociedad de mercado: ocultar las consecuencias sociales y ambientales que hacen o hicieron posibles sus éxitos, es decir la doble moral o "doble standard" que nunca es recíproco o se puede invertir (¿europeos mendigando en las calles de África mientras los africanos manejan Volvos? no, claro que no, pero tampoco al revés). Tratemos de poner en la misma mesa a los vecinos que viven aguas debajo de los emprendimientos mineros con los gerentes y accionistas de "exitosas" empresas mineras, inmediatamente después de hacer una gira por alguna de las cunas urbanas que albergan a sus principales beneficiarios. Pero no hace falta ir hasta Puerto Madero, los suburbios ricos de Toronto o la Bolsa de Valores de Nueva York para registrar los contrastes: todos los habitantes de la Comarca del paralelo 42 (noroeste de Chubut y suroeste de Río Negro) conocen perfectamente la notoria capacidad de incidencia política, cultural e inmobiliaria de Joe Lewis, un "empresario comprometido y que invierte en su comunidad", con su cada vez más ampliada estrategia de canjear relaciones públicas a cambio del uso privado (violando incluso la ley, en complicidad con el Estado) de uno de los más bellos paraísos de la cordillera patagónica.

Lo que sucede, es que estas visiones "tecnicistas" de la existencia (tecnicismo ambiental y financiero en este caso) son incapaces de reconocer la complejidad de la vida y de las relaciones sociales, cayendo en un reduccionismo fenoménico que niega la totalidad, fragmentando la realidad en compartimentos estancos, negando así la unidad en la diversidad.

Si en cambio, no cayéramos en este reduccionismo tecnicista, podríamos ver fácilmente que la minería de oro a cielo abierto por lixiviación con cianuro (o cualquier procedimiento contaminante que la sustituya) no constituye un proyecto económico aislado, sino que por el contrario se enmarca en el renovado papel asumido por América Latina y el Tercer Mundo en tanto exportador de materias primas para abastecer las necesidades del capital internacional (no las de la humanidad que sigue padeciendo hambre). Pero esta explotación de recursos naturales mantiene los patrones generales de apropiación indiscriminada descriptos claramente en, por ejemplo, "Las venas abiertas de América Latina" (de Eduardo Galeano).

Si viéramos que la lógica de acumulación y maximización de ganancias socava su propia fuente de sustentación al agotar los recursos, podríamos entender el proceso minero de forma más fácil y directa. Es que la lógica de maximización de las ganancias no tiene en cuenta (no puede tener en cuenta, por cuanto aumentaría sus costos a niveles inalcanzables) la tasa de reproducción de los recursos (en el caso de recursos renovables) o el ciclo de agotamiento o perjuicio sobre el ambiente. Esto termina generando impactos, en muchos casos irreversibles, cuyos costos los paga la sociedad en su conjunto y, muy de vez en cuando también el propio capital. La minería de oro posee la particularidad, al ser una actividad de corto o mediano plazo, de generar fuertes impactos nocivos sin que el capital que lleva adelante la extracción se vea perjudicado directamente por los mismos, ya que una vez terminada la apropiación se retira a nuevos espacios a reiniciar el ciclo. Todas las consecuencias negativas repercuten entonces en las sociedades locales y en el ambiente regional. Esto facilita el uso de procesos "brutales" de extracción en pos de la maximización de las ganancias. Es por esto que la minería de oro a cielo abierto constituye una actividad en la cual no está presente ninguna consideración real (más allá de lo discursivo) hacia la ecuación "tecnología de bajo impacto / preservación de la explotación en el tiempo" (formula presente en las tácticas empresariales de desarrollo sustentable), por cuanto esto implicaría aumentar exponencialmente los costos y así disminuir las ganancias en algunos casos, o renunciar lisa y llanamente el emprendimiento en otros. Pero además es importante dejar bien en claro que no existe una tecnología alternativa: la minería de oro a cielo abierto exige la destrucción de cientos de km2 de territorio, genera millones de toneladas de residuos minerales (liberando todo tipo de sustancias al aire y a los cursos de agua), implica la contaminación y/o el agotamiento de las reservas de agua regionales, el uso masivo de explosivos, y la utilización de miles de toneladas de cianuro y otras sustancias tóxicas. Es fundamental establecer que el cianuro constituye un compuesto químico absolutamente nocivo para la vida, es un veneno altamente mortal. Y por más "manejo responsable" que se haga de él, no se modifican sus cualidades altamente tóxicas y mortales.

A esto hay que sumarle la perversa legislación y marco económico que permite una de las más altas tasas de rentabilidad del mundo, las que en el caso de ser reformadas solo posibilitarían la redistribución de la renta entre el Estado (en sus diferentes niveles) y los capitales nacionales o regionales, cómplices y coparticipes ambos del proyecto minero vigente. De control social sobre el circuito total de la economía, incluyendo los riñones estratégicos, ni se habla. Del uso extorsivo de las finanzas, del comercio y de la política cotidiana para justificar roles subordinados y dominación tampoco.

Por lo tanto, a esta altura del debate, es fundamental volver a advertir sobre el "Plan B" del proyecto minero (concepto largamente tratado por las comunidades afectadas y las organizaciones contra el saqueo), es decir sobre aquellos que proponen una modificación de la legislación, o de los marcos regulatorios de las regalías y la carga impositiva, o del pedido de mayores controles por parte del Estado, pero sin alterar ni un ápice la lógica central de la carrera por la acumulación, el saqueo y la especulación global que necesariamente acompañan al proceso de extracción/explotación. El caso extremo lo constituyen estas propuestas de ciertas corporaciones técnico-político-económicas (asociadas en muchos casos con fundaciones y ONGs supuestamente ambientales o de interés ciudadano) que plantean realizar minería de oro a cielo abierto a través de un "uso responsable del cianuro" (en consonancia con la tan de moda muletilla de la "responsabilidad social empresaria"). La imposibilidad técnica, político-económica y de gestión de esta metodología de producción lo demuestran los cientos de casos de devastación ambiental y regional en todo el mundo.

"Todas las actividades humanas e industriales generan algún tipo de contaminación; el debate no debe plantearse entonces como desarrollo versus contaminación. Es necesario más bien analizar cómo se pueden minimizar las consecuencias negativas del desarrollo industrial, que en el caso de la minería presenta graves peligros e inconvenientes. Para ello, la ciudadanía debe poder participar del monitoreo' (pág. 14)

Es exactamente así como argumenta el mismo sector minero, que pregona el desarrollo industrial genérico porque tiene ante sus ojos un mapa sin fronteras cuando se trata de sus expectativas, un mapa que sin embargo se llena de barreras de acceso al momento de repartir consecuencias o beneficios. Es por eso que suponer o proponer que "la ciudadanía debe poder participar en el monitoreo [sic]" es una propuesta de división del trabajo que resulta, por lo menos, hilarante y no respeta, por ejemplo, la histórica derrota política que las comunidades de Esquel y otras de la zona infligieron en el plebiscito de marzo de 2003 contra la política minera en la región.

No es ninguna casualidad que estas visiones tecnicistas y reduccionistas mantengan una alta coincidencia con la predica que viene desarrollando el Consejo Mundial de Negocios por un Desarrollo Sustentable (WBCSD - World Business Council for Sustainable Development), con su capítulo nacional, el CEADS 4. Esta asociación constituye una estrategia muy hábil de las grandes corporaciones multinacionales en pos de mostrar una cara amigable hacia los problemas de la humanidad (problemas en su mayor caso generados por la lógica presente en estas mismas corporaciones). Entre los objetivos del WBCSD figuran por ejemplo:

• Participar en políticas de desarrollo con el objetivo de crear una estructura legal de condiciones para los negocios que implique una contribución efectiva al progreso sustentable de la humanidad.
• Contribuir hacia un futuro sustentable para naciones en desarrollo y en transición
• Demostrar las contribuciones que los negocios pueden hacer para encontrar soluciones basadas en el desarrollo sustentable

Creemos que no es necesario abundar respecto a que las tácticas del "uso responsable del cianuro" y de la "responsabilidad social empresaria" son las manifestaciones concretas de esta estrategia del "desarrollo sustentable corporativo". Otra clara demostración del Plan B.

Además el WBCSD posee un área especial para "Minería y Minerales" (el MMSD), en donde desarrollaron una agenda con los principales desafíos del sector frente al desarrollo sustentable 5. Algunos de ellos son:

• Manejar el impacto ambiental de las minas,
• asegurar la viabilidad de largo plazo de la industria de minerales
• lograr un control, uso y manejo responsable de las tierras y
• desarrollar un impacto positivo en las comunidades locales.

Cualquier semejanza con las visiones tecnicistas y reduccionistas enroladas en el Plan B minero, no es pura coincidencia.

En síntesis, todas estas propuestas y análisis técnicos e intelectuales que por un lado explican los desastres ambientales y financieros que esta lógica de explotación minera implica (pero nunca llegando a revelar el desastre en términos de desarrollo social y comunitario que estos planes productivos conllevan, por cuanto están formados y son claros defensores de la lógica general de la democracia representativa –es decir restrictiva y limitada- y la economía de mercado –motorizada por aquellos que trabajan mientras otros acumulan ganancias-) pero que finalmente solo proponen mejorar los "mecanismos de control para minimizar los impactos", junto a los intelectuales y científicos que se dedican a estudiar a los movimientos sociales que luchan contra el saqueo en lugar de estudiar a las corporaciones, capitales y lógicas estatales que perpetran el saqueo, conducen –consciente o inconscientemente- a abonar y mejorar el Plan B de esta lógica expoliadora. Este Plan B se impone toda vez que las formas más burdas y descaradas de despojo encuentran resistencia en la población, por lo tanto el capital saqueador debe encontrar formas más suaves y flexibles para lograr sus objetivos expoliadores, penetrando y fragmentando la resistencia civil, lo que implica seguramente ceder ciertos márgenes de maniobrabilidad y tener que negociar ciertos márgenes "aceptables" en pos de una "minería responsable". Es que los elevadísimos niveles de rentabilidad presentes en el negocio de los recursos naturales permite esta flexibilidad, y surgen así los programas de "responsabilidad social empresaria" y de "desarrollo empresarial con conciencia ambiental". Sin lugar a dudas que estos planes B empresarios, abonados por técnicos, intelectuales y ciertas ONGs (algunos a sueldo y otros solo por vocación) son el mayor desafío a vencer por parte de la resistencia civil, dado que "de noche, todos los gatos son pardos".

Es por esto que los vecinos de Esquel, de la Comarca Andina, de los pueblos de Río Negro, Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Chubut, Santa Cruz, de la provincia de Buenos Aires, de Córdoba, de Jujuy y de otros puntos del país que se van sumando, todos claros impulsores del movimiento masivo de oposición al saqueo y la contaminación, fueron y son claros y contundentes al respecto:

NO a la MINA. NO es NO! ¿Qué parte del "NO" no entienden?

*Investigador CONICET, docente UNQ y UBA
**Docente e inv. UNC, Miembro de la Asamblea Coordinadora Patagónica contra el Saqueo y la Contaminación

Notas:

1 Ver al respecto Noble, David. (1979): America by Design. Science, Technology and the Rise of Monopoly Capitalism, Oxford University Press, en español: El diseño de los EEUU. La ciencia, la tecnología y la aparición del capital monopolístico, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, España, 1987.

2 Prieto, Adolfo (2003), Los viajes ingleses y la emergencia de la literatura argentina (1820-1850), México, FCE.

3 Ver por ejemplo Hunt, E.K (1979) "History of Economic Thought", Wadsworth Publishing Company, Belmont, California, especialmente cap. 15.

4 Es interesante poer visitar su sitio web Algunos de los miembros más notorios son: Newmont Mining, Rio Tinto, Italcement Group, Bayer, Syngenta, Du Pont, Shell, Ford Motor Company, Coca-Cola Company, Petro-Canada, Novartis, Alcan, Transalta, etc.

5 El MMSD ( Mining,Metals and Sustainable Development program) es sin dudas el programa de relaciones públicas pro-minería más ambicioso que se conozca. Para una crítica ver aquí.

Fuente: Revista Theomai número 15 (primer semestre de 2007)

Comentarios

28/11/2007
Respuesta a "El Plan B de la Mineria", por Nicolás Gutman
Galafassi y Dimitriu desarrollan su teoría acerca de lo que llaman “el Plan B de la Minería”, tomando literalmente pasajes del dossier, al que agregan afirmaciones y deducciones propias que de ninguna forma están presentes o insinuadas en éste. Por tal razón, resulta de interés examinar los supuestos y conclusiones que los autores alcanzan por medio de sus interpretaciones.
Al comenzar su nota, aclaran que “es sabido, aunque no muy divulgado, que siempre fue estratégica la subordinación de muchos científicos y muchas instituciones –asociadas a la administración de la ciencia y la técnica– al capital” (sic). Esta aseveración la deben decir con conocimiento de causa, ya que el autor Galafassi firma la nota como profesor de la Universidad de Quilmes y de la Universidad de Buenos Aires. La primera estuvo envuelta en un escándalo de corrupción millonario con el sector privado en 2004 (2) y tiene una larga relación de convenios con el BankBoston –ahora Standard Bank–, la principal institución financiera involucrada en proyectos mineros alrededor del mundo, ligada al desarrollo y nacimiento del sector de la minería de oro ya desde 1887; en tanto la segunda es la principal casa de estudios proveedora de profesionales calificados en minería a las corporaciones que operan en el país a través de convenios y pasantías. Sin embargo, quien escribe no se permite concluir sin fundamentos que los autores Galafassi y Dimitriu están de alguna forma involucrados a través de las instituciones para las que trabajan con los capitales mineros, por lo que no hace relaciones infundadas y poco probables, de extrema mala fe, como las que sí insinúan en su crítica los autores.
Aclaran Galafassi y Dimitriu: “Generoso en el uso de datos, citas, reflexiones y saberes previa y colectivamente acumulados por las propias asambleas (que creen en la propiedad colectiva de saberes, y por lo tanto no reclaman derecho de autor, pero si en el valor político y pedagógico de acreditar las fuentes)” (sic). Justamente porque creo que el conocimiento público –que por suerte es bien utilizado por las asambleas– se puede utilizar abiertamente es que me permito utilizarlo con total libertad, y justamente porque es conocimiento de acceso abierto y plural es casi imposible acreditar una fuente originaria especifica. Estos “saberes”, de los que Galafassi y Dimitriu se creen guardianes, ya han sido utilizados por otras comunidades, profesionales y medios muchos años antes que comenzaran a funcionar las primeras asambleas en Argentina. Por otra parte, también he generado, sistematizado y compartido mucha de esa información con diversos movimientos, sin nunca pedir ningún tipo de acreditación ni mención por ello, ni tampoco creerme destinado a decidir quienes y cómo la utilizan.
Es llamativo que autores del ámbito académico critiquen el uso de datos y cifras para terminar haciendo análisis en los que frente a datos de agencias especificas de protección al medio ambiente llegan a conclusiones tales como: “...no podemos seguir cayendo, otra vez, en la ingenuidad de creernos la supuesta independencia de la democracia representativa respecto al proceso económico. Todo lo dicho y demostrado respecto a la invasión estadounidense de Irak y sus cuencas petrolíferas es más que suficiente para derribar tal suposición discursiva”.
En este tipo de análisis, común a lo largo del artículo, los autores recurren a verdades de perogrullo y conceptos tan trillados y obvios que, aunque verdaderos, no tienen ningún poder explicativo. Es evidente que el abordaje de la situación de la minería en el dossier se da en el contexto del mundo en que nos toca vivir, por lo que no es necesario remontarse una y otra vez al colonialismo, al imperialismo y a todos los “ismos” ya que un articulo periodístico, como tal, es acotado y específico y da por sentado que los lectores tienen un conocimiento y una visión del mundo propia que les permite entender y reflexionar sobre lo que se expone sin necesidad de explicar lo que no es necesario y contextualizar lo evidente.
Los autores prosiguen con su teoría del Plan B, para lo que nos cuentan como son los planes A y C. Para ellos, resulta una gran novedad la conexión entre el uso de la fuerza física por parte del Estado y la defensa de intereses particulares, no importa que para la mayoría de los argentinos resulten conocidos los sucesos de la Patagonia Rebelde, las detenciones de obreros en las fábricas durante la dictadura, la estafa de los bancos y el corralito entre ya tantos sucesos de la trágica historia de este país; parecería que sin este novedoso aporte de los autores todos seríamos susceptibles a la cooptación. En éste mismo sentido hacen un análisis en términos de democracia representativa, utilización del poder por parte de de las grandes potencias y otras dimensiones que ameritaría un trabajo extenso y académico y no una nota periodística, y asumen el hecho de que estas dimensiones no estén tratadas en solo cinco páginas como una toma de posición. Agregan que “lo que, intencionadamente o ingenuamente, dejan de lado estas visiones simplistas es la complejidad intrínseca en el que está envuelto todo proceso de intervención minera en una región”. Increíblemente, tras afirmar esto, no aportan una visión que comprenda estas dimensiones aun cuando escriben en una revista académica con menos problemas de espacio.
A lo largo de su artículo los autores critican reiteradamente lo que no dice la nota, para luego afirmar lo mismo, y llegan incluso a inventar lo que quieren leer o entender. A modo de ejemplo, afirman cosas tales como: “Por supuesto que esto implica no tener en absoluto en cuenta que la mayoría de los desastres asociados en la extracción minera son ambiental y socialmente irreversibles”. Aun cuando el dossier dice literalmente lo mismo en reiteradas oportunidades, por ejemplo: “Si bien existen formas de atenuar la contaminación del drenaje ácido, en la práctica este proceso es irreversible. En Andalucía, España, se detectó drenaje ácido en el Río Tinto… residuo de minas explotadas en tiempos del Imperio Romano. El ácido sulfúrico tiene la cualidad de facilitar la disolución en el agua de otros metales pesados presentes naturalmente en las rocas como el plomo, arsénico, mercurio, cadmio y selenio facilitando así su introducción en ríos, aguas subterráneas y de deshielo” (recuadro “Drenaje ácido”, el Dipló, pág. 16).
El dossier del Dipló incluye la situación social y cultural de comunidades de América Central, la lucha de la comunidad de Esquel en un recuadro específico y reiteradas menciones al proceso en que se aprobaron las leyes vigentes durante el menemismo en la que detalladamente se da cuenta del rol del Banco Mundial y del accionar de las empresas multinacionales. Sin embargo los autores alegan que no se hace referencia a las relaciones sociales, políticas y ambientales.
Más adelante, relacionan mi artículo con el Consejo Mundial de Negocios por un Desarrollo Sustentable (WBCSD, por sus siglas en inglés), afirmando: “No es ninguna casualidad que estas visiones tecnicistas y reduccionistas mantengan una alta coincidencia con la prédica que viene desarrollando el Consejo Mundial de Negocios por un Desarrollo Sustentable (WBCSD – World Business Council for Sustainable Development) (...). Creemos que no es necesario abundar respecto a que las tácticas del ‘uso responsable del cianuro’ y de la ‘responsabilidad social empresaria’ son las manifestaciones concretas de esta estrategia del ‘desarrollo sustentable corporativo’. Otra clara demostración del Plan B”.
¿Es posible que estos “especialistas” lean los mismos artículos que dicen textualmente: “La minería se encuentra protegida por una legislación tan favorable al interés de unas pocas empresas, que no puede ser explicada racionalmente desde un punto de vista económico” (el Dipló, pág. 12) y remarcan que la contaminación con cianuro es irreversible, al punto de se que afirma en uno de sus títulos que es “Tan peligrosa como los desechos nucleares” (el Dipló, pág. 14)?
El Plan B de los autores, del que afirman que soy parte, consciente o inconscientemente, es literalmente “la suma de maniobras imaginables destinadas a ganar consenso, legalizar estas formas de enriquecerse, lograr obediencia y/o complicidad, publicitar sus objetivos como si fueran idénticos a los de la sociedad y desacreditar las alternativas como si fueran ‘ataques’” (sic).
La diferencia con Galafassi y Dimitriu radica en primer lugar, en que el dossier periodístico se basa en la realidad y no en un mundo ideal. En éste, comparto muchas de las visiones de los autores, pero en el mundo real ya existen Bajo la Alumbrera, Pascua Lama y Veladero, ya hay casos de cáncer en Tucumán debido a la explotación en Catamarca. Luchar en contra de los emprendimientos mineros es una herramienta fundamental, y en el caso de quienes tienen acceso a conocimientos más específicos y otras herramientas la lucha no debe quedar solo en gritar consignas. Los autores creen que mencionar y explicar lo que sucede en otros países –ya sea la prohibición de la explotación a cielo abierto, la adecuación de las leyes a estándares más altos donde ya existe la explotación o detallar los accidentes ocurridos y sus consecuencias– equivale a legitimar y respaldar lo enunciado. Así, subestiman la inteligencia de los lectores pensando que no pueden alcanzar conclusiones por sí mismos, ya que una descripción de otras realidades, en su visión, los confundiría.
Según los “expertos” Galafassi y Dimitriu los problemas asociados a la explotación minera se reducen a concepciones de imperialismo, explotación por parte de un capitalismo salvaje y varias de sus vertientes. No es de extrañar que desmeriten el uso de conocimientos específicos como “tecnicismos”, ya que lo que aportan es prácticamente lo mismo que tienen que decir respecto de otras explotaciones de recursos naturales como la soja y la forestación. Creen que se puede traspolar alegremente cualquier situación a dichas variables de análisis. Si bien esto puede generar interesantes y válidas interpretaciones de la realidad, en el mundo real no es probable que una Corte Suprema de Justicia acepte como argumentos convincentes de una comunidad afectada por una explotación minera la invasión de Irak, ni el imperialismo de los Estados Unidos. El conocimiento que estos autores consideran técnico y reduccionista son imprescindibles en la lucha.
Agregan además a su análisis conceptos que no aparecen en ningún lugar del dossier –“minería responsable”, “responsabilidad social empresaria”– con frases como la siguiente: “de lo que se trata entonces, según los proponentes de esta escenografía, es de generar mecanismos político-financieros que penalicen a las explotaciones mineras que no llevaron adelante una ‘extracción responsable’”. Hacen así una particular lectura del material, que demuestra justamente que aun donde se lleva a cabo una minería con fuertes controles los daños suceden y son irreversibles. El hecho de que se mencione como son los controles y como se efectivizan dista de afirmar un respaldo; al contrario, demuestra su falacia.
Por si fuera poco, Galafassi y Dimitriu agregan: “Tampoco contempla el control social sobre el uso posterior de los metales y minerales obtenidos (por ejemplo el uso para industria bélica de grandes potencias). Y por otro lado confirma una visión predominantemente fragmentada y economicista de la problemática, cuando en realidad la problemática es notoriamente más compleja que una simple ecuación financiera o una burda relación costo-beneficio” (sic).
La falta de conocimiento de los principios más básicos de la economía internacional es aquí evidente. ¿Cómo sería un control social del uso posterior de los metales y minerales obtenidos? ¿Poniendo un gendarme o un vecino dispuesto en cada barco que sale con metales argentinos para garantizar in situ que el país importador los utilice por ejemplo en trenes y no en tanques? El problema con este tipo de análisis es que se apartan de la realidad para reforzar un ideario compartido pero impracticable en la realidad, excepto que los autores propusieran un Protocolo o Tratado Internacional de la Organización de las Naciones Unidas para la utilización de metales con fines bélicos, pero no es el caso del tipo de debate que los autores proponen, más cercano a las consignas dogmáticas que al de abordajes complejos.
Continúan: “Es evidente, que el ser un experto en minería y medio ambiente no es suficiente para ver toda la complejidad de este proceso de saqueo, aunque paradójicamente las propias comunidades afectadas si fueron y son capaces de verlo” (sic). Ciertamente la problemática es muy compleja, en el sector minero trabajan millones de personas alrededor del mundo. Esa industria ha marcado el nacimiento, destino y desgracia de cientos y miles de comunidades, desde Sudáfrica hasta Perú. Por citar un solo ejemplo, he participado en estudios sobre el impacto de la incidencia en la violencia familiar y las enfermedades de transmisión sexual en las comunidades con una repentina afluencia de trabajadores mineros. La problemática es sumamente compleja, involucra tantas realidades que es imposible abarcarla desde un solo campo del conocimiento o de acción. Pero mas allá de enunciar la complejidad del proceso, nadie podría ver en la crítica de los autores en un medio académico éste análisis más complejo que mencionan. Por el contrario, el dossier de Le Monde diplomatique está constituido por artículos de divulgación periodística y como tal no está pensado para abarcar siquiera minimamente la problemática en toda su complejidad. Por el contrario ofrece un primer nivel de análisis.
En tren de leer lo que uno quiere y no lo que está escrito los autores citan por ejemplo la siguiente frase: “A modo de ejemplo, en 1992 la pequeña mina de Summitville, en Colorado, Estados Unidos, que sólo pudo explotar minerales por un valor de 130 millones de dólares, significó para los contribuyentes locales un costo de 200 millones de dólares (hasta la fecha) para limpiar el río Alamosa, contaminado con cianuro desde el primer día de operaciones. Los ejemplos abundan, y queda claro que las ínfimas regalías que van a dejar los nuevos megaproyectos de la cordillera no podrían cubrir el costo de la más mínima eventualidad o accidente” (el Dipló, pág. 14) para concluir que: “Lo primero a destacar es la aparente convicción de que la contaminación con cianuro puede ser ‘remediada’, lo cual es un absurdo y una falacia total”. Galafassi y Dimitriu deberían explicar por medio de que complejo proceso psicológico-intelectual logran deducir de esa frase que la contaminación puede ser remediada; decir que se trabaja allí donde ocurrió un derrame, no equivale a afirmar que es remediable. No importa que en el resto del dossier se asevere por ejemplo que “en la practica el drenaje acido es irreversible” (recuadro “Drenaje acido”, el Dipló, pág. 16) o “cuando los primeros síntomas de contaminación aparecen el grado de deterioro generalmente es muy severo y por ende muy difícil de remediar” (el Dipló, pág. 15).
Utilicemos por un momento el mismo tipo de análisis que utilizan los autores en su crítica. En ésta se dice literalmente “la contaminación con el mortífero veneno llamado cianuro, son harto difíciles de limpiar, por no decir imposibles en la enorme mayoría de los casos”. Dice “difíciles” y “en la enorme mayoría”. ¿Están aquí tratando de decir que hay casos en que el cianuro no contamina? Ahora esta más claro, quieren hacer creer al lector que hacen una crítica pero lo llevan inconscientemente a creer que hay casos de cianuro bien utilizado. ¿Entonces el Standard Bank sí le pagaba al Sr. Galafassi? Ver en una palabra o una frase descontextualizada lo contrario a lo que asevera toda una serie de artículos, es ir más allá de la crítica para entrar en el terreno de la mala fe.
Los autores creen que quienes no pensamos exactamente como ellos no podemos ver la complejidad de las relaciones sociales, ambientales o económicas. Agregan que la minería “no constituye un proyecto económico aislado, sino que por el contrario se enmarca en el renovado papel asumido por América Latina y el Tercer Mundo en tanto exportador de materias primas para abastecer las necesidades del capital internacional” (sic). Tendremos que resignarnos a análisis tan obvios y trillados como estos en el siglo XXI. ¿Renovado papel? ¿Desde cuándo? ¿Alguna vez dejamos de ser exportadores de materias primas, o será que vivimos en países diferentes?
¿Tienen los autores un conocimiento específico del tema? Veamos: “La minería de oro a cielo abierto posee la particularidad, al ser una actividad de corto o mediano plazo...” (sic). ¿Una mina de oro a cielo abierto con una explotación a corto plazo? Esa sí es una novedad. “Esto facilita –continúan– el uso de procesos ‘brutales’ de extracción en pos de la maximización de las ganancias” (sic). No señores, no facilita el uso de procesos “brutales” para la maximización de ganancias sino que es el único proceso actual a excepción de algunos garimpeiros del Amazonas. Y agregan: “Es por esto que la minería de oro a cielo abierto constituye una actividad en la cual no está presente ninguna consideración real (más allá de lo discursivo) hacia la ecuación ‘tecnología de bajo impacto / preservación de la explotación en el tiempo’ (formula presente en las tácticas empresariales de desarrollo sustentable)” ¿No habíamos quedado en que las tácticas empresariales de desarrollo sustentable son una falacia para engañar y ganar tiempo?
Finalmente aclaran: “la minería de oro a cielo abierto exige la destrucción de cientos de km2 de territorio, genera millones de toneladas de residuos minerales (liberando todo tipo de sustancias al aire y a los cursos de agua), implica la contaminación y/o el agotamiento de las reservas de agua regionales, el uso masivo de explosivos, y la utilización de miles de toneladas de cianuro y otras sustancias tóxicas”. ¿No es esto literalmente lo mismo que está escrito en el dossier? Sí, lo es.
Y agregan: “Del uso extorsivo de las finanzas, del comercio y de la política cotidiana para justificar roles subordinados y dominación (no se habla) tampoco”. No importa que esté escrito entre varias otras menciones e incluso aparezca como frase destacada (el Dipló, pág. 13): “Un grupo de empresarios y políticos concibió una estrategia clara para apropiarse de unos de los últimos grandes recursos no renovables del país”. Dentro del artículo, esta frase figura en un contexto que explica cómo se promulgó la ley de minería y detalla a quiénes fueron hechos los préstamos del Banco Mundial que lo permitieron. Nuevamente cabe aclarar que el artículo no es una agenda pormenorizada de los avatares de señores feudales de provincia, y si los “especialistas” conocen datos jugosos de finanzas y política, por favor compartanlos en un artículo de su autoría.
Llegamos finalmente a la razón de ser de la nota escrita por Guido Galafassi y Andrés Dimitriu: “Por lo tanto, a esta altura del debate, es fundamental volver a advertir sobre el ‘Plan B’ del proyecto minero”. Es evidente para cualquier lector de la crítica de los autores que éstos ven sin eufemismos al dossier publicado en el mes de mayo en Le Monde diplomatique edición Cono Sur como parte del Plan B. Hagamos entonces un ejercicio franco de los escenarios probables ante esta “escenografía” (sic).

A. Efectivamente los intereses mineros y sus representantes apoyaron la publicación del dossier en el espíritu de, según el Plan B, efectivizar las “maniobras imaginables destinadas a ganar consenso, legalizar estas formas de enriquecerse, lograr obediencia y/o complicidad, publicitar sus objetivos como si fueran idénticos a los de la sociedad y desacreditar las alternativas como si fueran ‘ataques’”. Esto lo hacen para que el lector quede expuesto a aseveraciones tales como “Entregar las riquezas del subsuelo del país a estas empresas es abrir las puertas a un grupo que incluye desde empresas serias hasta aventureros del momento, pasando por fuertes lobbies políticos y gigantescas corporaciones, cuyo punto en común es que todos pueden causar una catástrofe ambiental” (aquí especialmente la palabra que confunde y coopta al incauto lector es “EMPRESAS SERIAS” –subrayadas por Galafassi y Dimitriu– y no las palabras “catástrofe ambiental” –que no subrayan–) o “Los ejemplos abundan, y queda claro que las ínfimas regalías que van a dejar los nuevos megaproyectos de la cordillera no podrían cubrir el costo de la más mínima eventualidad o accidente”. Ambos pasajes son remarcados por los autores como demostración de la relación entre la intencionalidad de la nota y los fines del Plan B. No importa que en el dossier se utilice el título citado anteriormente (“Tan peligrosa como los desechos nucleares”) o que se afirme que los vecinos de Tucumán acusan con nombre y apellido por contaminación a una empresa diciendo que los desechos son enterrados impunemente afectando a los ciudadanos, ni que se cite al concejal chileno de Alto del Carmen textualmente diciendo en referencia a un proyecto binacional que “van a utilizar más de 16.000 toneladas diarias de cianuro y 80.000 kilos diarios de explosivos… y eso nos hace pensar que va a ser todo contaminado, todo destruido”, entre decenas de tantos otros ejemplos. ¡Eso si que es confundir y cooptar!
B. El autor, con poco conocimiento de las tramas y subtramas de un tema tan complejo termina siendo funcional a las empresas o las diferentes ONGs e instituciones académicas ya cooptadas según el Plan B. Por suerte, solamente un par de académicos con una visión global y abarcativa ponen a todos los ciudadanos al tanto de tal trama y ayudan a leer entre líneas sospechosas afirmaciones que pasaron por alto incautamente el director y los editores del medio gráfico y todos los lectores con los que entré en contacto y creyeron ver que el dossier afirmaba todo lo contrario de lo que advierte el iluminador análisis de Guido Galafassi y Andrés Dimitriu.
C. En este último escenario, dos académicos que no concuerdan con los puntos de vista del autor de la nota periodística. Aun cuando todos sean abiertamente contrarios al desarrollo de la minería a cielo abierto, conozcan a algunos de los mismos miembros de los vecinos autoconvocados, y participen también en algunos de los mismos ambitos de lucha, hacen una crítica de mala fe, con inducciones falsas y fuera de contexto, en nombre de una supuesta pureza ideológica y de lucha.

Dejo a criterio de los lectores cual es el más probable de los tres escenarios.
Finalmente se preguntaran cual es el Plan C/N aplicado a la minería. Aclaro que este plan es “aplicado”, por que también se presenta en otros ámbitos. Ante, por ejemplo, la instalación de una gran planta industrial, una represa o una mina a cielo abierto una comunidad se siente amenazada y ve que está en juego el futuro de sus hijos, sus tierras, sus medios de vida, su lugar en el mundo. Esto genera una larga lucha. Algunos en la comunidad no están de acuerdo, y se entregan a los cantos de sirenas de puestos de trabajo y progreso. Sin embargo esta lucha genera solidaridad en otros ciudadanos. A cientos de kilómetros y a veces a miles, algunos además de solidarizarse adoptan las consignas y la lucha como propias y se involucran en la lucha de una forma paternalista, diciéndole a la gente de las comunidades que está luchando, cómo y en qué forma debe hacerlo, les aclara con quiénes deben interactuar y con quiénes no, y definen quiénes pueden y deben participar en esta.
No hace falta imaginar sofisticadas teorías conspirativas –aunque personalmente me fascinan, desde la Comisión Trilateral, pasando por los Masones– para pensar las estrategias de convencimiento de cooptación y desmembramiento de la lucha y resistencia. Aunque es obvio que existen, me imagino que antes de ponerlas en práctica los representantes de las corporaciones que van a llevarse las fabulosas riquezas mineras, encienden un habano y se sientan a ver cómo desde dentro mismo de quienes están en la lucha se van peleando y deshaciéndose en innecesarias disputas e irrelevantes cazas de brujas. El Plan C/N es el plan de la Conjura de los Necios; éstos alienan a todos quienes quieren aportar y tienen el derecho de hacerlo, solamente por que no piensan igual que ellos, creando conflicto con todos con quienes deberían de luchar lado a lado (¿negando la unidad en la diversidad?) (sic). ¡Amigo Stalin, un Gulag a la derecha por favor!

1 El artículo completo puede leerse en: http://revista-theomai.unq.edu.ar/NUMERO15/Galafassi_Dimitriu_Plan_B.pdf.
2 “Las irregularidades que hicieron naufragar un proyecto de la UNQ”, Página/12, 10-12-04: www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-44660-2004-12-11.html

N.G.