Los Caracoles: el realismo mágico y los agujeros en el Ozono, por John Holloway

"La inauguración de los Caracoles revela más claramente que nunca el trabajo práctico de construir otra sociedad que está llevándose a cabo desde hace años, detrás de los grandes acontecimientos y los largos silencios de los zapatistas. Este es el trabajo de miles de personas en miles de comunidades que, transformando y basándose en sus propias tradiciones, están creando una sociedad en rebeldía, construyendo una sociedad de libertad, justicia y democracia"

El agujero en la capa de ozono está creciendo. Esta es una indicación de la velocidad de la carrera precipitada de la humanidad hacia su autodestrucción. Nos habla de la desesperación.

Pero hay otros agujeros que hablan no de la desesperación y la autodestrucción, sino de la esperanza y la autocreación. Estos agujeros también están creciendo. Estos son los agujeros en el capitalismo.

Hay millones de agujeros en el capitalismo. Probablemente dentro de cada uno de nosotros hay por lo menos un momento cuando decimos “No, aquí no manda el capital, aquí vamos a determinar la vida de otra forma”. Nuestro No es nuestra humanidad en contra de un mundo inhumano. Nuestros agujeros no son simplemente individuales. Más y más gente en todo el mundo está uniéndose de muchas formas diferentes para decir No al capitalismo. Pero ¿cómo hacemos nuestros Nos más grandes? ¿Cómo hacemos agujeros más grandes en el tejido del capitalismo?

Los zapatistas constituyen uno de los agujeros más grandes y más bellos en el capitalismo hoy. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo podemos aprender de ellos para hacer nuestros propios Nos más grandes?

La celebración del nacimiento de los Caracoles y el comunicado que la anticipó (“La Treceava Estela”) enfatizan otra vez la magia y el realismo, el realismo mágico, del No zapatista.

Primero la magia. El levantamiento zapatista es absurdo. Ha sido absurdo desde el principio y su gran mérito es que no ha dejado de ser absurdo. Este es un punto enfatizado tantas veces en los comunicados que es fácil olvidarse de él. Se levantaron en un momento cuando la revolución ya había muerto, cuando todos los revolucionarios sensatos ya estaban en la cama, listos para dormir. Una y otra vez han sorprendido e incluso exasperado a sus simpatizantes con sus apariciones y desapariciones, su hablar y su silencio. Mientras que el discurso previo de la izquierda siempre se parecía al discurso estatal en la seriedad de su tono, los zapatistas han puesto chistes y cuentos y baile y frivolidad en el centro de sus declaraciones y sus acciones.

Esta calidad absurda no es un adorno; no es simplemente una cuestión de relaciones públicas o del estilo literario o de la habilidad comunicativa de Marcos. Es más bien que, en un mundo en que el capital ha conquistado el significado de “sensato”, la única esperanza de cambio yace en lo absurdo. Toda sensatez alimenta al capital. El capital domina con una lógica realista que busca imponerse en todas nuestras luchas, una lógica que nos empuja todo el tiempo hacia la conclusión de que no hay alternativa al capitalismo, que no hay ninguna posibilidad de crear otro mundo, que así son las cosas. Para pensar en la revolución, para pensar en crear la humanidad, tenemos que romper con esta lógica. Tenemos que desarrollar una lógica nueva, una gramática nueva, un lenguaje nuevo. El pensamiento revolucionario es necesariamente poesía, no prosa: no simplemente palabras bellas, sino conceptos que rompen (1).

Pero las palabras y los conceptos bellos por sí solos no cambiarán el mundo. No creamos una sociedad alternativa soñando y contando chistes. Si esto no se combina con la reorganización de nuestras vidas, de nuestro hacer, no puede mantenerse. Lo bello del último comunicado es que combina esta magia, esta serie absurda de chistes y cuentos, con el realismo de la construcción práctica de otra sociedad. Lo importante no es un lado o el otro, sino la combinación de los dos.

La inauguración de los Caracoles revela más claramente que nunca el trabajo práctico de construir otra sociedad que está llevándose a cabo desde hace años, detrás de los grandes acontecimientos y los largos silencios de los zapatistas. Este es el trabajo de miles de personas en miles de comunidades que, transformando y basándose en sus propias tradiciones, están creando una sociedad en rebeldía, construyendo una sociedad de libertad, justicia y democracia (pero una libertad, justicia y democracia muy distintas de aquéllas de los Estados capitalistas). No es simplemente una prolongación de las viejas tradiciones, sino un trabajo de construcción que enfrenta muchas dificultades (como revela el comunicado): cómo tratar a los miembros no zapatistas de las comunidades, como manejar las desigualdades entre las comunidades y entre las familias dentro de las diferentes comunidades, cómo cambiar las actitudes tradicionales respecto de las mujeres, cómo desarrollar un sistema emancipatorio de educación y un sistema de salud gratuito, cómo hacer todo eso de una manera que no reproduzca la enajenación de la administración estatal, sino que sea realmente el producto de la comunidad.

Todo este trabajo cotidiano debe parecer a veces la antítesis de las bellas palabras de los comunicados, una realidad que está muy lejos de la magia. Pero al mismo tiempo la belleza de los comunicados no es cuestión de palabras, sino del rompimiento conceptual con la lógica mortífera del capitalismo y este rompimiento tiene su base en la práctica de las comunidades zapatistas. En otras palabras, la práctica de la autodeterminación (la larga tradición del comunismo consejista) es la ruptura práctica y conceptual con el capitalismo y esta ruptura es la poesía de la revolución.

La belleza de la imagen del caracol es que reúne todo eso: el trabajo lento y terco de construir una sociedad nueva (sí, sé que estoy confundiendo caracoles, pero no importa), la reorganización de las comunidades en las juntas de buen gobierno, los cuentos de los más primeros dioses y sobre todo la imagen de escuchar-hablar que es el centro del rompimiento zapatista no solamente con el autoritarismo del capitalismo, sino también con el autoritarismo de la tradición revolucionaria.

Para nosotros que no vivimos en la Selva Lacandona sino en las ciudades, ¿qué significa todo eso? ¿Cómo nos ayuda a fortalecer nuestro No, cómo nos ayuda a hacer agujeros más grandes en el capitalismo? No tenemos una comunidad fuerte como base. No somos (y probablemente no queremos ser) parte de un ejército y no tenemos una fuerza armada para defender nuestras luchas. No vivimos y no queremos vivir en la pobreza extrema de los indígenas de Chiapas. Estamos acostumbrados, en otras palabras, a un acceso mayor (aún muy restringido) a la riqueza producida por el hacer humano y sabemos que nuestra acceso depende de nuestra subordinación directa o indirecta a la lógica y al mando del capital. La revuelta en la ciudad significa un enfrentamiento posiblemente aún más directo y su existencia como portero a la riqueza del hacer humano, un enfrentamiento directo con la propiedad capitalista.

Esto no significa para nada que el zapatismo no pueda desarrollarse en las ciudades. Al contrario, tenemos ahora el ejemplo claro del zapatismo urbano en Argentina para demostrar que sí es posible (2). Pero el proceso no es obvio. La imagen del caracol puede ayudarnos mucho en este sentido: la idea de avanzar con terquedad tranquila y sobre todo el proceso de escuchar-hablar; escuchando los volcanes sofocados que existen dentro de todos, hablando a la rebeldía cotidiana, común y corriente.

NOTAS:

1.- Ver Raúl Vaneigem, Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones ,Editorial Anagrama, Barcelona, 1977.
2.- Ver, por ejemplo, MTD de Solano y Colectivo Situaciones, La Hipótesis 891. Más allá de los Piquetes, Ediciones de Mano a 3.- Mano, Buenos Aires, 2002; Raúl Zibechi, La Genealogía de la Revuelta argentina, Letra Libre, La Plata, 2003.

Fuente: Revista Memoria

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