Movilizaciones en Ecuador contra el Fondo Monetario Internacional: La paja y el grano

Idioma Español
País Ecuador

"Cuando todas las palabras gastaron su significado, rebrota la metáfora que restituye sentidos; en este momento el tiempo lineal del reloj y del progreso son ocupados por el tiempo propicio, el de la memoria que retorna cíclicamente a esclarecer las sombras. Aquí brota a borbotones lo improbable. Tan milenaria y sin embargo, tan imprevista, la comuna, la asamblea, emergen para separar la paja del grano".

Tiempos siniestros los que vivimos en Ecuador. El retorno de las formas más salvajes del capitalismo globalizado se hace evidente, un retorno gestado en la década anterior.

El despojo y la devastación de territorios no tiene precedentes, así como la bestialidad con que se afianzan y multiplican formas remozadas de trabajo esclavo y se liquida cada derecho laboral duramente conquistado en el siglo pasado. Los recaderos de este capitalismo descontrolado retornan a gobernar llevando en sus mangas viejas recetas del terrorismo de Estado y nuevas formas de inundar las redes con intriga, miedo y sedición. También utilizan abiertamente la delincuencia organizada, como mercenarios del caos y la violencia. Nada es nuevo. Lo nuevo en el Ecuador es todo junto y perfeccionado, mostrando un poder destructivo y mucho mayor.

Las medidas de ajuste y la vuelta a golpear las puertas de financistas oscuros como Goldman Sachs y el FMI comenzaron a finales del gobierno anterior. El nuevo gobierno se ocupó de ejecutarlas y profundizarlas. Carente de base social, Lenin Moreno tomó distancia de su predecesor y se puso al amparo de las viejas élites articuladas al capital depredador global.

En esta vuelta, remachó ante los medios que no tenía otra que volver a sacrificar a la clase trabajadora por culpa del mal manejo del gobierno anterior, tratando de legitimar la firma de una nueva carta de acuerdo con el FMI, cuyo contenido fue rigurosamente oculto con el aval de una asamblea cómplice.

Pero la década anterior, con Correa, había producido un pseudo bienestar “de obsolescencia programada”, una represión sistemática desplegada selectivamente, y una serie de reestructuraciones institucionales para favorecer la nueva avanzada del capital corporativo y extractivista global. Esto dejó entre las organizaciones populares independientes y el movimiento indígena rastros de división, desconfianza, miedo, desarticulación y pérdida de horizontes; individualizadas las relaciones y deshabilitado todo proceso autónomo. De Acuerdo al “Balance de octubre de 2019 en el Ecuador” publicado por Acción Ecológica el día 18, con el correísmo “habíamos pasado 10 años bajo un paquetazo cultural, el del ‘progreso’. En sus imaginarios más tradicionales de carreteras, minería, mega infraestructura, transgénicos, todo acompañado con conservadurismo, autoritarismo y corrupción (la misma que caracteriza a las nuevas derechas del continente). Paquetazo que se impuso con hostigamientos, descalificaciones y persecución a las organizaciones. Ese paquetazo fue especialmente virulento con la naturaleza, sus pueblos y los defensores y defensoras. Se expandió la frontera petrolera, incluso sobre el Parque Nacional Yasuní (a pesar de los discursos), se impuso con violencia la minería en los territorios indígenas y campesinos, se construyeron mega obras de infraestructura para favorecer al extractivismo y a la agroindustria, a costa de quitar inclusive el agua a los pueblos.  En esos procesos de imposición y despojo, se criminalizó a centenares de personas, dirigentes y comunidades campesinas e indígenas, quienes son los que más apegados están a la tierra y al territorio.

El actual gobierno, tras condonar deudas fiscales por segunda vez en cuatro años a grandes empresas y a la banca, con el FMI avanzando, anunció un paquete con mecanismos de flexibilización laboral, reducción y/o de impuestos y aranceles a empresarios, importadores y exportadores; la eliminación de subsidios a los combustibles, incluido el diésel que mueve el transporte público y de bienes por lo que determina la economía popular. De acuerdo a Acción Ecológica:

El Decreto 722 retiró los impuestos a las mineras, el 724 reformó los precios de algunos combustibles, un conjunto de acuerdos ministeriales con reformas laborales, la Ley de Fomento Productivo, el reglamento de Código Orgánico Ambiental y otras. Pero es el Decreto 883, que retiraba el subsidio a los combustibles, la gota que derramó el vaso y generó la explosión social liderada por el movimiento indígena.

El subsidio a los combustibles fue presentado por el gobierno como un apoyo a los más ricos y una forma de beneficiar a los contrabandistas. Ésa fue la pedagogía del gobierno y sus élites. Sin embargo, el alza de combustibles fue evidenciada como un enorme impacto a los más empobrecidos. Y esa fue la pedagogía del movimiento indígena.

Se preveía una movilización obrera de poco peso y la paralización de transportistas, para quienes se tenía programada una rápida solución autorizando el incremento de tarifas. La Conaie anunció que participaría en el paro, pero no se vislumbraba una fuerza de peso.

Y aquí, cuando todas las palabras gastaron su significado, rebrota la metáfora que restituye sentidos; en este momento el tiempo lineal del reloj y del progreso son ocupados por el tiempo propicio, el de la memoria que retorna cíclicamente a esclarecer las sombras. Aquí brota a borbotones lo improbable. Tan milenaria y sin embargo, tan imprevista, la comuna, la asamblea, emergen para separar la paja del grano.

El trasporte se paralizó el 3 de octubre, y la sociedad entera lo sintió. Era la perfecta justificación para incrementar el precio del transporte público y los fletes; tras 24 horas, se supo que líderes del transporte habían conseguido que se autorizara la subida. Lo que no se veía o no se sabía es que por todo el país los pueblos y las comunas indígenas, decidieron otra cosa.

Por fuera de las cámaras y los circuitos informáticos de la intriga y el cálculo, la acumulada sensación de malestar sin rumbo fue analizada en cada comuna y la resolución asumida no dio vuelta atrás. Como los brotes de semilla, una tras otra, las comunidades se fueron sumando al cierre de carreteras, las principales y las alternas: ni un grano de maíz saldría de los campos hasta que se derogaran las medidas. La respuesta del gobierno fue una arrogante cerrazón, acusando a la movilización de ser cómplice o títere del “correísmo” e inició el despliegue represivo. Las revueltas no pararon de aflorar en la Sierra y en la Amazonía.

El enorme y diverso colectivo decidió marchar a Quito mientras mantenían el paro en sus provincias. A las dirigencias no les quedó más que acatar el mandato de sus bases y tratar de ponerse a la altura de la tarea. No sólo la Conaie, también la Feine, y la Fenocin: en el abajo indígena y comunitario, las banderas son difusas, los gobiernos comunales se confederan para la batalla.

En paralelo, el terror, la intriga y el discurso del caos inundaron las redes sociales, el whatsapp y los medios; se contrataron grupos delincuenciales intencionalmente desatados pra provocar miedo y caos. Hubo un vandalismo y un saqueo planeado por alguien, especialmente para crear una situación inmanejable que el poder, el gobierno y el correísmo aprovecharon. Las consignas de 500 años se repitieron: “la indiada salvaje está invadiendo el mundo civilizado y amenazan la sagrada propiedad privada”.

El fin de semana no amainó, al contrario, movilizó la empatía y el apoyo de sectores populares urbanos, jóvenes de universidad, artistas, gente común que sabe lo que pesan esas medidas en sus vidas.

Lo impensado es que este despliegue de empatía y soporte viniera cargado de organización, disciplina y compromiso. Se formaron brigadas para que la comida se distribuyera y preparara equitativamente; para que niñas y niños fueran cuidados mientras los adultos luchaban; jóvenes profesionistas y estudiantes de medicina organizaron puestos de salud y primeros auxilios. La gente huérfana de agrupación en la ciudad se la jugó con organización y se hizo parte de una multitud que venía como una gran asamblea confederada.

Pasaron los días y se endureció la violencia. El gobierno atizó el fuego de la intriga y la confusión, al punto de atacar los refugios donde estaban niños y niñas. Pero tenían miedo, todos los niveles de gobierno se fueron a Guayaquil a refugiarse bajo las alas de las élites. Sin proponer salidas, la Asamblea Legislativa también desapareció. Alcaldías, gobernaciones, quedaron vacías. Sólo el ejército y la policía con luz verde para vejar, herir y matar, hicieron presencia por el Estado. Se endurecieron las acciones represivas, se decretó estado de excepción, se restringió la libertad de expresión. Los medios privados mentían e incitaban al odio, los medios oficiales casi no aparecían; en cambio, radios y televisoras comunitarias, colectivos urbanos de comunicación con plataformas en internet, realizaron un despliegue sorprendente que rompió el cerco y atrajo la atención de la prensa internacional que se sumó a la cobertura de ese sol que no pudieron tapar con un dedo. Lo inesperado de tal ejercicio comunitario fue su capacidad de romper el silencio impuesto.

Trece días después, 20 mil almas llegadas de todo el país golpearon las puertas del palacio de gobierno y la asamblea. Casi 10 manifestantes asesinados, cientos de personas desaparecidas, miles heridas y detenidas. Esto no había sucedido en el país en casi medio siglo.

La asamblea comunitaria decidió una toma simbólica de la Asamblea Legislativa. Iban en paz y lo mostraron de todos los modos posibles. Miles de mujeres encabezaban la marcha, llevaban fruta para dar al ejército, nadie tenía ni un palo ni una piedra. Cantaban, se sentaron y esperaron que los asambleístas escondidos en Guayaquil, sesionaran buscando soluciones.

El presidente, en microcadena nacional, afirmó que dialogaría en directo con los indígenas. Pero se preparaba una celada cobarde: al medio día, tres helicópteros descendieron en el palacio legislativo. Se pensaba que el presidente venía a dialogar, pero la policía arremetió brutalmente contra la multitud desarmada y no paró en la noche la cacería de manifestantes. Nuevas barricadas frenaron un poco las tanquetas, las motos y los caballos.

Un oscuro duelo entre los dueños del poder y los señores del voto como democracia, se desplegaba en paralelo desde el inicio de las protestas. Imágenes de supuestos saqueos a una empresa láctea y destrozos en una florícola, alimentaban el odio a los bárbaros, tapando a gritos la brutalidad con que el Estado atacaba comunas y mataba comuneros. Circularon imágenes de un grupo saqueando la Contraloría, se dijo que eran documentos incriminatorios contra Correa y sus ex funcionarios, o informes de presuntas corrupciones millonarias del actual gobierno. Días más tarde, otra horda incendió este edificio y apareció izada una bandera de la Conaie (¿cómo fue que el ejército no lo custodiaba después del primer incidente teniendo un estado de sitio?). Circularon audios de “correístas” y “gobiernistas” conspirando.

A pesar de los pesares, la lucha popular mostró, sin palabras, que su andar es otro; surfeó por encima de las intrigas y las cizañas que pretendían usar la fuerza de la rebelión para sus beneficios.

El movimiento indígena enarboló una causa mayor, al mismo tiempo anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, porque todo tiene que ver con todo para la milenaria civilización de los cuidados. De ahí la enorme empatía popular.

La justa indignación no tuvo marcha atrás, nadie regresará a sus casas con las manos vacías. Los cierres aumentaron: barrios obreros, comunas indígenas dentro de la ciudad cerraron las vías y resisten la embestida policial. Las capitales de provincia siguieron tomadas; incluso Guayaquil, refugio de oligarcas y recaderos, se movilizó.

El gobierno tendría que dialogar: ya no cabían gestos arrogantes ni falsos llamados con emboscadas detrás.

La agenda fue clara: derogar el decreto 883, poner fin al extractivismo, la renuncia de los ministros de la represión y liberar a miles de detenidos en todo el país.

El gobierno hablaba de diálogo pero ajustaba más las medidas represivas: manteniendo el cerco policial y militar en el parque de El Arbolito declaró un toque de queda en el país. Propuso una negociación con rehenes.

El tono violento del Estado siguió subiendo, las mujeres indígenas y urbanas se convocaron y marcharon el día 11 de la protesta, para cuidar de sus hijos e hijas; no se dirigieron al Estado ni a sus edificios emblemáticos. Se dirigen a la sociedad, con una voz de esperanza y un llamado a la calma frente al miedo que se quiere instaurar.

El furor represivo se modificó, el toque de queda se instauró por 24 horas a partir de las 3 de la tarde y podía extenderse si así lo decide el presidente. Un día más de resistencia en las calles y carreteras, de guerra de nervios.

Esa noche a partir de las 20:30, por toda la ciudad resonó un concierto de cacerolas que empezó en las casas y terminó inundando las calles. A quiteñas y quiteños nadie les impediría circular libremente por su ciudad, su territorio; no habrían de aceptar que les callaran, nadie les impediría que adhirieran a esta rebelión ética, menos un mal gobierno. Cada calle en Quito era una waka, una entidad, un espíritu con memoria e historia personal de lucha y camino por venir. El discurso de “ellos”, “los otros”, “los bárbaros” se quedó sin poder, sólo había un nosotros, diverso pero con una misma matriz ancestral.

La ONU y la Conferencia Episcopal se ofrecieron de mediadoras. El Movimiento Indígena demandó que el diálogo fuera frente a la sociedad. El gobierno acepta dialogar y aunque ambivalente, también acepta los términos propuestos por las comunidades. La asamblea comunitaria manda a decir con sus dirigentes que lo trasmitan por televisión para que todos y todas podamos saber lo que se están hablando y los acuerdos que se alcanzan; de lo contrario, no va nadie y la lucha sigue.

Por primera vez en la historia, la sociedad entera participará de la negociación de una política pública, de una decisión que le atañe y de la que siempre ha sido excluida. Al respecto, la delegación escogida por la asamblea comunitaria tiene un mandato claro y sin ambages: derogatoria del decreto 883 o nada. El encuentro se dilata, se obstaculiza la cobertura de la prensa internacional, se ejerce un control estricto de medios alternativos. La asamblea comunitaria manda a un grupo que testifique aunque no participe de la mesa.

El diálogo público expuso las miserias de los recaderos del poder, sus endebles argumentos, su discurso hueco y repetitivo, su pretensión de persuadir a la gente con dádivas ridículas y su incapacidad de hablar honestamente, por encima de la mesa. Del otro lado, una delegación firme, diversa y complementaria, con jóvenes, mujeres, adultos experimentados, todos distribuyéndose la palabra y compartiendo una única autoridad, la de la asamblea que les designó. Muestran claridad, lucidez y la justicia de su causa.

Tan imposibilitados de triquiñuelas estuvieron, que necesitaron que el mediador de la ONU solicitara un receso de 15 minutos que acabó siendo de más de una hora, tiempo en que intentaron torcer el acuerdo de derogar el decreto, diciendo que esto ocurriría luego de aprobar un nuevo decreto discutido por una comisión que incluiría a los indígenas. Para todo esto solicitaron la salida de los medios.

Al final, el decreto fue derogado, aunque habrá un nuevo decreto con participación de movimiento indígena, quien ha solicitado se transparenten los términos del acuerdo con el FMI. No es mucho, pero tuvieron que llamar a dialogar a las organizaciones sindicales para revisar el conjunto de medidas laborales regresivas que presentarían al legislativo en los próximos días.

Al día siguiente, actores intrigantes emitieron mensajes en las redes insistiendo en acusar al movimiento indígena de haberse prestado a “los intereses golpistas” o de “las oligarquías”. Los análisis políticos y académicos, hablan de triunfos parciales y derrotas.

Desde el abajo, aflora una enorme victoria ética y política. Se restituyó el horizonte, y se devela el duelo continental de los capitalismos coloniales y extractivistas, y quiénes son sus recaderos locales. Se mostró al mundo que el FMI y su nefasto papel ni son invencibles ni pueden andar por ahí, impunes hambreando pueblos. Los clanes electoreros que se diputan el control del gobierno asomaron sus miserias y su parapolítica mafiosa. No saben negociar si no es por debajo de la mesa. No piensan, sólo obedecen.

Este paisito de la mitad del mundo es una reserva moral para los pueblos agobiados del continente y más allá. Es el cíclico anuncio del Pachakutic, del tiempo que se renueva, no es casual y sí, que ocurra el 12 de octubre. Nada de esto se explica desde la razón cartesiana: las metáforas son más abarcadoras que la sola palabra, es palabra-acción, es unidad del todo. Es el nuevo código naciente, el otro lenguaje, la otra matriz civilizatoria, fundada en el cuidado y la comunalidad

El ser andino tiene la tarea cósmica de restaurar el orden frente al caos. Así como pulsa el tiempo adecuado para criar, ha de pulsar el tiempo cierto de batallar. Dura tarea, enorme peso, mucha sabiduría para entender qué tiempo se vive. Este tiempo que no es del reloj, es el que marca los momentos de rebelión. Este modo de entender al mundo, aún hoy, sigue marcando la marcha runa.

- Para descargar el artículo en pdf, haga clic en el siguiente enlace:

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades, Movimientos campesinos

Comentarios