Yayo Herrero: “Corremos el riesgo de una suerte de ecofascismo”

Idioma Español

"Conversamos con ella en Madrid sobre cómo buscar salidas a través de iniciativas locales y del feminismo como movimiento capaz de trazar las transversalidades entre las diferentes luchas emancipatorias, en un momento de acuciante crisis no solo socioeconómica y ambiental, sino civilizatoria".

Antropóloga, ingeniera, profesora, activista ecofeminista, directora de  FUHEM, militante en  Ecologistas en Acción, en grupos de consumo y otras iniciativas de la economía social y solidaria (ESS): la española Yayo Herrero es una de las figuras más señaladas del ecologismo y también del feminismo dentro del Estado español; tanto, que  tuvo que enfrentar recientemente el embate de la caverna mediática de la derecha española. Conversamos con ella en Madrid sobre cómo buscar salidas a través de iniciativas locales y del feminismo como movimiento capaz de trazar las transversalidades entre las diferentes luchas emancipatorias, en un momento de acuciante crisis no solo socioeconómica y ambiental, sino civilizatoria. Son tantos los temas por hablar y es tan dictador el tiempo, que disparo a bocajarro:

Nazaret: El ecofeminismo suele definirse como el diálogo entre el ecologismo y el feminismo; a menudo se le atribuye a este cruce un gran potencial emancipador. ¿Por qué?

Yayo: El ecofeminismo es una corriente de pensamiento que ya tiene una trayectoria académica, pero es también un movimiento social; ambas dimensiones son importantes, sobre todo puestas en diálogo. Es un pensamiento crítico de nuestra realidad económica, política y también simbólica, que se propone la construcción de un movimiento social superador, constructor de identidad en un momento de guerra contra la vida. Supone un diálogo entre el movimiento feminista, que es mucho más antiguo, y el ecologista, y busca sinergias entre ambos: porque, cuando exploramos la raíz de la invisibilidad y de la desvalorización de las mujeres, por un lado, y de la destrucción de la vida por el otro, vemos que existen causas comunes y, por tanto, también desde ahí se pueden pensar los puntos de salida.

- A menudo se distingue, dentro del ecofeminismo, la corriente llamada esencialista -a la que se critica su tendencia a naturalizar los roles tradicionalmente asignados a la mujer- y la constructivista, que plantea que tales roles son construidos socialmente. ¿Dónde te situarías?

- Creo que esa es una división útil en el plano epistemológico, pero en la práctica, me identifico con ambas posturas, y de hecho hay mucho diálogo entre ellas. En efecto, como se afirma desde el ecofeminismo esencialista, hay elementos del cuerpo -fundamentalmente, el hecho de que las mujeres gestamos y parimos- que condicionan nuestras experiencias de un modo que no vivencian los hombres; pero ellos también están dotados para la ternura y deben estar obligados a realizar las tareas de cuidado. Existe un orden, una forma de entender la economía y las instituciones, que les y nos condiciona a cumplir un cierto mandato de género: es eso de lo que tenemos que liberarnos, sin encasillarnos.

- Aludes a cómo la experiencia corporal, como la gestación y el parto, condiciona la experiencia de las mujeres. ¿De ahí el hecho de que, en muchos países del Sur global, las mujeres indígenas y campesinas se declaren guardianas de las semillas y de los ríos?

- Las mujeres han vivido históricamente la experiencia de custodiar las semillas, de cuidar el agua, así como los cuerpos; desde una perspectiva ecofeminista, se trata de visibilizar esas experiencias y conocimientos que son imprescindibles para el sostenimiento de la vida. Se trata, en definitiva, de valorizar el cuidado, que es algo indispensable para nuestra supervivencia. La clave está en desbancar a los mercados y poner en valor la conservación de la vida; y, en lo político, esto tiene dimensiones muy valiosas. Desde la Grecia clásica, el espacio público se ha separado del doméstico: las mujeres no son sujeto político, no participan en el bien común. La concepción del interés general se ha desarraigado del cuerpo y de la tierra; se ha desgajado el mundo político de la vida. Y eso es lo que hay que cambiar de raíz.

Hablas de cambios de raíz, es decir, radicales; pero pareciera que, ahora que el ecologismo y, más recientemente el feminismo, están de moda, el sistema capitalista tiene una gran capacidad para absorber esas inquietudes sociales. ¿Existen riesgos de cooptación del movimiento social?

- Sin duda. Hoy vemos cómo se le pone la etiqueta ‘verde’ o ‘sostenible’ a todo, se crea un mercado del ‘capitalismo verde’ a través del que el capital pretende sacar tajada de la reparación del daño. De esta forma, con un baño verde o morado con retoques cosméticos intentan permanentemente que no se altere el fondo, la estructura. Pero el capitalismo es violento, colonial y patriarcal. Cuando hay rupturas más intensas, vemos cómo el capital se esfuerza por reconducir las tensiones, para que lo estructural no cambie. Son medidas cosméticas que no afrontan el problema social de fondo, que reside en la explotación y la acumulación. Existen ciertos feminismos que encajan más con esa institucionalidad, como sucede en todo movimiento social (así, la diferencia entre socialistas y socialdemócratas); pero lo que debemos entender es que no basta con añadir a lo que ya hay un ingrediente ‘verde’ o ‘morado’ y revolver, sino que hay que afrontar cambios mucho más profundos: debemos asumir que la naturaleza tiene límites físicos; y que las relaciones sociales suponen valores intangibles.

- Dentro de este debate, las ecofeministas vienen impulsando el concepto de cuerpo-territorio: ¿qué significa exactamente?

- Es importante señalar, en primer lugar, que el término “cuerpo-territorio” viene de los feminismos originarios e indígenas latinoamericanos. Es un concepto de una enorme potencia. El cuerpo es el territorio del ser; pero la civilización occidental es un sistema dicotómico. En Platón, hay un mundo de las cosas, aquello que no perdura; y hay un mundo de las ideas, de la racionalidad, lo que se puede nombrar, lo eterno. Desde esta visión, lo que nos hace humanos es la razón; el cuerpo es apenas un soporte accidental. Sin embargo, no hay vida humana al margen del cuerpo, así como toda vida está arraigada a un territorio. El cuerpo y el territorio son el soporte material en que se encarna la vida, el sentir, el tocar, todo lo sensorial. Recibimos sensaciones, nos interconectamos; es el cuerpo lo que nos permite ser y ser con el otro. Sin cuerpo no hay vida. Del mismo modo, el territorio hace posible la vida en comunidad; y, en el marco de las luchas que enfrentan muchos pueblos del Sur frente al avance de proyectos extractivos, el territorio se convierte en el campo de batalla. Nuestro cuerpo-territorio es también el campo donde el poder económico y patriarcal, intenta librar la batalla. Se utiliza el cuerpo de las mujeres para deshonrar a los hombres; pero el cuerpo de las mujeres es también el cuerpo que resiste, reconstruye, lucha; es el cuerpo que gesta, que pare, que regenera la vida humana. 

- Poner en valor la vida, el cuerpo y el territorio, ¿no implica cuestionar la misma idea de progreso?

- Desde luego. La noción de progreso implica una visión de la historia en la que siempre hay algún limite a ser superado. Somos seres finitos; sin embargo, la sociedad premia al niño caprichoso, al que no conoce límites. Se desvaloriza el cuidado de la vida mientras se ensalza la heroicidad viril del que está dispuesto a morir. El optimismo tecnológico, la fe ciega en que la innovación científica nos sacará de cualquier atolladero, es la religión moderna. Y ese es un problema enorme, porque si calculas los recursos que tenemos, la población y el ritmo de consumo, las cuentas no cierran, por muchos avances tecnológicos que vengan. Existen alternativas más limpias que son viables, pero no escalables. Un ejemplo es el coche eléctrico, que mejora la eficiencia y resuelve parte del problema, pero solo para una fracción de la población, que es la que tiene el poder económico, social y militar. Se corre así el riesgo de una suerte de ecofascismo: se garantiza la continuidad de la vida de ciertos sectores, pero se expulsa a otros. Desde nuestro enfoque, por el contrario, la recomposición del metabolismo social tiene que ver con una redistribución radical de la riqueza y de las obligaciones que implica que seamos cuerpo y seamos especie; es decir, las tareas de cuidado. La acumulación por desposesión puede ser por lo material o por los vínculos; esto último es caldo de cultivo para los neofascismos.

Algo parecido sucede con la moda de los alimentos etiquetados como ‘ecológicos’, ‘orgánicos’ o ‘bio’…

- El riesgo es ir hacia una mayor marginalización, hacia un ‘pijoecologismo’ que te lleve a comer ecológico, usar cosméticos naturales y desplazarte en tu coche eléctrico, pero sin tener en cuenta quiénes a tu alrededor pueden hacerlo. A diferencia de este planteamiento, en los grupos de consumo existe una preocupación por los precios, la inclusión, la articulación social y barrial; se buscan soluciones viables y transformadoras, como los comedores escolares ecológicos.

- Los grupos de consumo son experiencias encaminadas a ofrecer alternativas al modo hegemónico de producción, distribución y consumo, que podemos encuadrar dentro de la economía social y solidaria. ¿Es la economía social un programa de transición hacia un mundo postcapitalista?

- Más que un programa, es un laboratorio político, un ensayo de experiencias. La ESS da mucha atención a las iniciativas locales y autoorganizadas; no se trata de encerrarse en ellas, pero sí de observarlas. Creo que es muy importante que seamos capaces de experimentar el éxito; y la potencia de estas iniciativas es que nos permiten recuperar la articulación con otros, la capacidad de cooperar, de compartir, de reinventar lo colectivo. La complejidad de los problemas que afrontamos nos abruma, pero donde sentimos bienestares y malestares es en la vida cotidiana. En ese espacio cotidiano podemos sentirnos acompañadas, sentir que si hay carestía existe un colectivo que nos va a ayudar.

En efecto, como dices, la complejidad de los problemas que afrontamos es abrumadora; es un desafío cómo trasladar esa información sin que el pesimismo colapse la acción.

- En charlas y formaciones, yo intento ser muy clara: que no parezca un discurso terrible, pero sí contar lo que está pasando. Esta crisis es civilizatoria porque permanece inadvertida: estoy convencida de que, si la gente sabe la gravedad de la situación, se mueve. Ese homo economicus maximizador de la utilidad del que hablan los economistas no existe: a las personas reales nos preocupa que nuestros hijos no tengan un vida terrible. Se trata de dar salidas en lo concreto; establecer vías para vivir ese miedo colectivamente.

¿Se pueden modificar las estructuras desde la política institucional?

- La institucionalidad no solo son las políticas que están en esta coyuntura, sino que existen procesos diseñados para que nada cambie. Es el neoliberalismo. Las experiencias prácticas en los ayuntamientos del cambio se enfrentan a obstáculos y a límites que afrontan como pueden. Llegar a ser alcalde no garantiza tomar el poder cuando existe una institucionalidad neoliberal. Por eso es necesaria una ciudadanía organizada que quiera, que esté dispuesta a los cambios y que se movilice para lograrlos. De lo que se trata es de democratizar la política, y eso no se va a lograr sin conflicto. No es fácil. Lo vimos en Grecia con la intervención de la Troika y lo vemos en España con las trabas que el Gobierno central le pone a ayuntamientos como el de Madrid [gobernado por una alianza del cambio encabezada por Manuela Carmena]. Para ciertos cambios es necesaria la desobediencia, porque las reglas del juego son escasamente democráticas: son neoliberales. Ninguna ley importante se alcanzó sin lucha. Es lo que sucede con  el caso de La Manada: sin movilización en las calles, no va a cambiar la ley.

La lamentable sentencia del caso de La Manada evidenció la enorme capacidad del movimiento feminista para sacar a la gente a la calle.

- Fue un decir: ‘hasta aquí hemos llegado’. Fue muy pedagógico para personas que no han estado dentro del movimiento. Mi hija y mi sobrina, que rondan la edad de la víctima [18 años], me cuentan cómo rabiaban con la sentencia: se sentían abandonadas, angustiadas. El Estado prefirió proteger a esos cinco energúmenos que proteger a las mujeres, mientras continúa el drama horrible de la violencia patriarcal que a diario mata y viola. Aquel día, cada barrio fue un clamor, no solo en las grandes urbes, también en las pequeñas ciudades, incluso en los pueblos. Creo que hoy el feminismo es el único movimiento que puede reivindicarse como tal. Hasta hace dos o tres años el propio término ‘feminismo’ era denostado; el éxito del movimiento también genera la polarización de sectores reaccionarios. Pero vemos una suerte de estado de alerta permanente del movimiento. En el caso de La Manada, vemos cómo aparece el afán de cuidar a esa chica, de decir: ‘Yo sí te creo’ Supone retomar, materializar esa idea de que lo personal es político. Una persona concreta que sufre y se yergue en símbolo.

- Después llegó, además, el hashtag #Cuéntalo, a través del cual miles de mujeres, en apenas unos días, contaron sus experiencias personales y mostraron cómo las mujeres vivimos cada día con miedo de los hombres.

- #Cuéntalo supone una visibilización del continuum de violencias. Supone un contrapoder: te sientes apoyada, con más radicalidad y profundidad. Más allá de los años de cárcel que les impongan a esos energúmenos, lo que preocupa es cómo se tipifica, cómo se interpreta desde el poder violento, cuándo estás siento intimidada y cuándo no; si no peleas, no has sufrido violencia. Un juez incluso ve síntomas de excitación. ¿Qué vidas sexuales tienen esos hombres, como tantos otros hombres en posiciones de poder? Se trata de qué es el deseo; de si le damos al deseo de las mujeres la misma importancia que al de los varones.

- La masiva contestación a aquella sentencia confirmó lo que ya se había visto el 8 de marzo en todo el territorio español: la fortaleza del movimiento feminista. Sin embargo, hubo colectivos de mujeres negras y gitanas que decidieron no sumarse a la huelga ni a la marcha, como denuncia de la escasa visibilidad que tienen dentro del movimiento. ¿Qué se hizo mal?

- El argumentario de la huelga del pasado 8M incluyó con honestidad la transversalidad y doble discriminación de las mujeres racializadas, y hubo colectivos inmigrantes que intervinieron en la huelga de cuidados. Sin embargo, en las asambleas había grupos de mujeres diversas que no estaban presentes: había migrantes latinoamericanas, pero pocas negras o gitanas. Y es ahí que debemos dirigir nuestra mirada crítica: pensar por qué no estaban, si los espacios de participación que creamos son incluyentes o no. Esa debe ser una preocupación permanente: una mirada decolonial.

El 8M en España, como en Argentina, se construyó a través de un sostenido trabajo asambleario. ¿Es este proceso heredero del 15M?

- El 15M fue un movimiento asambleario que posibilitó la articulación; algunos dicen que se plasmó en Podemos, pero lo cierto es que hizo crecer la economía social, las iniciativas barriales, el feminismo. En un mes de asambleas en Sol, el uso de un lenguaje sexista estaba mal visto. 

- Pareciera que el movimiento feminista es, a nivel internacional, el único movimiento que está sabiendo construir interseccionalidad entre las diferentes luchas…

- Los feminismos lanzan un órdago a todo: a la economía, la ecología, el consumo, la organización política, la forma de entender la sexualidad. La organización social que tenemos es una locura. La pregunta que debemos hacernos es, ¿de qué depende la vida? Y, desde ahí, analizar las diferentes tensiones. Creo que vivimos tiempos excepcionales, en que suceden procesos vertiginosos. Se producen polarizaciones, tensiones provocadas por el miedo; el poder mediático es brutal. Hasta a la mentira se le llama ‘posverdad’. Bajo el rótulo de la libertad de expresión, puedes decir lo que quieras, aunque sea totalmente falso. En Alemania, surgen movimientos de corte nazi, a la vez que movimientos de acogida a los refugiados. En España, lo vemos con Cataluña, cómo es difícil mantener posturas intermedias. Se impone hacer un sosegado ejercicio de reflexión.

Y ya que hablamos de Cataluña, ¿cuál es tu posición al respecto?

- El referéndum del 1 de octubre fue el acto de desobediencia civil más hermoso que he tenido ocasión de ver. Se llegó a una situación de tensión tremenda debido, sobre todo, a la irresponsabilidad del Gobierno, que negó todo debate e impuso una política de la humillación, eliminando artículos del Estatut catalán [la ley de mayor rango para la comunidad autónoma de Cataluña] que habían sido admitidos en otras comunidades autónomas. Sin embargo, dentro del movimiento independentista catalán hay cosas bastante diferentes: hay burguesías que tienen una reivindicación identitaria respetable, pero desde una posición política y de clase que no comparto; y también hay un sector de las izquierdas que pugna por hablar de autonomía. A mí me gusta mucho Anna Gabriel, una mujer valiosísima, que habla de autonomías interdependientes, y que explica el proceso soberanista como una oportunidad de independizarse de esta España del PP, de la autoridad, de la corrupción como forma de gobierno, esta España que no desentierra los muertos de las cunetas. Si se hubiera realizado con todas las garantías un referéndum, probablemente hubiera sido bueno no solo para Cataluña, sino para todo el país.

Fuente: Revista Amazonas 

Temas: Feminismo y luchas de las Mujeres

Comentarios