Argentina: ese gigantesco monstruo verde. Mujeres rurales de Santa Fe

Idioma Español
País Argentina

A Isabel Zanuthig todos la conocen como Chabela. Cuando habla lo hace con bronca, y se le nota, pero esa bronca no la detiene: será porque, dice, encontró una manera de resistirle al avance de la soja. Ella es parte del movimiento de mujeres rurales de Santa Fe. Con ella otras científicas y académicas combaten el crecimiento de la producción sojera en la zona

La soja tiene nombre de mujer. Es el nombre de ese cultivo forrajero que poco a poco amenaza con invadir hasta balcones y patios y que hasta hace no tantos años solo era un cultivo más como el sorgo, el trigo, el maíz o el girasol. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC) entre el año 1993 y 2005, la producción de la soja creció un 270 por ciento.

Actualmente, el área sembrada con soja en todo el país supera los 15 millones de hectáreas y las cifras de 2005 indicaban una cosecha total de más de 37 millones de toneladas. El avance de esta semilla superpoderosa no se detiene y parece no conocer límites: más allá de los números apabullantes que ya no resultan sorprendentes, mujeres de distintos lugares y con trabajos prácticamente invisibles decidieron salir a enfrentar al gigantesco monstruo verde.

Algunas de esas mujeres son investigadoras y lo enfrentan a diario en sus lugares de trabajo haciendo comparaciones, estudios o estadísticas sobre las dimensiones del fenómeno. Otras, en cambio, lo hacen desde ámbitos más domésticos como sus casas. Casas rurales o apartadas de las ciudades y mujeres que salieron a enfrentar al modelo sojero cuando amenazó con llevarse puesto su modo de vida, sus costumbres y su paisaje.

Liliana De Luise, María Alejandra Silva e Isabel Zanuthig son parte de esas mujeres silenciosas. "Las miles de familias campesinas que vivían hace muchos años de su labor en los campos para las cosechas de frutales, hortalizas, algodón o para cuidar el ganado ya no tienen empleo en los gigantes desiertos verdes provocados por la soja”, dice sin vueltas Liliana De Luise. Ella es ingeniera química y experta en tecnología alimentaria de la Universidad Nacional de Rosario. Desde hace tiempo recorre incansablemente los medios de comunicación para tratar de dar cuenta de las consecuencias de esta realidad angustiante: “Esas mujeres –agrega-- deben migrar a las ciudades y de esa forma pasan a engrosar los asentamientos irregulares de las llamadas villas miserias, sumándose al círculo vicioso de desempleo, pobreza y planes sociales".

El círculo vicioso no es lo único circular en los efectos que la producción sojera produce entre las y los trabajadores del campo. El crecimiento de la soja y sus niveles de recaudación económica empezaron a mostrar la peor cara. María Alejandra Silva pertenece al grupo Salud de los Trabajadores y estudia el impacto de las nuevas formas y condiciones del trabajo rural. "Aquellos que mantienen el trabajo, además de cobrar salarios de hambre deben enfrentarse a diario con contaminantes y plaguicidas que afectan su salud y la de sus familias", explicó.

Otro universo de mujeres está obligado, en cambio, a mantener los pies sobre la tierra porque cada día tienen que inventarse una estrategia para seguir sobreviviendo. Una de ellas es Isabel Zanuthig, una santafesina encargada de agrupar y de llevar adelante a otras mujeres que, como ella, pelean por la recuperación de la soberanía alimentaria, como suelen explicarlo. “No hace tanto tiempo apenas unos 25 años atrás –dice--, una podía recorrer esta provincia y llenarse los ojos con la enorme diversidad de una tierra y un clima prodigioso y de una situación económica que todavía permitía a los chacareros trabajar su tierra, producir y vivir dignamente”.

Independientemente del modelo económico, agrega, “el lino, el maíz, el trigo, la cebada, el algodón, la caña de azúcar, el girasol, las frutas y los cinturones hortícolas, las vacas y las ovejas eran una realidad".

Frente a ese especie de pasado extinguido, hay mujeres con el corazón lleno de solidaridad que salen a regalar sus vidas a un modelo siniestro que “las utiliza, las estruja y las tira, antes de ponerlas como modelo de lo que deben aspirar a ser".

A Zanuthig todos la conocen como Chabela. Cuando habla lo hace con bronca, y se le nota, pero como muchas otras, esa bronca no la detiene: "Será porque nos dolió demasiado ver toda esa mierda. Nuestra manera de resistir la inventamos de otra manera. Resistimos al modelo de soja que nos avanza por todos los costados y hasta adentro de la ciudad con su carga de agroquímicos, con sus trans-genes de muerte". En ese contexto, empezaron a pensar en algunas iniciativas que cobraron la forma de utopía: quieren hacer una granja agroecológica de mujeres donde rían, aprendan, se equivoquen y hasta pueden intercambiar saberes.

La otra utopía

La Granja agroecológica sumó a otras pequeñas productoras del campo. "Nos conectamos con mujeres de todo el país pero también de Bolivia y del Paraguay, secreteando pero también a los gritos. Hilamos la lana, estamos plantando habas, aprendiendo a cuidar de los frutales, a criar gansos, a animarnos a las ovejas y los caballos y aprendemos a manejar una incubadora, una fraccionadora de sólidos o una prensadora de semillas para obtener nuestro propio aceite".

¿Es nuevo el desafío? Las mujeres buscan impulsar un proyecto de ley para crear un anillo de protección de agroquímicos en las ciudades y para establecer políticas públicas donde lo orgánico no sea un lujo sino una manera de vivir con naturalidad. "Las mujeres sabemos de eso –apunta Zanuthig--, porque podemos trabajar haciendo circular nuestro poder y potenciándolo".

Según los datos, 99 por ciento de la soja sembrada en Argentina está modificada genéticamente. Casi 100 por ciento de la producción es para la exportación en forma de “commodities”, un producto básico de extracción sin valor agregado porque se usa como forraje animal para alimentar ganado porcino y vacuno de China y Europa. "En la división internacional del trabajo –dice De Luise--, a la Argentina desindustrializada le correspondió no más que disponer de su tierra al servicio de los chiqueros y corrales del mundo desarrollado que ha decidido mejorar su dieta con proteína animal".

En el ámbito académico, De Luise desarrolló sus trabajos de investigación con Juan José Borrell y Paola Beledo de la UNR, del Centro de Estudios para la Unidad de Nuestra América (Ceuna) y responsables de los llamados Foros por la Soberanía Alimentaria del MERCOSUR. Ellos son los pioneros en introducir el tema como tal dentro de la agenda local dado que hasta hace poco tiempo la prensa y los medios de comunicación en general se limitaban a mirar el desarrollo y potencial económico de la soja embelesados por los resultados.

"Mientras se vienen reemplazando áreas tradicionales de cultivo frutihortícola, ganadero y algodonero por cultivos de soja transgénica, desaparecen cinturones verdes completos como sucede con Rosario y San Pedro o zonas algodoneras como en el Chaco y Santiago del Estero; y miles de tambos en toda la región pampeana", explica De Luise.

El talado indiscriminado de montes nativos destinado a expandir la frontera “productiva” agroindustrial también es parte de ese proceso. Entre 1998 y 2004 se talaron más de 2.200.000 de hectáreas de bosques, en un total de siete provincias argentinas, entre las que se encuentra Entre Ríos, Salta, Santiago del Estero, Chaco y Córdoba. Las talas indiscriminadas producen todo tipo de efectos como la pérdida de la biodiversidad.

En esa línea no todo lo que cambió fue el campo. "La alimentación natural tradicional del argentino medio –explicó De Luise-- está siendo reemplazada cada vez más y en un mayor grado por productos artificiales de la industria química: jugos y gaseosas atiborrados de edulcorantes y colorantes, enlatados con conservantes, grasas trans y alimentos hipersalados. Ahora tenemos que importar legumbres y cítricos, y ha decaído abruptamente la producción y el consumo de alimentos ricos en proteínas como la carne vacuna, la leche y los huevos".

Los nuevos hábitos tienen consecuencias a largo plazo, según explican los especialistas y entre las generaciones más jóvenes. A todos, de altos o bajos recursos, les ocasiona trastornos psicofísicos en el presente y, a futuro, provoca obesidad, diabetes, desnutrición, descenso de altura y desarrollo óseo: "Se publicitan masivamente falsas y ridículas dietas por parte de las grandes compañías de alimentos vinculadas a este modelo en las mujeres jóvenes –dice De Luise--, que acarrean luego graves problemas nutricionales y ya es evidente una subnutrición de la clase media".

Desde esa nueva perspectiva, las consecuencias para los consumidores de soja parecen más y más terribles cada vez. Vandana Shiva es una de las referentes y expertas hindúes en material de soja. Las especialistas argentinas suelen invocarla para hablar de la endemia. La soja, explica, “contiene inhibidores de la tripsina que inhiben los procesos pancreáticos, provocando un aumento del tamaño del peso del páncreas y puede desencadenar hasta casos de cáncer”. De acuerdo a esos datos, las mayores concentraciones de inhibidores se hallan en la harina de soja, un producto derivado de la soja pero que no se usa en las culturas acostumbradas históricamente al consumo porque se alimentan de productos ya fermentados.

Este sistema agrario hipertecnificado no es adaptable ni sostenible económicamente con el desarrollo de pequeñas parcelas. Los pequeños chacareros deben vender o hipotecar sus propiedades y dejar que se extiendan los medianos y grandes latifundios donde unas pocas máquinas reemplazan la mano de obra del hombre. Muchos emigran a los centros urbanos.

A la expulsión de población, los especialistas suman los efectos de los agrotóxicos como el herbicida glifosato que destruye las malezas y el vegetal de la zona de cultivo, con excepción de la soja. La soja continúa su crecimiento porque está modificada genéticamente para resistir la acción del tóxico. Ese tipo de soja está patentada. La Soja transgénica que resistente al glifosato (Soja RR) está en propiedad de la compañía norteamericana Monsanto. Lo mismo que la fórmula del tóxico Glifosato.

"Son numerosos los casos de población rural con altos índices de contaminación por exposición crónica a los agrotóxicos”, continúa De Luise. Algunos de los casos mencionados por la especialista se dieron en el barrio Ituzaingó de Córdoba, en San Cristóbal y San Lorenzo de la provincia de Santa Fe. Miles de personas inexplicablemente sufren reacciones alérgicas, mareos, descomposturas y diversos tipos de cáncer. El famoso proyecto de la Hidrovía para unir la cuenca del Río de la Plata al Paraná y al Acuífero Guaraní hasta el Norte de Bolivia "no es más que una ruta fluvial propuesta por las grandes comercializadoras de granos “para sacar la producción de la región".

Trabajando con el enemigo

Licenciada en Ciencias Políticas, Silva es directora del Grupo Salud de los Trabajadores de la Federación Argentina de Medicina general y autora de un trabajo docente que aborda las problemáticas de la salud en el marco de su trabajo en el campo. Para ella, más allá de la precarización de los trabajadores rurales que cobran un salario promedio de 250 pesos al mes, el problema mayor de la soja es la vinculación entre la vivienda familiar y el lugar de trabajo. La contaminación aumenta los riesgos de intoxicación por pesticidas y fumigaciones a gran escala. La exposición permanente a plaguicidas agrícolas puede producir cáncer, mutaciones o malformaciones congénitas y hasta enfermedades infecciosas. Al igual que en América Latina, Argentina no cuenta con un sistema de vigilancia epidemiológico ocupacional en el sector publico nacional ni en la obra social de los trabajadores rurales, ni existen protocolos específicos en las zonas de mayor riesgo.

El "Encuentro por la biodiversidad Hambre Soja 2006", más conocido como el Contracongreso de la Soja se hizo en Rosario a manera de escrache contra el encuentro "oficial" Mercosoja 2006. En la ciudad todavía se leen las pintadas sobre Soja muerte y soja hambre. Entre los disertantes estuvo Javier Souza, especialista en ciencias agrarias y parte de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina (RAPAL). “Aunque está poco estudiado se sabe que los alimentos transgénicos pueden provocar alergias en quienes los consumen”, explicó.

Ayer nomás

Las empresas Servicios Portuarios SA y Agroexport SA son dos cerealeras instaladas en pleno ejido urbano de Rosario. Los vecinos del barrio Las Malvinas, sede de ambas empresas en la zona norte, aseguran que su salud se ve lesionada debido al uso de sustancias nocivas que se utilizan para tratar los granos que allí se almacenan. La Facultad Regional Rosario de la Universidad Tecnológica Nacional y la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario realizaron mediciones en el barrio sobre la contaminación generada por la actividad de las empresas cerealeras. Las mediciones terminaron. Los estudios comprobaron que “las tareas productivas de esas empresas ponen en peligro la vida de los vecinos”.

En menos de dos años, los habitantes de ese barrio desarrollaron entre otros trastornos, linfoma no Hodking sin poseer antecedentes de cáncer en su familia y problemas cardíacos. Los análisis de sangre dan cuenta de la existencia de sustancias tóxicas y se cuentan problemas cutáneos de alergia, dificultades respiratorias y también otros tipos de cánceres. Hugo Schmid, es uno de los vecinos que agrupó a otros en idéntica condición para exigir el cierre de las plantas y señala datos escalofriantes: el aumento de la venta de antiestamínicos en la farmacia barrial, los chicos que llevan consigo el aerosol broncodilatador para poder respirar sumado a los 250 casos de cáncer que contabilizan. "Aquí llegó a haber 22 enfermos en una misma cuadra", confirmó Schmid.
La lucha de estos vecinos ya lleva diez años. Actualmente, hasta esta cronista puede dar cuenta de lo que el fenómeno sojero hace sentir en la gran ciudad. Si bien en Rosario, los silos, campos y quintas quedan lejos, más allá de lo que se conoce como cinturón industrial, la ciudad no cesa en el crecimiento de las villas de emergencia que donde viven trabajadores expulsados del campo que buscan saciar su hambre con porotitos de soja transgénica que cocinan en los comedores comunitarios y escolares ubicados por doquier.

Desde hace algo más de un mes, además, al proceso de la soja se sumó la contaminación de una fábrica: por las noches, la atmósfera local se llena de humo, cenizas y de un insoportable olor a quemado. El humo surge de las islas ubicadas frente a la ciudad y donde un grupo de empresarios decidió plantar soja. En lugar de desmalezar el campo para limpiar el terreno y volver a sembrar, por la noche prenden fuego y dejan que se consuma. El negocio es redondo: con el incendio se ahorran el gasto de la limpieza manual. Los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos, Jorge Obeid y Jorge Busti se reunieron para buscar una solución.
Mientras tanto el humo sigue. Y sigue llegando.

Por Clarisa Ercolano, desde Rosario

Fuente: Artemisa Noticias, 4-10-06

Comentarios