Colombia: los Chimilas: saqueados y acorralados

Las grandes compañías saquean los genes de los pueblos indígenas, sus saberes, la propiedad intelectual con un inmenso afán de lucro

9 de agosto: Homenaje a las poblaciones indígenas en su Día

GONZALO PALOMINO ORTIZ
Especial para EL NUEVO DIA
Profesor de la Universidad del Tolima

Yo, sin lugar a dudas, tengo más genes Chimila, que de cualquier otra raza. Los Chimilas, un reducto de los indígenas Caribes, saqueados y acorralados por los blancos, las agriculturas, la coca, la amapola, la ganadería, las enfermedades traídas, el mestizaje a la brava y el desplazamiento permanente ... ya están al borde de la extinción.

Algunos creen que los Chimilas eran trashumantes alrededor de la Cienaga de Zapatosa, en donde peregrinaban demostrando un amplio conocimiento ecológico: Hacían campamentos en aquellos sitios en donde la comida era abundante, en la temporada precisa y el clima agradable: Allí alternaban la pesca, la caza y la recolección en su lento pro hacia la agricultura.

El conocimiento empírico que sobre la botánica alcanzaron los Caribes les proporcionó su más poderosa arma: El veneno. Sus flechas ponzoñosas lograron vencer y someter a sus enemigos muchos más avanzados y poderosos, y aun poner en jaque a los mismos españoles. El método de detracción, purificación, mixtura y aplicación del veneno revelan una avanzada industria acumulada en siglos de experiencias.

Los ancianos Chimilas usaban ampliamente el tabaco mezclado con ceniza y miel, el cual lo masticaban en pequeños trozos. La coca también era un hábito entre los Chimilas. Sus propiedades analgésicas le conferían carácter mágico y mezclada con cal aplacaba la sensación de hambre. Los Aruhacos y Cogí de la Sierra Nevada de Santa Marta llevan habitualmente consigo un poporo provisto de hojas de coca y cal.

.... y lo paradójico es que es el tráfico de la coca, el comercio que más daño hace a la sobrevivencia de la tribu.... tenemos la esperanza que las otras plantas mágicas, como el yopo, la pericá, el datura, la tonga, el yocoo, el guaco, el pildé... no se pongan de moda en los Estados Unidos....

Tuini Ngawai de la tribu maori de Ngaati Porou, nos recuerda que «la Tierra es todo lo que tenemos para descanso del corazón y para vivir. El saber del hombre blanco reparte beneficios sociales para matar costumbres. Para matar la memoria. Para matar nuestros poderes sagrados?.

Guardianes de Gaia

El mundo sobrenatural de los kogui los hace menos vulnerables a las influencias externas y los motiva para sentirse orgullosos de sus orígenes y de su manera de vivir.

En Colombia aún quedan unos 84 grupos étnicos con cerca 600 mil indígenas. que luchan por sobrevivir y se conciben como parte de la naturaleza, por cuanto su relación activa se limita a patrones de transformación y consumo, que tienden a mantener el equilibrio ecosistémico. Su labor es como la de un ?guardián? que debe garantizar la conservación de los medios naturales que las sustentan y ?aseguran? el futuro de las generaciones venideras.

Las sociedades modernas colocan al planeta, antropomórficamente, por encima de la naturaleza, asumiendo que se trata de un espacio que se puede dominar y consecuentemente explotar según los ritmos que ?el mercado imponga?.

Los patrones de consumo abiertamente deshonestos, mientras permitan una mayor acumulación de capital, son bienvenidos a pesar de los costos ecológicos y sociales que impliquen.

El derecho a su tierra, el derecho a su identidad cultural... el derecho a la autodeterminación

A lo largo de los siglos de contacto con el ?hombre blanco? a los indígenas se les han aparejado calificativos que se repiten de un rincón a otro del planeta. Referencias peyorativas que son algo más que una venda sobre nuestros ojos, pues inoculan a los propios indígenas el virus más peligroso: El desprecio hacia sus orígenes, su cultura. Estos adjetivos no han servido solo para humillar a los pueblos y aniquilar su identidad, sino para levantar un muro de incomprensión que sigue en pie en nuestros días, y al que no pocas veces contribuimos incluso de manera ?bienintencionada?.

Hablamos de los indígenas, por ejemplo, con un deje de paternalismo, como pueblos ?primitivos? y ?prehistóricos? sin caer en la cuenta de que nuestra moderna industria farmacéutica se afana hoy por patentar la sabiduría ancestral de estas comunidades, o de que nuestros psiquiatras escriben tratados kilométricos sobre la prevención de la depresión y la ansiedad, entre otras lacras de nuestra sociedad, de las que las comunidades indígenas no conocen el significado.

No hemos sabido ver, hasta hace poco, que aquello por lo que mayor frecuencia se ha despreciado a los indígenas, su ?comunión? con la naturaleza, con la tierra, se volvería contra nosotros que hemos disociado por completo nuestro modo de vida del ecosistema en que aquel se desarrolla.

Las comunidades indígenas son, ante todo, ejemplos asombrosos de la adaptación de la vida humana a entornos hostiles, como desiertos y zonas polares. Esta adaptación no se basa en el control ni la dominación de los elementos naturales sino, muy al contrario, en su conocimiento íntimo, en la percepción de sus ritmos y procesos, por muy sutiles que sean.

Y, sin embargo, extraer la conclusión de que esta característica hace a los indígenas ?merecedores? de sus tierras es caer en un craso error; los indígenas no ?merecen? sus tierras, son dueños de ellas y como tales deben ser reconocidos. Independientemente del uso que, en virtud de esta propiedad, decidan dar al territorio y sus recursos.

Tomando como punto de partida el reconocimiento de los derechos territoriales, que son el pilar sobre el que puede construirse el derecho a su lengua y cultura, y el derecho a la autodeterminación, encontramos que los obstáculos a nivel político y económico son evidentes; estamos bajo el dominio de un modelo de ?desarrollo? que exige la apropiación de mayores extensiones de terreno de las que obtener materia prima. Pero el violento conflicto de intereses relacionados con la tierra nos impide a menudo ver el choque que va más allá de lo puramente material.

La última Nukak:

Los nukak-makú conforman un grupo, que se caracteriza por ser una población nómada de cazadores y recolectores. Con poca practica de la agricultura, habitan un territorio que se extiende por buena parte de la selva amazónica del Guaviare. Hablan únicamente su lengua y constituyen uno de los baluartes del patrimonio etnológico del país y del mundo.

Los nukak generalmente viven desnudos en su territorio y se distribuyen en grupos regionales, locales y de fogón. Las familias están conformadas por pequeños núcleos de cinco o seis personas que se autoabastecen.

Para los nukak no existe el concepto de propiedad privada de esta manera han tenido un poco de molestias con los colonos ya que se llevan lo que encuentran en huertas y casas.

De su existencia se tuvo noticia hace pocos años, pues no habían tenido contacto con la sociedad occidental.

Su colonización se ha originado por el desplazamiento a la selva de campesinos sin tierra, fugitivos de la violencia o dedicados a la siembra de coca, que avanza desaforadamente por los cañones de la región. Este avance disminuye las posibilidades de subsistencias del grupo nukak, pues desordena sus rutas y rutinas de caza y recolección, choca con su cultura y lleva a los indígenas a la mendicidad y prostitución, como lo muestran casos ya comprobados.

(Basado en la revista Eco-lógica N.13. Pág. 30-35)

Los kogui. Un mundo sobrenatural

Uno de los grupos más interesante es el de los kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta. Alrededor de siete mil de ellos habitan en asentamientos tradicionales ubicadas en las partes más altas de esta región. Aunque por su aspecto dan la impresión de padecer pobreza extrema, su señorial comportamiento y su desinterés por los objetos mundanos hablan de una comprensión mucho más elevada de la realidad del mundo.

Para los kogui el origen último de todas las cosas es una deidad maternal que se fecunda así misma y, de ese modo, produce todo lo que existe en el cosmos.

Kayapó: Cuatro mil guerreros por su tierra

Los kayapó son una tribu de indígenas amazónicos de tamaño mediano con tres mil 500 a cuatro mil personas, que viven en 20 aldeas ubicadas en la región del curso medio del río Xingú, en el suroeste de la amazonía. Este grupo aguerrido y políticamente astuto ha luchado con todas sus fuerzas por sus derechos y ha conseguido un territorio que suma en total 10 millones de hectáreas, delimitado como sus dominios.

Los kayapó tienen una tradición más artística, más rica, que cualquier otra tribu amazónica, con una amplía variedad de trabajos de plumería y otras artesanías que utilizan en sus ceremonias religiosas y en la vida cotidiana.

Yanomani: Afectados con mercurio

Los indígenas yanomani forman una de las etnias más grandes de la amazonía, en donde habitan en una remota región de la frontera entre Brasil y Venezuela.

Desafortunadamente, su prístino hogar ha sido invadido por los buscadores de oro brasileños o garimpeiros, con lo que los yanomani han comenzado a sufrir muchos de los problemas que han afectado a los indígenas de este lugar hace siglos.

Los Quichuas del centro del planeta

Es el mayor de los 16 grupos indígenas que aún existen en el Ecuador. Se encuentran estrechamente emparentados con los quechuas de Perú y Bolivia.

Están representados hoy día por 12 o más comunidades regionales como la de los otavaleños, famosos por sus finas prendas tejidas, que se venden en el interior del país y fuera de él.

Aunque la mayoría de los quichuas habitan en la región Andina, unos 60 mil de ellos radican en las tierras bajas amazónicas.

Típicamente, los quichuas viven en pequeñas comunidades aisladas, cada una de las cuales tienen costumbres sociales, religión, dialecto y medicinas tradicionales propias. Es sorprendente el número de quichuas que continúan viviendo a la usanza tradicional.

Warao en el imperio de los pantanos
Los indios warao habitan en el intricado laberinto de ríos, canales, arroyos del delta del Orinoco en Venezuela, donde han desarrollado un especializado estilo de vida adaptado a las frecuentemente inundadas tierras.

Los warao son sumamente hábiles en el hábito de la pesca, la caza y la recolección, y todos ellos pertenecen a una familia lingüística independiente. Hacen un amplio uso de los abundantes recursos que le brinda la selva, particularmente de las palmas como es el caso del moriche (Mauritia flexuosa) y de la manaca (Euterpe spp).

Actualmente este grupo está bien integrado a la sociedad venezolana y su estilo de vida ha sido fuertemente afectada por los colonos extranjeros.

(Basado en Megadiversidad-Cemex Pág.35- 477).

Fuente: El Nuevo Día

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