Cumbres, saqueos y promesas: 1492 - 2025
 
        
        
    
    
    
No se puede confiar en las cumbres que no cumplen. No serán los ricos que hablan de transicionar sino los pueblos quienes tomen las decisiones. Cinco siglos atrás no había transiciones, hoy son excusa para la continuidad del despojo y el saqueo. Sólo buscan nuestros bienes comunes para sostener sus ganancias, a costa de tanta vida.
Desde el 10 al 21 de noviembre de 2025, en Belém, capital del estado de Pará (Brasil), se desarrollará una nueva COP, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Será la número 30.
En 1995, en Berlín (Alemania), tuvo lugar la primera. Desde entonces, como señala el biólogo, escritor e investigador Eduardo Gudynas: “…en cada una de ellas se repiten discursos grandilocuentes. En 1997 (COP-3), celebrada en Kioto (Japón), con gran optimismo los gobiernos aprobaron un protocolo, con el nombre de esa ciudad, que se suponía que detendría el efecto invernadero. Este sigue vigente en la actualidad, pero las emisiones de gases invernadero no dejaron de aumentar”.
Declaraciones rimbombantes, anuncios estimulantes (durante tres décadas), pero la situación es cada vez más grave.
Claramente, no podemos seguir confiando en quienes se reúnen en grandes y propagandizadas cumbres, con seductores títulos y eslóganes. Cumbres donde se comprometen a mucho para jamás cumplir con nada.
No serán ellos y sí los pueblos quienes diseñemos una región más linda y vivible que pueda ser disfrutada por quienes vienen detrás de nosotros.
No serán los países ricos del planeta, los mismos que con sus prácticas consumistas han traspasado todos los límites y sostienen y alimentan al monstruo capitalista.
Seremos los pueblos, en conflicto permanente con el sistema capitalista.
Los dueños de todo dicen comprender que estamos atravesando una gran crisis climática, y dicen asumir el compromiso de transicionar hacia modelos distintos, adoptando nuevas formas de generación de energías. Abandonando (supuestamente) los fósiles, para reemplazarlos, por ejemplo, por litio; presente, gran parte del mismo, en nuestros países (Chile, Bolivia, Argentina).
Cinco siglos atrás no había transiciones en curso, hoy es la excusa para darle continuidad a tanto despojo y saqueo.
Nos venimos preguntando: ¿transición hacia dónde, llevada a cabo por quiénes, consultando a quién?
Tenemos claro que son puñados muy pequeños los responsables e ideólogos de tanto atropello. Que necesitan de nuestros bienes comunes naturales para el sostenimiento de sus ganancias y sus estándares de vida. Y que todo es ejecutado de espaldas a las mayorías, que dejan sus vidas en ese camino estúpido e infernal.
Comienzo
Las naciones originarias sostienen que el 11 de octubre de 1492 fue su último día de libertad. Al día siguiente se daba inicio al ininterrumpido saqueo a los pueblos suramericanos.
Desde entonces, nuestros territorios vienen siendo elegidos por los países centrales y sus corporaciones para llevar adelante sus planes de usurpación y explotación. Contando para ello con la complicidad de los gobiernos, quienes ofrecen al sistema capitalista, lo que denominamos “zonas de sacrificio”. Allí llegan con sus “tentáculos de muerte”.
Definitivamente, nuestras tierras han sido entregadas al extractivismo, “…patrón oligárquico de apropiación, control y disposición de territorios y poblaciones”, como define el investigador catamarqueño Horacio Machado Aráoz.
Y más allá de algunos pocos períodos de cierta armonía, Las Venas Abiertas de América Latina que describía el gran Eduardo Galeano varias décadas atrás, continúan dolorosamente más abiertas en estos tiempos.
Nuestros terruños son arrasados, vulnerados los derechos de la naturaleza y violados nuestros derechos humanos más elementales.
Nos adjudicaron el rol de países exportadores de materias primas, para satisfacer las necesidades de las poblaciones del norte global con el único objetivo de sostener sus confortables niveles de vida.
Ese rol fue aceptado por los poderes políticos y económicos a lo largo de nuestra historia. Transformándose en una sostenida “política de Estado” en todos los países del sur, pero muy especialmente en Argentina.
Somos, entonces, países absolutamente dependientes. Entrampados en la lógica extractivista y de deuda. Condicionados por la misma, a pesar de ser ilegítima y fraudulenta. Una verdadera estafa que el poder político ha decidido seguir pagando con el sacrificio del pueblo trabajador. Sin animarse jamás a suspender el pago y llevar adelante una seria y responsable auditoría.
 
        
        
    
    
    
Pueblos en movimiento
Las resistencias son muchas y variadas. Valientes y a fondo.
No hay resignación, sí paciencia, porque es urgente. Y sólo un tejido de redes honesto, fraterno, desde abajo y con pasos firmes, puede garantizar torcerle el brazo a los “multiplicadores del dolor”, al decir del periodista de investigación y político Carlos del Frade.
El respeto al derecho a la libre determinación de los pueblos es clave para no solo poner freno a tanta locura, sino para darle continuidad a la búsqueda del buen vivir, que desde siempre sostienen las comunidades originarias. Paradigma totalmente contrapuesto al actualmente dominante. El vivir mejor no es lo mismo que el buen vivir.
Necesariamente debemos desnaturalizar la idea de que para salvar el planeta, nuestras tierras sureñas tengan que seguir siendo sacrificadas.
Que tenemos un destino extractivista. Que debemos respetar la agenda de unos pocos miserables, aceptando el ecocidio y el genocidio que padecemos internamente. O el que sufre el pueblo palestino a manos del asesino Estado de Israel. Porque allí, y sobre todo en esa geografía —aunque con métodos sanguinarios solo vistos durante el holocausto nazi—, la lógica es la misma: ocupación, control y disposición de territorios y poblaciones.
Debemos desnaturalizar la violencia y represión a quienes son los primeros y principales guardianes de la Pacha, las y los que ponen literalmente sus cuerpos para frenar tanto saqueo. América Latina es la región con el mayor número de defensores territoriales asesinados. En 2024 fueron asesinadas 146 personas a nivel global, el 82 % latinoamericanas. Entre 2012 y 2024 fueron 2.253 las humanas/os a quienes les arrebataron sus vidas, por cometer el “pecado” de defender sus/nuestros bienes comunes. La inmensa mayoría, indígenas, campesinas y campesinos.
De igual manera, debemos desnaturalizar el tremendo dato que significa ser la región más desigual del mundo.
¿Cómo es posible, contando con tanta riqueza natural, tanta biodiversidad, tanta tierra, tanta sabiduría ancestral?
Viene siendo posible porque fuimos permitiendo poco a poco que se aprovecharan de absolutamente todo, con la promesa de trabajo y bienestar. Aquellos espejitos de colores de hace más de quinientos años, son los de hoy, nunca dejaron de ser.
 
        
        
    
    
    
Tenemos que decir definitivamente BASTA
BASTA de sacrificar nuestros terruños para satisfacer gustos foráneos.
BASTA a todo lo que nos hace daño.
Para lograrlo, hay que mirar y escuchar a quienes desde siempre practican otras formas de habitar estos arrabales. “Se trata de escuchar alternativas”, de “escuchar otros mundos posibles”, como señala el militante socioambiental, biólogo y filósofo Guillermo Folguera. Y agrega: “Escuchar lo que puede ser de otro modo, nuestros otros yoes en mundos alternativos”.
En ese sentido, el intelectual público desprofesionalizado Gustavo Esteva complementa: “Como humanos somos nudos de redes de relaciones, entonces cada uno de nosotros, cada ‘yo' es un nosotros. Los Tojolabales de Chiapas, no tienen palabras para yo y tú, tienen solamente varias formas de nosotros y se la pasan nosotreando”. Agregando con mucha esperanza: “…veo a hombres y mujeres ordinarios creando literalmente otro mundo, creando otra posibilidad, suprimiendo, desmantelando día tras día este mundo de horror”.
Como Esteva, somos tozudamente esperanzados, pero sabemos que no habrá justicia social sin justicia ambiental. Por lo tanto, debemos romper de una vez y para siempre con el mandato extractivista, si honesta y verdaderamente queremos salvar lo que nos queda de humanidad.
No serán las “cumbres”, desde donde emerjan, sinceras, confiables y definitivas respuestas.
Sí, seremos los pueblos, desde nuestro andar y estar colectivo, quienes podamos parir las comunidades soñadas. Caminando y caminando las veredas aquellas, que los poderes intentan que olvidemos.
Como amorosamente nos enseña Ramón Vera Herrera: “Caminar una vereda es recorrer el rastro de pasos anteriores. Su trazo concreto, que se dibuja y borronea, marca la historia, las historias, del trajinar de las relaciones humanas. Al diseño de su tejido los pueblos campesinos más antiguos le llaman territorio”.
Fuente: Pelota de Trapo

