El derrame de petróleo es la pérdida de nuestra vida y nuestra cultura

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Comunidades en la costa de Louisiana temen que el desastre represente no sólo una devastación ambiental, sino también una extinción cultural de las personas que han hecho su vida ahí por generaciones.

Mientras el pozo profundo de la British Petroleum (BP) continúa descargando aceite en el Golfo de México, los efectos en la economía y la salud pública se empiezan a sentir en las comunidades costeras. Y lo más seguro es que sea sólo el principio. Desde las bahías del sur de Louisiana hasta la ciudad de Nueva Orleáns, muchos temen que este desastre represente no sólo una devastación ambiental, sino también una extinción cultural de las personas que han hecho su vida ahí por generaciones.

 

Esta no es la primera vez que la gente de Louisiana pierde sus comunidades o sus vidas debido a acciones de corporaciones. La pérdida de tierra causada por compañías petroleras ha desplazado a muchos que vivían en la costa, y la contaminación debida a plantas de tratamiento ha envenenado comunidades a lo largo del estado, especialmente en el “Callejón del Cáncer”, el corredor industrial a lo largo del río Mississippi, al sur de Baton Rouge.

 

“Las pérdidas culturales como consecuencia del desastre de BP están siendo astronómicas” dice Nathalie Walker, co-directora de Abogados para los derechos humanos ambientales (AEHR, de sus siglas en inglés). “No hay otra cultura como la de la costa de Louisiana y solo podemos esperar que no sea borrada completamente”. Walker y su co-directora Monique Harden, luchan contra las consecuencias ambientales de corporaciones contaminantes en Louisiana. Ellas dicen que este desastre representa una catástrofe sin paralelo para las vidas de las personas en la región, y también observan en esto una continuación del viejo patrón de coorporaciones de aceite y químicos desplazando a la gente de color de sus hogares.

 

Harden y Walker apuntan que al menos cinco pueblos en Louisiana – en su mayoría afroamericanos – han sido erradicados debido a la contaminación corporativa en las décadas recientes. La más actual es el pueblo sureño Mossville, fundado por afroamericanos alrededor de 1790. Localizado cerca del lago Charles, Mossville tiene solamente 5 millas cuadradas y mantiene 375 hogares. A principios de 1930, el estado de Louisiana empezó a autorizar instalaciones industriales para la manufactura, proceso, almacenamiento y descarga de sustancias tóxicas y peligrosas dentro de Mossville. Catorce instalaciones ahora se localizan en el pequeño poblado, y 91 por ciento de los residentes han reportado al menos un problema de salud relativo a la exposición de químicos producidos por la industria local.

 

Los poblados de Diamond, Morrisonville, Sunrise y Revilletown, al sur de Louisiana – todos fundados por antiguos esclavos – han tenido destinos similares. Después de años de envenenamiento químico, los residentes remanentes han sido desplazados, y las corporaciones que los expulsaron ahora son dueños de sus tierras. En la mayoría de los casos solamente un cementerio ha quedado, y los antiguos residentes deben pasar a través de puertas de seguridad para visitar las tumbas de sus parientes.

 

El pueblo de Diamonddd, fundado por los descendientes de los participantes de la rebelión de esclavos de 1811, la mayor insurrección anti-esclavista en la historia de Estados Unidos, fue relocalizado por Shell en 2002, después de décadas de exposición a tóxicos. Morrisonville, establecido por africanos libres en 1790, fue comprado por Dow en 1989. Residentes de Sunrise, inaugurado cerca de Baton Rouge por antiguos esclavos en 1874, donde se pagó para el cambio como resultado de una demanda legal contra la Placid Refining Company. A mediados de los 90’s, la productora de químicos Georgia Gulf Corporation envenenó y entonces adquirió Revilletown, un poblado de africanos libres que había empezado en los años posteriores a la guerra civil.

 

“Cometemos el error de pensar que esto es algo nuevo” dice Harden y agrega que el tratamiento histórico de estas comunidades, tanto como la falta de recuperación que los residentes de Nueva Orleáns han visto desde el huracán Katrina, la hace dudar que el gobierno federal hará lo que sea necesario para la recuperación de El Golfo. “Desde que Obama llegó al puesto”, menciona, “ aún tengo que ver alguna acción que revierta lo que Bush hizo después de Katrina.”

 

Harden dice que Louisiana y los Estados Unidos deben fundamentalmente de transformar la relación del gobierno con las corporaciones. “Tenemos que cambiar la forma en que se permite a los negocios estar a cargo de nuestra salud y seguridad en este país”. Como ejemplo, Harden remarca mayores regulaciones aplicadas en otros países, como Noruega donde las compañías requieren perforar pozos de alivio al mismo tiempo que cualquier pozo de aguas profundas.

 

Pointe-au-Chien

 

La tribu indígena de Pointe-au-Chien es una pequeña banda de nativos americanos franco parlantes a lo largo de la bahía de Pointe-au-Chien, sur de Houma, sobre la costa del Golfo de Louisiana. Sus ancestros se establecieron ahí hace trescientos años, y para ellos, el actual geyser de aceite es sólo el paso más reciente en una larga historia de desplazamiento. “Las compañías petroleras nunca respetaron a nuestros antepasados”, explica la lidereza comunitaria Theresa Dardar. “Y ellos nunca respetaron nuestra tierra.”

 

En la parte temprana de este siglo, las compañías petroleras tomaron ventaja de que la gente que vivía sobre la costa estaba aislada por el lenguaje y la distancia, y reclamaron su tierra. Sobre las pasadas décadas, estas compañías han devastado esas comunidades idílicas, creando cerca de 10 mil millas de canales a través de bosques, humedales y hogares. “Ellos entraron, cortaron un poco, y sigue siendo más y más ancho”, dice Donald Dardar, esposo de Theresa y parte de los líderes de la tribu.

 

Los canales han traído agua salada, matando árboles y plantas y acelerando la erosión. De acuerdo a la Red de Restauración del Golfo, Louisiana pierde cerca de un campo de fútbol de tierra cada 45 minutos, y casi la mitad de la tierra perdida es resultado de estos canales. Mientras tanto, Pointe-au-Chien y otras tribus han encontrado que ellos tienen muy pocos recursos legales. Al menos parcialmente, como resultado del proselitismo de las compañías petroleras, el gobierno estatal y federal han negado un reconocimiento oficial de ellos como una tribu, lo cual ofrecería alguna protección a sus derechos de tierra.

 

Al final del mes pasado, cuando el petróleo empezó a llegar a las costas cercanas al lago Chien y la temporada de pesca fue cancelada antes de que empezara, miembros de Pointe-au-Chien tomaron las noticias como otro clavo en el féretro del estilo de vida que han tenido por generaciones. En un domingo reciente, algunos residentes se reunieron en la iglesia Bautista de Live Oak, sobre el camino principal que va a través de su comunidad. Ellos describieron sentirse abandonados y abusados por el gobierno y las corporaciones. Hablaron de la pérdida de su lengua y tradiciones, aunadas a la de sus hogares.

 

Sentada en una butaca de la iglesia, Theresa dice que ellos se han encontrado con nativos indígenas de Alaska, quienes discutieron su experiencia después del derrame del Exxon Valdez en 1989. “No sabemos que tanto hemos estado sin la pesca”, dice Theresa. “pasaron 17 años antes de que ellos pudieran tener camarones.” Y, notó amargamente, que este desastre es mucho más grande que el del Exxon Valdez, sin término en la mira.

 

BP ha prometido pagos a aquellos que perdieron sus trabajos por el petróleo, pero pocos confían que la compañía haga realidad su promesa, e inclusive si lo hicieran, dudan que cualquier acuerdo pudiera reponer lo que han perdido, “No importa que tanto dinero nos den, si no tenemos camarón, peces, cangrejos y ostras. Es la pérdida de nuestra vida y cultura.”, dice Theresa.

 

La ansiedad con la que Theresa expresa esto también se vuelve común en Nueva Orleáns, una ciudad cuya cultura está intrínsecamente enlazada con el Golfo. “¿Cómo se lidia con esta hemorragia en el fondo del Golfo que parece sin fin?” pregunta Monique Harden, de AEHR: “Esto es tan temible como el infierno. He estado teniendo pesadillas sobre esto.”

 

Como el petróleo continua fluyendo, la gente se siente sin esperanza y apocalíptica; deprimida y con rabia. Los residentes, quienes acababan de reconstruir sus hogares de los huracanes del 2005, observan el petróleo llegar a la costa con un miedo creciente. “Nunca pensé que estuviera una situación donde quisiera otro Katrina”, dice Harden. “pero prefiero a Katrina que esto.”

 

Economía de perforación

 

Al otro lado de la calle de la iglesia en Pointe-au-Chien esta una bahía donde pescadores frustrados esperan en sus botes con la esperanza de poder usarlos esta temporada. Atrás de la iglesia hay más agua, un par de millas hacia abajo el camino termina en un pantano. Árboles de roble muertos, acabados por el agua salada que sale del canal. Postes telefónicos sobresalen del agua, a lo largo del camino donde continuaba, pero ahora se encuentra bajo las aguas.

 

Las millas de pantano y las islas de barrera que estaban entre sus casas y el Golfo solían amortiguar los huracanes, y ahora la región entera es mucho mas vulnerable. Brenda Billiot, otra residente local, hace gestos en su jardín, sobre una docena de yardas de pasto que se pierden dentro de los humerales y el agua. “Esto solía ser tierra, tan lejos como puede verse.” Billiot esta aún reparando su casa de las inundaciones del 2005, incluyendo un levantamiento de la misma de casi 6 metros desde el suelo.

 

Un conejo café salta a través de su jardín, y Billiot describe los delfines y otros cetáceos que ha visto nadar cerca. Caminado a los largo de su pequeña bahía del lago, ahí donde generaciones de gente ha vivido de la tierra y luchado para proteger su territorio del robo corporativo, se empieza a sentir la gravedad de lo que será la pérdida.

 

Theresa cree que el gobierno y las compañías petroleras están buscando una excusa para desplazar permanentemente a su tribu. Ella cree que ese es el desastre más grande, y que la temporada de huracanes que viene, podría significar el fin de su lenguaje y cultura. “Le digo a la gente: si nos llega otro huracán, tomen todo lo que deseen, porque no creo que ellos les permitan regresar de nuevo,” dice Dardar. “Es temible porque no se a donde vamos a ir.”

Traducción: Hector Domínguez

 

Fuente: Desinformémonos

Temas: Petróleo

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