Guatemala: ¿Qué plantean los nuevos mesías del agro mesoamericano?

Idioma Español
País Guatemala

"Guatemala podría estar en la génesis del tercer hito histórico de la desposesión –cultural y material– de la población indígena y campesina, tras la Colonia y las reformas liberales privatizadoras de las tierras comunales. Desposesión refuncionalizada hoy al régimen de acumulación flexible de los agronegocios."

"Fuimos instrumentos del café primero, después del algodón, del ganado y ahora de la palma y la caña. Ya conocemos lo que nos vienen a ofrecer”. Así dijo hace ya cuatro años don Pedro, un anciano mayaq ´eqchi´ de 81 años originario de un área de violenta expansión de plantaciones de caña de azúcar y palma aceitera en las tierras bajas del norte de Guatemala. Y la verdad es que algo similar podrían haber comentado también sus coetáneos indígenas, mestizos, garífuna y afro-descendientes que pueblan –y trabajan– el agro desde Chiapas hasta Colombia.

Don Pedro tenía razón en que, en el fondo, los agronegocios palmeros buscan “lo mismo” que los cañeros, los bananeros, o los de la oligarquía terrateniente (muchas veces los mismos que los primeros). Una clase, por cierto, que auto-referenciada como suprema raza, se resiste a la extinción enquistándose en el corazón de las repúblicas centroamericanas para seguir ejercitando diligentemente el legado histórico de sus abuelos liberales de administrar la finca, el Estado y a sus pobladores.

Lo que don Pedro no se esperaba eran las “modos” en los que estos capitales extractivos de vida rural iban a operar. Los vecinos de don Pedro, y especialmente “las vecinas” –a quienes les toca aguantar otra vuelta de tuerca para seguir sosteniendo la vida en sus hogares– se ven envueltos en un salto histórico de 300 años, al ver cómo las relaciones de producción, caracterizadas por el trabajo semi-servil y el paternalismo autoritario y explotador de los finqueros, dan paso a posmodernas relaciones de producción flexible.

Efectivamente, a la par de la flexibilización de los modos de producción en el agro (respecto de la tecnología empleada; de los mercados destino o del control normativo), estos agronegocios flexibilizan también las relaciones sociales de producción. Así logran articular el control con la híper-explotación de la fuerza de trabajo por medio de la terciarización/ subcontratación; la subordinación a condiciones laborales flexibles con relación a la contratación, el despido, la duración de la jornada y la ubicación geográfica; la remuneración vinculada a la productividad, o la cancelación de sistemas de seguro social.

Una flexibilización que no sólo sufren quienes trabajan (nótese distinto de “emplearse”) en las plantaciones, sino que reconfigura de modo generalizado las relaciones sociales entre toda la población rural.

Más allá de elementos de diferenciación material (que también los hay) la diferenciación social a lo interno de la comunidad de Don Pedro y otras del área de expansión cañera y especialmente palmera del norte de Guatemala, se expresa por medio de elementos de carácter simbólico y de estatus. Así, por ejemplo, el caporal de la palma no tiene necesariamente una renta neta anual mayor que un vecino (aún) dedicado a la agricultura campesina, pero en muchos casos él y sus allegados entran a disputar el poder simbólico en la comunidad, haciendo valer su relativa capacidad de decisión sobre a quién contratar (o despedir), así como su rol de informante “a terceros” sobre los planes comunitarios (o de ciertos grupos dentro de la comunidad).

Y es que sin pretender ser tremendista, Guatemala podría estar en la génesis del tercer hito histórico de la desposesión –cultural y material– de la población indígena y campesina, tras la Colonia y las reformas liberales privatizadoras de las tierras comunales. Desposesión refuncionalizada hoy al régimen de acumulación flexible de los agronegocios, que por muy posmodernos que sean sus discursos no pierden las “viejas mañas” finqueras de control de la fuerza de trabajo y coacción de la población que habita –y trabajaba– los territorios de su interés.

Algo que tampoco don Pedro se esperaba, ni había visto antes por acá, era que estos agronegocios se iban a presentar (o re-presentar) con discursos endulzados de “desarrollo sostenible” y “responsabilidad social corporativa”. Y no lo hacen solos. Les acompañan burócratas y variopintos prescriptores a sueldo que incluyen desde personalidades carismáticas locales, hasta fundaciones, medios de comunicación de masas, e incluso grandes organizaciones no gubernamentales multinacionales de la conservación (perdón, quise decir, internacionales), las cuales rubrican sin mayores cargos de conciencia planetaria las solicitudes de estos agronegocios por millones de dólares al mecanismo de desarrollo limpio del Protocolo de Kyoto por vender bonos de carbono.

Asombrados nos quedamos propios y extraños, ante la desfachatez de tildar de “sostenibles” a negocios basados en exprimir socioecosistemas completos hasta reventarlos, para buscar repetir un ciclo que sólo “sostiene” los patrones de consumo en el Norte, y los de las elites en el Sur. Así es, de todas las nuevas tierras que se incorporaron a plantaciones de palma africana en Guatemala en la década reciente, cerca la mitad eran bosques tropicales y humedales, y casi una tercera parte eran tierras otrora dedicadas a la producción alimentaria nacional.

Aunque ya no sorprende a nadie, sí desespera a algunos –y encoleriza a muchos– el accionar de un Estado que ya no sólo “deja hacer y pasar”, sino que además “empuja” fervientemente el aseguramiento de estos privilegios poscoloniales. Lo preocupante de este modus operandi es que además de beneficiar a los lobos con piel de oveja del gran capital agrario nacional e internacional, promueve un imaginario social en que el campesinado no es sujeto económico, ni sus emprendimientos productivos objeto de inversión pública, sino de la acción de las transferencias condicionadas gubernamentales y de la caridad privada (pues al parecer la solidaridad, nacional e internacional, ya no está de moda).

Otro mito constitutivo de las repúblicas centroamericanas que migrantes, campesinos y trabajadoras y trabajadores rurales y urbanos derrumban anónima y cotidianamente, pues son ellas y ellos, y su trabajo, los que generan la riqueza y el empleo. Y esto no es un discurso. Pero ni modo, así sigue el patio trasero; mientras unos crían fama, otros cardan lana.

Fuente: La Jornada del Campo

Temas: Agrocombustibles

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