Homenaje a Norma Giarracca, una intelectual comprometida con los territorios
Intelectual vinculada con las luchas territoriales y fundadora del Grupo de Estudios Rurales del Instituto Gino Germani (UBA), Norma Giarracca fue una referenta en la sociología rural. A diez años de su fallecimiento, sus discípulos la recuerdan con un escrito de ella y una jornada de diálogos sobre las resistencias frente al extractivismo, el rol de la ciencia y los falsos progresos. Será el miércoles 16 de julio en la Ciudad de Buenos Aires.
A partir de “La cumbre de los pueblos”, que funcionó paralelamente a la Cumbre del Mercosur realizada en Córdoba en julio de 2006, se creó la Unión de Asambleas Ciudadanas. Entre sus reclamos figuran tanto el reconocimiento a campesinos e indígenas de su derecho a la tierra como la suspensión de la actividad minera y de industrias contaminantes (papeleras), como el rechazo al agronegocio. El interrogante que podemos plantear es ¿qué tienen en común las demandas de las poblaciones aborígenes con las asambleas de Gualeguaychú, Esquel, Andalgalá y las organizaciones campesinas? ¿Cuál es ese significante vacío, en términos de Ernesto Laclau, capaz de articular estas demandas particulares?
A mi juicio, es la forma de encarar la vida material y cultural, que en otras épocas llamábamos “modelo de desarrollo”. Estas asociaciones vienen a rechazar una manera de organizar la vida, la economía, un modo de relación con los bienes naturales, y muchos de ellos proponen desde sus propias acciones otro tipo de actividades económicas. La identidad común es construida desde el rechazo a un “modelo” que los excluye como ciudadanos con capacidad de optar por una “política de vida”.
Dice un pronunciamiento de los catamarqueños contra la minería a gran escala: “Consideramos que el 'progreso' no debe en ningún caso significar la destrucción de nuestro hábitat, de nuestros sitios sagrados, el saqueo de nuestros recursos naturales, de nuestras reservas de agua dulce, la contaminación de nuestro entorno natural, la agresión sistemática y progresiva de nuestro frágil ecosistema”.
Estos nuevos movimientos sociales —o, por lo menos, los nuevos sentidos que adquieren las acciones de estas poblaciones— se enmarcan en una nueva etapa del capitalismo en la que, nuevamente, los recursos naturales son centrales y se perciben en peligro. El concepto de “territorio”, la idea de procesos de “territorialización”, marcando las identidades de las poblaciones que viven en esos lugares, circulan en los movimientos y entre los estudiosos que los acompañan.
Las falsas promesas de progreso
Los recursos naturales siempre fueron fuente de riqueza y esto quedó claro desde el surgimiento del capitalismo. No son casuales las páginas que Adam Smith dedica a los fisiócratas en La riqueza de las naciones, tratando de relativizar el papel de la tierra en su producción y para mover a pensar que el trabajo y la técnica también cumplen importantes roles. Asimismo, el tercer tomo de El Capital de Carlos Marx está dedicado a la renta agraria (extensiva a otros recursos naturales que no son producto del trabajo humano y que el autor menciona especialmente) para comprender el funcionamiento del capitalismo.
La esperanza en el desarrollo tecnológico llevó a la creencia de que se podrían llegar a sustituir esos recursos con mercancías generadas por el trabajo humano y la tecnología. Esta misma concepción condujo a que desde el punto de vista económico y productivo se tratara a los recursos naturales como infinitamente renovables, cuando casi ninguno lo es. Los recursos naturales, como el “futuro”, fueron expandidos al infinito; el presente y la experiencia de poblaciones que por siglos habían manejado con precaución la naturaleza, fueron desperdiciados.
Muchas veces se ha sostenido que el marxismo enmarcado en las ideas modernas instaló una relación con la naturaleza acorde a los postulados básicos de la revolución científica. Pero es importante recordar que en esta cuestión, como en muchas otras, Marx oscila entre los valores de su época y otras concepciones profundamente avanzadas. Fueron sus seguidores los que tuvieron pensamientos mucho menos complejos que los del fundador de la teoría e hicieron prevalecer el concepto de un desarrollo de las fuerzas productivas socialmente “indeterminadas”, ciego a las consecuencias de esos avances en el mundo social y natural.

La teoría crítica hubiese podido marcar una diferencia: construir otra relación con la naturaleza y con los aspectos políticos y culturales de la actividad económica, pero el determinismo eclosionó esa oportunidad. Por otro lado, poco se podía esperar del resto de la ciencia económica y de las teorías del desarrollo, que se basaron en una concepción fragmentaria del conocimiento y separaron las cuestiones del crecimiento económico de los valores sociales y culturales para reducirse a problemas de mercado, oferta, demanda, productividad. Hubo intentos posteriores ad hoc de agregar “lo social” “lo cultural” o plantearse la medición del “desarrollo humano” que poco pudieron remediar. La ciencia económica terminó convirtiéndose en una técnica de las empresas y de los gabinetes gubernamentales. Mientras tanto se creaban organismos internacionales o nacionales que abordaban separadamente las otras cuestiones.
Durante gran parte del siglo XX prevaleció un modelo de desarrollo basado en la producción industrial que, si bien mostraba una marcada tendencia a la internacionalización del capital, respetaba aún ciertos limites impuestos por los estados nacionales que todavía jugaban un significativo papel regulador y jurídico. Podemos arriesgar que por detrás de estos modelos industrialistas se encontraba un desarrollo científico que, de acuerdo con Paula Sibilia, caracterizamos como “prometeico”: pretendía doblegar técnicamente a la naturaleza apostando al papel liberador del conocimiento, que generaba y aspiraba a mejorar las condiciones de vida de la humanidad.
Las promesas del “progreso”, es decir paz, alimentos, salud y educación para todos, formaban parte del sentido central de la dupla desarrollo económico y científico que, de distintos modos, se desplegaba tanto en el capitalismo como en las sociedades comunistas (sobre todo en la Unión Soviética). Es de destacar que, en ese contexto, los estados nacionales valoraban recursos como el petróleo, el gas, las minas, la tierra, el agua, como geopolíticamente estratégicos y los mantenía en propiedad estatal o ejercían un riguroso control sobre ellos (en el caso de la tierra, había casi siempre restricciones de venta a las poblaciones extranjeras). A mediados de los años setenta, este modelo sufrió una “gran transformación”.

Existe una vasta bibliografía acerca de las particularidades de la economía capitalista en la nueva etapa globalizada, su conexión con el poder hegemónico, los modos políticos y militares de generación de hegemonías. Desde los estudios agrarios también se ha contribuido a la caracterización de este modelo en su naturaleza extractiva y concentradora, remarcando el paso de la agricultura alimentaria y agroindustrial al “agronegocio”. Miguel Teubal ha demostrado el papel de la renta agraria y de su relación con los recursos naturales en esta nueva forma de crecimiento. Este nuevo modelo que opera en el plano internacional con nuevas instituciones legales, financieras, económicas, ha terminado de romper con las promesas de la modernización.
Con los auspicios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional se expanden formas expoliatorias y expropiatorias de este capitalismo al conjunto del territorio mundial. El hambre, la pobreza, el surgimiento de viejas y nuevas enfermedades irán devastando al Tercer Mundo mientras la polarización de la riqueza alcanza niveles desconocidos. Las guerras, con alto costo de poblaciones civiles, acompañan sin tregua este proceso.
Algunos autores consideran que la denominada “tecnociencia” no es totalmente ajena al nuevo desarrollo. Una concepción “tecnocientífica” que tiende a convertirse en hegemónica en todo el mundo y que, a diferencia de la época del mito científico “prometeico”, hoy devela otras aspiraciones humanas alejadas de aquellas promesas de la modernidad.
Paula Sibilia sostiene que existe un programa tecnológico oculto tras la ciencia de nuestros días, un fortalecimiento de una tradición “fáustica”. Y afirma, en su libro El hombre postorgánico: “De acuerdo a la perspectiva fáustica (…) los procedimientos científicos no tendrían como meta la verdad o el conocimiento de la naturaleza íntima de las cosas sino una comprensión restringida de los fenómenos para ejercer la previsión y el control; ambos propósitos estrictamente técnicos. Es inevitable asociar los criterios fáusticos a la tecnociencia contemporánea. Hasta podríamos insinuar que existe cierta afinidad entre la técnica fáustica —con su impulso hacia la apropiación ilimitada de la naturaleza (humana y no humana)— y el capitalismo, con su impulso hacia la acumulación ilimitada de capital. Ese proyecto parece estar alcanzando su ápice hoy en día, como se observa en la ilimitada carrera tecnológica y su inextricable relación con los mercados globalizados”.
La respuesta organizada de los movimientos sociales
Muchos autores coinciden en que estos nuevos modelos no tratan de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los hombres y de las mujeres, ni siquiera para lograr ciertos consensos que les permita seguir gobernando. De la búsqueda de consenso capaz de generar hegemonías, proyectos inclusivos, se mutó hacia una supuesta resignación: “Esto o algo peor”, “la única salida”.
Sin embargo, no todos se resignan; poblaciones enteras luchan y en el proceso mismo de estas luchas conciben otras formas de vida. Asimismo —y esto es importante destacarlo—, científicos de todo el mundo se oponen a las formas fáusticas de generar conocimiento y buscan soluciones desde el conocimiento científico para otras formas ecónomo-sociales, donde el hambre, la educación, la salud de los cuerpos, la cultura y las democratizaciones sean debidamente considerados.
Como nos dice Vandana Shiva, existen grandes movimientos sociales en las poblaciones y comunidades del Tercer Mundo para seguir siendo productoras de conocimiento, alimentos, medicamentos: ellos luchan por su derecho a guardar e intercambiar las semillas, por la libre utilización de los recursos y de los conocimientos para satisfacer sus necesidades, por la defensa de la diversidad cultural, entre otras. Es decir, detrás de las disputas por la tierra, el agua, la semilla, la biodiversidad, existe una lucha por la soberanía de los pueblos y por el derecho a mantener otras concepciones de la reproducción material de la vida y de la cultura.

Esta expansión de visiones alternativas resulta de la toma de conciencia de los nefastos resultados de la actual propuesta neoliberal capitalista, basada en el individualismo, en las relaciones patriarcales, en las democracias formales o en la guerra y en una “tecnociencia” ligada a los intereses de las grandes corporaciones. La mercantilización de la vida, el biopoder, es resistido en muchos lugares del mundo tanto de manera abierta e irruptiva como en la práctica de construcción de “otros mundos” posibles.
Los movimientos sociales contra la minería, campesinos y contra la contaminación del modelo agroforestal expanden la democracia, marcan límites a un “desarrollo” que podemos caracterizar de apropiador y extractivo pero básicamente mortificante, que enferma y entristece a los sujetos. Hombres y mujeres pueden adoptar un papel pasivo frente a estas situaciones y agudizar el sentimiento de mortificación o pueden protestar. Pueden seguir engañándose con mitos y promesas (de trabajo, de un bienestar parecido al del norte, etcétera) o pueden emprender la vida desde sus propias potencialidades. Esta última es una actitud activa, transgresora y alegre y fuerza a los Estados a torcer algunos (no muchos) rumbos.
Tal vez la solidaridad y la alegría en las calles, los puentes y las plazas ganados por las protestas y los movimientos sociales constituyan no sólo el mejor antídoto para estos procesos mortificantes (mortíferos muchas veces) sino la mejor oportunidad para pensar otro futuro, otras relaciones con los bienes naturales, con los otros seres vivos y otras relaciones entre los hombres/mujeres entre sí. Esta opción es el legado de las mejores tradiciones de la democracia occidental y los movimientos sociales muestran, que aún con todas las dificultades que se les presentan, pueden acudir a él.
*Fragmento del artículo "La tragedia del desarrollo. Disputas por los recursos naturales en Argentina", presentado en la mesa "Movimientos Sociales y Democracia" del encuentro Ciencia en el Mercosur (junio de 2006)".
**El 16 de julio se realizará una jornada en homenaje a Norma Giarracca organizada por el Grupo de Estudios Rurales y el Grupo de Estudios de los Movimientos Sociales de América Latina ( GER-Gemsal-UBA). Habrá mesas debate de académicos y movimientos sociales.
Fuente: Agencia Tierra Viva