Los rostros del incendio

Idioma Español
País Bolivia

La prensa internacional mostró con claridad cómo el fuego arrasó con la amazonía brasileña y los bosques bolivianos. Las imágenes de árboles calcinados y animales sufriendo la voracidad de las llamas pusieron en primera plana al cambio climático y la depredación del medio ambiente. Sin embargo, a la sombra del Amazonas quedaron invisibilizadas las otras víctimas: los pueblos indígenas que habitan en la selva y el monte, y entablan relaciones de reciprocidad con la Madre Tierra.

En su nueva Constitución Política del Estado aprobada de 2009, Bolivia reconoció que en su interior convivían 36 lenguas. Un modo decir que existen 36 naciones indígenas, lo cual significa una revolución copernicana para quienes desde el siglo XVII creen que a un Estado le corresponde solo una nación. Por eso, actualmente la denominación del país andino es Estado Plurinacional de Bolivia: un simple cambio semántico que contiene una profunda transformación política.

De las 36 etnias indígenas, los chiquitanos son la cuarta en cantidad, detrás de los quechuas, los aymaras (ambos ubicadas en las “tierras altas”, es decir, los cerca de 4000 metros sobre el nivel del mar de la región andina) y los guaraníes. Su territorio se conoce como “la Chiquitanía” o “los llanos de Chiquitos”, un ecosistema que actúa como transición entre el Amazonas y el Gran Chaco, en el Oriente boliviano. Estas tres regiones conforman las “tierras bajas" que rondan los 500 msnm y albergan una diversidad única. La historia de los chiquitanos guarda también un gran interés cultural, que con el tiempo devino un atractivo turístico. Allí se encuentran las seis misiones jesuíticas construidas durante los siglos XVII y XVIII, cuya arquitectura es reconocida por la UNESCO como “patrimonio de la humanidad”.

El municipio de Roboré y el Territorio Indígena de Monte Verde, ubicados en la Chiquitanía, son los más afectados por los incendios que azotaron al Estado Plurinacional de Bolivia en las últimas semanas. A estos se suman el fuego en Charagua (en la región del Chaco) y la Amazonía Sur, en el departamento del Beni.

La expansión de la frontera agropecuaria, la helada y el agua potable

El municipio de San Javier se encuentra a 220 kilómetros de la capital de Santa Cruz. Fundada en 1691, es la primera misión jesuítica en Bolivia y la iglesia principal aún mantiene su construcción original. En el frente se lee un pasaje del Génesis en latín: “Domus dei et porta coeli”.

La comunidad aclara que es normal que haya incendios por el uso del fuego para el chaqueo. Sin embargo, este año comenzaron a sentirse los efectos de las leyes y decretos supremos que autorizan los desmontes, perdonan la actividad ilegal, permiten el uso de semillas transgénicas y aumentan la frontera agrícola para la producción de etanol y biodiesel en tierras que según el Plan de Uso de los Suelos (PLUS) son de vocación forestal. “Los incendios que enfrentamos no son desastres naturales, no han sido originados por la naturaleza, sino que son consecuencias de actividad humana ocasionada por desmontes y quemas”, plantea el pronunciamiento de la Organización Indígena del Pueblo Chiquitano (OICH). El duro comunicado exige la declaración del estado de desastre nacional que permita la ayuda internacional y la abrogación de la normativa que habilita el desmonte y amplía la explotación agropecuaria de nuevas tierras.

El cacique de la central indígena Paiconeca, Luis Rivero, cuenta que el incendio comenzó en la comunidad de Las Conchas, cuando un grupo de campesinos quemó su barbecho. Con el cambio de los vientos, el fuego se descontroló y avanzó hacia el este. "Hay una tristeza total. Este invierno cayó la mayor helada en 30 años que secaron la vegetación y los pastos con los que se alimenta el ganado. Se quemaron cultivos, las tierras perdieron su abono y se debe esperar un año para volver a sembrar. Otro problema son los animales silvestres con los que se alimentan las comunidades: se van más lejos y no hay sustento para las familias", informa el líder del pueblo chiquitano.

Desde San Javier, por un camino de tierra, se accede al Territorio Indígena Monte Verde: un área de 974.447 hectáreas cuya propiedad es colectiva y solo los comunarios que habitan allí pueden aprovechar sus recursos naturales. Es una tierra ancestral, indivisible e imprescriptible: el derecho de los pueblos indígenas a ejercer su propio desarrollo y su propiedad no se extingue con el tiempo. Un mazazo constitucional para la propiedad privada del capitalismo.

Don José conduce mientras mastica su "bolo" de hoja de coca mezclado con bicarbonato. El camino en el interior del Territorio Indígena no es bueno. La camioneta parece una cocktelera que nos sarandea a los cinco de un lado para el otro. El cacique intenta dormir, pero su cabeza se choca permanentemente contra la ventana. A los costados los árboles muestran el paso del fuego y el olor a quemado se mete por la ventana. Algunos aún despiden humo después de la lluvia de la noche anterior.

La comunidad de Las Conchas tiene 573 hectáreas y alberga a 11 familias que viven de la actividad forestal, la cría de vacas, chanchos y gallinas, y la agricultura. Benito Soqueré vive en la comunidad hace 4 años con sus hijos Julio y Agapito. Este invierno, el cambio climático afectó su sustento económico: "Antes de la helada, sacábamos 30 kilos de queso por semana que vendíamos en la ciudad a 20 pesos el kilo. Ahora no sacamos nada. Como no hay pasto, las vacas están flacas y no dan leche", explica mientras muestra un corte en el cuello producto de una rama que no pudo ver por el humo.

El pasto seco también fue terreno fértil para el fuego de las últimas semanas, que afectó a todo el territorio y quemó la madera que utilizan. La situación también produjo que se murieran dos vacas. "Desde ayer estamos con diarrea. Como llovió, las cenizas que dejó el incendio se escurrieron hacia el río y contaminaron el agua que tomamos. Además, el veneno del ochoó [un árbol característico de los bosques tropicales cuya resina es tóxica] mató los peces. El agua está totalmente contaminada", agrega Agapito al relato de su padre. A pesar de las malas noticias, son optimistas y creen que el pasto va a volver a crecer.

Llegamos a la comunidad El Rancho de noche. El cielo estrellado ilumina más que el foco bajo el cual se reúnen cinco comunarios. La abogada del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CEJIS), Débora Díaz Araujo, es recibida con aplausos y bromas: “¿Cómo le va, doctora? Estuvo perdida”. Pasaron más de 10 años y los chiquitanos del Territorio Indígenas Monte Verde aún recuerdan la compañía de las ONGs en el proceso de saneamiento (el procedimiento legal que regulariza el derecho a la propiedad agraria) y titulación de las tierras comunitarias. Resta aún el proceso autonómico, un derecho reconocido en la nueva Constitución Política que les permite el autogobierno.

"Nosotros trabajamos para que no avance el fuego. Está controlado, pero no está totalmente apagado. La información que circula no es del todo correcta. En nuestra comunidad no llovió. Por eso estamos alerta –explica Sandro Macoñó– . El problema del agua es más grave. Hasta el año pasado teníamos un poquito. Hoy los ríos y arroyos se están secando. Eso es preocupante”. Los comunarios se muestran molestos ante la falta de ayuda del gobierno nacional y municipal. En las comunidades de Monte Verde, el avión SuperTanker contratado por el Gobierno pasó, pero no tiró agua.

El cambio climático: los fuertes vientos

Al día siguiente, tomamos la ruta hacia el noreste. Cerca de la frontera con Brasil, se encuentra el municipio de Concepción. La tierra es colorada y el sol calienta más. En el centro se ven menonitas con sus carros a caballo y la iglesia principal repite el pasaje del Génesis, pero en castellano: “Casa de Dios y puerta del cielo”.

A una hora y media del centro, la comunidad Palestina alberga cerca de 40 familias. Las casitas de madera y adobe se alzan entre los chanchos, las gallinas y los árboles de grey (como llaman al pomelo). Don José muestra el árbol y bromea: "Calman la sed… Y calman la hambre". Si en San Javier el disparador del fuego fue la helada, en esta comunidad señalan a los fuertes vientos que descontrolan el fuego y vuelve a encender los focos que se estaban apagando.

Reunidos en asamblea, Isael Zavala, del Consejo de Justicia Comunitaria, agradece la presencia de la doctora e informa que el foco del incendio está en Río Blanco: 146 bomberos y voluntarios están intentando controlar el fuego divididos en tres grupos que van y vuelven a la comunidad. Don Pedro propone abrir una brecha que defienda al cusisal: "Las palmeras están altas. Si el fuego llega ahí no lo apagamos más. ¿Cómo vamos a alimentar a nuestras familias si se queman nuestros chacos?". El problema de la sequía y la falta de agua se vuelve a repetir en Palestina. Si los pozos se secan, el río más cercano está a 7 kilómetros.

Un grupo de bomberos forestales y voluntarios se acerca a la asamblea para pedir ayuda a la comunidad para establecer un campamento base de 40 personas. Informa que desde el rastrillaje satelital observaron 37 focos de calor y que las temperaturas superiores a los 30 grados no son las óptimas. Proponen trabajar de noche cuando calma el viento y la altura del fuego desciende de 1,40 metros a 40 centímetros.

En el camino de vuelta a Concepción nos encontramos con dos incendios que no habíamos visto a la ida. La naturaleza le pone imagen a los relatos de los comunarios: el viento sopla y el fuego crece. La doctora Débora comenta que esta es sólo la primera parte: "Cuando se apaga el fuego comienzan las enfermedades respiratorias, estomacales y en la vista. Luego vienen los problemas económicos: más allá del ganado y los cultivos de plátano y yuca, también se afectó la actividad forestal que es la fuente de recursos más importante. Habrá que ver qué sucede con los contratos firmados con empresarios”. En la caja de la camioneta, descansa una bolsa de arpillera llena de greys.

Repensando el modelo de desarrollo

En lo que va del siglo XXI, el de Bolivia ha sido uno de los procesos más transformadores de Latinoamérica. Sin embargo, hoy su modelo de desarrollo comienza a mostrar signos de agotamiento. El cambio de las relaciones de fuerza al interior del "proceso de cambio", a favor de los campesinos y el agronegocio, y en detrimento de los pueblos indígenas, empieza a mostrar su impacto en la Madre Tierra. No en vano el hit de las protestas contra los incendios sintetizaba: "Ni soya, ni coca; el bosque no se toca".

Por fuera de la real politik, el ambientalismo y la campaña electoral, al Estado Plurinacional de Bolivia le toca repensar su modelo de desarrollo: ¿el avance contra la naturaleza es el único camino para seguir disminuyendo la pobreza y el hambre que arrastra el país desde la época colonial? En esa pregunta, tal vez, los indígenas puedan aportar algunas claves para cambiar el presente y el futuro: su estar en el mundo muestra que existen otros modos de desarrollo en armonía con el medio ambiente.

Damián Andrada es investigador de Ore-IWGIA, y magister en Ciencia Política y Sociología.
Fotos: Adán Palachay Ortiz

Fuente:  IWGIA

Temas: Pueblos indígenas

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