El problema está en el modelo de desarrollo

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'Los seres humanos están destruyendo la naturaleza a un ritmo sin precedente y, en el año 2050, se necesitarán cada día los recursos naturales de dos planetas Tierra si las tendencias actuales continúan', decía el informe conjunto 2006 de las organizaciones no gubernamentales estadounidenses Fondo Mundial de la Naturaleza (World Wildlife Fund) y Red de Ruta Global (Global Footprint Network) en el que también destacaban la singularidad de Cuba como único país que ha alcanzado un alto nivel de desarrollo, incluyendo buenos sistemas de salud pública y educación, sin más recursos que los sustentables

Fue apenas en la segunda mitad del siglo XX que los llamados problemas globales de la humanidad -la población, la energía, la alimentación, los recursos naturales y el medio ambiente- pasaron a un primer plano del debate internacional.

De ellos, el medio ambiente fue quizás aquel acerca del cual más tardó la humanidad en identificar su urgencia. Fue solo en 1972, en Estocolmo, que la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano elaboró las primeras pautas para el desarrollo sostenible.

Veinte años más tarde, la Cumbre de la Tierra que se efectuó en Río de Janeiro en 1992 proclamó los objetivos del desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente que plasmó en el programa conocido como la Agenda XXI.

Han seguido otras cumbres y muchas reuniones de expertos y activistas pero la agudización de las crisis económicas nacionales y la inseguridad que ellas comportan para el resto de los países en un mundo globalizado bajo el signo neoliberal han constituido factores que han frenado o impedido la aplicación de políticas de progreso sostenible que propicien el desarrollo económico, la igualdad social y la protección del medio ambiente.

Los países del norte opulento, al imponer a los países eufemísticamente llamados 'en vías de desarrollo' su escala de valores, su sistema económico y sus formas de gobierno, les han contaminado también con hábitos consumistas depredadores de la naturaleza.

La deforestación hace desaparecer cada año millones de hectáreas de bosques, la erosión arrastra la capa vegetal y degrada otros millones de hectáreas de tierras que una vez fueron fértiles, y la desertificación se extiende por aún más millones de hectáreas de suelos.

La extinción de muchas especies de fauna y flora afecta gravemente la biodiversidad, mientras la contaminación del agua de los ríos y los mares, así como la del aire, amenazan la supervivencia de poblaciones, países y regiones.

En 1990, el Papa Juan Pablo II, en su mensaje por el día Mundial de la Paz, consideró que una nueva conciencia ecológica habría de emerger porque ' la Paz mundial es amenazada, no solo por la carrera armamentista, los conflictos regionales, y la continua injusticia entre las personas y las naciones, sino también por una falta del debido respeto por la naturaleza...'

Pero el tema del deterioro ambiental que sufre nuestro planeta siguió criminalmente obviado por los grandes medios masivos de comunicación controlados por las corporaciones transnacionales, hasta que llegó la hora en que la magnitud de la tragedia que se avecina se hizo tan inocultable que no se pudo ignorar por más tiempo su gravedad.

Cuando en América Latina se habla del desarrollo de fuentes de energía alternativas y acerca del progresivo reemplazo de las que son contaminantes para corregir el desastre que las sociedades de consumo han provocado, las corporaciones transnacionales proponen la producción de biocombustibles a partir de cereales y de forrajes transgénicos cultivados en tierras de países pobres -que seguirán desforestándose y envenenándose con agrotóxicos-, para que puedan continuar circulando sus dispendiosos automóviles o no haya que dejar de alimentar a sus animales afectivos.

Las tierras donde había bosques por los que respiraba el planeta y los campesinos producían para consumo humano en condiciones de armonía con la naturaleza y su biodiversidad -que han devenido irrentables-, están siendo saqueadas y utilizadas para el monocultivo de soja, o de pinos y eucaliptos que reemplazan a los bosques nativos, descomunalmente deforestados.

Como tantas veces ha ocurrido en la historia, los medios masivos de las corporaciones y muchos gobernantes de los países desarrollados, en sus discursos, asumieron las revelaciones presentando como responsables de la tragedia a los países pobres y subdesarrollados, sus dirigentes, sus débiles economías y sus pueblos, desviando a la opinión pública internacional del acceso a las verdaderas causas del mal: el sistema capitalista, que ha conducido al mundo a esta crisis ambiental, económica y social que soporta.

Un modelo económico y social basado en la maximización de la ganancia para unos pocos ganadores a costa de la mayoría de la población, perdedora, ha acarreado el agotamiento de los recursos naturales de un planeta cuajado de las mayores injusticias sociales, con la riqueza concentrada en unos pocos países y, en todas las naciones, en manos de unos pocos dueños.

Naturalmente, la cura efectiva de estos males tendría que pasar por un cambio en el modo y las relaciones de producción, a escala global. Todo lo demás que pueda hacer la humanidad a estas alturas tendrá un efecto apenas atenuante. Una sociedad ambientalmente sustentable, ecológica y solidaria es definitivamente incompatible con el capitalismo.

Por estos días se han reunido en Brasil ministros y representantes de los ministerios de Medio Ambiente de una veintena de países con la pretensión de acelerar la creación de una nueva organización o agencia en el sistema de las Naciones Unidas encargada de promover la cooperación internacional en este campo, que podría ser presentada en la Asamblea General de la ONU de este otoño. Nadie debe objetar el esfuerzo paliativo.

Allí, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Celso Amorim, advirtió que el medio ambiente se ha convertido en una cuestión de Estado para su país porque 'los graves desafíos de quince, diez o hasta cinco años atrás se han tornado más graves y no podemos esperar que el cuadro empeore aún más'.

Es como si la Naturaleza -aliada fiel tan poco correspondida por los seres humanos-, criminalmente agredida por el orden económico y social que impera hoy en el planeta, hubiera decidido imponer por si misma las soluciones que el egoísmo entronizado por el capitalismo ha enajenado.

El mundo cambia, o nos quedamos sin mundo.

Por: Manuel E. Yepe

Argenpress, Argentina, 12-09-07

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